miércoles, 31 de octubre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (IV)

Un autor, y al tiempo emperador, en el que encontramos bellas reflexiones, que nos pueden ser útiles en nuestras relaciones, es Marco Aurelio, en su obra Meditaciones. Aportamos algunas. La traducción es de Ramón Bach Pellicer, en Gredos.
De la introducción en la edición indicada, debida a Carlos García Gual, extraemos algunos aspectos que permiten conocer un poco mejor la obra.
“El estilo de los apuntes personales refleja el carácter de Marco Aurelio, despojado de artificios retóricos, conciso y austero. En su intención parenética, unas veces intenta alcanzar expresiones punzantes, a modo de máximas lapidarias… Otras veces trata de exponer en cierto orden algunos temas de meditación, un tanto tópicos en la filosofía estoica, reiterados aquí con un sincero empeño personal”
“El tono de los apuntes filosóficos es severo y un tanto adusto, acorde con los temas tratados, con esas consignas de resignación ante los reveses del azar y las injusticias humanas, y la meditación frecuente de la muerte irremediable. Sobre ese trasfondo gris destacan los símiles de una plástica vivacidad. Alguna vez, tras ellos, se adivina la referencia personal… Otras veces son símiles más generales: el hombre que se resiste a su destino es como el cochinillo que da chillidos mientras le llevan al sacrificio (X, 28), el sabio es la roca que resiste incólume los embates de las olas (IV, 49), la piedra preciosa a la que nadie puede impedir serlo (IV, 20), la virtud es llama que brilla hasta extinguirse (XII, 15), la muerte debe ser acogida con agradecimiento, como la madurez de la aceituna que cae gozosa de la rama (IV, 48). Todas estas imágenes intentan conciliar el pesar de la existencia humana al reintegrarlo en una imagen de la naturaleza, regida por un ritmo eterno. Son hermosas y apaciguadoras, como los símiles del viejo Homero, al intercalarse como pausas entre pasajes que recuerdan la lucha y el desánimo. Intentan desvanecer el aspecto irrepetible que la vida individual presenta. El hombre no muere de modo tan sencillo como las aceitunas, porque no se repite como ellas; y el combate del sabio contra los infortunios es más sensible y doliente que el del peñasco contra las tempestades. Marco Aurelio intenta combatir con esos pensamientos consoladores a su enemigo: el tiempo, tenaz aliado de la muerte, y a la historia”
Las Meditaciones no son un diario ni siquiera la dramática “historia de un alma” (M. Dolç), en el sentido de que en ellas no hay referencias al momento en que fueron escritas… No hay en ellas ni fechas ni paisajes. Nos hubiera gustado a los modernos saber a qué se refieren este o aquel párrafo de disgusto o de admiración, y en qué momento de la noche o ante qué frío paraje danubiano se había escrito tal o cual meditación. Pero, en su desprecio por lo corporal y mundano, Marco Aurelio sólo anota lo esencial: el razonamiento desnudo de lo accesorio y la incitación moral.”

Hasta aquí unos párrafos de la introducción de García Gual.
Es posible que algunos de los que esto lean discrepen, parcial o profundamente, con alguna de las citas ofrecidas, las ya aportadas y las que siguen. Bien está. Cada cual que aproveche de ellas lo que quiera.
Incluso si todas le fueran disparatadas, obtendría de ellas algún provecho, aunque fuera para comportarse de forma contraria a lo dicho en ellas.
A nosotros nos parecen útiles y, en todo caso, dignas de ser leídas y reflexionadas. Algunas, también, nos han servido en ciertos momentos para afrontar situaciones vitales que nos han salido al paso o con las que nos hemos topado (que nunca se sabe qué es lo que ocurre, si el destino viene hacia nosotros o nosotros hacia él).
Lógicamente, no las podemos asimilar en su literalidad o en su totalidad; de ellas debemos extraer pautas, pinceladas, reflejos, aplicables realmente a nuestra vida, para afrontar ésta con más provecho, con más tino, con más entusiasmo, con más serenidad, con más reflexión, con más paciencia, con más comprensión.
Hecho este paréntesis, seguimos con Marco Aurelio.

El comienzo del Libro II nos invita a la colaboración entre los seres humanos. Marco Aurelio es consciente de que, en la vida, nos relacionamos con personas de caracteres negativos, pero tales debilidades son fruto del desconocimiento del bien y el mal. Quien conoce que lo bello es el bien y lo vergonzoso es el mal no puede sino dar buenos frutos.
Libro II:
1. Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y de los males. Pero yo, que he observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y que la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía, porque participa, no de la misma sangre o de la misma semilla, sino de la inteligencia y de una porción de la divinidad, no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza; ni puedo enfadarme con mi pariente ni odiarle. Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar indignación y repulsa.

Del capítulo 5 del libro III destacamos estos consejos: actuar según la voluntad y de forma reflexiva; ser persona serena, venerable. Hay que andar recto, no enderezado.
Libro III:
5. Ni actúes contra tu voluntad, ni de manera insociable, ni sin reflexión, ni arrastrado en sentidos opuestos. Con la afectación del léxico no trates de decorar tu pensamiento. Ni seas extremadamente locuaz, ni polifacético. Más aún, sea el dios que en ti reside protector y guía de un hombre venerable, ciudadano, romano y jefe que a sí mismo se ha asignado su puesto, cual sería un hombre que aguarda la llamada para dejar la vida, bien desprovisto de ataduras, sin tener necesidad de juramento ni tampoco de persona alguna en calidad de testigo. Habite en ti la serenidad, la ausencia de necesidad de ayuda externa y de la tranquilidad que procuran otros. Conviene, por consiguiente, mantenerse recto, no enderezado.

