martes, 14 de noviembre de 2006

Una reflexión sobre la inmigración. A propósito de Ulises en el país de los feacios

Ha llegado el momento en el que Ulises, por mandato de Zeus, debe abandonar la isla de Ogigia en la que la ninfa Calipso lo ha retenido durante siete años. A esta isla ha llegado Ulises tras sufrir mil peripecias, una auténtica Odisea, y haber perdido a los compañeros con los que salió de Troya. En total lleva ausente de su amada patria, Ítaca, 20 años, 10 de lucha ante las murallas de Troya y otros 10 de navegación por el Egeo y el Mediterráneo, de aventura en aventura. Con mucho dolor, Calipso accede a que Ulises vuelva por fin a ver el rostro querido de su fiel esposa Penélope y a su hijo Telémaco, a quien no ve casi desde su nacimiento. Ulises construye una balsa y se lanza al proceloso ponto. No acaban aquí sus problemas, pues el dios Posidón, enojado porque Ulises cegó a su hijo Polifemo, el gigante de un solo ojo, desencadena una terrible tempestad que arroja la balsa de Ulises contra la costa de una isla. Ulises se refugia entre unos arbustos y allí se duerme cansado de su viaje. Le despiertan unas voces femeninas y Ulises se pregunta lo que se preguntaba todo extranjero que llegaba a tierra desconocida en la antigua Grecia:
¡Ay de mi! ¿a la tierra de qué mortales he llegado ahora? ¿serán acaso ellos orgullosos, salvajes e injustos o, por el contrario, acogedores y tienen un espíritu temeroso de los dioses?
Por suerte para Ulises, una de las voces femeninas es la de Nausícaa, hija de Alcínoo, rey de los feacios, pues a la isla de éstos, Esqueria, tradicionalmente identificada con la actual Corfú, en Grecia, ha llegado Ulises. Ulises tras dirigirse con palabras de suplicante a Nausícaa obtiene de ésta llegar al palacio de su padre. Una vez allí, se presenta ante Alcínoo y su esposa Arete, se echa a sus pies y les suplica ayuda para regresar a su patria. A partir de aquí la actuación de Alcínoo se sitúa en la más exquisita hospitalidad como lo demuestran estas dos intervenciones suyas:
al forastero en palacio le ofreceremos los dones de la hospitalidad, y a los dioses haremos ofrendas, buscaremos los guías, y así, sin fatigas ni daño, por nosotros guiado, podrá el forastero, contento, regresar en seguida a su patria por lejos que se halle, y que no sufra ahora miseria alguna ni daño, hasta que en su país desembarque.
Y esta otra:
Consejeros y nobles feacios, oíd lo que os digo, las palabras que mi corazón en el pecho me dicta. He aquí un huésped que no sé quién es; llegó errante a mi casa, venga ya de poniente o de donde amanece la Aurora, nos suplica encarecidamente que lo acompañemos. Procurémosle un guía en seguida, tal como solemos. Pues jamás hubo nadie que, habiendo llegado a mi casa, mucho tiempo estuviera anhelando el retorno a la suya.
Porque, como en la propia Odisea se nos dice: todos los forasteros y pobres son de Zeus. Y uno de los epítetos de Zeus era el de Zeus Xenios, es decir, protector de los extranjeros. Se ha superado la fase en la que se miraba al extranjero como un problema y una amenaza. La nueva moral dicta que el forastero estaba, en cierto modo, protegido por el escudo de Zeus.
Al final, Ulises llega a su amada Ítaca, recupera el trono, a su esposa Penélope y a su hijo Telémaco.
Dándole vueltas al fenómeno de la inmigración, a la actitud de la sociedad de ¿acogida?, me vino a la cabeza el episodio de Ulises en el país de los feacios, narrado en la Odisea de Homero (cantos VI, VII y VIII) que he expuesto de forma sucinta más arriba y decidí cambiar los nombres de los personajes, la voluntad última de ellos (Ulises quiere regresar a su patria e Ibrahima quiere instalarse en España) y el desarrollo de los acontecimientos. El resultado ha sido el que a continuación expongo.
Ha llegado el momento en que Ibrahima, por la necesidad imperiosa de alimentar y llevar adelante a su familia de 20 miembros, ha decidido emprender el viaje a Europa, a la búsqueda de la nueva tierra prometida. Su país, Senegal, como casi todos los africanos padece una situación política y económica insostenible. Ellos los africanos, colonizados por los europeos, despoblados durante siglos por el tráfico de esclavos, obligados a cambiar su sistema económico de subsistencia por uno de especialización en un solo producto en beneficio de los países ricos del norte y de las grandes compañías transnacionales, despojados de las infraestructuras técnicas necesarias, sin medios de salud y educación dignos, tratados de forma humillante durante siglos, abandonando su religión tradicional y medio obligados a convertirse al cristianismo o al Islam, llamados por el reclamo que supone la publicidad televisiva que pone a su vista en sus hogares modestísimos la felicidad en forma de elegantes coches, alimentos de todo tipo, diversión, dinero fácil, empujados en definitiva por el hambre, se ven obligados a iniciar la odisea de la inmigración. No en vano, la principal fuente de ingresos de muchas familias africanas es el dinero que les envían sus miembros residentes en el extranjero.
Ibrahima ha estado ahorrando un poco de dinero para poder iniciar su viaje. Con gran dolor de su corazón, su familia escucha la intención de Ibrahima de emigrar y ¡qué remedio! la acepta. Ibrahima abandonará su hogar, a su esposa Laila-Penélope, a su hijo Ismail-Telémaco, sus padres, hermanos, amigos, su pueblo, su tierra, su Ítaca, sus costumbres y marchará a la aventura de intentar el salto a Europa. No va solo; le acompañan algunos compatriotas, ¿los compañeros de Ulises?
En coche, en tren, en autobús y a pie, tras sufrir en el camino muchas penalidades, entre ellas algún que otro golpe o disparo de la policía de algún país que atraviesan (¿el Cíclope?, ¿los lestrígones?) y contactar con alguna mafia; tras perder a alguno de sus compañeros por el camino, que decidió regresar o murió, o fue detenido (¿Escila y Caribdis?), después de seguir su camino, pese a las voces que intentaban disuadirlo (¿las sirenas?), Ibrahima llega a la costa africana.
Al otro lado, la costa andaluza, España y la anhelada Europa. Ibrahima, con otros africanos, se mete en una patera (¿la balsa de Ulises?) y se lanza al estrecho de Gibraltar. Pero el viento de Levante (¿Poseidón?) azota la embarcación durante la travesía. Muchos de los que iban en la barca mueren ahogados, pero Ibrahima consigue llegar a la costa. Se refugia, agotado, entre unos arbustos y se duerme. Le despiertan unas voces masculinas y se pregunta:
¡Ay de mi! ¿será la policía o la guardia civil, o serán civiles? ¿me denunciarán a la policía y tendré que volver repatriado o me acogerán en sus casas un tiempo hasta que pueda irme a otro lugar? ¿serán realmente humanos, es decir, personas que tratan a sus semejantes con dignidad y justicia? ¿serán realmente cristianos, es decir, personas justas que cumplen la voluntad de Dios y leerán y cumplirán lo que dice Jesucristo, hijo de Dios, en la Buena Noticia de Mateo 25, 35?
Por suerte para Ibrahima las voces son de un grupo de jóvenes de cierta ONG. Se presenta, lo acogen, le curan las heridas, le proporcionan alimento y durante una noche le dan refugio. Al día siguiente, Ibrahima parte en autobús hacia otra parte de España. De momento, parece que Ibrahima ha topado con alguna Nausícaa y algún Alcínoo. Llegado a otra ciudad española, Ibrahima duerme unos días en la calle, y otros en el albergue de otra ONG. Está indocumentado. A los pocos días encuentra un trabajo en la economía sumergida. Trabaja muchas horas, demasiadas, en su trabajo le llaman el negrito y le tratan con una cierta distancia. Ibrahima siente que la gente no le mira con naturalidad, alguna incluso con cierto temor y recelo por su color que debe su tonalidad a la melanina. Lleva ya varias semanas en España, ha cobrado su primer salario, bajo en relación a las horas trabajadas y aún no tiene vivienda en alquiler. La dificultad del idioma y su color hacen que la poca gente que alquila pisos se muestre reticente a cederle el suyo.
Su empresario y los dueños de pisos en alquiler ya no son Alcínoo, por desgracia, y de sus bocas, que pronuncian lo que dicta el corazón y el cerebro, no salen palabras como éstas:
He aquí un extranjero que se llama Ibrahima; llegó errante a mi casa, venga ya de la negra África, de la querida Iberoamérica o del norte de África musulmán, nos suplica encarecidamente que le proporcionemos un salario digno y unas condiciones de trabajo adecuadas y que no tengamos miedo ni reparo en alquilarle nuestra vivienda. Procurémosle lo que desea en seguida, tal como corresponde a personas de bien, justas y honradas. Que jamás haya nadie que, habiendo llegado a nuestra casa, mucho tiempo estuviera anhelando un hogar y trabajo dignos que le permitan la vida que todo ser desea.
Han pasado tres meses, Ibrahima no trabaja, aún no ha encontrado vivienda y ya lo ha decidido: volverá a Senegal. Su aventura ha finalizado. Ha ciertas leyes que no favorece demasiado a los que, como él, llegaron sin documentación. Debe haber pocos Alcínoos en el gobierno que digan:
al forastero en nuestro país-palacio le ofreceremos las leyes de extranjería-los dones de la hospitalidad; buscaremos las políticas justas, y así, con documentación en regla, por nosotros protegido, podrá el forastero, contento, instalarse en seguida en nuestra patria por muy de lejos que venga, y que no sufra ahora discriminación alguna ni explotación; que encuentre pronto vivienda digna, y si no, nosotros se la proporcionaremos o que duerma en nuestro albergue-palacio.
Al fin y al cabo, la felicidad que reflejaba la publicidad de la televisión europea cuando la miraba la tiene aquí, con los suyos. Aquí, en África, la familia es muy importante, la gente acogedora y generosa, da lo que tiene, aunque es poco, no es individualista, no mira a los blancos con distancia, los hijos se ocupan de sus padres viejos, las relaciones sociales son alegres y abiertas.
Lo que más le ha dolido a Ibrahima es que le miraran como si viniera a quitarle algo a los europeos. ¡Pero si fueron los europeos los que asolaron todo un continente, lo exprimieron, se llevaron el jugo de la riqueza y dejaron las mondas y las migajas de la pobreza! Ibrahima sólo quería una parte de lo que le quitaron. ¡Hay que ser cínico! Los mismos que se aprovecharon de África y la llevaron a una situación que sólo puede ser superada en unos casos con la emigración, le niegan ahora a los africanos su derecho a recuperar una parte de lo que les quitaron. Eso y lo de los papeles, pero ¡qué manía con lo de los papeles!
Ibrahima regresará a su patria, volverá a ver a su anhelada Senegal-Ítaca, a su fiel Laila-Penélope, a su hijo Ismail-Telémaco, al que no ve desde hace cinco meses, a su familia, amigos, pueblo y casa. Por desgracia, no ha encontrado tantos Nausícaas y Alcínoos como esperaba.
En fin, ¡ojalá haya cada vez más Alcínoos y más Nausícaas que acojan con auténtica hospitalidad a los miles de Ibrahimas-Ulises que llegan a España-Esqueria (isla de los feacios) ! ¡Que haya más Alcínoos que cumplan la voluntad de Zeus-Dios, que lean y cumplan las palabras de Jesucristo en Mateo, 25, 35!

