sábado, 24 de febrero de 2007

Filoctetes revisitado (II, las sentencias dentro del argumento y la estructura. Primera parte)

En nuestra anterior entrada comentábamos que un poema de Johann Baptist Mayrhofer, musicado por Schubert en forma de lied, nos había hecho releer la tragedia Filoctetes de Sófocles, en la que habíamos descubierto interesantes elementos. En la presente y en las dos siguientes entradas haremos un repaso de las sentencias que aparecen en la tragedia, encardinadas en el argumento y la estructura de la obra.
Nuestra pretensión es que quien lea nuestro blog pueda hacerse una idea del argumento de la obra sofoclea y, desde luego, proceda a su lectura, o, como es nuestro caso, a su relectura, que tan provechosa nos ha resultado.
La obra se abre con un prólogo (1-134) que tiene por protagonistas a Ulises y Neoptólemo. El rey de Ítaca muestra al joven hijo de Aquiles la desierta Lemnos donde, hace diez años, abandonó a Filoctetes. Es importante resaltar que Ulises, ya desde el principio, deja claro que su acción es una orden recibida:
6 me habían ordenado hacerlo los que mandaban (ταχθεὶς τόδ᾿ ἔρδειν τῶν ἀνασσόντων ὕπο)
y, además, hay un motivo claro para actuar así: los gritos de dolor y los lamentos de Filoctetes eran un impedimento para la realización de sacrificios y libaciones.
9-11 sino que continuamente nos invadía todo el campamento con sus agudos lamentos, gritando y gimiendo (ἀλλ᾿ ἀγρίαις κατεῖχ᾿ ἀεὶ πᾶν στρατόπεδον δυσφημίαις, βοῶν, στενάζων).
A continuación encomienda al joven Neoptólemo que localice la cueva en el que el héroe tesalio mora. El hijo de Aquiles la descubre en seguida; está vacía, pero hay signos de que está habitada, entre ellos unos harapos llenos de repugnante pus. Ahora se expresa la orden de Ulises a Neoptólemo:
54-55 te necesito para que, al hablarle, engañes con tus palabras el ánimo de Filoctetes (τὴν Φιλοκτήτου σε δεῖ ψυχὴν ὅπως λόγοισιν ἐκκλέψεις λέγων).
El engaño consistirá en que Neoptólemo, sin ocultar quién es, debe decir que ha abandonado la campaña de Troya por odio a los argivos, porque, a pesar de haber sido hecho venir, como único medio para tomar Ilión, no le han concedido las armas de su padre, Aquiles, sino que se las han entregado a Odiseo. Y el propio Ulises le dice a Neoptólemo que puede decir ante Filoctetes los mayores ultrajes contra él mismo:
64-66 Puedes decir los más mezquinos ultrajes que quieras contra mí. En nada me ofenderás con ello (λέγων ὅσ᾿ ἂν θέλῃς καθ᾿ ἡμῶν ἔσχατ᾿ ἐσχάτων κακά. τούτων γὰρ οὐδὲν ἀλγυνεῖ μ᾿ ).
La misión de Neoptólemo es arrebatarle a Filoctetes su arco. Sobre este punto hay que destacar que en la obra no aparece claro que debe conseguir Ulises: ¿el arco de Filoctetes o la presencia de éste en Troya para, manejando su arco, contribuir a la toma de la fortaleza de los dánaos?. En los versos 68-69 dice Ulises:
pues si no es capturado el arco de éste, te será imposible conquistar la llanura de Dárdano (εἰ γὰρ τὰ τοῦδε τόξα μὴ ληφθήσεται, οὐκ ἔστι πέρσαι σοι τὸ Δαρδάνου πέδον).
En los versos 77-78 insiste Odiseo:
es necesario que en esto mismo te las ingenies para sustraerle las armas invencibles (ἀλλ’ αὐτὸ τοῦτο δεῖ σοφισθῆναι, κλοπεὺς ὅπως γενήσῃ τῶν ἀνικήτων ὅπλων). Obsérvese el verbo utilizado por Sófocles (σοφισθῆναι) con la carga semántica que conlleva.
En el verso 101 el propio Ulises introduce una importante variación:
Te digo que con astucia captures a Filoctetes (λέγω σ᾿ ἐγὼ δόλῳ Φιλοκτήτην λαβεῖν) donde δόλῳ también se podría haber traducido por “con engaño”.
El verso 113 centra de nuevo la cuestión en el arco:
sólo este arco conquistará Troya (αἱρεῖ τὰ τόξα ταῦτα τὴν Τροίαν μόνα).
En los versos 612-613, en cambio, vuelve a ser Filoctetes la condición:
Si no persuadían a éste para llevarle allí desde esta isla en la que ahora habita (εἰ μὴ τόνδε πείσαντες λόγῳ ἄγοιντο νήσου τῆσδ᾿ ἐφ᾿ ἧς ναίει τὰ νῦν).
Los versos 839-840, que son palabras de Neoptólemo, combinan ambos elementos, el arco y Filoctetes:
Pero yo sé que en vano habremos logrado capturar este arco si nos hacemos a la mar sin él (ἐγὼ δ᾿ ὁρῶ οὕνεκα θήραν τήνδ᾿ ἁλίως ἔχομεν τόξων, δίχα τοῦδε πλέοντες).
Neoptólemo se refiere a la profecía de Heleno de los versos 612-613.
En los versos 1055-1056 Ulises, dirigiéndose a Filoctetes, apunta:
Además, no te necesitamos, teniendo como tenemos tus armas (οὐδὲ σοῦ προσχρῄζομεν, τά γ᾿ ὅπλ᾿ ἔχοντες ταῦτ᾿.), aunque estas palabras esconden un nuevo engaño del itacense, que luego habla de Teucro como futuro manejador del arco, para suscitar la emulación de Filoctetes.
Tras este paréntesis dedicado a presentar la ambigüedad sobre la necesidad o no de la presencia de Filoctetes en Troya, volvemos al argumento.