Hemos visto que el sabio es ese promontorio contra el que chocan las olas. Este fragmento es de una gran profundidad y merece una serena reflexión. Es una llamada a saber administrar los infortunios y sobreponerse a ellos. Soportar con dignidad una desgracia es, en el fondo, una dicha, ya que tal desgracia no nos debe impedir mantener nuestras buenas cualidades.
Libro IV:
49. Ser igual que el promontorio contra el que sin interrupción se estrellan las olas. Éste se mantiene firme, y en torno a él se adormece la espuma del oleaje. «¡Desdichado de mí, porque me aconteció eso!» Pero no, al contrario: «Soy afortunado, porque, a causa de lo que me ha ocurrido, persisto hasta el fin sin aflicción, ni abrumado por el presente ni asustado por el futuro.» Porque algo semejante pudo acontecer a todo el mundo, pero no todo el mundo hubiera podido seguir hasta el fin, sin aflicción, después de eso. ¿Y por qué, entonces, va a ser eso un infortunio más que esto buena fortuna? ¿Acaso denominas, en suma, desgracia de un hombre a lo que no es desgracia de la naturaleza del hombre? ¿Y te parece aberración de la naturaleza humana lo que no va contra el designio de su propia naturaleza? ¿Por qué, pues? ¿Has aprendido tal designo? ¿Te impide este suceso ser justo, magnánimo, sensato, prudente, reflexivo, sincero, discreto, libre, etc., conjunto de virtudes con las cuales la naturaleza humana contiene lo que le es peculiar? Acuérdate, a partir de ahora, en todo suceso que te induzca a la aflicción, de utilizar este principio: No es eso un infortunio, sino una dicha soportarlo con dignidad.

Otro fragmento precioso. Ya de buena mañana debemos tener claro cuál es nuestra tarea y descubrir que es la que nos corresponde por nuestra naturaleza. Sobran más comentarios.
Libro V:
1. Al amanecer, cuando de mala gana y perezosamente despiertes, acuda puntual a ti este pensamiento: «Despierto para cumplir una tarea propia de hombre.» ¿Voy, pues, a seguir disgustado, si me encamino a hacer aquella tarea que justifica mi existencia y para la cual he sido traído al mundo? ¿O es que he sido formado para calentarme, reclinado entre pequeños cobertores? «Pero eso es más agradable». ¿Has nacido, pues, para deleitarte? Y, en suma, ¿has nacido para la pasividad o para la actividad? ¿No ves que los arbustos, los pajarillos, las hormigas, las arañas, las abejas, cumplen su función propia, contribuyendo por su cuenta al orden del mundo? Y tú entonces, ¿rehúsas hacer lo que es propio del hombre? ¿No persigues con ahínco lo que está de acuerdo con tu naturaleza? «Mas es necesario también reposar.» Lo es; también yo lo mantengo. Pero también la naturaleza ha marcado límites al reposo, como también ha fijado límites en la comida y en la bebida, y a pesar de eso, ¿no superas la medida, excediéndote más de lo que es suficiente? Y en tus acciones no sólo no cumples lo suficiente, sino que te quedas por debajo de tus posibilidades. Por consiguiente, no te amas a ti mismo, porque ciertamente en aquel caso amarías tu naturaleza y su propósito. Otros, que aman su profesión, se consumen en el ejercicio del trabajo idóneo, sin lavarse y sin comer. Pero tú estimas menos tu propia naturaleza que el cincelador su cincel, el danzarín su danza, el avaro su dinero, el presuntuoso su vanagloria. Éstos, sin embargo, cuando sienten pasión por algo, ni comer ni dormir quieren antes de haber contribuido al progreso de aquellos objetivos a los que se entregan. Y a ti, ¿te parecen las actividades comunitarias desprovistas de valor y merecedoras de menor atención?

Llamada a no frustrarnos, cuando no conseguimos nuestros objetivos. Al contrario, nos debe servir de acicate para entregarnos con mayor afán a su consecución. Debemos someternos a nuestra naturaleza.
9. No te disgustes, ni desfallezcas, ni te impacientes, si no te resulta siempre factible actuar de acuerdo con rectos principios. Por el contrario, cuando has sido rechazado, reemprende la tarea con renovado ímpetu y date por satisfecho si la mayor parte de tus acciones son bastante más humanas y ama aquello a lo que de nuevo encaminas tus pasos, y no retornes a la filosofía como a un maestro de escuela, sino como los que tienen una dolencia en los ojos se encaminan a la esponjita y al huevo, como otro acude a la cataplasma, como otro a la loción. Pues así no pondrás de manifiesto tu sumisión a la razón, sino que reposarás en ella. Recuerda también que la filosofía sólo quiere lo que tu naturaleza quiere, mientras que tú querías otra cosa no acorde con la naturaleza. Porque, ¿qué cosa es más agradable que esto?, ¿no nos seduce el placer por su atractivo? Mas examina si es más agradable la magnanimidad, la libertad, la sencillez, la benevolencia, la santidad. ¿Existe algo más agradable que la propia sabiduría, siempre que consideres que la estabilidad y el progreso proceden en todas las circunstancias de la facultad de la inteligencia y de la ciencia?

Es conveniente meditar sobre la fugacidad de lo existente.
23. Reflexiona repetidamente sobre la rapidez de tránsito y alejamiento de los seres existentes y de los acontecimientos. Porque la sustancia es como un río en incesante fluir, las actividades están cambiando de continuo y las causas sufren innumerables alteraciones. Casi nada persiste y muy cerca está este abismo infinito del pasado y del futuro, en el que todo se desvanece. ¿Cómo, pues, no va a estar loco el que en estas circunstancias se enorgullece, se desespera o se queja en base a que sufrió alguna molestia cierto tiempo e incluso largo tiempo?

¿Qué somos? Una mínima parte de sustancia, un breve intervalo de tiempo.
24. Recuerda la totalidad de la sustancia, de la que participas mínimamente, y la totalidad del tiempo, del que te ha sido asignado un intervalo breve e insignificante, y del destino, del cual, ¿qué parte ocupas?

