jueves, 19 de julio de 2007

Delfines en selectividad (III)

No estamos publicando al ritmo que nos gustaría los capítulos de esta serie dedicada a la presencia del delfín en algunos autores clásicos griegos y latinos.
El verano, con el calor que impide la concentración, y también el cansancio de todo un año, hace que estemos un poco remisos a sentarnos ante el ordenador y teclear nuestras modestas aportaciones. Por eso, a partir de ahora, las entradas se publicarán con mayor separación en el tiempo.
En nuestro seguimiento de los textos clásicos que hablan de delfines, y que iniciamos a propósito de un texto de Plinio el Viejo que salió como Opción B en el examen de Latín II de las Pruebas de Acceso a la Universidad, del Sistema Universitario Valenciano, hemos hecho referencia a autores como el propio Plinio, Heródoto, Píndaro, Eurípides o Luciano.
Otro autor que ofrece numerosas anécdotas de delfines es Claudio Eliano.
En el libro I, capítulo 18, de su Historia de los animales, también conocido como De natura animalium, nos habla del instinto maternal del delfín hembra:
Se admiran los hombres del amor que las mujeres sienten por sus hijos; mas yo veo que madres, cuyos hijos o hijas murieron, continúan viviendo y, con el tiempo, se olvidan de sus sufrimientos, desaparecido ya el dolor. Por el contrario, el delfín hembra excede a todos los animales en el amor a su prole. Pare dos *** y cuando el pescador hiere a un hijo suyo con el arpón o le alcanza con la punta de un dardo ***. El dardo en la parte superior tiene un agujero y una larga cuerda lo traspasa, mientras que la punta, hundiéndose, hace presa en el cetáceo. Y mientras el delfín herido conserva su vigor, el pescador afloja la cuerda para que aquél no pueda romperla a causa de su violencia y para que a él mismo no le sobrevengan dos infortunios, a saber, que el delfín se marche con el dardo y que él quede burlado en su propósito; cuando advierte el pescador que el cetáceo se cansa y está algo debilitado por la herida, lleva la barca despacio cerca y saca a tierra su presa. Pero la madre no se asusta ante lo sucedido ni escapa amedrentada, sino que, por un misterioso instinto, sigue anhelante a su hijo. Y por más terrores que uno quiera poner frente a ella, no se asustará ni consentirá en abandonar a su hijo, que está en trance de muerte, sino que hasta es posible cogerla con la mano, ¡a tan poca distancia se pone de los pescadores, como si quisiera rechazarlos! Sucede, por fin, que los hombres la capturan juntamente con su hijo, siendo notorio que pudo salvarse con la huida. Y si están con ella las dos crías y advierte que una de las dos ha sido herida y que se la llevan, como dije antes, persigue al que está ileso y le empuja moviendo su cola y dándole mordiscos; y, lo mejor que puede, da un resoplido indistinto, que es la contraseña salvadora para huir. El hijo se pone a salvo, pero ella se queda hasta que es capturada y muere juntamente con el otro hijo cautivo.
El mismo Claudio Eliano, en el capítulo 6 del libro II, refiere una anécdota similar a otra narrada por Plinio el Viejo en el capítulo 24 del libro IX de su Historia Natural.
Una traducción latina de la obra de Eliano, debida a Friedrich Jacobs y realizada en 1832, está disponible aquí.
Éste es el texto de Claudio Eliano, en la traducción de José María Díaz-Regañón en la editorial Gredos.
Los corintios, y con ellos los lesbios, celebran el amor a la música de los delfines, y los habitantes de Íos, su condición afectuosa. Los lesbios cuentan la historia de Arión de Metimna, pero los habitantes de Íos cuentan lo concerniente al hermoso muchacho de la isla, a su diversión natatoria y al delfín. Un individuo de Bizancio llamado Leónidas cuenta que, mientras navegaba costeando la Eólide, vio con sus propios ojos, en la ciudad llamada Poroselene (entre Lesbos y Asia Menor), un delfín domesticado que vivía en la playa y que se comportaba con los naturales como si fueran amigos personales. Y refiere que una pareja de ancianos alimentaba a este hijo adoptivo ofreciéndole los más apetitosos bocados. Además, el hijo de los ancianos era criado juntamente con el delfín y el matrimonio cuidaba de ambos, y, en cierta manera, a causa de la convivencia el muchacho y el cetáceo poco a poco llegaron a amarse el uno al otro sin darse cuenta y, como se repite vulgarmente, “una mutua y augustísima corriente amorosa creció” entre ellos. Resultó, pues, que el delfín amaba ya a Poroselene como su patria y cogió tanto apego al puerto como a su propio hogar y, lo que es más, devolvía a los que habían cuidado de él el pago del alimento que le habían procurado.
Y he aquí cómo lo hacía. Cuando se hizo grande y ya no necesitaba coger el alimento de la mano, sino que podía atreverse a alejarse nadando y a rodear y perseguir a las presas del mar, capturaba unas para alimentarse, pero otras las llevaba a sus amigos, y éstos estaban enterados de ello y se complacían en esperar la parte que les traía. Ésta era una ganancia. La otra, la siguiente: los padres adoptivos pusieron al delfín como al muchacho un nombre y éste, con la confianza que otorga la común crianza, colocado de pie sobre un promontorio, lo llamaba por su nombre y al llamarlo empleaba tiernas palabras. El delfín, ya estuviera entablando una porfía con un navío provisto de remos, o buceando y saltando con desprecio de todos los demás peces, que, en bandadas, merodeaban por el lugar, o estuviera cazando porque se lo pedía el apetito, salía a la superficie con toda rapidez como un navío que avanza levantando grandes olas y, acercándose a su amado, jugueteaba y se zambullía con él. Unas veces nadaba a su vera, otras veces parecía como si el delfín quisiera desafiar e incluso animar a su amado a competir con él. Y lo que es más admirable, a veces renunciaba a ser el primero en la competición y se quedaba rezagado como si sintiera placer en resultar derrotado. Todos estos sucesos fueron divulgados clamorosamente, y a todos los que arribaban a la isla les parecía éste el espectáculo más estupendo de cuantos podía ofrecer la ciudad. Y para los viejos y el muchacho todo esto constituía una fuente de ingresos.