domingo, 5 de noviembre de 2006

Empatía y docencia

En nuestra labor cotidiana de docentes contínuamente se pone a prueba nuestra capacidad de relación con los demás, en nuestro caso, con compañeros, padres y alumnos.
Muchas veces, demasiadas, nuestras frustraciones en el aula, o en el trabajo, pueden derivarse de una falta de adiestramiento en la relación interpersonal. De entrada, debemos decir que este adiestramiento es algo difícil, pues requiere tiempo, constancia y dedicación.
Además, creo que, a veces, olvidamos que nuestra labor de docentes no es más que una relación de ayuda, una bella relación de ayuda, según la cual el docente debe desarrollar en el alumno las capacidades de éste para el aprendizaje, hacerle ver que tiene unas capacidades indiscutibles que debe comenzar a aplicar. Y esta relación tiene como marco, por si fuera poco, un bello trasvase de conocimientos mutuos entre maestro y alumno. Digo mutuo ex professo, porque a veces podemos pensar que sólo el docente es el que transmite conocimientos. Es cierto que el mayor peso en la transmisión de conocimientos la lleva el profesor. Deberíamos meditar más en nuestra labor (¡qué hermosa es!): trasladar a quien no los tiene unos conocimientos que nosotros hemos adquirido previamente, un bagaje cultural que hemos ido almacenando y que ahora, a su vez, tratamos de depositar en otros.
Pero también los alumnos nos transmiten conocimientos; sí, pues no todos los conocimientos los podemos reducir al ámbito de la asignatura que enseñamos. Perfectamente un alumno nos puede dar una lección y ¡en tantas cosas!