¡Qué difícil esta enseñanza que sigue!
25. ¿Comete otro una falta contra mí? Él verá. Tiene su peculiar disposición, su peculiar modo de actuar. Tengo yo ahora lo que la común naturaleza quiere que tenga ahora, y hago lo que mi naturaleza quiere que ahora haga.

No hay que dejarse llevar por los impulsos, ni la imaginación, ni buscar el elogio ni el aplauso. Marco Aurelio insiste: ser fiel a nuestra propia constitución. Si ponemos los ojos en los bienes, siempre estaremos ansiosos de más. Respetando y estimando, en cambio, nuestro propio pensamiento seremos hombres satisfechos.
Libro VI:
16. Ni es meritorio transpirar como las plantas, ni respirar como el ganado y las fieras, ni ser impresionado por la imaginación, ni ser movido como una marioneta por los impulsos, ni agruparse como rebaños, ni alimentarse; pues eso es semejante a la evacuación de las sobras de la comida. ¿Qué vale la pena, entonces? ¿Ser aplaudido? No. Por consiguiente, tampoco ser aplaudido por golpeteo de lenguas, que las alabanzas del vulgo son golpeteo de lenguas. Por tanto, has renunciado también a la vanagloria. ¿Qué queda digno de estima? Opino que el moverse y mantenerse de acuerdo con la propia constitución, fin al que conducen las ocupaciones y las artes. Porque todo arte apunta a este objetivo, a que la cosa constituida sea adecuada a la obra que ha motivado su constitución. Y tanto el hombre que se ocupa del cultivo de la vid, como el domador de potros, y el que amaestra perros, persiguen este resultado. ¿Y a qué objetivo tienden con ahínco los métodos de educación y enseñanza? A la vista está, pues, lo que es digno de estima. Y si en eso tienes éxito, ninguna otra cosa te preocupará. ¿Y no cesarás de estimar otras muchas cosas? Entonces ni serás libre, ni te bastarás a ti mismo, ni estarás exento de pasiones. Será necesario que envidies, tengas celos, receles de quienes pueden quitarte aquellos bienes, y tendrás necesidad de conspirar contra los que tienen lo que tú estimas. En suma, forzosamente la persona falta de alguno de aquellos bienes estará turbada y además censurará muchas veces a los dioses. Mas el respeto y la estima a tu propio pensamiento harán de ti un hombre satisfecho contigo mismo, perfectamente adaptado a los que conviven a tu lado y concordante con los dioses, esto es, un hombre que ensalza cuanto aquéllos reparten y han asignado.

Avalancha de cualidades: sencillez, bondad, pureza, respeto, modestia, justicia, benevolencia, afabilidad, responsabilidad. Insiste el autor en ser útil a la comunidad humana. Nos propone el ejemplo de Antonino Pío.
30. ¡Cuidado! No te conviertas en un César, no te tiñas siquiera, porque suele ocurrir. Mantente, por tanto, sencillo, bueno, puro, respetable, sin arrogancia, amigo de lo justo, piadoso, benévolo, afable, firme en el cumplimiento del deber. Lucha por conservarte tal cual la filosofía ha querido hacerte. Respeta a los dioses, ayuda a salvar a los hombres. Breve es la vida. El único fruto de la vida terrena es una piadosa disposición y actos útiles a la comunidad. En todo, procede como discípulo de Antonino; su constancia en obrar conforme a la razón, su ecuanimidad en todo, la serenidad de su rostro, la ausencia en él de vanagloria, su afán en lo referente a la comprensión de las cosas. Y recuerda cómo él no habría omitido absolutamente nada sin haberlo previamente examinado a fondo y sin haberlo comprendido con claridad; y cómo soportaba sin replicar a los que le censuraban injustamente; y cómo no tenía prisas por nada; y cómo no aceptaba las calumnias; y cómo era escrupuloso indagador de las costumbres y de los hechos; pero no era insolente, ni le atemorizaba el alboroto, ni era desconfiado, ni charlatán. Y cómo tenía bastante con poco, para su casa, por ejemplo, para su lecho, para su vestido, para su alimentación, para su servicio; y cómo era diligente y animoso; y capaz de aguantar en la misma tarea hasta el atardecer, gracias a su dieta frugal, sin tener necesidad de evacuar los residuos fuera de la hora acostumbrada; y su firmeza y uniformidad en la amistad; y su capacidad de soportar a los que se oponían sinceramente a sus opiniones y de alegrarse, si alguien le mostraba algo mejor; y cómo era respetuoso con los dioses sin superstición, para que así te sorprenda, como a él, la última hora con buena conciencia.

Magnífico consejo: nuestra alegría debe proceder de los méritos de aquéllos que conviven con nosotros. Las virtudes ajenas se muestran así como modelos, al tiempo que nos producen satisfacción. Todo lo contrario a la envidia
48. Siempre que quieras alegrarte, piensa en los méritos de los que viven contigo, por ejemplo, la energía en el trabajo de uno, la discreción de otro, la liberalidad de un tercero y cualquier otra cualidad de otro. Porque nada produce tanta satisfacción como los ejemplos de las virtudes, al manifestarse en el carácter de los que con nosotros viven y al ofrecerse agrupadas en la medida de lo posible. Por esta razón deben tenerse siempre a mano.