Como se habrá observado, a parte de la anécdota en sí, están presentes en el fragmento el gusto de los delfines por la música y su tendencia a jugar con las naves que surcan la mar, cuya estela siguen. Quizás por ello abundan en la literatura clásica las historias de delfines amigos de los seres humanos, especialmente de niños.
Pausanias, en su Descripción de Grecia III, 25, 7, al hablar del cabo Ténaro (del que hablamos en la historia de Arión de Metimna) dice:
Entre otras ofrendas que hay en Ténaro está una estatua en bronce de Arión, el citaredo, sobre un delfín. La historia del propio Arión y la del delfín la ha contado Heródoto de oídas en su historia de Lidia. En cuanto al delfín de Poroselene, yo lo he visto mostrando su gratitud al niño, que le había curado después de ser herido por unos pescadores, he visto a este delfín obedeciendo a su llamada y llevando al niño siempre que quería montar en él.
Por su parte, Plinio cuenta lo siguiente:
Durante el reinado del divino Augusto, un delfín que había entrado en el lago Lucrino tomó mucho cariño a un niño pobre que desde Bayas iba a Putéolos (actual Pozzuoli), porque se detenía a mediodía, lo llamaba con el nombre de Simón y a menudo lo atraía con trozos de pan que llevaba para el camino – no contaría esta historia si no estuviese recogida en las obras de Mecenas, Fabiano, Flavio Alfio y muchos otros -; en cualquier momento del día en que lo llamase el niño acudía desde las profundidades y, después de comer de su mano, le ofrecía el lomo para que montase, escondiendo los aguijones de su aleta dorsal como en una vaina, y una vez arriba lo llevaba a Putéolos a la escuela a través del mar inmenso y lo devolvía de la misma forma, durante varios años; cuando, a causa de una enfermedad, murió el niño, el delfín volvió una y otra vez al lugar acostumbrado, triste, semejante a quien ha perdido a un ser querido, hasta que murió de nostalgia, sin que a nadie le cupiese duda del motivo.
En posteriores capítulos presentaremos otras anécdotas referidas a los delfines, presentes en textos de autores clásicos. Nos estamos dando cuenta de la buena fama del delfín en la antigüedad, coincidente con la que tiene en la actualidad. En efecto, este animal resulta simpático a la mayoría de personas. Su docilidad a la hora de ser entrenado para ofrecer hermosos espectáculos en los delfinarios; su carácter, en general, amistoso, su aspecto, casi siempre “sonriente”; su convivencia con el ser humano le ha valido fama de benigno y pacífico. Incluso se ha creado la delfinoterapia, para que con el delfín convivan personas, especialmente niños, con discapacidades psíquicas o sensoriales, como por otra parte se hace también con perros o caballos (otros dos animales, por cierto, de buena reputación).


