jueves, 1 de marzo de 2007

Una frase, dos contextos


Cuando estudiaba en la facultad de Filología de Valencia, nuestra profesora de Sintaxis Griega, Doña Mª Antonia Corbera Lloveras, nos hacía estudiar la sintaxis aprendiendo de memoria los ejemplos de la literatura griega en los que aparecían los conceptos que estudiábamos. Debíamos aprender tanto el ejemplo como el pasaje donde aparecía y su autor. Usábamos para ello la Gramática Histórica Griega del Reverendo Doctor Don Sebastián Cirac Estopañán, canónigo archivero de Cuenca.
Siempre agradeceré aquel método de aprendizaje, porque me ha permitido adquirir los conocimientos sintácticos que ahora poseo. Todavía recuerdo de memoria muchas frases que aprendíamos para ejemplificar los conceptos sintácticos estudiados. Las entradas que dediqué a la tragedia Áyax de Sófocles estuvieron motivadas por un verso (el 665) de dicha obra que sabía de memoria, pero que, equivocadamente, yo atribuía a Esquilo. Ya se sabe, la memoria se va perdiendo con la edad, y la juventud es la única enfermedad que se cura con el tiempo.
Uno de esos ejemplos que aprendí era parte del verso 333 del libro X de la Odisea de Homero. Dicho pasaje servía ejemplo de lo que aquella gramática señalaba como dativo locativo de situación adquirida con verbos de movimiento, y, en concreto, con verbos de colocar (τιθέναι¸”poner, colocar” y semejantes).
El ejemplo exacto era: κολεῷ μὲν ἄορ θέο k (= Odisea, X) 333 “coloca la espada en la vaina”, donde el dativo locativo, lógicamente, es κολεῷ (del sustantivo κολεός / κολεόν, κολεοῦ, que significa “vaina” o “estuche”).
Esta palabra en Homero aparece dos veces en genitivo con terminación –οιο:
Ilíada, I, 194 ἕλκετο δ᾿ ἐκ κολεῖο μέγα ξίφος, ἦλθε δ᾿ ᾿Αθήνη (y sacaba de la vaina la gran espada, y llegó Atenea).
Ilíada XII, 190 αὖτις δ᾿ ἐκ κολεῖο ἐρυσσάμενος ξίφος ὀξύ (y luego sacando de la vaina la aguda espada).
una vez en acusativo:
Odisea VIII, 404 ἀργυρέη, κολεὸν δὲ νεοπρίστου ἐλέφαντος (plateado, y su vaina de marfil aserrado)
dos en dativo:
Ilíada, VII, 304 y XXIII, 825 σὺν κολεῷ τε φέρων καὶ ἐϋτμήτῳ τελαμῶνι (ofreciéndosela con la vaina y el bien cortado ceñidor).
Y una en la Odisea, la que nos ocupa, X, 333.
De esta palabra procede el término coleóptero. Coleóptero se dice de los insectos que tienen boca dispuesta para masticar, caparazón consistente y dos élitros córneos que cubren dos alas membranosas, plegadas al través cuando el animal no vuela; p. ej., el escarabajo, el cocuyo, la cantárida y el gorgojo.
El verbo de movimiento es θέο, 2ª persona del singular del imperativo de aoristo medio, sin contracción, como es habitual en Homero, del verbo τίθημι, “poner, colocar”.
El sustantivo ἄορ designa una espada ancha y fuerte, pues Ulises, en la Odisea, la usa para cavar un hoyo. Más tarde designa un tridente, e incluso el cuerno del rinoceronte. Aparece en composición como Χρυσάωρ (espada de oro) usado como epíteto de Apolo, Deméter, Ártemis y Orfeo. Crisaor es también el nombre del hijo de Posidón y Medusa, nacido, como su hermano Pegaso, el caballo alado, del cuello de la Gorgona, muerta por Perseo.