Seguiremos con Marco Aurelio en nuestra próxima entrada.

jueves, 18 de octubre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (III)

Un autor que ofrece siempre hermosas, o al menos útiles y siempre interesantes reflexiones, es Séneca.
Es un autor que tiene acérrimos enemigos y entusiastas seguidores. No soy ni lo uno ni lo otro, pero me gustan mucho ciertos pasajes de su obra, que permiten la reflexión y el manejo de ciertas situaciones desde otro punto de vista.
El cordobés tiene también reflexiones referidas a las relaciones humanas, pero las que aquí ofreceremos rebasan este límite. Hemos querido ofrecerlas, porque, ciertamente, son hermosas y, al tiempo, útiles, ya que tratan sobre aspectos tan diversos como el uso del tiempo, la conveniencia de la paz interior, la necesidad de la amistad y la constancia, o la necesidad de poseer un espíritu de pobreza.
Están todas extraídas de las Epístolas morales a Lucilio, y las ofrecemos en la traducción que, para la edición de Gredos, realizó Don Ismael Roca Meliá, que fuera profesor nuestro de Textos Latinos en la Facultad de Valencia y gran especialista en el filósofo cordobés.
En la primera cita, Séneca hace referencia a varios asuntos. En primer lugar, hay una llamada a la tranquilidad y a la reflexión profunda ante la agitación de los viajes. Después hay algo chocante: el filósofo aconseja la lectura de pocos, pero grandes y reconocidos escritores, y encuentra contraproducente la multitud de libros; en todo caso, respecto a la lectura, da un consejo interesante: ten tantos libros, cuantos puedas leer.
Como costumbre provechosa, Séneca recomienda la meditación diaria de algún pasaje de un autor reconocido.
La última frase de esta primera selección es un canto contra el consumismo y tiene mucho que ver con la austeridad cristiana. Hay que tener lo necesario y, todo lo más, lo suficiente, pero nunca lo superfluo y, aún menos, lo absolutamente prescindible. Pobre es quien ambiciona más. Plenamente actual, sin duda.
Libro I, epístola 2 (Los viajes y las lecturas):
Considero el primer indicio de un espíritu equilibrado poder mantenerse firme y morar en sí.
Mas evita este escollo: que la lectura de muchos autores y de toda clase de obras denote en ti una cierta fluctuación e inestabilidad.
Es conveniente ocuparse y nutrirse de algunos grandes escritores, si queremos obtener algún fruto que permanezca firmemente en el alma. No está en ningún lugar quien está en todas partes. A los que pasan la vida en viajes les acontece esto: que tienen múltiples alojamientos y ningunas amistades. Es necesario que acaezca otro tanto a aquellos que no se aplican al trato familiar de ingenio alguno, sino que los manejan todos al vuelo y con precipitación.
El cuerpo no aprovecha ni asimila el alimento que expulsa tan pronto como lo ingiere; nada impide tanto la curación como el cambio frecuente de remedios; no llega a cicatrizar la herida en la que se ensayan las medicinas; no arraiga la planta que a menudo es trasladada de sitio; nada hay tan útil que pueda aprovechar con el cambio. Disipa la multitud de libros; por ello, si no puedes leer cuantos tuvieres a mano, basta con tener cuantos puedas leer…
Así, pues, lee siempre autores reconocidos y, si en alguna ocasión te agradare recurrir a otros, vuelve luego a los primeros. Procúrate cada día algún remedio frente a la pobreza, alguno frente a la muerte, no menos que frente a las restantes calamidades, y cuando hubieres examinado muchos escoge uno para meditarlo aquel día. Esto es lo que yo mismo hago; de los muchos pasajes que he leído me apropio alguno. El de hoy es éste que he descubierto en Epicuro (pues acostumbro a pasar al campamento enemigo no como tránsfuga, sino como explorador): “cosa honesta – dice – es la pobreza llevada con alegría”.
Mas no es pobreza aquella que es alegre; no es pobre el que tiene poco, sino el que ambiciona más…
¿Preguntas cuál es el límite conveniente de las riquezas? Primero tener lo necesario, luego lo suficiente.
Segunda selección. Elección de los amigos: asunto serio, difícil y profundo. Séneca define al verdadero amigo como aquél en quien confiamos tanto como en nosotros mismos, si le hemos considerado digno de llevar el nombre de amigo, tras un período de “juicio” sobre sus cualidades. Es necedad, en cambio, encariñarse con alguien antes de haber realizado este ejercicio crítico, en el sentido primigenio del término (del griego κριτικός, capaz de juzgar). Elegir un amigo y recibirlo en nuestra amistad requiere larga reflexión; si, realizada ésta, nuestra decisión para aceptarlo como amigo es favorable, lo deberemos acoger con todas las consecuencias y deberá ser nuestro alter ego.
A continuación, Séneca censura tanto el exceso, como el defecto, es decir, tanto a quienes largan confidencias a desconocidos, como a cuantos se muestran cerrados y poco francos con los más queridos.
Libro I, Epístola 3 (Elección de los amigos):
Pero si consideras amigo a uno en quien no confías en la misma medida que en ti mismo, te equivocas de medio a medio y no has valorado con justeza la esencia de la verdadera amistad. Tú, al contrario, examina todas las cosas en el amigo, pero antes que nada a él mismo: una vez contraída la amistad hemos de confiarnos, antes de contraerla hemos de juzgar. Mas invierten el orden de su actuación quienes, en contra de los principios de Teofrasto, juzgan después de haberse encariñado, en vez de encariñarse después de haber juzgado. Reflexiona largo tiempo si debes recibir a alguien en tu amistad. Cuando hayas decidido hacerlo, acógelo de todo corazón: conversa con él con la misma franqueza que contigo mismo…
Algunos cuentan a quienes les salen al paso lo que sólo a los amigos ha de confiarse y largan a los oídos de cualquiera cuanto les atormenta; otros, por el contrario, se resisten a la confidencia incluso con los más queridos y, como gente que, si pudiese, ni siquiera confiaría en sí, ocultan en su interior todo secreto. Ni lo uno ni lo otro ha de hacerse; pues ambas cosas son defectuosas: lo mismo el fiarse de todos, como el no fiarse de nadie; ahora bien, lo primero lo calificaría de vicio más honesto; lo segundo, de más seguro.
De la epístola siguiente seleccionamos una sola frase; en ella se citan tres cualidades realmente valiosas en las relaciones humanas: sentido común, afabilidad y sociabilidad. ¡Nos faltan tantas veces en nuestra relación con los demás que debemos recordarlas para tratar de tenerlas siempre presentes! Libro I, Epístola 5 (Evitar la singularidad y limitar los deseos):
Esto es lo primero que garantiza la filosofía: sentido común, trato afable y sociabilidad, objetivo éste del que nos separará la desemejanza.
Tres ideas he elegido de la epístola sexta.
La primera: quien sabe que es imperfecto y sabe ver sus defectos y asumirlos, tiene “un alma perfeccionada”.
La auténtica amistad no la destruye nada; al contrario, por los amigos hay que dar hasta la vida. Ello nos recuerda la frase del evangelio de Juan (15,13): maiorem hac dilectionem nemo habet, ut animam suam quis ponat pro amicis suis (= nadie tiene más amor que el que da su vida por sus amigos).
Tercero, y muy importante. Hemos de ser nuestros propios amigos. Tiene tres ventajas: está en nuestras manos serlo, evitaremos la soledad, es un inicio para la autoposesión y el dominio de nosotros mismos.
Libro I, Epístola 6 (La verdadera amistad. Hay que convivir con el amigo):
Esta es la prueba cabal de un alma perfeccionada: el que descubre los propios defectos que todavía ignoraba; a ciertos enfermos se les felicita cuando advierten que lo están…
Así, pues, quisiera compartir contigo el súbito cambio experimentado en mí; entonces comenzaría a tener una confianza más firme en nuestra amistad, en aquella amistad auténtica que ni la esperanza, ni el miedo, ni la búsqueda del propio provecho destruyen, en aquella amistad con la que mueren y por la que mueren los hombres…
Entretanto te daré a conocer, ya que te debo el pequeño obsequio diario, la frase de Hecatón que hoy me ha encantado. Dice así: “¿Me preguntas en qué he aprovechado? He comenzado a ser mi propio amigo”. Mucho ha aprovechado: nunca estará solo. Ten presente que un tal amigo es posible a todos.
La epístola 16 es un bello canto a la filosofía, con hermosas metáforas y una frase que destaco: Sin ella nadie puede vivir sin temor, nadie con seguridad.
El párrafo siguiente, dedicado a los deseos surgidos de la naturaleza, se comenta por sí mismo.
Libro II, Epístola 16 (La filosofía es necesaria para la felicidad. Hay que seguir los dictados de la naturaleza):
La filosofía no es una actividad agradable al público, ni se presta a la ostentación. No se funda en las palabras, sino en las obras. Ni se emplea para que transcurra el día con algún entretenimiento, para eliminar del ocio el fastidio: configura y modela el espíritu, ordena la vida, rige las acciones, muestra lo que se debe hacer y lo que se debe omitir, se sienta al timón y a través de los peligros dirige el rumbo de los que vacilan. Sin ella nadie puede vivir sin temor, nadie con seguridad; innumerables sucesos acaecen cada hora que exigen un consejo y éste hay que recabarlo de ella…
Los deseos de la naturaleza son limitados; los que nacen de la falsa opinión no saben dónde terminar, pues no hay término para lo engañoso. El que va por buen camino encuentra un final; el extravío no tiene fin. Aléjate, por tanto, de la vanidad, y cuando quieras saber si lo que pides responde a un deseo natural o a una ciega codicia, examina si pude detenerse en algún punto: si habiendo avanzado un gran trecho, siempre le queda otro más largo, ten por seguro que tal deseo no es natural.