Ver saltar delfines cerca del barco en el que navegamos nos produce satisfacción y es un bello espectáculo.
Hasta ahora los textos que hemos presentado presentan esta cara positiva del delfín. ¿Los habrá de negativos? La respuesta en próximos capítulos.
Terminamos con una pregunta de la cual damos la respuesta:
¿Cuál es el último animal? Respuesta: NÍFLED LE, esto es, NIF LED LE)

martes, 10 de julio de 2007

Delfines en selectividad (II)

Empezamos en nuestro anterior artículo, publicado el 24 de junio, una serie dedicada a la presencia del delfín en algunos autores clásicos. La excusa fue un texto de Plinio el Viejo que apareció en la opción B del examen de Latín II en las PAAU. Ya vimos la descripción que ofrecía el mencionado Plinio en los capítulos 20 a 24 del libro IX de su Historia Natural.
El final de la traducción se refería al gusto de los delfines por jugar con las naves y su afición a la música.
Sobre el gusto del delfín por la música y por brincar junto a embarcaciones leemos en la primera estrofa del primer estásimo de la Electra de Eurípides:
Naves ilustres que un día arribasteis a Troya
con incontables remos
escoltando la danza de las Nereidas
cuando saltaba el delfín amante de la flauta (φίλαυλος δελφίς)
ante las proas de oscuros espolones
retorciéndose,
acompañando al hijo de Tetis,
ligero en el salto de sus pies, a Aquiles,
junto con Agamenón
hasta las riberas del Simoeis en Troya.

κλειναὶ νᾶες, αἵ ποτ' ἔβατε Τροίαν
τοῖς ἀμετρήτοις ἐρετμοῖς
πέμπουσαι χοροὺς μετἀ Νηρῄδων,
ἵν' ὁ φίλαυλος ἔπαλλε δελ-
φὶς πρῴραις κυανεμβόλοι-
σιν εἱλισσόμενος,
πορεύων τὸν τᾶς Θέτιδος
κοῦφον ἀλμα ποδῶν ᾿Αχιλῆ
σὺν ᾿Αγαμέμνονι Τρωίας
ἐπὶ Σιμουντίδας ἀκτάς.
Éstos, y otros, versos de Eurípides los pone en boca de Esquilo el comediógrafo Aristófanes en su obra Las ranas. Es una parodia del pobre Eurípides, blanco de las críticas del comediógrafo, que no ocultaba su preferencia por Esquilo. En concreto las palabras de la Electra recogidas por Aristófanes son:
ἵν᾿ ὁ φίλαυλος ἔπαλλε δελφὶς πρῴραις κυανεμβόλοις (donde el delfín amante de la flauta saltaba ante las proas de oscuros espolones), dentro de este contexto:
᾿Αλκυόνες, ἀ παρ᾿ ἀενάοις θαλάσσης
κύμασι στωμύλλετε,
τέγγουσαι νοτίοις πτερῶν
ῥανίσι χρόα δροσιζόμεναι·
αἵ θ' ὑπωρόφιοι κατὰ γωνίας
εἰειειειειειλίσσετε δακτύλοις φάλαγγες
ἱστότονα πηνίσματα,
κερκίδος ἀοιδοῦ μελέτας,
ἵν' ὁ φίλαυλος ἔπαλλε δελ-
φὶς πρῴραις κυανεμβόλοις
μαντεῖα καὶ σταδίους.
Οἰνάνθας γάνος ἀμπέλου,
βότρυος ἕλικα παυσίπονον.
περίβαλλ', ὦ τέκνον, ὠλένας.
῾Ορᾷς τὸν πόδα τοῦτον;
La traducción del fragmento, debida a Luis M. Macía Aparicio, en Ediciones Clásicas, es:
¡Oh, alciones que sobre las inagotables olas
del mar parloteáis,
mojando con húmedas gotas
de rocío la superficie de vuestras alas.
Y vosotras que en los rincones del techo, arañas,
con los dedos teeeeeeedéis
vuestras telas en telar tejidas
producto de la melodiosa lanzadera,
donde el delfín amigo de la flauta,
junto a las proas de espolón oscuro hacía saltar
oráculos y distancias.
Alegría de la viña en flor,
pámpano del racimo que la fatiga quitas.
Arrodéame criatura, con tus brazos.
¿te has fijado en el pie
(métrico se refiere)?

Genial, como siempre, Aristófanes.
La velocidad del delfín y su gusto por navegar junto a las naves ya los destacaba Píndaro en el fragmento 234 de la edición de Snell-Maehler (Leipzig, 1980). La traducción es la de Emilio Suárez de la Torre en Cátedra Letras Universales:
ὕφ᾿ ἅρμασιν ἵππος,
ἐν δ᾿ ἀρότρῳ βοῦς· παρὰ ναῦν δ᾿ ἰθύει τάχιστα δελφίς, κάπρῳ δὲ βουλεύοντα φόνον κύνα χρή.