Pero no quiero seguir por este camino, muy interesante, que nos llevaría a la polémica sobre la función del profesor: ¿enseñar o educar?. Yo lo tengo muy claro, lo segundo, pero hay muchos compañeros todavía que defienden la primera opción.
Esta reflexión de hoy surge por unas líneas que leí en un artículo aparecido en la sección de opinión (páginas 83 y siguientes) con el título Pensamiento ¿Qué pasa en la Enseñanza Secundaria?. en el número 281 (junio de 1999) de la revista Cuadernos de pedagogía, firmado por varios autores. Sí, es cierto, ya hace casi 8 años, pero siguen teniendo plena vigencia.
El texto era el siguiente:
“El docente es aceptado y hasta valorado en el aula en función de su habilidad social y comunicativa. En ausencia de motivaciones claras para estudiar por parte del alumnado, y dada la experiencia de precariedad laboral que traspasa las paredes de los institutos, la capacidad de “conectar” de algunos y algunas profesionales y la compensación que produce inmediatamente lo que se aprende pasan a situarse en primer término.
La apelación al futuro y la exaltación de la cultura personal ya no funcionan demasiado. Antes la “empatía” no era un factor imprescindible para gestionar una clase; ahora sí.”
Casualmente, unos meses después participé en un cursillo, dirigido a voluntarios de Caritas, sobre Relación de ayuda, impartido por Ana Martínez, trabajadora social, orientadora familiar y profesora del Centro de Humanización de la Salud. Recuerdo que en el cursillo comenté el texto que arriba he transcrito y destaqué la importancia de la empatía en la docencia, convencido de que esas palabras de Cuadernos de Pedagogía, sobre todo la última frase, eran una gran verdad.
En ese cursillo se nos proporcionó como guía el libro Apuntes de relación de ayuda, de José Carlos Bermejo, un libro muy interesante y útil para afrontar la forma de relacionarnos con los demás, especialmente cuando esa relación se plantea como relación de ayuda; y, como he dicho, el ejercicio de la docencia es un forma muy bella de relación de ayuda.
Lo que ofrezco a continuación no tiene más mérito que ser un resumen de tres capítulos de ese libro, los dedicados a la definición de la relación de ayuda, a la actitud empática y a la escucha activa. Considero que la lectura de esos capítulos puede proporcionar a los profesores unas buenas pautas para enfocar su labor docente, reconvirtiendo ésta en una relación de ayuda y siendo conscientes en todo momento de que tratamos con personas, con las satisfacciones, sinsabores y retos que ello supone.
Ya sé que cuando hablamos de relación de ayuda solemos referirnos a aquélla mantenida con personas que sufren (enfermos, marginados, excluidos sociales), pero, repito, la relación que pueda establecerse entre maestro y alumno, puede también entenderse como relación de ayuda. Y, aunque no lo fuera, los apuntes de relación de ayuda que más adelante se proporcionan pueden ser útiles en esa relación docente-discente.
Hacer edificios, empaquetar frutas o pijamas, construir coches, repartir cartas, entre otros, son oficios que no producen en el trabajador conflicto con el objeto de trabajo (los ladrillos, las naranjas, los coches, las cartas). En cambio, el trabajo con personas supone un continuo reto, ya que en él, inevitablemente se producirá un conflicto, de uno u otro cariz, que habremos de saber gestionar.
El trabajo con personas debe suponer una mejora de nuestra habilidad social y comunicativa, un adiestramiento de nuestra capacidad de relacionarnos y una adquisición de un método empático de relación, que, como decía el texto del principio, nos permitirá, en estos tiempos que corren, gestionar una clase.
Paso ya sin más a transcribir el resumen de esos tres capítulos.
I. HACIA UNA DEFINICIÓN DEL CONCEPTO DE RELACIÓN DE AYUDA.
El objetivo fundamental del estudio y adiestramiento de la relación de ayuda es aumentar la competencia relacional, la capacidad de relacionarnos con los demás, sobre todo en una relación con personas que reciben nuestra ayuda. Esta competencia relacional está constituida por diversos elementos:
* un conjunto de conocimientos: saber.
* la capacidad de utilizarlos en la práctica: saber hacer (destrezas, habilidades).
* un complejo de actitudes que permitan establecer buenas relaciones humanas con el que sufre: saber ser.

Concepto de relación de ayuda
“Podríamos definir la relación de ayuda diciendo que es aquella en la que uno de los participantes intenta hacer surgir, de una o de ambas partes, una mejor apreciación y expresión de los recursos ocultos del individuo y un uso más funcional de éstos” (Carl Rogers).
Se entiende el concepto de relación de ayuda como un modo de situarse en el terreno de las actitudes y de las habilidades relacionales al servicio del acompañamiento en los procesos de integración.
De todas las comparaciones usadas para representar la relación de ayuda, una de las más elocuentes es la que dice que consiste en caminar juntos. Caminar juntos expresa el lado arriesgado y la dimensión de confianza, de pacto y de gratuidad. El que acompaña pone al servicio de la persona acompañada los recursos de su experiencia, sin ocultar sus límites; la riqueza de su propia competencia. El acompañante y el acompañado examinan juntos los signos que indican la buena dirección, comparten las ansias y las esperanzas.