La epístola 23 es una invitación a sentir el auténtico gozo, que nace del alma. Después hace una invitación a la reflexión, a la buena conciencia, a las rectas acciones, a las honestas decisiones, al sereno discurrir de la vida. Casi nada.
Libro III, Epístola 23 (El gozo y el bien verdaderos brotan de la virtud del alma)
Ha llegado a la perfección quien sabe de qué gozar, quien no ha dejado su felicidad al arbitrio ajeno. Anda angustiado e inseguro de sí mismo aquel a quien cautiva alguna esperanza, aunque esté a su alcance conseguirla, aunque sea de fácil acceso, aunque nunca sus esperanzas le hayan defraudado. Éste es tu primer cometido, querido Lucilio: aprende a sentir el gozo… Créeme, el gozo verdadero es cosa seria…
Los metales poco valiosos se explotan a flor de tierra; son, en cambio, muy valiosos aquellos cuyo filón se esconde en profundidad, pronto a corresponder con más abundancia al tesón del excavador. Las diversiones en que se deleita el vulgo brindan un placer ligero y muy superficial, y toda alegría que es afectada, carece de fundamento; ésta de que te hablo, hacia la cual intento conducirte, tiene solidez y se manifiesta más bien en el interior del alma…
Trabaja, te lo ruego, Lucio carísimo, sólo en aquello que puede hacerte feliz. Arroja y pisotea esos objetos que brillan por fuera, que te prometen otros o por otro motivo; atiende al único bien y goza de lo tuyo. ¿Qué quiere decir “de lo tuyo”? De ti mismo y de tu parte más noble…
La apetencia del verdadero bien carece de peligro. ¿Cuál es la naturaleza de éste, preguntas, y de dónde emana? Te lo diré: de la buena conciencia, de las honestas decisiones, de las acciones rectas, del desprecio al azar, del sereno y continuo discurrir de la vida que recorre un solo camino. Porque aquellos que de unos propósitos pasan de golpe a otros, o que ni siquiera pasan sino que son empujados por cualquier eventualidad, ¿cómo, indecisos e inconstantes, pueden mantener una postura segura y duradera?
Pocos son los que mediante la reflexión ponen orden en sí mismos y en sus cosas.