Habíamos dicho que Ulises le pide a Neoptólemo que arrebate las armas a Filoctetes. A continuación, Ulises expresa su convencimiento sobre la naturaleza noble del hijo de Aquiles:
79-80 Sé, hijo, que no estás predispuesto por tu naturaleza a hablar así ni a maquinar engaños (ἔξοιδα, παῖ, φύσει σε μὴ πεφυκότα τοιαῦτα φωνεῖν μηδὲ τεχνᾶσθαι κακά).
Y, a continuación, aparece la que podemos considerar primera sentencia de la obra:
81 Pero es grato conseguir la victoria (ἀλλ᾿ ἡδὺ γάρ τι κτῆμα τῆς νίκης λαβεῖν).
Y, en seguida, otra sentencia, por lo demás, utilitarista y pragmática hasta el extremo:
82 Ya nos mostraremos justos en otra ocasión (δίκαιοι δ᾿ αὖθις ἐκφαινούμεθα).
Neoptólemo, evidentemente, se niega a usar la mentira, como tampoco lo hacía su padre, y afirma que se llevará a Filoctetes por la fuerza y no con engaños y expresa la tercera sentencia de la tragedia:
94-95 prefiero fracasar obrando rectamente que vencer con malas artes (βούλομαι...καλῶς δρῶν ἐξαμαρτεῖν μᾶλλον ἢ νικᾶν κακῶς).
Odiseo le replica con argumentos propios de un sofista, de alguien que ha comprobado la fuerza de la persuasión:
98-99 Y ahora, remitiéndome a las pruebas, veo que entre los mortales son las palabras y no los actos los que guían todo (νῦν δ᾿ εἰς ἔλεγχον ἐξιὼν ὁρῶ βροτοῖς τὴν γλῶσσαν, οὐχὶ τἄργα, πάνθ᾿ ἡγουμένην).
Como hemos indicado arriba, en el verso 101 Ulises pide a Neoptólemo que capture a Filoctetes.
Neoptólemo pregunta porqué no intentan convencer a Filoctetes, en lugar de usar el engaño con él, pero Ulises le hace ver la imposibilidad de esa táctica.
En este diálogo una inquisitiva pregunta de Neoptólemo:
108 Y ¿no consideras vergonzoso, ciertamente, decir mentiras? (οὐκ αἰσχρὸν ἡγῇ δῆτα τὰ ψευδῆ λέγειν;)
Obtiene una pragmática respuesta:
109 No, si la mentira reporta la salvación (οὔκ, εἰ τὸ σωθῆναί γε τὸ ψεῦδος φέρει).
El joven Neoptólemo, cuya naturaleza noble ha destacado el propio Ulises, pregunta qué cara hay que poner cuando se miente:
110 Y ¿cómo se atreverá alguien a hablar así mirando a la cara? (πῶς οὖν βλέπων τις ταῦτα τολμμήσει λαλεῖν;).
La respuesta de Ulises, de nuevo utilitarista a ultranza:
111 Cuando haces algo para un provecho, no conviene vacilar (ὅταν τι δρᾷς ἐς κέρδος, οὐκ ὀκνεῖν πρέπει).
El siguiente diálogo se centra en la necesidad de la presencia de Filoctetes y su arco en la conquista de Troya y los beneficios que ello le reportará a Neoptólemo, que en su pregunta ya se interesa por su provecho:
112 ¿Qué me aprovecha a mí que éste vaya a Troya? (κέρδος δ᾿ ἐμοὶ τί τοῦτον ἐς Τροίαν μολεῖν;)
Ulises responde que sólo se conquistará Troya con el arco de Heracles que tiene Filoctetes. Neoptólemo inquiere si no es él quien va a devastar Troya, haciendo referencia a una de las condiciones que el adivino troyano Heleno indicó a los argivos – la presencia del hijo de Aquiles entre los combatientes. Ulises le responde que también el arco es condición para la toma de Troya
Obsérvese cómo aquí ambos elementos, el arco y su portador, son necesarios para la conquista de Troya. La captura de Filoctetes reportará a Neoptólemo doble beneficio, como le corrobora Ulises:
119 Serías reputado por sabio tanto como por valiente (σοφὸς τ᾿ ἂν αὑτὸς κἀγαθὸς κεκλῇ᾿ ἅμα).
Finalmente, Neoptólemo se aviene, aunque será liberándose de todo sentimiento de vergüenza;
120 lo haré, liberándome de todo sentimiento de vergüenza (ποήσω, πᾶσαν αἰσχύνην ἀφείς).
Conseguido el primer objetivo de convencer a Neoptólemo de que engañe a Filoctetes, Ulises se retira advirtiendo que es probable que envíe a algún miembro de la tripulación disfrazado llevando alguna información que Neoptólemo deberá interpretar.
La párodo (135-218) del coro, formado por marineros del barco de Neoptólemo, comienza con el coro preguntando qué actitud debe tomar. Neptólemo le exige vigilancia ante la llegada de Filoctetes. Éste, a juicio de Neoptólemo, debe estar cazando con su arco para procurarse la comida. El coro expresa su compasión por la clase de vida que lleva Filoctetes y, al final de la estrofa 2ª, añade:
178-179 ¡Oh razas desgraciadas de los hombres, para quienes no existe una vida mesurada! (ὦ δύστανα γένη βροτῶν, οἷς μὴ μέτριος αἰών).
El coro destaca la soledad de Filoctetes con estas palabras:
188-190 el que no deja de hablar, el eco que se oye a lo lejos, responde a sus amargos lamentos (ἁ δ᾿ ἀθυρόστομος ἀχὼ τηλεφανῆς πικρᾶς οἰμωγὰς ὕπο χεῖται).
Neoptólemo atribuye los padecimientos de Filoctetes a la acción de los dioses, tanto la mordedura de la serpiente en Crisa, como su sufrimiento en soledad. También está regulado por la divinidad que las flechas de Heracles, entregadas a éste por Apolo y que ahora posee Filoctetes, no sean dirigidas contra Troya antes de lo establecido.
El coro advierte un grito lastimoso que precede a la entrada de Filoctetes.