Las actitudes fundamentales de la relación de ayuda son la comprensión empática, la consideración positiva, o aceptación incondicional, y la autenticidad o congruencia.
Las expectativas de una persona necesitada de ayuda son, ante todo, ser comprendida a nivel emotivo, percibir que el ayudante vibra empáticamente con ella, ser acompañada en la exploración de la situación de dificultad y en la búsqueda de recursos, internos y externos, para afrontarla.
Estilo centrado en la persona: consideración holística o integral
Es muy importante no dividir a la persona en las diferentes áreas, descuidando en cualquier intervención de ayuda todas menos la que se presenta con mayor urgencia o intensidad. Centrarse en la persona para tener buenos resultados en la relación significa superar la tentación de captar una sola de las dimensiones del ser humano.
- dimensión corporal: es elemento esencial del ser persona, que no se reduce a ser mero instrumento, sino que es lenguaje, expresión de la interioridad, medio de comunicación con los semejantes, mediación del don total y sustancial de sí mismo, que es el amor. El uso de nuestro propio cuerpo (lenguaje no verbal) requiere una sana relación con él para que la relación con el ayudado sea libre y vehicule adecuadamente un mensaje eficaz.
- dimensión intelectual: es la capacidad de comprenderse a sí mismo y el mundo en que vivimos, mediante conocimientos, conceptos, ideas, capacidades de razonamiento, de intuición, de reflexión, etc. Una correcta consideración de la dimensión intelectual debe estar, pues, al servicio de la relación interpersonal.
- dimensión emotiva: La identificación de los propios sentimientos por parte del ayudante, la aceptación e integración de los mismos, es un trabajo constante que facilita la comprensión del destinatario de la relación de ayuda. Realizar un camino de integración de las propias emociones, aprender a darles nombre, aceptarlas, permitiendo que nos habiten y den color a nuestras relaciones, ser dueños de la manifestación de las mismas, es un proceso necesario para comprender el mundo emotivo del otro.
- dimensión social: No hay crisis que no afecte a la dimensión relacional. Un sano equilibrio en el tejido de las relaciones sociales del ayudante le permitirá cultivar sus diferentes dimensiones y desarrollar los distintos roles que sea capaz de ejercer.
- dimensión espiritual - religiosa: Toda persona tiene un conjunto de valores ideales (profesados) y reales (hechos propios). El mundo de los valores, de la pregunta por el sentido último de las cosas y la referencia a Dios- para el creyente - constituyen la dimensión espiritual y religiosa.
En síntesis, la madurez humana fruto de una integración armónica de las diferentes dimensiones pone al ayudante en predisposición para comprender el impacto que la situación de necesidad tiene sobre la persona y para acompañarla en un sentido global. En el fondo, se trata de un camino de crecimiento y maduración personal que el ayudante debe hacer para poder acompañar al otro centrándose en su persona y no en su problema, o en el impacto de éste en una sola dimensión de su ser. El objetivo de la consideración global de la persona es ayudar a sostenerla en los momentos de crisis, ayudarla a salir del estado de angustia, o a superar la culpa, el aislamiento, la alienación para conducirla a su propia realización en el máximo de potencialidades de cada una de sus dimensiones.

II. LA ACTITUD EMPÁTICA
Lo más importante no son los conocimientos ni las habilidades del ayudante, sino sus actitudes. Serán las mismas actitudes las que le lleven a poner sus conocimientos y sus habilidades o destrezas al servicio de las verdaderas necesidades del ayudado.
Concepto de empatía
Para que un diálogo, un encuentro entre personas, una interacción, sea de ayuda se requiere, en primer lugar, que en él se dé comprensión. Comprensión no sólo como capacidad de captar el significado de la experiencia ajena, sino también como capacidad de devolver este significado a quien lo vive, para que él sienta que realmente está siendo comprendido. La actitud que permite captar el mundo de referencia de otra persona es la empatía. Carkhuff considera la empatía como la capacidad de percibir correctamente lo que experimenta otra persona y de comunicar esta percepción en un lenguaje acomodado a los sentimientos de ésta.
El significado de la actitud empática es la disposición de una persona a ponerse en la situación existencial de otra, a comprender su estado emocional, a tomar conciencia íntima de sus sentimientos, a meterse en su experiencia y asumir su situación. Esto es empatía. Es como un sexto sentido, una forma de penetrar en el corazón del otro. Es ponerse a sí mismo entre paréntesis momentáneamente; es caminar con los zapatos del otro durante una parte del camino. No basta, simplemente, con que creamos haber comprendido a la otra persona. Debemos esforzarnos por hacerle ver que la hemos comprendido.
La empatía es la posibilidad de asimilar la persona del otro, de penetrar en su afectividad, de sentir con él (no lo mismo que él). Es la disposición interior del ayudante que permite llegar al corazón del ayudado, llegar a ver con sus ojos, escuchar con sus oídos y captar bien lo que la persona en dificultad siente en su mundo interior.
Dificultades de la empatía
Ser empático significa, ante todo, meterse en el mundo subjetivo del otro participando en su experiencia como si fuese la propia y en segundo lugar, transmitir al interlocutor la certeza de que ha sido comprendido. Se trata de una actitud exigente que sólo llega a ser espontánea mediante el adiestramiento.
Existen numerosas dificultades para desarrollar la actitud empática en las propias relaciones y en las de ayuda. Algunas de ellas son las siguientes:
1. La empatía exige la capacidad de “meterse en el punto de vista del otro”, poniendo entre paréntesis las propias opiniones, creencias, gustos...Para alcanzar este objetivo es necesaria una disciplina, un sentido del límite y un respeto de la diversidad. Esta disposición va contra la inclinación más natural, que consiste en tender a tranquilizar, a dar consejos, a proponer soluciones inmediatas. Es más fácil juzgar e interpretar que comunicar comprensión entrando en el mundo personal y único del ayudado.
2. Otra dificultad de la empatía es que, si realmente el ayudante se mete en el mundo interior del ayudado, su propia persona queda afectada, se encuentra con la propia vulnerabilidad.
3. Una dificultad más para poner en práctica la relación empática surge cuando no se consigue calibrar debidamente el grado de implicación emotiva, de modo que del comprender al otro como si fuera el otro se pasa a la simpatía, es decir, a la identificación emocional, a hacer propios los sentimientos del ayudado y a experimentar lo mismo que él.
III. LA ESCUCHA ACTIVA
“Nos han sido dadas dos orejas, pero sólo una boca,
para que podamos oír más y hablar menos” (Zenón de Elea)
Si la actitud empática es una disposición interior, para que ésta se explicite en la relación de manera visible y eficaz ha de traducirse en habilidades de comunicación. Por eso, la persona que está en disposición empática, bien adiestrada, será capaz de escuchar activamente, porque sólo así podrá tener acceso a la comprensión de la experiencia de aquel a quien quiere ayudar.
La escucha exige disposición a acoger el mundo exterior, el mensaje que se nos envía. La escucha, para que tenga lugar realmente, requiere atención. La atención y la observación son elementos de la habilidad de escuchar.
Qué significa escuchar
Escuchar significa mucho más que oír. Significa poner atención para oír. Significa, sobre todo, querer comprender, teniendo presente la imposibilidad de penetrar en una secuencia de signos fijos como son las palabras. Escuchar es centrarse en el otro. Pero centrarse en el otro es difícil; se consigue haciendo un esfuerzo. Supone hacer callar al conjunto de voces que murmuran dentro de nosotros y que se llaman recuerdos, remordimientos, alegrías, preocupaciones, sentimientos diferentes. Escuchar supone utilizar el “tiempo libre mental” en centrarlo en la persona que comunica.
Escuchar supone un cierto vacío de sí, de las cosas propias y de los prejuicios. Escuchar es, pues, acoger las expresiones de la vida del otro, leer las páginas del libro de la vida de la persona, que nos las enseña con confianza si nosotros nos situamos ante ella con atención, con respeto y con modestia. En el fondo, escuchar es centrarse en las verdaderas necesidades del ayudado.
Cómo se escucha activamente
Escuchar correctamente parece una actitud pasiva; sin embargo, es una actitud eminentemente activa, porque requiere estar muy presente a uno mismo e invertir todas las energías en todo lo que se está haciendo para vivir y ofrecer la mejor presencia. Escuchar correctamente es fatigosísimo: por la atención mental requerida, el compromiso emotivo, la participación en una emotividad a veces violenta o molesta que contrasta con nuestro modo de ser y de afrontar los problemas, la asistencia a la exposición de un material que no se comparte.
Saber escuchar es saber callarse por dentro y dar preferencia al otro; es liberarse a sí mismo de la propia obsesión y hacer espacio dentro de uno mismo para poder decir al que nos pide escucha: “Aquí estoy. Estoy aquí, a tu disposición. Soy libre para ti. Mi tiempo, es decir, yo que existo, es tuyo. Te lo regalo. Puedes ocupar mi mente y mi ánimo con lo que me quieras decir. Me he dado cuenta de que necesitas hablar.”
Se escucha, ante todo, con toda la persona. Ya Zenón de Elea decía hace 25 siglos que la naturaleza ha dado al hombre una lengua, pero dos oídos, de forma que pueda escuchar de los otros dos veces más de lo que puede hablar. Una importancia especial tiene la mirada, que es verdaderamente elocuente. La mirada está en estrecha relación con los sentimientos. La escucha activa se manifiesta en muchas ocasiones mediante monosílabos o interjecciones (Ah, sí, hum, etc.) que nos hacen estar presentes en el diálogo. Sin interrumpir la exposición del otro, sino respetándolo y dejándole hablar, respetando incluso el silencio, escuchando también el silencio, que nos puede hablar de la profundidad de cuanto está diciendo el otro, de sus dudas, de sus inseguridades, de su malestar, de su miedo...
Respetar el silencio en el diálogo significa escuchar al otro y ponerlo en el centro del interés. El que escucha con el corazón se convierte en instrumento de curación, porque da espacio a los otros para abrirse con creciente confianza y libertad y les permite sentirse comprendidos y afirmados. La conversación de ayuda supone un cierto hospedaje emotivo: el que sufre encuentra en el que le escucha un hospedaje, un “templo”, alguien en el que vivir. Dar a alguien la posibilidad de hablar es concederle la posibilidad de reducir la angustia, que a veces puede parecer que ahoga. En muchas ocasiones, el calor humano manifestado mediante la atención y la escucha es la única medicina que necesita alguien para curar o para morir en paz.
Hasta aquí el resumen. Si en él sustituimos las expresiones "el otro", "el ayudado", "al que se quiere ayudar" por "alumno" o "padre" o "compañero", nos encontraremos con una buena lección y unas magníficas pautas para aplicar en nuestra labor docente.
Sobre todo con los alumnos, hemos de saber escuchar de forma activa, hemos de penetrar en su mundo afectivo y comprender su estado emocional, hemos de centrarnos en la PERSONA del alumno, descubriendo en él todas sus dimensiones (corporal, intelectual, emotiva, social, trascendental o espiritual-religiosa), debemos caminar juntos, alumno y maestro, poner al servicio del alumno los recursos de nuestra experiencia, comprenderlo a nivel emotivo.
En definitiva, hoy en día al profesor no le basta saber. Debe además saber hacer y, sobre todo, saber ser.