De la Epístola 27 extraemos este mensaje: la virtud es difícil de alcanzar, pero nos proporciona el bien supremo y el esfuerzo merece la pena.
Libro III, Epístola 27 (El esfuerzo por la virtud, bien supremo, es una labor personal)
Trata mejor de conseguir algún bien que permanezca; mas no existe ninguno fuera del que el alma descubre en sí misma. Sólo la virtud proporciona el gozo perenne, seguro; aunque se presente algún obstáculo, éste se interpone a la manera de las nubes que se mueven en las capas bajas y no impiden la claridad.
En esta epístola 37 hallamos el lema de la Universitat Jaume I de Castelló: sapientia sola libertas est. A fe que quien eligió ese lema estaba muy inspirado y acertó en ese lema para una universidad.
La frase: sométete tú mismo a la razón, es también muy hermosa. Muchas personas han dilapidado su vida por no haber aplicado la razón en más ocasiones durante su existencia.
Libro IV, Epístola 37 (El compromiso de la sabiduría)
Cosa rastrera es la necedad, abyecta, despreciable, servil, sometida a muchas y muy violentas pasiones. A estos tan severos déspotas, que a veces mandan por turno, a veces a la par, los aleja de ti la sabiduría que constituye la única libertad. Único es el camino que a ella nos conduce, directamente por cierto; por él no te desviarás. Anda con paso firme. Si quieres someter a ti todas las cosas, sométete tú mismo a la razón. A muchos gobernarás, si la razón te gobernare a ti. Aprenderás de ella qué proyectos debes acometer y de qué manera; no te cogerán de sorpresa los acontecimientos.
Ni uno solo me podrás nombrar que sepa cómo ha comenzado a querer lo que quiere; no le ha conducido a ello su razón, sino que lo ha lanzado su instinto. La fortuna no tropieza con nosotros menos frecuentemente que nosotros con ella. Lo vergonzoso no es que uno vaya a su ritmo, sino que se vea arrastrado y que, inmerso de repente en la vorágine de los acontecimientos, pregunte con sorpresa: “¿Cómo he llegado yo aquí?”.



Vamos con la última epístola seleccionada, en este breve repaso de citas senequianas.
El primer paso para avanzar en el camino hacia la virtud es reconocer nuestros defectos, porque es de nuestro interior de donde surge el mal. Hay una relación entre estas palabras y las que proclama Jesús en el evangelio de Mateo, 15, 11: No mancha al hombre lo que entra por la boca; lo que sale de la boca, eso es lo que mancha al hombre.
Libro V, Epístola 50 (Hemos de reconocer los defectos y confiar en corregirlos)
¿Por qué nos engañamos? Nuestro mal no procede del exterior; se halla dentro de nosotros, radica en nuestras mismas entrañas y la causa de que difícilmente alcanzamos la salud está en desconocer que padecemos la enfermedad. Y caso de que comencemos la curación, ¿cuándo destruiremos la fuerza poderosa de tantas enfermedades?... Hemos de afanarnos; y, para decir la verdad, tampoco es grande el esfuerzo, a condición de que, como he indicado, comencemos a modelar, a reformar nuestra alma antes de que se endurezca en el vicio.
En próximas entradas seguiremos con este repaso a las voces griegas y latinas, en relación con las relaciones interpersonales, la condición humana y la actitud ante determinadas situaciones de la vida.

sábado, 6 de octubre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (II)

En nuestra anterior entrada, primer capítulo de esta serie, explicábamos el propósito de esta nueva tanda de modestas aportaciones al blogosférico universo. En este segundo, iniciamos ya éstas, entre las cuales haremos nuestras propias reflexiones.
Allá vamos. Comenzaremos con algo divertido y, en cierto modo, exagerado. Son los pequeños retratos que Teofrasto hiciera sobre diferentes caracteres de los seres humanos. De su lectura podemos extraer conclusiones interesantes y, de seguro, que en alguno de los caracteres veremos retratado a alguna persona conocida, o con la que en cierta ocasión, tratamos. Es posible incluso, que, en algún aspecto de algún carácter, nos veamos un poquito identificados.
En primer lugar ofrecemos fragmentos de la introducción a la obra citada, que se ofrece en compañía de las cartas de parásitos y cortesanas de Alcifrón, que hace Elisa Ruiz García en la edición de Gredos:
A nuestro modo de ver, el libro de los Caracteres no es otra cosa que una pieza más de esa espléndida maquinaria intelectual que fue el sistema filosófico ideado por el Estagirita (Aristóteles). La obra que comentamos es una mímesis de los defectos – que no de los vicios – que aquejan frecuentemente a la gente mediocre y carente de formación. Las descripciones están realizadas con ese don de la eutrapelia que caracteriza al hombre de ingenio. Gracias a ello se pone en funcionamiento el sutil mecanismo de la risa. La sola presencia de esta manifestación anímica arrastrará consigo los benéficos efluvios ya analizados, permitiendo que surta efecto la intención próxima de la paideía (παιδεία) y su objetivo final de la philantropía (φιλανθρωπία)…
Algo de todo ello queda plasmado en esos esbozos magistrales (el adjetivo se refiere al contenido de los testimonios que son un modelo de fina observación psicológica, sutil ironía y capacidad de concreción; desde el punto de vista de la calidad de la prosa dejan mucho que desear), en los que despacha de un plumazo – apenas una treintena de líneas - el retrato acabado de una forma de ser. Todavía hoy sus descripciones tienen plena vigencia, pues ha sabido captar lo que es esencial y, al mismo tiempo, pertinente en cada tipo psicológico. Buena prueba de su lucidez e inteligencia es la vía narrativa y el tono discursivo empleados. No se trata de sesudas reflexiones o de exquisitas disquisiciones sobre la condición humana en la estricta línea de la investigación aristotélica, sino de una bocanada de humor sano y reconfortante sobre los defectos inherentes a nuestra calidad de seres racionales. La lectura de estos breves capítulos produce un efecto catártico sobre nuestra propia conducta y acrecienta la capacidad de comprensión y de ternura hacia el prójimo y sus debilidades. No hay una visión inmisericorde de nuestros errores ni una actitud punitiva o moralizadora, tan sólo un dibujo hecho con finos trazos e intención caricaturizante.
Hasta aquí algo de lo que podemos leer en la introducción, realmente interesante, de Elisa Ruiz. Concluimos con otro fragmento de esa introducción:
El término griego kharaktēr (χαρακτήρ) servía originariamente para designar el instrumento que deja una huella o graba, por ejemplo, el troquel y, también, el efecto de esta acción, esto es, la impronta marcada. Un uso metafórico del vocablo lo llevó a significar “señal”, “distintivo”. Probablemente bajo esta acepción lo utilizó Teofrasto, quien, tal vez, introdujo la novedad de aplicarlo al alma humana. Según P. Steinmetz, el plural que figura como título de la obra estaría justificado por ser una denominación genérica, algo así como “rasgos”.