…unido al carro, el caballo, y en el arado, el buey; al lado de la nave el que más veloz avanza es el delfín; y, cuando pretendas dar muerte al jabalí, has de buscar un perro resistente.
Una conocida anécdota sobre los delfines es la referida al poeta Arión de Metimna, que nos narra Heródoto en el Libro I de sus Historias:
23. Periandro, el que reveló a Trasibulo la respuesta del oráculo, era hijo de Cípselo y tirano de Corinto. Dicen los corintios, y concuerdan con ellos los lesbios, que acaeció en sus tiempos la mayor maravilla: la de Arión, natural de Metimna cuando fue llevado a Ténaro sobre un delfín. Este Arión era un citaredo, sin segundo entre todos los de su tiempo, y el primer poeta, que sepamos, que compuso el ditirambo, le dio su nombre y lo hizo ejecutar en Corinto.
24. Cuentan que Arión pasaba lo más de su vida en la corte de Periandro, que tuvo deseo de hacer un viaje a Italia y a Sicilia; y después de ganar grandes riquezas quiso volverse a Corinto. Partió de Tarento y, como de nadie se fiaba tanto como de los corintios, fletó un barco corintio. Pero los marineros, en alta mar, tramaron echarle al agua y apoderarse de sus riquezas. Arión, que lo entendió, les suplicó que le salvasen la vida, y él les dejaría sus bienes. Pero no les persuadió con tales ruegos, y los marineros le ordenaron que se matara con sus propias manos y así lograría sepultura en tierra o que se arrojara inmediatamente al mar. Acorralado Arión en tal apremio, les pidió, ya que así resolvían, le permitieran ataviarse con todas sus galas y cantar sobre la cubierta de la nave, y les prometió matarse luego de cantar.) Y ellos, encantados con la idea de escuchar al mejor músico de su tiempo, dejaron todos la popa y se vinieron a oírle en medio del barco. Arión, revestido de todas sus galas y con la cítara en la mano, de pie en la cubierta, cantó el nomo ortio, y habiéndolo concluido, se arrojó al mar tal como se hallaba, con todas sus galas. Los marineros navegaron a Corinto, y entre tanto un delfín (según cuentan) recogió al cantor y lo trajo a Ténaro. Arión desembarcó y se fue a Corinto vestido con el mismo atavío, y refirió todo lo sucedido. Periandro, sin darle crédito, le hizo custodiar, sin dejarle en libertad y aguardó celosamente a los marineros. Cuando llegaron, los mandó llamar y les preguntó si podían darle alguna noticia de Arión. Ellos respondieron que se hallaba bueno en Tarento. Al decir esto, se les apareció Arión con el mismo traje con que se había lanzado al mar de su crimen. Esto es lo que cuentan corintios y lesbios; y en Tarento hay una ofrenda de Arión, en bronce, no grande, que representa un hombre cabalgando sobre un delfín.
Esta anécdota, que hemos visto en Heródoto, la recoge también Luciano en el octavo de sus Diálogos Marinos que pasamos a reproducir en traducción de José Luis Navarro y Andrés Espinosa, en Gredos:
Poseidón.Bravo, delfines, porque sois siempre filántropos y hace ya tiempo acompañasteis y acogisteis al hijito de Ino cuando cayó con su madre desde las Escirónidas (Nota: perseguida por Atamante, Ino cayó al mar en compañía de su hijo Melicertes al que alude el diálogo. Los delfines lo recogieron y lo llevaron a Corinto. Posteriormente él y su madre fueron objeto de culto bajo los nombres de Palemón y Leucótea, respectivamente); incluso ahora has transportado a nado otra vez a ese citarodo a lomos tuyos desde Metimna, con su pompa y su cítara y no te quedaste indiferente viéndolo estar a punto de perecer a manos de los marineros.
Delfín.No te sorprendas, Poseidón, que nos portemos tan bien con los hombres, pues somos nosotros ahora peces, nacidos hombres. Y por ello precisamente le reprocho a Dioniso en que nos haya cambiado de forma luego de ser vencidos en batalla naval, cuando debería haberse limitado a someternos tal y como nos había sojuzgado.
Poseidón.Pues ¿qué es lo que sucedió con el Arión de marras, Delfín?
Delfín.Periandro, creo, disfrutaba con él y muchas veces le mandaba buscar por su arte. Él, que se había enriquecido a costa del tirano, sintió ganas de volver a Metimna, su patria, navegando, para exhibir su riqueza. Subiendo a bordo de una embarcación de unos tipos desalmados, como quiera que dio a entender que transportaba mucho oro y plata, cuando llegó al medio del Egeo se amotinaron contra él los marineros. Él – yo lo iba oyendo todo porque nadaba junto a la nave – les dijo, “puesto que os ha parecido oportuno actuar así, permitidme al menos que me ponga mis vestiduras, que entone un treno por mí mismo y que luego me arroje al agua sin que nadie me tire”. Aceptaron los marineros, se puso el vestido, entonó un canto melodioso en grado sumo y se arrojó al mar en la idea de que en el acto moriría. Pero yo, recogiéndolo y montándolo a lomos míos me lo llevé a nado rumbo a Ténaro.
Poseidón.Te alabo tu amor a la música, pues le has dado un digno pago por oír su canto.