sábado, 17 de febrero de 2007

Filoctetes revisitado (I, el motivo y el mito)

Franz Schubert puso música a 47 poemas de Johann Baptist Mayrhofer (1787-1836), quien le proporcionó también el libretto para su singspiel Los amigos de Salamanca (1815) y la ópera Adrasto. Entre los poemas de Mayrhofer que Schubert musicó se encuentra "Philoktet" (Filoctetes), D. 540, compuesto en 1817 y publicado en 1831. Otros poemas de Mayrhofer tienen temática mitológica: Antigone und Oedip, Atys, Der entsühnte Orest, Der zürnenden Diana, Fahrt zum Hades, Dioskuren Zwillingssterne, Iphigenia, Orest auf Tauris, Uraniens Flucht, Fragment aus dem Aischylos.
La lectura del poema de Mayrhofer y la escucha del lied de Schubert (se puede oír un fragmento aquí), me han hecho releer la tragedia Filoctetes de Sófocles y descubrir su riqueza de contenido y su variedad de propuestas para la reflexión. En ésta y otras entradas pretendo hacer una aproximación al mito de Filoctetes, y, sobre todo, a la tragedia de Sófocles, en la que he descubierto elementos muy interesantes.
Antes de seguir, tal vez sea conveniente explicar que la D que se coloca delante del número en la catalogación de las obras de Schubert proviene de Otto Erich Deutsch (Viena, 1883- 1968) musicólogo austríaco, especialista en la escuela vienesa clásica que dedicó varias obras a Mozart y a Schubert, de quien publicó un Catálogo temático en orden cronológico (1951).
Lo primero que tenemos que hacer es ofrecer el poema de Mayrhofer y su traducción. Debo advertir que la traducción es mía, por lo que espero que los germanistas o las personas que sepan alemán que lean esta entrada me perdonen.
Philoktet
Da sitz ich ohne Bogen und starre in den Sand.
Was tat ich dir Ulysses, daß du sie mir entwandt?
Die Waffe, die den Trojern des Todes Bote war,
Die auf der wüsten Insel mir Unterhalt gebar.
Es rauschen Vogelschwärme mir über'm greisen Haupt;
Ich greife nach dem Bogen, umsonst, er ist geraubt!
Aus dichtem Busche raschelt der braune Hirsch hervor:
Ich strecke leere Arme zur Nemesis empor.
Du schlauer König, scheue der Göttin Rächerblick!
Erbarme dich und stelle den Bogen mir zurück.

Filoctetes
Aquí estoy sentado yo sin mi arco y miro fijamente la arena.
¿Qué te he hecho, Ulises, para que tú me la hayas robado?
El arma que fue el mensajero de la muerte para los troyanos,
Que en esta desolada isla me proporcionaba el sustento.
Bandadas de aves se precipitan sobre mi cabeza cana;
Yo echo mano a mi arco, en vano, ¡ha sido robado!
De la espesa arboleda surge el pardo ciervo:
Yo extiendo mis manos vacías hacia arriba, hacia Némesis.
Tú, astuto rey, ¡teme la mirada vengadora de la diosa!
Apiádate de mí y devuélveme mi arco.