Los 30 caracteres que describe Teofrasto son:

  1. Del fingimiento.
  2. De la adulación.
  3. De la charlatanería.
  4. De la rusticidad.
  5. De la oficiosidad.
  6. De la desvergüenza.
  7. De la locuacidad.
  8. De la novelería.
  9. De la gorronería.
  10. De la sordidez.
  11. Del gamberrismo.
  12. De la inoportunidad.
  13. Del entrometimiento.
  14. De la torpeza.
  15. De la grosería.
  16. De la superstición.
  17. De la insatisfacción de su propia suerte.
  18. De la desconfianza.
  19. De la guarrería.
  20. De la impertinencia.
  21. De la vanidad.
  22. De la tacañería.
  23. De la manía de grandezas.
  24. De la altanería.
  25. De la cobardía.
  26. De la oligarquía.
  27. Del afán tardío de educación.
  28. De la maledicencia.
  29. De la afición a la maldad.
  30. De la codicia

Probablemente haya quien no vea relación entre la introducción que ofrecíamos en la anterior entrada y la obra con la que iniciamos los textos clásicos que tratan sobre las relaciones humanas. Nosotros creemos que hay que tener claro que los seres humanos están caracterizados por una serie de distintivos o marcas (caracteres) que los hacen especiales y únicos. Es cierto que podemos englobar en determinado carácter a un grupo grande de personas; mejor expresado, hay personas de caracteres muy afines. El carácter indudablemente nos modela y, a veces, es un impedimento, o una ventaja, para nuestras relaciones. Alguien dirá, con razón, que un ser humano es algo único e irrepetible, y es cierto, pero no se nos escapa que determinado número de individuos responden a unos distintivos o marcas comunes.
De todos estos caracteres que presenta Teofrasto ofreceremos aquéllos que consideramos más frecuentes, que son más graciosos o que se acercan al de algunas personas con las que, de seguro, hemos tratado. Evidentemente, los lectores deberán cambiar las circunstancias y situaciones de la Grecia antigua por situaciones de la actualidad y entender que hay cierto grado de hipérbole en la descripción teofrástica. Asimismo, a buen seguro que nuestras mentes sabrán establecer comparaciones entre las situaciones o ejemplos que describe Teofrasto sobre cada carácter y los que se puedan producir hoy en día.
Del primer ejemplo que aportamos, seguro que conocemos alguna persona. No es un rasgo raro o insólito entre las personas. También es interesante destacar que conocer los caracteres-tipo de ciertos individuos nos permite saber tratarlos mejor, con más conocimiento de causa.
Veamos ya qué es un charlatán.
De la charlatanería.
La charlatanería es una propensión a hablar mucho y fuera de propósito. El charlatán es un individuo capaz de sentarse al lado de alguien a quien no conoce y, para empezar, le hace el canto de su propia esposa; luego, le cuenta lo que ha soñado la noche anterior; después, describe con todo lujo de detalles lo que tuvo para cenar. A continuación, pasando de un tema a otro, afirma que los hombres de hoy son mucho peores que los de antaño, y que el trigo en el mercado está a muy buen precio, y que hay una gran afluencia de extranjeros, y que a partir de las Dionisias el mar es de nuevo navegable, y que si Zeus mandara más lluvia, mejoraría la situación del campo, y lo que cultivará en su tierra el año próximo, y que la vida está difícil, y que Damipo ha consagrado una antorcha grandísima en los Misterios, y cuántas son las columnas del Odeón, y “Ayer vomité” y “¿Qué día es hoy?”. Si se le aguanta, él no ceja: “en el mes de Boedromión se celebran los Misterios; en el de Pianepsión, las Apaturias, y en el de Posideón, las Dionisias rurales”.
[Es preciso huir a todo meter de tales individuos, si se quiere evitar una calentura. Pues resulta trabajoso pararle los pies a los que no distinguen entre la actividad y el ocio]