En próximas entregas seguiremos aportando textos clásicos con presencia del mamífero marino.

lunes, 2 de julio de 2007

Filoctetes revisitado (y V, la pervivencia de Filoctetes)

Vamos a concluir nuestra serie dedicada a Filoctetes con dos ejemplos de pervivencia del mito, cerrando así un estudio que empezó con un poema de Johann Baptist Mayrhofer (1787-1836) sobre este personaje tan interesante para la reflexión sobre aspectos como el dolor, la exclusión, el arte de la mentira, la influencia de la educación y la naturaleza en el ser humano, la razón de Estado, etc.
Dos obras teatrales del siglo XX toman por asunto el mito de Filoctetes, el Philoktet de Heiner Müller, del cual no hablaremos, y Filoctetes de John Jesurun.
De esta última obra ofrecemos la información obtenida en Internet sobre representación en México en el año 2001 de una versión de la obra. Se trata de tres artículos sobre la misma representación.
Una moderna versión sobre exclusión y abandono (por Patricia Peñaloza)
Tres hombres solos en una isla. Uno de ellos, el excluido y olvidado, es víctima de la incomprensión de los otros; los dos restantes, quienes han rechazado al primero, no pueden al mismo tiempo abandonarlo del todo, pues le necesitan para lavar su culpa. Un intercambio intempestivo de pensamientos y reclamos en voz alta que podría desarrollarse entre tres personas o una misma partida en tres, ya en la antigua Grecia o ahora mismo.
Se trata de una versión moderna de Filoctetes de Sófocles, creación del dramaturgo neoyorkino John Jesurun, la cual se presenta, bajo la adaptación y dirección de Martín Acosta, en la Sala Villaurrutia de la Unidad Artística y Cultural del Bosque.
Montada de manera compleja y arriesgada, esta moderna versión brinda al espectador una sensación abigarrada, caótica, alrededor de la soledad y el abandono. Todo esto, mediante discusiones, recuerdos, imaginaciones. Lo suficientemente antigua como para hablar de guerreros, soldados de arco y flecha, invasiones a Troya, pero lo bastante superpuesta, fragmentada, desestructurada, atemporal, como para ser contemporánea.
Filoctetes es un general griego miembro de la expedición militar a Troya y poseedor del arco y las flechas mágicas de Hércules. En el viaje es mordido por una serpiente; recibe una herida tan dolorosa y debilitante que sus amigos Ulises y Neoptólemo lo abandonan en la isla desierta de Lemnos. Después de diez años, los griegos habrán logrado muy poco progreso en el asedio de Troya. Entonces un adivino les dice que sólo se podrá ganar con el arco y las flechas mágicas de Hércules. Ulises y Neoptólemo, hijo de Aquiles, viajan a Lemnos por el arco. La obra comienza en este punto.
La historia se desarrolla a través del diálogo entre los tres personajes. Aunque es lógico que Filoctetes está muerto, éste se halla más vivo que nunca para hablarles de las verdades que ha conocido al vivir diez años en esa isla. Las palabras de éste pueden ser los mismos pensamientos de sus detractores, un fantasma, o acaso los tres se hallen en una misma dimensión ubicada entre la vida y la muerte. Tal vez exista sólo uno de ellos; tal vez no exista ninguno.
El arco y las flechas, motores originales del viaje y el encuentro, pasan a segundo plano. Cada personaje representará las diferentes personalidades que pueden habitar a un mismo hombre o a un mismo triángulo de personas que conforman una fuerte relación humana, creadora de la historia misma.
Filoctetes es sin duda quien lleva sobre sí el peso de las reflexiones, a manera, digamos, de una conciencia colectiva, o de quien luego de muerto regresa del más allá para hacer ver a los vivos sus necedades.
A modo de extractos pide a momentos que lo amen y después lo maten, pues afirma no importarle la muerte si antes han de amarlo y se han de apiadar de él. Expresa que si el amor ha de llevarlo a la muerte, que entonces así sea antes de ser excluido, abandonado. Por su parte, Ulises, portando una gruesa máscara de orgullo asegura: “No quiero ver más”; no acepta su responsabilidad, critica y humilla a Filoctetes, y le achaca la culpa de lo que le pasa, de manera hipócrita: “Eres la podredumbre de la sociedad”, para entre ambos crear espejo, hacer ver que uno es reflejo del otro, acción que más tarde se repetirá de diferente manera con Neoptólemo a través de un juego de palabras aparentemente interminable, cual serpiente mordiendo su cola.