Esta obra merece un pequeño comentario. Pero creemos que antes debemos narrar, aunque no sea en su totalidad, el mito de Filoctetes.
Filoctetes (Φιλοκτήτης) es un héroe tesalio, hijo de Peante y Demonasa (Higinio, Fábula 102), que fue pretendiente de Helena y que, como tal, fue a la guerra de Troya, a la que acudió con siete barcos y 50 arqueros cada uno (Homero, Ilíada, II, 718-719; Sófocles, Filoctetes, 1027). Amigo de Heracles, fue el que encendió la pira (Ovidio, Metamorfosis, IX, 233) que éste había construido en el monte Eta, en Traquis, para poner fin a su vida, cuando sufría terribles dolores como consecuencia de la sangre del centauro Neso con la que su esposa Deyanira, por celos, había impregnado una túnica que envió a Heracles (Diodoro Sículo, Biblioteca histórica, IV, 38, 4). Por esta acción el héroe tebano le dio su célebre arco y sus flechas (Séneca, Hércules sobre el Eta, 1648 ss.), que utilizaba con gran destreza (Homero, Odisea, VIII, 219) y le hizo jurar que no revelaría el lugar en el que había estado la pira. Pero no lo cumplió, ya que, pese a que no contestó a las preguntas al ser interrogado, se trasladó al lugar en el que había estado la pira y golpeó el suelo con su pie con un gesto evidente. Esto le valió el siguiente castigo: camino de Troya paró a dormir en la isla de nedos, y fue mordido por una serpiente, mientras realizaba un sacrificio. En la versión de Sófocles la isla no es Ténedos, sino Crisa (Sófocles, Filoctetes 194, 270, 1327; cf. también Pausanias, Descripción de Grecia, VIII, 33, 4), donde una serpiente mordió a Filoctetes cuando limpiaba el altar de la diosa Crisa, que daba nombre a la isla; isla que, por lo demás, desapareció en el siglo II d. C., pues, como nos cuenta Pausanias, Descripción de Grecia, VIII, 33, 4, las olas la cubrieron por completo y se hundió, desapareciendo en las profundidades del mar. La herida se infectó muy pronto, hasta el punto de despedir un hedor insoportable, por lo que no le fue difícil a Ulises convencer a los demás caudillos griegos de que abandonasen al herido en Lemnos, cuando la flota pasó cerca de esta isla. Sin embargo, otra razón aducida para el abandono del héroe fue que los gritos que daba el infeliz por el dolor que le provocaba su herida, que no curaba, turbaban el orden y el silencio ritual (εὐφημία) de los sacrificios. Sea como fuere el instigador de este abandono fue, como hemos dicho, Ulises, sobre quien recae generalmente la responsabilidad del acto; pero la decisión la tomó Agamenón, en nombre de todo el ejército argivo y como comandante supremo del mismo. Abandonado, pues, en la isla de Lemnos estuvo allí diez años solo, con la herida emponzoñada, alimentándose de las aves que mataba con las flechas de Heracles.
Entretanto proseguía el asedio a Troya que, al cabo de diez años, seguía sin ser tomada. Paris había muerto, y Héleno (o Heleno), a quien habían negado la mano de Helena, se había refugiado en la montaña y había sido capturado por los griegos. El adivino troyano reveló a los argivos que Troya no podría ser tomada excepto si, entre otras condiciones, sus enemigos iban armados con las flechas de Heracles y el propio Filoctetes participaba en la acción. En Apolodoro, esta revelación la realiza Calcante, mientras que las otras condiciones las revela Héleno. Otra versión, la de la tragedia de Sófocles, nos cuenta que Paris no había muerto, sino que el destino reservaba a Filoctetes acabar con su vida (Apolodoro, Epítome, V, 8), después de volver a Troya y ser curado de su herida por los médicos Podalirio (Apolodoro, Epítome, V, 8) y Macaón, hijos del dios de la medicina Asclepio, o bien por el propio dios, como leemos en el Filoctetes sofocleo (1436-1437). La curación de Filoctetes, en la versión más extendida, la practicó Macaón, con la ayuda de Apolo quien sumió a Filoctetes en un profundo sueño y de Asclepio quien le proporcionó una planta, que, a su vez, había recibido del centauro Quirón, que Macaón aplicó a la llaga, después de lavarla con vino y cortar la carne muerta. Sería el primer ejemplo de una intervención quirúrgico con anestesia. Como el episodio de la muerte de Paris a manos de Filoctetes entraba en contradicción con la historia de la profecía de Héleno, puesto que, al parecer, Héleno no fue capturado hasta después de la muerte de Paris, se contaba que la profecía que ordenaba que Filoctetes se reintegrase de Lemnos a Troya era de Calcante, el adivino titular de la expedición griega en Troya. (cf. Apolodoro, Epítome, V, 8)
Sobre la forma en que los griegos consiguieron que Filoctetes les acompañara a Troya hay varias versiones. En una fue Ulises quien, solo, partió hacia Lemnos; otra, la de Eurípides e Higinio (Fábula 102), dice que le acompañó Diomedes, y la versión sofoclea, sobre la que más adelante nos detendremos, narra que Ulises marchó a Lemnos acompañado del hijo de Aquiles, Neoptólemo. En Eurípides, Ulises y Diomedes se apoderan, mediante la astucia, de las armas de Filoctetes (Apolodoro, Epítome, V, 8) y obligan al héroe a acompañarlos desarmado. O bien le hablan del patriotismo y el deber, o, finalmente, le prometen la curación por los cuidados de Podalirio y Macaón. En cambio, en Ovidio, Metamorfosis, XIII, 45-55, especialmente en el verso 55 leemos: ille tamen vivit, quia non comitavit Ulixen (pero al menos él vive porque no acompañó a Ulises). En efecto, este libro XIII de las Metamorfosis se abre con el juicio de las armas en el que se dirime a quién deben ir a parar las armas de Aquiles. Los competidores son Áyax y Ulises. En su intervención, que es la primera, Áyax dedica terribles críticas al itacense, especialmente le echa en cara que trató de “escaquearse” (perdónesenos la expresión) de la guerra de Troya, fingiéndose loco, pero Palamedes, que había acudido con Menelao a buscarle para la expedición, descubrió su engaño (este episodio lo alude Filoctetes en la obra de Sófocles, versos 1025-1026). En ese contexto Áyax dice que ojalá hubiera sido cierta la locura de Ulises, pues, de este modo, nunca hubiera llegado a Troya para inducirles a crímenes y a Filoctetes no le poseería ahora la isla de Lemnos, abandonado en ella con baldón para los griegos (non te, Poeantia proles, expositum Lemnos nostro cum crimine haberet).
Después de la toma de Troya, Filoctetes regresó a Grecia, a su patria de Eta, tras depositar en la tumba de Heracles el botín conseguido en Ilión. Otra versión cuenta que viajó a Italia meridional, donde fundó varias ciudades en la región de Crotona, como Petelia y Macala, donde consagró a Apolo las flechas de Heracles.