Hay personas que decimos que tienen el don de la inoportunidad. Todos sabemos a qué nos referimos. Teofrasto exagera un poco, pero los ejemplos que pone son bastante próximos (mutatis mutandis, claro está).
De la inoportunidad.
La inoportunidad es una intervención extemporánea que perturba a las personas de nuestro entorno. El inoportuno actúa de la forma siguiente. Se acerca a hacerle sus confidencias a alguien, cuando precisamente está ocupado. Intenta cortejar a su amada, en una ocasión en que ella está con fiebre. Va a pedirle que sea su fiador a un individuo que acaba de ser condenado por un asunto de garantías. Se presenta como testigo de una causa que ya ha sido juzgada. Invitado a una boda, pronunciará duras acusaciones contra el sexo femenino. Al que acaba de llegar de una larga caminata, le propondrá dar un paseo. Asimismo, es capaz de traerle un comprador que ofrece más a quien ha cerrado un trato, y de levantarse y explicar todo desde el principio a los que ya tienen noticias y están al cabo del asunto. Pone todo su empeño en prestar unas atenciones que el interesado no desea, pero que, por pudor, no sabe rehusar. Cuando unas personas están celebrando un banquete, tras un sacrificio, se presenta para reclamar unos intereses. Si delante de él se azota a un esclavo, él explicará que en una ocasión un criado suyo se ahorcó después de un castigo similar. En el caso de que actúe de árbitro en un litigio, incita a las partes contendientes, a pesar de que ambas deseen una conciliación. Y arrastra a bailar a alguien que no está bajo los efectos del vino.
Todos conocemos personas groseras. El diccionario de la RAEL define así “grosero”: basto, ordinario y sin arte // descortés, que no observa decoro ni urbanidad.
De éstos hay muchos.
De la grosería.
La grosería es una tosquedad en el trato que se manifiesta verbalmente. El grosero, si alguien le pregunta: “¿Dónde está Fulano?”, replica: “Y a mí que me importa.” Cuando se le saluda, no contesta. Si vende algo, no dice a sus compradores el precio que pide, sino que inquiere cuáles son las pretensiones del cliente. A los que le dan muestras de estima y le envían algún obsequio con motivo de las fiestas, él objeta que no le resultará regalado. Es incapaz de perdonar a quien le mancha, le empuja o le pisa involuntariamente. Al amigo que le pide su contribución en un préstamo, primero se la niega, y luego, se presenta con ella, afirmando que se trata de un dinero perdido. Si da un tropezón en el camino, se pone a maldecir la piedra. No consiente aguardar a alguien por mucho tiempo. Tampoco accede a cantar, recitar o bailar. E, incluso, se atreve a no implorar a los dioses.
El impertinente, dice la RAE, es aquél excesivamente susceptible; que muestra desagrado por todo, y pide o hace cosas que son fuera de propósito.
Voy a contar algo que me ocurrió este verano con una persona a la que califico de impertinente.
Aeropuerto de Schiphol en Amsterdam. Vengo de un vuelo desde Budapest y debo conectar con otro de KLM Amsterdam-Madrid. Vamos con retraso, muy justos de tiempo para coger la conexión. Buscamos la puerta de embarque e iniciamos un largo recorrido por el aeropuerto siguiendo la estela de los paneles luminosos amarillos. Llegamos a un control de pasaportes. Los nervios, las prisas, la necesidad de asegurarse o de confirmarse en lo que se sabe, me hacen preguntar, en mi pésimo inglés, a la moza holandesa, funcionaria de aduanas, si por allí vamos a la puerta D28. Era una pregunta casi retórica, hecha para escuchar un tranquilizador, y también esperado, sí. La señorita, en efecto, pudiera haber dicho simplemente: “sí, señor = Yes, sir”. Pues no. Me pregunta en inglés: ¿Usted que piensa? ¿Usted ve el cartel luminoso? ¿Qué pone allí? Y no sé qué más. Todo esto con un tono y una cara de auténtica IMPERTINENTE. Me quedé con ganas de decirle algo feo en valenciano, pero me aguanté. Esta persona demostró unas nefastas condiciones para trabajar cara al público y un don de gentes, como suele decirse, a la altura del betún. Me pasé todo el viaje de vuelta a Madrid en avión y a Castellón en coche pensando en ello. Me provocó un malestar durante unos días, hasta que di con este texto de Teofrasto y me dije: “aquí está”, sobre todo por la frase:” Entretiene a los que están a punto de embarcarse”; esta chica es una impertinente, o al menos a mí me lo pareció.
De la impertinencia.
La impertinencia es, en lo que a tañe a su definición, una forma de trato que, sin dañar, causa fastidio. El impertinente es un individuo capaz de ir y despertar a uno que acaba de dormirse para hablar con él. Entretiene a los que están a punto de embarcarse, y, en cambio, si vienen a visitarle, pide que aguarden hasta que vuelva del paseo. A la nodriza le quita el niño de los brazos y le da de comer masticándole él mismo los alimentos, y, al tiempo que lo besuquea, utiliza diminutivos cariñosos y lo llama “bribonada de su abuelo”. Mientras come, cuenta que ha evacuado por arriba y por abajo gracias al eléboro, que ha bebido, y que en sus deposiciones la bilis era más negra que la sopa que está sobre la mesa. No le importa preguntar en presencia del servicio: “Dime, mamá, ¿qué día era cuando tuviste los dolores y me pariste?” Afirma que en su casa el agua está fría gracias a un depósito; que su huerto produce verduras de todas clases y muy tiernas; que su cocinero tiene muy buena mano; que su vivienda se asemeja a un albergue, pues siempre está llena, y que sus amigos son como una vasija agujereada, ya que no consigue hartarlos, a pesar de sus buenos oficios. Cuando actúa de anfitrión, le ensalza a su compañero de mesa los méritos de su parásito, y, al tiempo, que los invita a beber, les declara que ha preparado una grata sorpresa a los comensales y que, si así lo desean, el esclavo irá a buscarla a casa del proxeneta para que “Todos oigamos su música y disfrutemos.”
Y con el impertinente concluimos el pequeño desfile de caracteres teofrásticos.
La intención de este segundo capítulo:
· tener claro que las personas tienen unas características, según las cuales, se pueden agrupar (siendo, no obstante, únicas e irrepetibles, y dotadas de intrínseca dignidad).
· aprender a tratar a las personas a partir del conocimiento de estos caracteres, huyendo, eso sí, siempre de los prejuicios, los estereotipos y las imágenes preconcebidas. Pensamos que no debemos confundir prejuicio o estereotipo con carácter, característica.
· Es decir, cuanto más conozcamos al ser humano mejor podremos interconectar, relacionarnos y comunicarnos con él.