Aparece doce veces en la Ilíada en dativo:
Ilíada X, 484 (ἄορι θεινομένων, ἐρυθαίνετο δ᾿ αἵματι γαῖα = de los moribundos por la espada, y la tierra enrojecía de sangre), repetido en XXI, 21, con una ligera variante (ἄορι θεινομένων, ἐρυθαίνετο δ᾿ αἵματι ὕδωρ = de los moribundos por la espada, y el agua enrojecía de sangre) y 489 (ὅν τινα Τυδεΐδης ἄορι πλήξειε παραστάς = a todo el que el Tidida acercándose golpeaba con la espada) .
XI, 240 (σπάσσατο· τὸν δ᾿ἄορι πλῆξ᾿ αὐχένα, λῦσε δὲ γυῖα = tiró y le golpeó el cuello con la espada y le dobló los miembros) y 265 (ἔγχεΐ τ᾿ ἄορί τε μεγάλοισί τε χερμαδίοισιν = con la pica, con la espada y con enormes guijarros), repetido en XI, 541.
XVI, 115 (πλῆξ᾿ ἄορι μεγάλῳ αἰχμῆς παρὰ καυλὸν ὄπισθεν = golpeó con la gran espada a la altura del casquete bajo la punta).
ΧΧ, 290 (τὸν δέ κε Πηλεΐδης σχεδὸν ἄορι θυμὸν ἀπηύρα = y el Pelida le habría arrebatado de cerca la vida con la espada).
ΧΧ, 378 (μή πως σ᾿ἠὲ βάλῃ ἠὲ σχεδὸν ἄορι τύψῃ = no sea que te acierte o te golpee de cerca con la espada).
ΧΧ, 462 (τὸν μὲν δουρὶ βαλών, τὸν δὲ σχεδὸν ἄορι τύψας = a uno de un disparo de lanza y a otro de un tajo con la espada).
XXI, 179 (ἀλλὰ πρὶν ᾿Αχιλεὺς σχεδὸν ἄορι θυμὸν ἀπηύρα = pero antes Aquiles le arrebató la vida de cerca con la espada).
ΧΧΙ, 208 (χέρσ᾿ὕπο Πηλεΐδαο καὶ ἄορι ἶφι δαμέντα = doblegado con la espada por la fuerza a manos del Pelida).
Siete en la Odisea en acusativo singular, VIII, 403 (δώσω οἱ τόδ᾿ ἄορ παγχάλκεον, ᾧ ἔπι κώπη = le daré esta espada toda de bronce y en ella un puño), X, 321 (formando una fórmula: ὣς φάτ᾿, ἐγὼ δ᾿ἄορ ὀξὺ ἐρυσσάμενος παρὰ μηροῦ = tal dijo, mas yo la afilada espada sacando del costado), X, 33 (la que nos ocupa ἀλλ᾿ ἄγε δὴ κολεῷ μὲν ἄορ θέο, νῶϊ δ᾿ ἔπειτα), X, 439 (σπασσάμενος τανύεκης ἄορ παχέος παρὰ μηροῦ = sacando la bien cortante espada del flanco robusto), XI, 24 (la misma fórmula que X, 321 ἔσχον· ἐγὼ δ᾿ἄορ ὀξὺ ἐρυσσάμενος παρὰ μηροῦ), XI, 231 (la misma fórmula que X, 439 σπασσάμενος τανύεκης ἄορ παχέος παρὰ μηροῦ), y XIX, 241 (καί οἱ ἐγὼ χάλκειον ἄορ καὶ δίπλακα δῶκα = por mi parte una espada de bronce le di y un gran manto).
Una en la Odisea en acusativo plural:
Odisea, XVII, 222 (αἰτίζων ἀκόλους, οὐκ ἄορα οὐδὲ λέβητας). La edición de Allen lee ἄορας.
El verso 333 del libro X de la Odisea dice en su totalidad:
ἀλλ᾿ ἄγε δὴ κολεῷ μὲν ἄορ θέο, νῶϊ δ᾿ ἔπειτα = pero, ¡ea! mete la espada en la vaina y ahora los dos…
Es un verso holodáctilo, que da sensación de rapidez, con cesuras tritemímeres (tras δὴ), pentemímeres femenina (tras μὲν) y heptemímeres (tras ἄορ). Las diéresis tras ἄγε, y la llamada bucólica tras θέο, completan las pausas métricas de este verso.