jueves, 2 de noviembre de 2006

¿Necrofilia senequiana?



Hoy es 2 de noviembre, día de difuntos. Los cementerios, ayer y hoy, se llenan de personas que visitan las tumbas donde reposan los restos de sus familiares y amigos. Son días propicios para hablar de un hecho natural, la muerte.




Si hay un autor que ha hablado de la muerte ése es Séneca, y si queremos adjudicarle una frase que le distinga puede ser la que aparece en la Consolación a Marcia: "la muerte es la libertad, el término de todas nuestras penas; no traspasarán sus umbrales nuestras desgracias; ella es la que nos devuelve a aquella tranquilidad de que gozamos antes de nacer".
De hecho, una posible lectura de la obra de Séneca sería entenderla como una gran ars moriendi. El sabio será aquella persona madura para la muerte, lo cual no implica que no deba disfrutarse de la vida mientras se pueda: "no hay nada peor que estar muerto antes de morir".
La muerte es cercana al hombre; la muerte es natural; la muerte es una consecuencia más de la vida; la muerte es inevitable; la muerte es lisonjera; la muerte es cruel; la muerte es justa; la muerte es serenidad; pero, sobre todo, la muerte es liberación; la muerte puede ser querida; la muerte es autonomía; la muerte es soledad; la muerte es aquello que se escapa del poder, aun cuando éste sea su gran administrador, como lo demuestra la biografía de Séneca.
En las Epístolas morales a Lucilio las alusiones a la muerte son numerosísismas. Ofrecemos sólo una recopilación de ellas.