Volvamos al poema de Mayrhofer.
El poema nos presenta al héroe tesalio, cuyo nombre aparece en el título de la obra, sentado (da sitz ich) en la playa (eso parece evocar el in den Sand del verso 1) de una isla, por lo demás desierta, desolada (como leemos en el verso 4: der wüsten Insel). Nosotros sabemos, por el mito, que la isla es Lemnos. Es muy destacable que ya en el primer verso Filoctetes nos informe de su carencia (ohne Bogen = sin mi arco). El héroe está sentado, cual antiguo Robinson Crusoe, en la playa de la isla, mirando detenidamente hacia la arena (starre in den Sand).
Ya en el segundo verso aparece el nombre del autor de las desgracias de Filoctetes; no es otro que Ulises a quien se dirige una inquisitiva pregunta (was tat ich dir Ulysses?). En el poema Ulises es quien ha arrebatado el arco a Filoctetes (daß du sie mir entwandt), no así en la tragedia sofoclea. Por cierto, el sie de este segundo verso se refiere, anticipándolas, a las palabras die Waffe, que inician el verso siguiente; nos parece esto más aceptable que no que se refiera a Bogen en plural; Bogen es masculino y se refiriera anafóricamente a esa palabra en singular, debería decir den; por ello entendemos que este pronombre sie prepara a die Waffe del verso siguiente y no tanto se refiere a Bogen del verso 1, que sería entonces plural, lo cual es posible ya que esta palabra hace el plural Bogen (en alemán del sur Bögen) y abarcaría entonces tanto el arco como las flechas, o tratarse de un plural poético. En Apolodoro (Epítome, V, 8) son Diomedes y Ulises los que se arrebatan a Filoctetes con astucia las armas. Pero, pese a no ser Ulises el que arrebató directamente el arco, el propio Filoctetes dice en el verso 1134-1135: en sustitución serás manejado por otro dueño, un hombre fecundo en ardides, en clara alusión al héroe itacense.
Esas armas, según relata Filoctetes en el poema que nos ocupa, han sido mensajero de la muerte para los troyanos (den Trojern des Todes Bote war). Estas palabras se refieren a la profecía de Héleno (o Calcante, según las versiones) de que Troya sólo sería tomada con las armas de Heracles. Armas que también han sido el sustento del héroe en la desierta Lemnos (la soledad de la isla la describe Filoctetes en la tragedia sofoclea homónima, versos 301-304). Que las armas sean su sustento es narrado por el propio Filoctetes en la tragedia sofoclea, en los versos 287 a 292 o el coro en la antistrofa del estásimo 1º (710-711). Más adelante Filoctetes (verso 933) se refiere al arco como su vida (τὸν βίον = mi vida = el Unterhalt de Mayrhofer). Otra nueva alusión en Sófocles al arco como medio de caza lo encontramos en los versos 955-956 (οὐ πτηνὸν ὄρνιν, οὐδὲ θῆρ᾿ ὀρειβάτην τόξοις ἐναίρων τοισίδ’ = sin poder matar con este arco alados pájaros ni montaraces fieras), curiosamente los dos tipos de animales citados por Mayrhofer (Vogelschwärme, der braune Hirsch). La misma idea en 1108-1110 (οὐ φορβὰν ἔτι προσφέρων, οὐ πτανῶν ἀπ᾿ ἐμῶν ὅπλων κραταιαῖς μετὰ χερσὶν ἴσχων = sin proporcionarme ya alimentos procedentes de mis aladas armas, las que yo sujetaba con mis fuertes brazos). El verso 1126 lo deja aún más claro: τὰν ἐμὰν μελέου τροφάν (= mi medio de vida).
Las bandadas de aves (Vogelschwärme) que sobrevuelan la canosa cabeza (über'm greisen Haupt) de Filoctetes y el pardo ciervo (der braune Hirsch) que surge de la espesura no tienen nada que temer, pues el héroe ya no posee el arco (Ich greife nach dem Bogen, umsonst, er ist geraubt). Esta idea está en la antistrofa 2ª, dentro del estásimo 3º, de la tragedia sofoclea, que es en realidad un diálogo lírico entre Filoctetes y el coro. La traducción que ofrecemos es la de Assela Alamillo en la editorial Gredos.:
¡Oh aladas presas y fieras de brillantes ojos a quienes esta región mantiene paciendo en sus montes! ¡No os alejéis ya a saltos huyendo de mi gruta! Pues no tengo en mis manos, ¡desgraciado de mí!, las flechas que eran antes mi protección
Antes, en la estrofa Filoctetes ha dicho:
¡Ay de mí! Sentado en cualquier punto de la playa ante el espumoso mar, se está riendo de mí, blandiendo en su mano mi medio de vida, desdichado, el arma que nadie alzó nunca. ¡Oh arco querido, arrebatado de mis manos! Probablemente estás viendo con piedad, si es que algún sentimiento tienes, que el amigo de Heracles en adelante no te utilizará ya y que, en sustitución, serás manejado por otro dueño, un hombre fecundo en ardides.
El antepenúltimo verso es una llamada a Némesis, que personifica la venganza divina. Extender las manos hacia arriba, hacia el cielo, es una forma de culto, llamada plegaria, muy frecuente en la Grecia Antigua. El penúltimo y último versos del poema son una llamada a Ulises (al que se califica de “astuto rey”- schlauer König -) para que, temiendo el castigo de la diosa Némesis, se apiade de Filoctetes y le devuelva el arco.
En la tragedia de Sófocles hay muchas intervenciones de Filoctetes deseando desgracias para Ulises, y también para los Atridas (314-316, 416-418, 1035, etc.).
Es, en definitiva, un poema de diez versos con rima: AABBCCDDEE, que realiza una breve, pero al tiempo completa alusión al mito de Filoctetes. Están presentes su soledad en la isla, su imposibilidad de alimentarse, su odio a Ulises que le ha arrebatado sus armas, la referencia a la caída de Troya mediante el uso de su arco, su petición de venganza, su llamada a la compasión de su enemigo y su exigencia para que le sea devuelto su medio de vida.
En próximas entradas hablaremos de otros aspectos del mito de Filoctetes, especialmente en su versión sofoclea.

sábado, 10 de febrero de 2007

Caminar y meditar

Das Wandern
Das Wandern ist des Müllers Lust,
Das Wandern!
Das muß ein schlechter Müller sein,
Dem niemals fiel das Wandern ein,
Das Wandern.
Vom Wasser haben wir's gelernt,
Vom Wasser!
Das hat nicht Rast bei Tag und Nacht,
Ist stets auf Wanderschaft bedacht,
Das Wasser.
Das sehn wir auch den Rädern ab,
Den Rädern!
Die gar nicht gerne stille stehn,
Die sich mein Tag nicht müde drehn,
Die Räder.
Die Steine selbst, so schwer sie sind,
Die Steine!
Sie tanzen mit den muntern Reihn
Und wollen gar noch schneller sein,
Die Steine.
O Wandern, Wandern, meine Lust,
O Wandern!
Herr Meister und Frau Meisterin,
Laßt mich in Frieden weiterziehn
Und wandern.