Titulamos esta entrada Una frase, dos contextos, porque este verso homérico siempre me traía a la memoria una frase de significación muy similar, pero dicha en un contexto totalmente diferente. Es una frase que escucho todos los años, en castellano eso sí, en la proclamación de la Pasión de Cristo en los oficios del Viernes Santo. Pertenece al evangelio de Juan, 18, 11.
La frase en cuestión es:
Βάλε τὴν μάχαιραν εἰς τὴν θήκην
Si el verso homérico lo reducimos a las palabras que aparecen en la Gramática de Cirac, tenemos exactamente el mismo significado que en Juan, sólo que expresado con otro verbo y otros sustantivos.
En efecto, al θέο de Homero (del verbo τίθημι) le corresponde en Juan βάλε, 2ª persona del singular del imperativo de aoristo activo, llamado 2º, del verbo βάλλω, que significa “lanzar”, pero también “poner, colocar, meter”.
El arma homérica (ἄορ) es en Juan μάχαιραν, arma también presente en Homero. En el Nuevo Testamento esta palabra puede designar varios conceptos: un cuchillo grande usado par sacrificar animales y cortar la carne; una espada pequeña; una espada curva para cortar; la discordia o la guerra. La palabra latina que equivale a la griega es gladius. La versión latina dice: mitte gladium in vaginam (de vaginam precisamente deriva vaina), aunque algún manuscrito añade tuum.
La encontramos también en Homero, en efecto, en los siguientes versos:
Ilíada III, 271 y XIX 252 ᾿Ατρεΐδης δὲ ἐρυσσάμενος χείρεσσι μάχαιραν (el Atrida desenfundó con ambas manos el cuchillo).
Ilíada XI, 844 ἔνθά μιν ἐκτανύσας ἐκ μηροῦ τάμνε μαχαίρῃ (lo tendió encima y con el cuchillo le extrajo del muslo).
Ilíada XVIII, 597 καί ῥ᾿ αἱ μὲν καλὰς στεφάνας ἔχον, οἱ δὲ μαχαίρας (además ellas sujetaban bellas guirnaldas y ellos dagas).
Respecto al receptáculo de la espada que en Homero era κολεῷ, un dativo sin preposición ni artículo, en Juan aparece la palabra θήκη, en acusativo, con artículo y la preposición de acusativo, indicando dirección εἰς. Esta palabra significa: “caja, recipiente, cofre, estuche” y deriva del verbo τίθημι, por lo que está relacionada con el verbo que utiliza Homero en el verso odisaico. Recordemos, por otra parte, que de esta palabra derivan, entre otras, discoteca, fonoteca, hemeroteca, biblioteca, hipoteca, o la propia teca que tiene dos significados:
1. f. Cajita donde se guarda una reliquia.
2. f. Bot. Célula en cuyo interior se forman las esporas de algunos hongos.
En Heródoto (I, 67) significa “tumba”.
En Sófocles (Electra; 896; Edipo en Colono, 1763) significa también “tumba” o “piedra sepulcral”.
Igualmente en Plutarco (Vidas Paralelas, Teseo, 27, 8).
Descubrimos, por tanto, que el significado en ambos pasajes es el mismo, pero no así el contexto que pasamos a exponer.
El primer ejemplo está inserto en la aventura experimentada por Ulises con la maga Circe. Creemos que lo más conveniente es ofrecer la traducción que de los versos que preceden a nuestra frase realizara Luis Segalá
Llegamos luego a la isla Eea, donde moraba Circe, la de lindas trenzas, deidad poderosa, dotada de voz, hermana carnal del terrible Eetes: pues ambos fueron engendrados por el Helios, que alumbra a los mortales, y tienen por madre a Perse, hija del Océano.