1. In hoc enim fallimur, quod mortem prospicimus: magna pars eius iam praeterit; quidquid aetatis retro est mors tenet.
Realmente nos engañamos en esto: que consideramos lejana la muerte, siendo así que gran parte de ella ya ha pasado. Todo cuanto de nuestra vida queda atrás, la muerte lo posee.
2. Mihi crede, Lucili, adeo mors timenda non est ut beneficio eius nihil timendum sit.
Créeme, Lucilio, tan poco hemos de temer la muerte que, gracias a ella, nada debemos temer.
3. Moriar: hoc dicis, desinam aegrotare posse, desinam alligari posse, desinam mori posse. ... Cotidie morimur; cotidie enim demitur aliqua pars vitae, et tunc quoque cum crescimus vita decrescit. Infantiam amisimus, deinde pueritiam, deinde adulescentiam. Usque ad hesternum quidquid transit temporis perit; hunc ipsum quem agimus diem cum morte dividimus. Quemadmodum clepsydram non extremum stilicidium exhaurit sed quidquid ante defluxit, sic ultima hora qua esse desinimus non sola mortem facit sed sola consummat; tunc ad illam pervenimus, sed diu venimus.
Moriré: es decir, abandonaré el riesgo de la enfermedad, el riesgo de la prisión, el riesgo de la muerte... Morimos cada día; cada día, en efecto, se nos arrebata una parte de la vida y aun en su mismo período de crecimiento decrece la vida. Perdimos la infancia, luego la puericia, después la adolescencia. Todo el tiempo que ha transcurrido hasta ayer, se nos fue; ese mismo día, en que vivimos, lo repartimos con la muerte. Como a la clepsidra no la vacía la última gota de agua, sino todas las que antes se han escurrido, así la última hora, en la que dejamos de existir, no causa ella sola la muerte, sino que ella sola la consuma. Entonces llegamos al final, pero ya hacía tiempo nos íbamos acercando.
4. Dicam enim quid sentiam: puto fortiorem esse eum qui in ipsa morte est quam qui circa mortem. Mors enim admota etiam inperitis animum dedit non vitandi inevitabilia; sic gladiator tota pugna timidissimus iugulum adversario praestat et errantem gladium sibi adtemperat. At illa quae in propinquo est utique ventura desiderat lentam animi firmitatem, quae est rarior nec potest nisi a sapiente praestari.
Diré, pues, lo que siento: opino que es más valiente el hombre que se encuentra en el trance mismo de la muerte que el que está próximo a ella. En efecto, la muerte, ya inmediata, aun a los incapaces les infunde ánimos para no evitar lo inevitable. Es así como el gladiador, muy cobarde en toda la pelea, ofrece el cuello a su enemigo y dirige contra sí mismo la espada vacilante. En cambio, la muerte que está próxima, pero aún tiene que llegar, exige una constante fortaleza del alma, que es poco frecuente, y que solamente el sabio puede garantizar.
5.Inter hos Bassum licet numeres, qui nos decipi noluit. Is ait tam stultum esse qui mortem timeat quam qui senectutem; nam quemadmodum senectus adulescentiam sequitur, ita mors senectutem. Vivere noluit qui mori non vult; vita enim cum exceptione mortis data est; ad hanc itur. Quam ideo timere dementis est quia certa expectantur, dubia metuuntur. Mors necessitatem habet aequam et invictam: quis queri potest in ea condicione se esse in qua nemo non est?
Entre éstos no hay inconveniente en incluir a Baso, que no ha querido embaucarnos. Él afirma que es tan necio quien teme la muerte como quien teme la vejez. Porque de la misma manera que la vejez sigue a la juventud, así la muerte sigue a la vejez: se niega a vivir quien se niega a morir. La vida nos ha sido concedida con la limitación de la muerte; hacia ésta nos dirigimos. Temerla es, por tanto, una insensatez, ya que los acontecimientos seguros se esperan; son los dudosos los que se temen. La muerte es una necesidad igual para todos e inevitable. ¿Quién puede quejarse de estar incluido en la condición que a todos alcanza?
6. Si distinguere voluerimus causas metus nostri, inveniemus alias esse, alias videri. Non mortem timemus sed cogitationem mortis; ab ipsa enim semper tantundem absumus. Ita si timenda mors est, semper timenda est: quod enim morti tempus exemptum est?
Si nos decidimos a analizar las causas de nuestros temores, hallaremos que unas son reales, otras lo parecen. No tememos la muerte, antes bien el pensamiento de la muerte, porque de ella siempre nos encontraremos a igual distancia. Por lo tanto, si hemos de temer la muerte, hemos de temerla siempre: ¿qué momento queda sustraído a la acción de la muerte?.
7. Mors nullum habet incommodum; esse enim debet aliquid cuius sit incommodum. Quod si tanta cupiditas te longioris aevi tenet, cogita nihil eorum quae ab oculis abeunt et in rerum naturam, ex qua prodierunt ac mox processura sunt, reconduntur consumi: desinunt ista, non pereunt, et mors, quam pertimescimus ac recusamus, intermittit vitam, non eripit; veniet iterum qui nos in lucem reponat dies, quem multi recusarent nisi oblitos reduceret.
La muerte no encierra ninguna molestia, ya que habría de existir un ser afectado por esa molestia. Pero si es tan grande el deseo que te invade de prolongar la vida, ten presente que de esos seres que se alejan de nuestra contemplación y retornan al seno de la naturaleza, de la que han salido y de nuevo han de salir, ninguno llega a destruirse. Dejan de vivir, no perecen; la muerte que tanto nos asusta y que rechazamos, interrumpe la vida, no la arrebata. Vendrá nuevamente el día que nos devolverá a la luz, a que muchos rehusarían llegar si no fuera porque, olvidados de todo, vuelven a la vida.
8. . Mors est non esse. Id quale sit iam scio: hoc erit post me quod ante me fuit. Si quid in hac re tormenti est, necesse est et fuisse, antequam prodiremus in lucem; atqui nullam sensimus tunc vexationem. Rogo, non stultissimum dicas si quis existimet lucernae peius esse cum extincta est quam antequam accenditur? Nos quoque et extinguimur et accendimur: medio illo tempore aliquid patimur, utrimque vero alta securitas est. In hoc enim, mi Lucili, nisi fallor, erramus, quod mortem iudicamus sequi, cum illa et praecesserit et secutura sit. Quidquid ante nos fuit mors est; quid enim refert non incipias an desinas, cum utriusque rei hic sit effectus, non esse?
La muerte es el no ser. En qué consiste esto bien que lo sé. Será después de mí lo que fue antes de mi existencia. Si tal situación conlleva algún sufrimiento, es necesario haberlo experimentado también antes de surgir a la vida; ahora bien, entonces no sufrimos vejación alguna. Te lo pregunto: ¿acaso no calificarías de muy necio a quien juzgase que la lámpara, una vez apagada, se halla en un estado peor al que tenía antes de encenderse? También nosotros nos encendemos y nos apagamos; en la fase intermedia experimentamos algún sufrimiento, mas en uno y otro extremo reina plena seguridad. Éste es, amado Lucilio, si no me engaño, nuestro error: pensamos que la muerte viene a continuación, siendo así que nos ha precedido y nos seguirá. Cuanto existió antes de nosotros es muerte ¿Qué importa, realmente, que no empieces o acabes, cuando el resultado de lo uno y de lo otro se traduce en no ser?
9. Mors quid est? aut finis aut transitus. Nec desinere timeo idem est enim quod non coepisse, nec transire, quia nusquam tam anguste ero. Vale.
La muerte ¿qué significa? O un final, o un tránsito. Ni me asusta terminar, porque es lo mismo que no haber comenzado, ni pasar a la otra orilla, ya que en ninguna parte viviré con tanta estrechez como aquí.
10. Alter adulescens decessit, alter senex, aliquis protinus infans, cui nihil amplius contigit quam prospicere vitam: omnes hi aeque fuere mortales, etiam si mors aliorum longius vitam passa est procedere, aliorum in medio flore praecidit, aliorum interrupit ipsa principia. Alius inter cenandum solutus est; alterius continuata mors somno est; aliquem concubitus extinxit. His oppone ferro transfossos aut exanimatos serpentium morsu aut fractos ruina aut per longam nervorum contractionem extortos minutatim. Aliquorum melior dici, aliquorum peior potest exitus: mors quidem omnium par est. Per quae veniunt diversa sunt; in [id] quod desinunt unum est. Mors nulla maior aut minor est; habet enim eundem in omnibus modum, finisse vitam.
Uno falleció en la juventud, otro en la vejez, un tercero en la infancia, a quien sólo le cupo la suerte de columbrar la vida. Todos estos fueron igualmente mortales, aun cuando la muerte a algunos les concedió una vida bastante larga, la de otros la cortó en su misma plenitud, y la de otros la truncó en su comienzo. Éste, en medio de una cena, expiró; para aquél la muerte no fue sino la continuación del sueño; hubo quien durante el coito pereció. Sitúa frente a estos los pasados a cuchillo, o los muertos por mordedura de serpiente, o los aplastados por hundimiento, o los descoyuntados lentamente por una prolongada contorsión de los músculos. El final de algunos puede calificarse de mejor, el de otros de peor: la muerte sin duda es la misma para todos. Los caminos que les conducen a ella son diversos, el término al que van a parar es uno solo. No hay muerte mayor o menor que otra, tiene la misma medida para todos: terminar con la vida.
Hasta aquí un rápido recorrido por alusiones a la muerte en las Epístolas senequianas.
Ahora, culminamos esta nueva entrada con tres obras, muy distintas entre sí, que tocan de una u otra forma el tema de la muerte. La primera pertenece a San Juan de la Cruz:


Coplas de el alma que pena por ver a Dios
Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero.
I
En mí yo no vivo ya y sin Dios vivir no puedo pues sin él y sin mí quedo éste vivir qué será? Mil muertes se me hará pues mi misma vida espero muriendo porque no muero.
II
Esta vida que yo vivo es privación de vivir y assí es contino morir hasta que viva contigo. Oye mi Dios lo que digo que esta vida no la quiero que muero porque no muero.
III
Estando ausente de ti qué vida puedo tener sino muerte padescer la mayor que nunca vi? Lástima tengo de mí pues de suerte persevero que muero porque no muero.
IV
El pez que del agua sale aun de alibio no caresce que en la muerte que padesce al fin la muerte le vale. Qué muerte abrá que se yguale a mi vivir lastimero pues si más vivo más muero?
V
Quando me pienso alibiar de verte en el Sacramento házeme más sentimiento el no te poder gozar todo es para más penar por no verte como quiero y muero porque no muero.
VI
Y si me gozo Señor con esperança de verte en ver que puedo perderte se me dobla mi dolor viviendo en tanto pabor y esperando como espero muérome porque no muero.
VII
Sácame de aquesta muerte mi Dios y dame la vida no me tengas impedida en este lazo tan fuerte mira que peno por verte, y mi mal es tan entero que muero porque no muero.
VIII
Lloraré mi muerte ya y lamentaré mi vida en tanto que detenida por mis pecados está. ¡O mi Dios!, quándo será quando yo diga de vero vivo ya porque no muero?

El segundo texto es la muerte de Platero de esa obra tan bella como es Platero y yo de Juan Ramón Jiménez:
La muerte
Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara...
El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada... No podía... Entonces le tendí su mano en el suelo, lo acaricié de nuevo con ternura, y mandé venir a su médico.
El viejo Darbón, así que lo hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca y meció sobre el pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo.
—Nada bueno, ¿eh?
No sé qué contestó... Que el infeliz se iba... Nada... Que un dolor... Que no sé qué raíz mala... La tierra, entre la yerba... A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza...
Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella mariposa de tres colores...







Finalizo estas reflexiones sobre la muerte con el final de esa maravillosa novela como es Memorias de Adriano de Margueritte Youcenar:

Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver... Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos...

miércoles, 1 de noviembre de 2006

Futuros pasivos para la felicidad

Leo en el blog de Fernando Lillo la versión latina del Apocalipsis 7, 9-17, que es la primera de las lecturas, junto con el salmo 23, de la Solemnidad de Todos los Santos, día que la Iglesia católica dedica a todas aquellas personas que, sin haber sido canonizadas oficialmente, han pasado por este mundo haciendo el bien, sin mostrar maldad, teniendo una conducta honrada y honesta y que, por tanto, pueden ser consideradas "santos". En concreto el pasaje del Apocalipsis que se lee hoy incluye también los versículos 2 al 4 y llega sólo hasta el versículo 14.

Nosotros nos centraremos en la tercera de las lecturas, el evangelio de Mateo, 5, 1-12a, aunque, para redondear nuestra aportación recorreremos el resto de ese capítulo, así como el 6 y el 7, conocidos como "el sermón de la montaña" El comienzo de este extenso discurso es lo que se conoce como las "bienaventuranzas". Contiene una ambientación inicial y una serie de bienaventuranzas.
Nuestra reflexión sobre el pasaje es morfológica, porque nos centraremos en el uso de los verbos que hace Mateo, ya que ofrece al profesorado de griego una cantera muy abundante para extraer formas verbales susceptibles de ser analizadas por los alumnos y que demuestra que la conjugación no es algo etéreo o teórico, sino que las formas verbales se usan, incluso las aparentemente más raras o que puedan parecer menos usuales.

Pero queremos primero dar una pequeña explicación del pasaje.

El primer evangelio fue escrito para una comunidad de cristianos de origen judío que seguían valorando y practicando la Ley de Moisés y las costumbres religiosas propias del judaísmo: la limosna, la oración y el ayuno (Mt 6, 1-18). Jesús afirma claramente que él no ha venido a abolir los preceptos de la ley, sino a revelar su verdadero y pleno significado (Mt 5, 17). Los mandamientos siguen vigentes, pero no se pueden comprender con la mentalidad estrecha y mezquina de los escribas y fariseos. Ellos los cumplen al pie de la letra, pero se olvidan de su espíritu, que es la práctica del amor (Mt 5, 21-48).

El "sermón de la montaña" viene a ser de esta manera un auténtico programa de vida cristiana. No se trata de un reglamento donde todo está estipulado y detallado, sino de una especie de síntesis de las lineas maestras que deben guiar la vida del discípulo de Jesús, acompañadas de algunos ejemplos ilustrativos. De hecho, los que se acercan a escucharlas de un modo particular son los discípulos -προσῆλθαν αὐτῶ οἱ μάθηταὶ αὐτοῦ - (Mt 5, 1b). Esto explica el carácter aparentemente excesivo de sus exigencias, que ciertamente resultan incomprensibles para quienes no se han decidido a seguir a Jesús y no han optado radicalmente por el Reino que él anuncia. Sólo si se lee con mentalidad de discípulo puede entenderse el "sermón de la montaña" como un verdadero programa de vida.