Caminar
Caminar es el gozo del molinero,
¡caminar!
ese debe ser mal molinero
que jamás pensó en caminar,
¡caminar!
Del agua lo hemos aprendido,
¡del agua!
No descansa ni de día ni de noche
está siempre deseosa de caminar,
¡el agua!
Lo copiamos también de las ruedas,
¡las ruedas!
No les gusta estar paradas
y ningún día se cansan de girar,
¡las ruedas!
Las piedras mismas tan pesadas como son,
¡las piedras!
bailan el animado baile
y quieren ser todavía más rápidas,
¡las piedras!
¡Oh caminar, caminar, mi gozo!
¡oh caminar!
Señor maestro y señora maestra,
dejadme continuar en paz mi camino
y caminar.


El otro día volví a escuchar el primero de los lieder que componen el ciclo Die schöne Müllerin (La bella molinera), D795, de Franz Schubert, compuesto en 1823. Toma por texto “Wanderschaft” de Wilhelm Müller (1794-1827), que lo compuso en 1818.
La obra se inicia con cuatro compases a cargo del piano que establece todo el ritmo de la pieza. Compás binario de 2/4 e indicado mässig geschwind (moderadamente rápido)
Es una melodía pegadiza, con un ritmo que semeja el caminar. El piano tiene un importante papel en la obra manteniendo en todo momento ese ritmo de marcha y aludiendo, con la figuración de la mano derecha, al fluir del agua al que alude la letra. La melodía tiene un carácter vivaz, alegre y extrovertido
Un día de primavera de 1823, Schubert estaba en casa de un amigo cuando éste se vio obligado a ausentarse. El compositor decidió esperarle y, para entretenerse, abrió un libro que estaba encima de una mesa y leyó unos poemas titulados La bella molinera, escritos por Wilhelm Müller, autor que Schubert no conocía. La lectura le impresionó vivamente y, sin esperar a su amigo, regresó a su casa llevándose el libro. Aquélla misma noche compuso los tres primeros lieder del ciclo. Wilhelm Müller era contemporáneo de Schubert. Los poemas a los que puso música son 20, y aunque todos los lieder están unidos entre sí por el argumento, cada uno de ellos es una composición con vida propia. La primera parte, aparentemente serena y esperanzada, está ya llena de tristes presagios que se cumplirán en la segunda.
“Das wandern” (El Caminar) expresa ya los principales elementos musicales de todo el ciclo: un bajo rítmico y marcado que representa el caminar, y una figuración de semicorcheas que representa el arroyo. El protagonista inicia aquí un viaje, que concluirá dramáticamente con un lied en forma de canción de cuna cuya honda tristeza la aproxima a un canto fúnebre.
Pues bien, caminar no sólo es la alegría del molinero, sino también la mía y ese lied schubertiano fue un nuevo argumento para dedicar unas horas del sábado a ejercer ese alegre quehacer que es el caminar.
Caminar solo, además, permite un ejercicio aconsejable para toda persona: la meditación. Necesitamos ambas cosas, el caminar y la meditación, para cuidar y mejorar nuestra salud, de cuerpo y alma, respectivamente. Por ello, hoy, tras la comida, he cogido mi coche y me he dirigido a un lugar ideal para combinar las acciones a que hemos aludido, la meditación y el caminar. Ese lugar es el Desierto de las Palmas.
Declarado Paraje Natural en octubre de 1989, es hoy, pese a haber sufrido dos atroces incendios, una zona en regeneración que ofrece al caminante variadas rutas que permiten observar la rica flora y fauna de la zona, así como disfrutar de magníficas vistas y panoramas. Más información se puede encontrar aquí.
Tras aparcar el coche en el aparcamiento situado junto a la carretera, frente al monasterio nuevo, y debajo de la Casa de Espiritualidad, me he dirigido a la Portería vieja. Desde aquí ya se puede tener un bonito panorama de Benicàssim, el Grau, Castelló y toda la comarca de la Plana Alta, el propio Paraje del Desierto, con el castillo de Montornés en primer término, les Agulles de Santa Águeda a la izquierda y cerrando nuestra vista, el Mediterráneo, el Mare Nostrum romano, de un azul intenso hoy y donde se podían divisar las islas Columbretes, sobre todo l’Illa Grossa con su blanco faro.
Deleitado con el panorama, he cogido el camino que sale por detrás de la portería y que serpentea entre la vegetación típica de la zona (palmito, tomillo, lentisco, etc.). En este momento de mi viaje me han llegado a la mente las palabras clave de dos meditaciones de Marco Aurelio que suelo releer en los momentos de decaimiento. Ahora las transcribo completas:
La primera:
Ser semejante al acantilado contra el cual sin interrupción rompen las olas, pero él se mantiene firme y en torno a él se adormece la espuma del oleaje. ¡Desgraciado de mí, porque me aconteció eso!. Pero al contrario: soy afortunado, porque a causa de lo que me ha ocurrido, persisto hasta el fin sin aflicción, ni abrumado por el pasado ni temeroso del futuro. Porque ciertamente algo semejante pudo suceder a todo el mundo, pero no todo el mundo, después de esto, hubiera podido perseverar hasta el fin sin pena. ¿Por qué, pues, va a ser eso más un infortunio que esto buena fortuna? ¿Llamas acaso en una palabra infortunio del hombre a lo que no es desgracia de la naturaleza del hombre? ¿Y te parece aberración de la naturaleza del hombre lo que no va contra el designio de su propia naturaleza? ¿Qué, pues? ¿Has aprendido tal designio? ¿Acaso pues este suceso te impide ser justo, magnánimo, sensato, prudente, reflexivo, sincero, discreto, libre, etc., conjunto de virtudes con las cuales la naturaleza del hombre contiene lo que le es peculiar? Acuérdate, en adelante, en todo lo que te conduzca a la aflicción, de usar este principio: no es esto una desgracia, sino una dicha el soportarlo con dignidad.
Marco Aurelio, Meditaciones, Libro IV, 49, 1.
La segunda, que acude a mi mente al observar a la naturaleza en plena actividad (pájaros cantando, insectos volando, plantas y arbustos al lado del camino):
Al amanecer, cuando de mala gana y perezosamente despiertes, acuda puntual a ti este pensamiento: “Despierto para cumplir una tarea propia de hombre.” ¿Voy, pues, a seguir disgustado, si me encamino a hacer aquella tarea que justifica mi existencia y para la cual he sido traído al mundo? ¿O es que he sido formado para calentarme, reclinado entre pequeños cobertores? “Pero eso es más agradable”. ¿Has nacido, pues, para deleitarte? Y, en suma, ¿has nacido para la pasividad o para la actividad? ¿No ves que los arbustos, los pajarillos, las hormigas, las arañas, las abejas, cumplen su función propia, contribuyendo por su cuenta al orden del mundo? Y tú, entonces, ¿rehusas hacer lo que es propio del hombre (τὰ ἀνθρωπικὰ)? ¿no persigues con ahínco lo que está de acuerdo con tu naturaleza (τὸ κατὰ τὴν σὴν φύσιν)?
Marco Aurelio, Meditaciones, Libro V, 1, 1.
El camino llega a la altura del centro de Información La Bartola, cuyas instalaciones vemos perfectamente, y sigue hasta empalmar con la pista de tierra que, cruzando el paraje, lleva a La Pobla Tornesa. Por unos minutos he seguido esta pista. En este tramo, a mano derecha del caminante la Font de la Mola. Una solitaria gota cae de su caño. Me ha recordado el verso ovidiano (Pónticas IV, 10, 5):
gutta cavat lapidem, consumitur anulus usu,
atteritur pressa vomer aduncus humo
Tempus edax igitur pareter nos omnia perdet
cessat duritia mors quoque victa mea.