140 Acercamos silenciosamente el barco a la ribera, haciéndolo entrar en un amplio puerto y alguna divinidad debió de conducirnos. Saltamos en tierra, permanecimos echados dos días con sus noches, y nos roían el ánimo el cansancio y los pesares. Mas al punto que Eos, de lindas trenzas, nos trajo el día tercero, tomé mi lanza y mi aguda espada y me fui prestamente desde la nave a una atalaya, por si conseguía ver labores de hombres mortales u oír su voz. Y, habiendo subido a una altura muy escarpada me paré y aparecióseme el humo que se alzaba de la espaciosa tierra, en el palacio de Circe, entre un espeso encinar y una selva. Al punto que divisé el negro humo, se me ocurrió en la mente y en el ánimo ir yo en persona a enterarme; mas, considerándolo bien, parecióme mejor regresar a la orilla, donde se hallaba la velera nave, disponer que comiesen mis compañeros y enviar a algunos para que se informaran. Emprendí la vuelta, y ya estaba a poca distancia del corvo bajel, cuando algún dios me tuvo compasión al verme solo, y me deparó en el camino un gran ciervo de altos cuernos; que desde el pasto de la selva bajaba al río para beber, pues el calor del sol le había entrado. Apenas se presentó, acertéle con la lanza en el espinazo, en medio de la espalda, de tal manera que el bronce lo atravesó de lleno en lleno. Cayó el ciervo, quedando tendido en el polvo, y perdió la vida.
164 Lleguéme a él y saquéle la broncínea lanza, poniéndola en el suelo; arranqué después varitas y mimbres, y formé una soga como de una braza, bien torcida de ambas partes, con la cual pudiera atar juntos los pies de la enorme bestia. Me la colgué al cuello y enderecé mis pasos a la negra nave, apoyándome en la pica; ya que no hubiera podido sostenerla en la espalda con solo la otra mano, por ser tan grande aquella pieza. Por fin la dejé en tierra, junto a la embarcación; y comencé a animar a mis compañeros acercándome a los mismos y hablándoles con dulces palabras:
174 —¡Amigos! No descenderemos a la morada de Hades aunque nos sintamos afligidos, hasta que no nos llegue el día fatal. Mas, ea, en cuanto haya víveres y bebida en la embarcación, pensemos en comer y no nos dejemos consumir por el hambre.
78 Así les dije; y, obedeciendo al instante mis palabras quitáronse la ropa con que se habían tapado allí en la playa del mar estéril, y admiraron el ciervo, pues era grandísimo aquel bestión. Después que se hubieron deleitado en contemplarlo con sus propios ojos, laváronse las manos y aparejaron un banquete espléndido.
183 Y ya todo el día, hasta la puesta del sol, estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino. Cuando el sol se puso y llegó la noche nos acostamos en la orilla del mar.
187 Pero, no bien se descubrió la hija de la mañana, Eos de rosáceos dedos, reuní en junta a mis amigos y les hablé de esta manera:
189 —Oíd mis palabras compañeros, aunque padezcáis tantos males. ¡Oh amigos! Puesto que ignoramos dónde está el poniente y el sitio en que aparece la aurora, por dónde Helios que alumbra a los mortales desciende debajo de la tierra y por dónde vuelve a salir; examinemos prestamente si nos será posible tomar alguna resolución, aunque yo no lo espero. Desde escarpada altura he contemplado esta isla, que es baja y a su alrededor forma una corona el ponto inmenso y con mis propios ojos he visto salir humo de en medio de ella, por entre los espesos encinares y la selva.
198 Así dije. A todos se les quebraba el corazón acordándose de los hechos del legistrón Antífanes y de las violencias del feroz Ciclope, que se comían a los hombres, y se echaron a llorar ruidosamente, vertiendo abundantes lágrimas; aunque de nada les sirvió su llanto.