Más tarde, aunque Filoctetes quiere convencerse de que su vergüenza es inútil, exhorta luego a los otros a no temer al oprobio que le genera la podredumbre de la cual es presa: “un día ya no recordarán los reproches”. El personaje va evolucionando en la confrontación del mal que le aqueja, y del desprecio a sí mismo, pasa a su revaloración: “Me amo a mí mismo a pesar de mi fealdad”.
De alguna manera, la metáfora general bien podría ser aplicada a un actual enfermo de SIDA o a cualquier otro enfermo terminal, así como a las comunidades que viven en la miseria.
La puesta en escena resulta irónica, audaz; la escenografía y los elementos escénicos son propositivos, minimalistas, y el diseño sonoro es altamente afortunado. Destaca la alucinante actuación del protagonista Arturo Reyes (Filoctetes).
Vale la pena atender a las acrobacias verbales y corporales que logra Reyes, sus desplantes escénicos, los recursos del director para crear intenciones distintas entre sí con el sencillo auxilio de una roca, un espejo convexo, tres sillas y una varilla metálica. De igual modo, despierta una aguda atención al texto, una reflexión a propósito del abandono y la hipocresía de una sociedad ensoberbecida.
Filoctetes, de Sófocles, llevado al plano de la sociedad contemporánea
“Para que aprendan el lenguaje del sufrimiento y aprendan el lenguaje de los muertos”, sentenció Filoctetes durante su estreno el pasado fin de semana, en la Sala Xavier Villaurrutia de la Unidad Artística y Cultural del Bosque.
A partir de la versión que el dramaturgo neoyorquino John Jesurun escribe del clásico de Sófocles y dirigida por Martín Acosta, esta puesta en escena se ubica en la mitológica isla de Lemnos que igual se visualiza como la habitación de algún hotel en la que vive recluido el personaje principal.
La soledad de Filoctetes en su isla-habitación se ve de pronto interrumpida por la llegada de Ulises y Neoptólemo, que han salido de Troya con el objetivo de encontrarle o, en su defecto, hallar el arco y las flechas que Hércules le obsequiara tiempo atrás.
¿Pero qué representan ese arco y sus flechas en esta moderna versión de Filoctetes? La develación de un misterio. Después de haberlo abandonado, Ulises siente la necesidad de saber qué es lo que ha aprendido Filoctetes de la soledad, de la angustia y el dolor al que fue condenó tiempo atrás, dejándolo herido en esa misma isla-habitación.
Ulises encuentra a un Filoctetes en la etapa terminal de su enfermedad. No fue necesario que Jesurun nombrara el tipo de malestar que termina lentamente con la vida del personaje que sufre los estragos del SIDA y la mordida de serpiente que tanto menciona, es la indiferencia e ignorancia de una sociedad que prefiere mantenerlo aislado. Ulises mismo representa esa sociedad, ya que fue él quien propició el abandono.
De esta manera, a partir de la indiferencia de Ulises, la agresividad, la confusión y el temor de un joven Neoptólemo que vive atrapado en el mundo de las drogas, en busca del amor; y la sabiduría contenida en un Filoctetes sarcástico ante la duda que atormenta a sus necios acompañantes, Jesurun hace un llamado al espectador e incluso le incita a preguntarse por qué el “Señor” exige sufrimiento y dolor a cambio de su amor.
El montaje centra su filosofía en el cuerpo (de un joven, un viejo y un muerto como lo llama en su momento el personaje central) y plantea una serie de cuestionamientos en torno a la moral, a la religión y la muerte. En repetidas ocasiones el sufrimiento orilla al personaje principal a preguntarse por qué debe experimentar regocijo mientras una sociedad entera lo condena a la soledad en tanto que Dios le confiere el dolor.
Al final, cuando Filoctetes logra por fin esa libertad corporal y espiritual por él ambicionada, aparece un Ulises ya enfermo, en plena soledad y sin rumbo, y a un Neoptólemo más seguro aunque también con el dolor a cuestas.