La gota de agua cava la piedra, el anillo se desgasta con el uso y la reja del arado se embota a fuerza de surcar las glebas. El tiempo devorador lo destruye todo, menos a mí, y la muerte se declara vencida por la tenacidad de mis males.
Las tres primeras palabras (gutta cavat lapidem) fueron más tarde completadas así: gutta cavat lapidem non vi sed saepe cadendo (la gota cava la piedra no por la fuerza, sino a fuerza de caer).

Esta pista llegar al lugar donde se separan las dos vertientes de la sierra. Mirando hacia el norte, a mi derecha está la cresta del Desierto (la excursión que estoy realizando se conoce como “la de la cresta”) y a mi izquierda, como se puede apreciar en un cartel panorámico muy instructivo, se divisa en primer término La Pobla, más allá Vall d’Alba, Villafamés, Cabanes, Benlloch, y más al fondo La Serra d’En Galcerà. Por supuesto, levantándose sobre todo, el pico del Penyagolosa, que adopta desde este lugar aspecto triangular.
Dejo la pista y afronto el camino que me llevará desde aquí hasta la cruz del Bartolo por encima de esta cresta rocosa de tonos rojizos, propios del rodeno que la forman. Este camino es muy bello, porque nos encontramos siempre entre dos mundos panorámicos: a la derecha la vertiente este del Desierto con la costa y el mar al fondo, y a la izquierda el valle de Vall d’Alba y el Pla de l’Arc y las sierras interiores con el Penyagolosa como punto culminante. Hace aquí bastante viento; también es bueno que, de cuando en cuando, nos aireemos a ver si se nos despeja la cabeza y nos nacen nuevas ideas.
Mientras camino me pregunto quien habrá hollado estos parajes antes que yo y me respondo: recientemente, excursionistas como yo, pero ¿y más atrás en el tiempo? ¿acaso monjes eremitas carmelitas, piratas berberiscos, anónimos agricultores, arrieros con sus acémilas, pastores con sus rebaños? ¿soldados romanos, guerreros iberos, ilercavones, comerciantes griegos?
Mientras, ya he llegado junto a varias antenas y la cruz del Bartolo, de 18 metros de altura. Medito sobre la presencia de una cruz en el punto más alto de este lugar emblemático. Este lugar santo debía estar coronado por una cruz, ese instrumento de tortura que el cristianismo ha convertido en símbolo de amor y de redención. En la cruz hay una cita de Juan (12, 32): Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Anualmente se celebra aquí una eucaristía con motivo de la Pujada a la Creu del Bartolo. Las estaciones del Vía Crucis, que también se realiza, comienzan en la pista asfaltada que surge a la izquierda de la carretera, nada más dejar el acceso al monasterio.
Abandono la cruz y llego a la pista asfaltada que sube del monasterio. No la sigo hasta el Bartolo, sino que giro a la izquierda para tomar un sendero que empalma con la pista de la Balaguera y cruza el Camí dels senglars. Dos cuervos levantan el vuelo de una roca a la derecha del camino y no sé porqué me vienen a la cabeza la ornitomancia de los antiguos griegos y romanos y los versos 999 a 1004 de la Antígona de Sófocles.
Llego a la pista que conduce, a la izquierda a Les Santes, pero giro a la derecha para subir al Bartolo. Allí, ahogada por un mar de antenas, se levanta la ermita de San Miguel. En parte superior de la entrada hay una cerámica en la que el artista ha pintado un san Miguel atlético y alado (es el jefe de las milicias angélicas), que tiene sujeto con una cadena, que cuelga de su mano izquierda, al diablo, al que pisa con su pie en la cabeza. En su derecha blande una espada. Me recuerda mucho al san Miguel de Guido Reni. No lleva el acostumbrado escudo en el que se lee Quis ut Deus? (= ¿quién como Dios?, significado del nombre Mikael en hebreo). Me complace mucho que los 729 metros de altitud del monte Bartolo los corone una ermita cuyo titular es mi santo.
Estoy unos minutos sentado en las escaleras de acceso a la ermita, contemplando el hermoso panorama. Una hermosa combinación cromática se muestra ante mis ojos: el verde de la vegetación del paraje, muy agradecida, ya que con pocas lluvias se muestra muy viva; el rojizo del rodeno y el marrón de las pistas forestales forman el otro foco cromático; el blanco de las edificaciones de la costa benicense y el azul del mar en el fondo completan un cromatismo que el Sol, que empieza a ponerse, contribuye a embellecer.