203 Formé con mis compañeros de hermosas grebas dos secciones, a las que di sendos capitanes; pues yo me puse al frente de una y el deiforme Euríloco mandaba la otra. Echamos suertes en broncíneo yelmo y, como saliera la del magnánimo Euríloco, partió con veintidós compañeros que lloraban, y nos dejaron a nosotros, que también sollozábamos. Dentro de un valle y en lugar vistoso descubrieron el palacio de Circe, construido de piedra pulimentada. En torno suyo encontrábanse lobos montaraces y leones, a los que Circe había encantado, dándoles funestas drogas; pero estos animales no acometieron a mis hombres, sino que, levantándose, fueron a halagarles con sus colas larguísimas. Bien así como los perros halagan a su amo siempre que vuelve del festín, porque les trae algo que satisface su apetito; de esta manera los lobos de uñas fuertes y los leones fueron a halagar a mis compañeros que se asustaron de ver tan espantosos monstruos. En llegando a la mansión de la diosa de lindas trenzas, detuviéronse en el vestíbulo y oyeron a Circe que con voz pulcra cantaba en el interior, mientras labraba una tela grande divinal y tan fina, elegante y espléndida, como son las labores de las diosas.
224 Y Polites, caudillo de hombres, que era para mi el mas caro y respetable de los compañeros, empezó a hablarles de esta manera:
226 —¡Oh amigos! En el interior está cantando hermosamente alguna diosa o mujer que labra una gran tela, y hace resonar todo el pavimento. Llamémosla cuanto antes.
229 Así les dijo; y ellos la llamaron a voces. Circe se alzó en seguida, abrió la magnífica puerta, los llamó y siguiéronla todos imprudentemente, a excepción Euríloco, que se quedó fuera por temor a algún daño.
233 Cuando los tuvo adentro, los hizo sentar en sillas y sillones, confeccionó un potaje de queso, harina y miel fresca con vino de Pramnio,
y echó en él drogas perniciosas para que los míos olvidaran por entero la tierra patria.
237 Dióselo, bebieron, y, de contado, los tocó con una varita y los encerró en pocilgas. Y tenían la cabeza, la voz, las cerdas y el cuerpo como los puercos, pero sus mientes quedaron tan enteras como antes. Así fueron encerrados y todos lloraban; y Circe les echó, para comer, fabucos, bellotas y el fruto del cornejo, que es lo que comen los puercos, que se echan en la tierra.
244 Euríloco volvió sin dilación al ligero y negro bajel, para enterarnos de la aciaga suerte que les había cabido a los compañeros. Mas no le era posible proferir una sola palabra, no obstante su deseo, por tener el corazón sumido en grave dolor; los ojos se le llenaron de lágrimas y su ánimo únicamente en sollozar pensaba. Todos le contemplábamos con asombro y le hacíamos preguntas, hasta que por fin nos contó la pérdida de los demás compañeros.
251 —Nos alejamos por el encinar como mandaste, preclaro Odiseo, y dentro de un valle y el lugar vistoso descubrimos un hermoso palacio, hecho de piedra pulimentada. Allí. alguna diosa o mujer cantaba con voz sonora, labrando una gran tela. Llamáronla a voces. Alzóse en seguida, abrió la magnífica puerta, nos llamó, y siguiéronla todos imprudentemente; pero yo me quedé afuera, temiendo que hubiese algún engaño. Todos a una desaparecieron y ninguno ha vuelto a presentarse, aunque he permanecido acechándolos un buen rato.
261 Así dijo. Yo entonces, colgándome del hombro la grande broncínea espada, de clavazón de plata, y tomando el arco, le mandé que sin pérdida de tiempo me guiase por el camino que habían seguido. Mas él comenzó a suplicarme abrazando con entrambas manos mis rodillas; y entre lamentos decíame estas aladas palabras:
266 —¡Oh alumno de Zeus! No me lleves allá, mal de mi grado; déjame aquí; pues sé que no volverás ni traerás a ninguno de tus compañeros. Huyamos en seguida con los presentes, que aún nos podremos librar del día cruel.