Ésa y no otra es la clave para entender y acoger estas palabras de Jesús. Cuando él proclama la llegada del Reino, exige también una inversión total de los criterios que imperan en este mundo. El mejor ejemplo de ello lo encontramos en las bienaventuranzas que encabezan este discurso (Mt 5, 3-11). En ellas están reflejados una serie de valores alternativos que son los que guiaron la vida de Jesús y los que deben hacer suyos quienes le siguen. Son como el "retrato robot" al que deberían parecerse los verdaderos discípulos, el sendero por el que caminan los que descubren que no hay mayor felicidad que hacer lo que Dios quiere.
Las bienaventuranzas responden a un género literario que encontramos en algunas tradiciones del Antiguo Testamento (Eclesiástico 25, 7-11). En esas tradiciones, la bienaventuranza es sinónimo de bendición, y las razones por las que se declara a alguien bienaventurado suelen ser la riqueza, la salud, el tener buena fama. Son razones tan obvias que no necesitan explicación. Sin embargo, en la lista que encontramos en Mateo, cada una de las bienaventuranzas va acompañada de justificación, de un porqué (ὅτι).

Las ocho primeras bienaventuranzas mantienen cierta unidad: están escritas en tercera persona (αὐτῶν ἐστι, αὐτοί) y aparecen enmarcadas por la doble referencia al Reino de los Cielos - ἡ βασιλεία τῶν οὐρανῶν -, primera y octava. Para redactar las cuatro primeras bienaventuranzas (Mt 5, 3-6) parece que Mateo utilizó el mismo material que Lucas (Lc 6, 20-23). Se refieren de diversas formas a situaciones vitales de ésos a quienes Mateo llama "los pobres en el espíritu" (οἱ πτωχοὶ τῷ πνεύματι): los que están tristes, los humildes, los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios. Aunque su situación presente no es la mejor, son declarados felices porque viven abiertos a la acción de Dios.

La novena bienaventuranza (5, 11-12) parece una aplicación concreta de la anterior. Como se puede apreciar, está escrita, a diferencia de las otras, en segunda persona (ἐστε) y contiene una referencia expresa a la persecución que seguramente estaban sufriendo los cristianos de aquel tiempo. Ambas razones nos hacen pensar que Mateo cambia el tono con la finalidad de que quede claro que todo lo dicho anteriormente va dirigido a los cristianos de su comunidad.

Los verbos de las bienaventuranzas
Titulamos nuestro post Futuros pasivos para la felicidad porque en ellas aparecen cuatro futuros pasivos (παρακληθήσονται, χορτασθήσονται, ἐλεηθήσονται, κληθήσονται): "serán consolados", "serán saciados", "serán objeto de misericordia", "serán llamados" en un contexto que, como hemos dicho más arriba, pretende presentar un camino que lleve a la persona a la felicidad.
El primero (compuesto) y el último son de un verbo contracto -καλέω - que nos permite explicar el alargamiento de la vocal abierta que cierra la raíz de estos verbos y hacer hincapié en que en este verbo se produce una síncopa de la alfa. El segundo (χορτάζω) es un verbo en oclusiva dental que presenta el cambio de la dental de la raíz en sigma ante la dental de la característica temporal de futuro pasivo. El tercero también es contracto (ἐλεέω) y presenta el consabido alargamiento. Por cierto, podemos utilizar este verbo para explicar la expresión Kyrie, eleison, primera de las partes de una misa musicada (las otras son Gloria, Credo, Sanctus, Benedictus, Agnus Dei) y única en griego. La forma eleison es segunda persona del singular del imperativo de aoristo con itacismo de la eta (η).
Pero el fragmento (Mt 5, 1-12a) es rico en otras formas verbales y además permite estudiar un poquito el uso del participio.
Tenemos 9 participios. Tres de aoristo (ἰδών, καθίσαντος, ἀνοίξας), de ellos dos apositivos, concertados con un Jesús (ὁ 'Ιησοῦς) que aparece expreso nada menos que en el capítulo 4, versículo 23 y uno absoluto, el segundo. Cinco de presente (λέγων, πενθοῦντες, πεινῶντες, διψῶντες, ψευδόμενοι), de ellos 2 apositivos, primero y último, y 3 atributivos con artículo. Tres de verbos contractos, los tres atributivos, y uno en voz media, el último que puede servir para hacer ver la importancia de la voz, ya que el verbo ψεύδω en activa es "engañar" pero en media es "mentir". Finalmente, tenemos uno de perfecto medio de un verbo en oclusiva gutural(δεδιωγμένοι), que nos sirve para explicar el cambio a gamma de las oclusivas guturales ante una μ.
Hay 2 indicativos de aoristo, uno radical atemático (ἀνέβη, de ἀναβαίνω) y otro aoristo segundo (προσῆλθαν, de προσέρχομαι), este último forma tardía neotestamentaria.
Un imperfecto, ἐδίδασκεν de διδάσκω con ν efelcística.
Tres indicativos de presente (ἐστίν, ἐστἰν, ἐστε), los tres del verbo copulativo.
Un indicativo de futuro activo de un verbo contracto (κληρονομήσουσιν, de κληρονομέω) y otro en voz media (ὄψονται, de ὁράω) con una raíz que da juego para la etimología (panorama, óptica, optometrista, oftalmólogo, -oide, ídolo, etc.).
Hay también 2 imperativos de presente (χαίρετε, ἀγαλλιᾶσθε), el segundo de un verbo contracto (repaso de las reglas de contracción).
Finalmente, tenemos tres subjuntivos de aoristo, uno de un verbo en oclusiva dental (ὀνειδίσωσιν, de ὀνειδίζω), otro en oclusiva gutural (διώξωσιν, de διώκω) y el tercero es aoristo segundo (εἴπωσιν, de εἴπω ) que le hace de aoristo a λέγω.
En fin, un fragmento rico en formas verbales, como lo es también el capítulo 6 y el 7.
Por seguir con los futuros pasivos tenemos en este "sermón", entre otros, los siguientes:
μωρανθῇ, ἁλισθήσεται, κρυβῆναι, κληθήσεται, βληθήσῃ, εἰσακουσθήσονται, προστεθήσεται, κριθῆτε, κριθήσεσθε, μετρηθήσεται, δοθήσεται, ἀνοιγήσεται.
Podríamos seguir, pero nos conformamos con lo que hemos apuntado. Los docentes de griego pueden usar estos tres capítulos de Mateo que, repetimos, presentan una riqueza verbal extraordinaria que puede servir para explicar, repasar y analizar formas verbales.
Para acceder a los textos pincha aquí.