Tomo el camino de regreso, primero por la pista asfaltada y después por el camino que surge a la izquierda y que me deposita de nuevo en la pista, ya casi en la carretera. Es obligada la visita a la iglesia del monasterio.
Unos momentos de meditación en este hermoso templo que preside un retablo con la transverberación de Santa Teresa. En las cuatro esquinas del crucero: San José, San Juan de la Cruz, la Virgen del Carmen con el escapulario (que, según la tradición, entregó un 16 de julio de 1251 a San Simón Stock) y San Elías. Terminada la visita, subo a mi coche y vuelvo a Castellón. Tras la reparadora ducha y la cena, me siento a escribir estas letras, mientras suena de fondo, a través de Radio Clásica, la transmisión diferida de la representación del 26 de octubre de 2006 de Otello de Verdi, desde la ópera de Viena.
Comenzaba este comentario haciendo referencia a un lied de Schubert. Pues bien, otro lied del vienés nos servirá de motivo para nuestra próxima entrada.

sábado, 3 de febrero de 2007

Era de Sófocles, no de Esquilo (y IV)

Iniciamos esta cuarta y última entrada de las que hemos dedicado a repasar las sentencias (γνῶμαι) que aparecen en el Áyax sofocleo.
Concluímos la anterior citando un texto antibelicista que aparece en el 4º estásimo de la tragedia.
Todas las que siguen se insertan en la éxodo de la obra, que va desde el verso 1223 al final, 1420. Hay tres partes diferenciadas en la éxodo: un primer enfrentamiento (ἀγών), hasta el verso 1315, entre Teucro y Agamenón, réplica del mantenido por el primero con Menelao, hermano de Agamenón, en el episodio 4º; un diálogo entre Agamenón y Odiseo (hasta el verso 1401), que durante 23 versos (1346-1369) adopta la forma de esticomitia, y la tercera, en que se disponen brevemente los preparativos del enterramiento de Áyax.
En el enfrentamiento entre Teucro y Agamenón, éste critica la insolencia y la arrogancia del primero; le recuerda que en la lucha por las armas de Aquiles, Áyax fue vencido por Odiseo, y no le parece bien que ahora Teucro adopte un tono insolente. Añade que no podría establecerse ninguna ley si los que con justicia han vencido son rechazados, y, en cambio, se promociona a los perdedores. En ese contexto aparece la siguiente sentencia (1250-1252):
No son los más seguros los hombres grandes y de anchas espaldas, sino que en todas partes vencen los que razonan prudentemente (= οὐ γὰρ οἱ πλατεῖς οὐδ' εὐρύνωτοι φῶτες ἀσφαλέστατοι, ἀλλ' οἱ φρονοῦσι εὖ κρατοῦσι πανταχοῦ).
En el mismo enfrentamiento, Teucro pronuncia una sentencia, por desgracia, muy vigente (1266-1267):
¡Cuán rápidamente se pierde para los mortales el agradecimiento al que ha muerto! (= τοῦ θανόντος ὡς ταχεῖά τις βροτοῖς χάρις διαρρεῖ). Con ella alude a las veces que Áyax defendió, lanza en ristre, al caudillo heleno, exponiendo incluso su vida.
En la segunda parte de la éxodo aparece Odiseo que viene a hablar en favor de Áyax y a conseguir de Agamenón el enterramiento de su cadáver, al que se opone el rey de Micenas. De la intervención de Odiseo destacamos dos sentencias. La primera nos recuerda el refrán valenciano: en dir les veritats s'acaben les amistats o en castellano: si dices las verdades, pierdes las amistades.
Odiseo, que se considera amigo de Agamenón, formula la sentencia en forma de pregunta (1328-1329):
¿Le es posible a un amigo decirte la verdad y seguir siendo tan amigo como antes? (= ἔξεστιν οὖν εἰπόντι τἀληθῆ φίλῳ σοί μηδὲν ἦσσον ἢ πάρος ξυνηρετεῖν).
Antes de la segunda frase odiseica aparecen dos sentencias en labios de Agamenón.

La primera (1350) dirigida a sí mismo, cuando Odiseo le pide que no se recree en el mal ajeno. Agamenón responde: No es fácil que un tirano sea piadoso (= τόν τοι τύραννον εὐσεβεῖν οὐ ῥᾴδιον).
La segunda, en el verso 1352, es todo un ejemplo de cómo el noble debe obedecer. Ya Menelao (1075-1080) había defendido la idea del orden y la obediencia. Ahora Agamenón dice:
Es preciso que el hombre noble obedezca a los que tienen el poder (= κλύειν τὸν ἐσθλὸν ἄνδρα χρὴ τῶν ἐν τέλει).
La segunda frase de Odiseo hace referencia a cómo quienes eran nuestros aliados pueden convertirse en nuestros enemigos:
Ciertamente, muchos son amigos en un momento y después son enemigos (= ἢ κάρτα πολλοὶ νῦν φίλοι καὖθίς πικροί, donde la última palabra significa "duro, cruel, amargo, agrio").
El final de nuestro repaso de las sentencias del Áyax de Sófocles nos lleva al final mismo de la obra (1418-1420), donde el corifeo proclama:
Ciertamente que a los mortales les es posible conocer muchas cosas al verlas. Pero antes nadie es adivino de cómo serán las cosas futuras (= ἢ πολλὰ βροτοῖς ἔστιν ἰδοῦσιν γνῶναι. πρὶν ἰδεῖν δ' οὐδεὶς μάντις τῶν μελλόντων ὄ τι πράξει).

Hasta aquí nuestro repaso a las frases, que podemos considerar sentencias, en el Áyax de Sófocles. Como ya dijimos, no descartemos la posibilidad de realizar este mismo repaso con otras tragedias de Sófocles o de Eurípides.
Esperamos que muchas de ellas nos sean de aplicación en la vida o, al menos, nos lleven a la reflexión.