Apoyada en una escenografía sencilla (sólo tres sillas, una mesa, una máquina de escribir, dos piedras y un espejo) y con un excelente manejo de la iluminación (se puede apreciar el sello sin igual de Matías Gorlero), la puesta en escena encierra un mundo de símbolos que lo mismo hablan de la carga que representa para el hombre vivir en una sociedad que censura a quienes se salen de los cánones establecidos, así como del intento por reafirmar su identidad cuando ha sido señalado.
Cabe destacar, de igual manera, la dirección de Martín Acosta (que no olvida poner en antecedentes al espectador), así como las actuaciones de Arturo Reyes, Marco Pérez y Roberto Soto.
Tal vez después de ver esta obra, el espectador pueda contestar la pregunta que el joven Neoptólemo hace en medio de la confusión y el dolor de ver el sufrimiento de Filoctetes: ¿Tiene que ver con el amor?
Filoctetes (Olga Saavedra)
Recuperar el arco y las flechas mágicas de Hércules es el objetivo. La propuesta es hecha por John Jesurun, becario de la Fundación MacArthur, a partir de una traducción del mismo Jesurun, de Erwin Veytia y Martín Acosta, este último, becario de la Foundation for Contemporary Performance Arts de New York y miembro del Sistema Nacional de Creadores.
La acción nos lleva a la desierta isla de Lemnos, en donde tres hombres solos –Filoctetes, Ulises y Neoptólemo– y muchas preguntas lanzadas como flechas, serán la rueda que impulsará la acción.
Las palabras-flechas reflejarán a su paso la ansiedad de Ulises, el rencor y odio de Filoctetes abandonado tiempo atrás en esta isla, y la juvenil curiosidad de Neoptólemo. Filoctetes es un general griego miembro de la expedición militar a Troya. Él posee el arco y las flechas mágicas de Hércules. Durante el viaje a Troya, Filoctetes es mordido por una serpiente. La herida es muy dolorosa y debilitante y sus compañeros de viaje, entre ellos su amigo Ulises, deciden abandonarlo en Lemnos.
Las batallas se dan y a lo largo de diez años los griegos asedian Troya sin resultados. Un adivino les indica que ganarán cuando posean el arco y las flechas mágicas de Hércules. Así que Ulises y el hijo de Aquiles, Neoptólemo, deciden viajar a Lemnos a buscar aquello que les dará la gloria.
Y es aquí en donde inicia la acción, con Ulises y Neoptólemo llegando a Lemnos en búsqueda del solitario poseedor de los instrumentos prodigiosos. Pero pronto nos encontramos presos de ese triángulo que forman los personajes y en el cual se mueven sin llegar a un punto concreto, pues se encuentran limitados por sus propias pasiones: “Somos un triángulo visible e indivisible.”
Filoctetes es como un recuerdo, como una sombra que de tanto dolor se marcó en las piedras de la isla y no se sabe si en realidad se habla con el cuerpo, con el espíritu, con ambos, o sólo con un fantasma creado en sus mentes ¿Está muerto?
Sea lo uno o lo otro, su dolor es evidente y su pierna herida por la mordedura es como un río que ha invadido su cuerpo invocado y su espíritu humillado. Pero ¿qué clase de serpiente lo mordió? Filoctetes sólo nos da una pista: “Tenía la forma de la dulzura.”
Ulises, fuerte, pragmático y bañado con la luz del éxito, pierde pronto la paciencia y sus palabras como aguijones urgen la entrega esperada: “Dame el arco y te mataré”, exige y amenaza a Filoctetes y éste, con la misma eficacia, responde: “Mátame y te daré el arco.”
El enfrentamiento es feroz y sin embargo tenue. Bajo el paso del tiempo la furia de los mares se ha calmado en apariencia pero en el fondo subyacen los remordimientos, el odio, la sed de venganza y la impotencia por la pérdida continua de batallas libradas o futuras, en el espíritu o en tierra firme.
Las palabras brotan de cada uno y nos engañan porque parece que son una respuesta. Acudimos a una metamorfosis gramatical-biológica en donde las palabras devienen virus contaminantes de inquietud e incertidumbre.
Filoctetes ha tenido el tiempo necesario para bordar sobre su dolor, para acumular resentimientos y desear que quienes pierdan sean los aqueos. No va a ceder fácilmente el arco ni las flechas. Es como si no dejara de preguntarse: “¿Quién me dejó aquí? ¿Por qué me dejaron aquí?”
Para el joven Neoptólemo la figura de Filoctetes es enigmática y repugnante a la vez; “¿Qué dios te lanzó dentro de mi órbita?” “¿Qué célula te mudó la existencia? ¿Quién o qué pudo hacerlo y por qué? ¿Quién eres?” Y su aparente dulzura intenta lograr lo que la fortaleza de Ulises no ha podido.