270 Así me habló; y le contesté diciendo:
—¡Euríloco! Quédate tú en este lugar, a comer y a beber junto a la cóncava y negra embarcación; mas yo iré, que la dura necesidad me lo manda.
274 Dicho esto, alejéme de la nave y del mar. Pero cuando, yendo por el sacro valle, estaba a punto de llegar al gran palacio de Circe, la conocedora de muchas drogas, y ya enderezaba mis pasos al mismo, salióme al encuentro Hermes, el de la áurea vara, en figura de un mancebo barbiponiente y graciosísimo en la flor de la juventud. Y tomándome la mano, me habló diciendo:
281 —¡Ah infeliz! ¿Adónde vas por esos altozanos, solo y sin conocer la comarca? Tus amigos han sido encerrados en el palacio de Circe, como puercos, y se hallan en pocilgas sólidamente labradas. ¿Vienes quizá a libertarlos? Pues no creo que vuelvas, antes te quedarás donde están ellos. Ea, quiero preservarte de todo mal, quiero salvarte; toma este excelente remedio que apartará de tu cabeza el día cruel, y ve a la morada de Circe, cuyos malos intentos ha de referirte íntegramente. Te preparará una mixtura y te echará drogas en el manjar; mas, con todo eso, no podrá encantarte porque lo impedirá el excelente remedio que vas a recibir. Te diré ahora lo que ocurrirá después. Cuando Circe te hiriere con su larguísima vara, tira de la aguda espada que llevas cabe el muslo, y acométela como si desearas matarla. Entonces, cobrándote algún temor te invitará a que yazgas con ella; tú no te niegues a participar del lecho de la diosa, para que libre a tus amigos y te acoja benignamente, pero hazle prestar el solemne juramento de los bienaventurados dioses de que no maquinará contra ti ningún otro funesto daño: no sea que, cuando te desnudes de las armas, te prive de tu valor y de tu fuerza.
302 Cuando así hubo dicho, el Argifontes me dio el remedio, arrancando de tierra una planta cuya naturaleza me enseñó. Tenía negra la raíz y era blanca como la leche su flor, llamándola moly los dioses, y es muy difícil de arrancar para un mortal; pero las deidades lo pueden todo.
307 Hermes se fue al vasto Olimpo, por entre la selvosa isla; y yo me encaminé a la morada de Circe, revolviendo en mi corazón muchas trazas.
310 Llegado al palacio de la diosa de lindas trenzas, paréme en el umbral y empecé a dar gritos; la deidad oyó mi voz y, alzándose al punto, abrió la magnífica puerta y me llamó, y yo, con el corazón angustiado, me fui tras ella. Cuando me hubo introducido, hízome sentar en una silla de argénteos clavos, hermosa, labrada, con un escabel para los pies; y en copa de oro preparóme la mixtura para que bebiese, echando en la misma cierta droga y maquinando en su mente cosas perversas. Mas, tan luego como me la dio y bebí, sin que lograra encantarme, tocóme con la vara mientras me decía estas palabras:
320 —Ve ahora a la pocilga y échate con tus compañeros. Así habló. Desenvainé la aguda espada que llevaba cerca del muslo y arremetí contra Circe, como deseando matarla. Ella lanzó agudos gritos, se echó al suelo, me abrazó por las rodillas y me dirigió entre sollozos, estas aladas palabras:
325 —¿Quién eres y de qué país procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus padres? Me tiene suspensa que hayas bebido estas drogas sin quedar encantado, pues ningún otro pudo resistirlas tan luego como las tomó y pasaron el cerco de sus dientes. Alienta en tu pecho un ánimo indomable. Eres sin duda aquel Odiseo de multiforme ingenio, de quien me hablaba siempre el Argifontes que lleva áurea vara, asegurándome que vendrías cuando volvieses de Troya en la negra y velera nave. Mas, ea, envaina la espada y vámonos a la cama para que, unidos por el lecho y el amor, crezca entre nosotros la confianza.