En sus ansias por resolver el acertijo, Neoptólemo pregunta una y otra vez: “¿Tiene algo que ver con el amor?”, y su voz es como un eco suave que aminora la tensión.
Ir en búsqueda del arco y las flechas es una aventura que nos sumerge en una atmósfera de arena, mar, sangre y sentimientos; de sensaciones fuertes pero adormecidas que van despertando paulatinamente con el rumor de los vientos pasados.
Ulises, Filoctetes y Neoptólemo parecen tan astutos para engañarnos que no sabemos quién habla realmente en esta suerte de alteración semántica barnizada con humor y aires modernos. Cuando Filoctetes se queja de dolor, Neoptólemo pregunta al público: “¿Alguien trae una aspirina?”
Mientras todo esto sucede, al otro lado del mar sigue la guerra. Y en Lemnos los tres hombres solos siguen formulándose reclamos interminables que nos envuelven y también nos hacen dudar en dónde estamos. ¿Regresamos al inicio? ¿Estamos a la mitad? ¿Y el arco y las flechas? Preguntas que se quedan atrapadas en la figura de Filoctetes, personificado por Arturo Reyes, quien desaparece con ellas en la oscuridad concluyendo su historia: “Y eso fue todo... buenas noches.”
Por su parte, Sonia Silva escribe:
Como una experiencia muy fuerte, esto debido a su complejidad y a su estructura laberíntica desde el punto de vista dramático, calificó Martín Acosta la puesta en escena de Filoctetes, que actualmente dirige en la Sala Xavier Villaurrutia de la Unidad Artística y Cultural del Bosque y que el próximo domingo 1° de abril (de 2001) concluye su temporada.
No es fácil encontrar interlocutores, espectadores, para este tipo de obras que plantean mitos griegos, reconoce el director escénico, quien también dijo que la puesta en escena fue de menos a más.” Afortunadamente, en las últimas semanas la recepción ha sido mucho más amplia”.
Sostiene que un director desde que tiene la obra en sus manos calcula el público que va a recibir; “Filoctetes ha encontrado poco a poco sus interlocutores y desafortunadamente en este momento sí es necesario cerrar (temporada), pues existen muchos proyectos detrás”, comentó.
También expresó que, sin embargo, los mitos griegos son muy generosos y sólo se debe encontrar la manera de contextualizarlos, como fue en este caso el mito de Sófocles.
“El autor, John Jesurun, se encargó de eso, de contextualizar la obra. Lo difícil es el lenguaje, de igual manera que en la tragedia griega. En realidad lo que el dramaturgo hace es un gran poema dramático, un poema ético con muchos poemas contemporáneos”, señaló.
Y es que en este poema ético al que se refiere Acosta, se hace referencia desde lo más culterano a lo más pop, desde Madona hasta Nietzsche; y en donde, de igual manera, se pueden apreciar combinaciones múltiples.
“El tema no es nada obvio. Nosotros no queríamos traicionar al autor, pues Jesurun nunca menciona la palabra SIDA en la obra, entonces, la deducción tiene que ser dada a través de la relación entre los personajes y eso es lo que tratamos de hacer: el problema no es el SIDA en sí mismo”, explicó.
Acosta cuestiona: ¿Qué pasa con un ser, cualquiera que éste sea, si tiene alguna enfermedad de esta naturaleza? Es marginado, puesto en un rincón. Después llegan a pedirle perdón y ayuda porque le necesitan. “Esta es la situación dramática con la que nosotros arrancamos”.
Dijo también que el mito griego sirve para todo, pues es muy flexible. “Por eso Edipo nos sirve casi para todo y Orestes nos sirve para matar a nuestra madre cada que queremos... en realidad sólo es cuestión de poner el mito en términos contemporáneos y eso hace el autor”.


Hasta aquí nuestra "larga" serie dedicada al personaje de Filoctetes y, especialmente, a la tragedia homónima de Sófocles. Nuestra única intención era invitar, impulsar o mover a la relectura de esta tragedia sofoclea, poseedora, sin duda, de elementos muy ricos e interesantes, de plena actualidad.


Si lo hemos conseguido, nos damos por satisfechos.
Como colofón, una frase de la tragedia:
476 Para los hombres bien nacidos, lo moralmente vergonzoso es aborrecible y lo virtuoso es digno de gloria (τοῖσι γενναίοισί τοι τό τ᾿ αἰσχρὸν ἐχθρὸν καὶ τὸ χρηστὸν εὐκλεές).