336 Así se expresó; y le repliqué diciendo:
—¡Oh, Circe! ¿Cómo me pides que te sea benévolo, después que en este mismo palacio convertiste a mis compañeros en cerdos y ahora me detienes a mí, maquinas engaños y me ordenas que entre en tu habitación y suba a tu lecho a fin de privarme del valor y de la fuerza, apenas deje las armas? Yo no querría subir a la cama, si no te atrevieras, oh diosa, a prestar solemne juramento de que no maquinarás contra mí ningún otro pernicioso daño.
345 Así le dije. Juró al instante, como se lo mandaba. Y en seguida que hubo prestado el juramento, subí al magnífico lecho de Circe.

El segundo pasaje aparece en la llamada escena del huerto. Tras su sermón en el cenáculo y la llamada oración sacerdotal por sus discípulos y la Iglesia futura, Jesús sale del cenáculo y se dirige a Getsemaní (del hebreo gat shemen, “prensa de aceite”), al otro lado del Cedrón, riachuelo que discurre entre el monte de los Olivos y la muralla oriental de Jerusalén. Está en el fondo del valle de Josafat, que debe su nombre a una gruta llamada tumba de Josafat. Para los judíos el valle de Josafat (en hebreo “Dios juzga”) será el escenario del juicio final. Esta creencia, fundada en Joel 3, 12, ha hecho del valle del Cedrón una gran necrópolis.
Transcribimos los versículos anteriores a nuestra frase concreta:
1 Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. 2 Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. 3 Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. 4 Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?» 5 Le contestaron: «A Jesús el Nazareno.» Díceles: «Yo soy.» Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. 6 Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. 7 Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». 8 Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.» 9 Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno.» 10 Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. 11 Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?» 12 Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron 13 y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suero de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año.

Bueno, hasta aquí esta entrada que no tenía otra pretensión que compartir con aquéllos que nos lean esta, llamémosle, curiosidad o coincidencia, que hace tiempo nos sorprendía. Muchos dirán: ¡qué bobada de asunto!, ¡qué mezcla tan rocambolesca, Getsemaní, armas homéricas, Circe! ¿y a nosotros qué? ¡qué aportación tan prescindible! Y tal vez tengan razón, pero quería hacer pública esa coincidencia que siempre me sorprendió, o, al menos, me chocó.
¡Qué importante es el contexto para el texto! ¡Cuántos años entre ambas frases! ¡Cuántas vicisitudes habrá vivido la lengua griega! ¡Qué riqueza léxica la del griego! ¡Qué distintos contextos! Ulises y Circe; Jesús y Pedro. La isla de Eea y el huerto de Getsemaní y qué coincidencia de significado. En ambos casos, un arma, su vaina y un verbo de movimiento.
“Mete la espada en la vaina” y vamos a gozar del amor, le dice Circe a Ulises.
“Mete la espada en la vaina”, que tengo que pasar el trago de mi pasión, le dice Jesús a Pedro.
Termino con la versión que da Mateo de la frase de Juan:
ἀπόστρεψον τὴν μάχαιραν σου εἰς τὸν τόπον αὐτῆς· πάντες γὰρ οἱ λαβόντες μάχαιραν ἐν μαχαίρῃ ἀπολοῦνται = Vuelve tu espada a su lugar, pues todos los que empuñan una espada, por espada perecerán.

1 comentario:

Ana Ovando dijo...

Pues mis recuerdos de esas clases no son tan genereosos como los tuyos; cuestión de gustos, supongo.

¿Cómo haces para retener tanta información? Cada día me sorprendes más, cuando yo, apenas puedo recordar lo que tengo que hacer para el día siguiente.

Una curiosidad: Crisaor, el personaje que como bien dices surge del cuello de la Gorgona y que pasa por ser padre de Gerión, aparece en las monedas de Ampurias que se guardan en el Museu de Castelló. De hecho, la marca para conocer si la moneda es falsa o no, es el pequeño Crisaor que aparece en la cabeza de Pegaso. Si cuelgo alguna imagen decente, ay te pasaré el enlace, porque es realmente curioso.

Saludos.