domingo, 27 de enero de 2008

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (XV)

En esta serie dedicada a las relaciones humanas, hemos de ofrecer los textos evangélicos que puedan aplicarse a ellas. Como se habrá comprobado con las selecciones de Mateo y Marcos, no estamos ofreciendo las palabras de Jesús relativas a asuntos que podemos llamar de proselitismo, de puro seguimiento cristiano y que sólo serían válidas para un creyente. Ofrecemos sólo aquello que cualquier persona de bien debería tener en cuenta para mejorar y hacer más amable su relación con los demás. Evidentemente, hay mucho del mensaje de Jesús que puede compartir un musulmán, un animista, un agnóstico, e incluso un ateo.
Hoy, sin embargo y pese a lo dicho en el anterior párrafo, no ofrecemos citas de Jesús aplicables a las relaciones personales; vamos a hacer un artículo bastante "teológico" o, mejor dicho, un artículo con reflexiones que sólo pueden ser analizadas en clave cristiana. De todas formas, mucho de lo que se ofrece pensamos que puede servir de reflexión para quien no profese el cristianismo, e incluso para quien no sea creyente.

Vamos a desviarnos un tanto del objetivo de esta serie, como hemos dicho, y a hablar sobre nuestra visión del hecho cristiano. Justamente en este domingo tercero del tiempo ordinario hay una frase de Jesucristo (Mateo 4, 17b) que resulta muy interesante:


Convertíos (arrepentíos, enmendaos), porque está cerca el reino de los cielos (que ya llega el reinado de Dios).

Paenitentiam agite; appropinquavit enim regnum caelorum.

Μετανοεῖτε· ἤγγικεν γὰρ ἡ βασιλεία τῶν οὐρανῶν.

Antes de seguir, hemos de hacer una observación. La traducción del Nuevo Testamento es asunto delicado. Podemos encontrarnos con traducciones muy dispares. En el fragmento que hemos aportado nos encontramos con tres traducciones del verbo griego (μετανοέω).

El diccionario de Pabón traduce este verbo por: cambiar de opinión, cambiar de opinión y reflexionar, arrepentirse, convertirse, hacer penitencia. El Abrégé du dictionnaire Grec-Français de A. Bally dice: changer d'avis, d'ou regretter, se repentir. El Liddell-Scott dice: change one's mind or purpose, change one's opinion and think,; repent; repent of.


¿Arrepentirse, enmendarse, convertirse? Más adelante se nos hará una interesante precisión sobre el significado del verbo.
Arrepentíos es la traducción que aparece en el Nuevo Testamento Trilingüe de BAC, edición de Bover-O'Callaghan. Enmendaos traduce Juan Mateos en Cristiandad. Convertíos dice la versión de la Biblia de Jerusalén.
Juan Mateos ofrece "que ya llega el reinado de Dios", traduciendo por "ya llega" el perfecto griego ἤγγικεν y no dando valor claramente causal a la partícula γὰρ; lo más curioso es que traduce "de Dios", cuando en griego dice "de los cielos" (τῶν οὐρανῶν). Es probable que, efectivamnete, la expresión "de los cielos" equivalga a "Dios". Las otras versiones traducen "está cerca", recogiendo en un presente el perfecto griego, de aspecto resultativo.

Pero lo que nos importa no es tanto la traducción, sino el significado de esa frase. Vamos a ofrecer reflexiones de José Antonio Pagola, autor de un reciente libro sobre Jesús de Nazaret, con defensores y bastantes opositores, que llevó al autor a emitir una respuesta y un comunicado, nuevamente respondido. Puede leerse toda la controversia aquí.

Las reflexiones de Pagola, que a nosotros nos parecen muy interesantes, están sacadas de sus comentarios al evangelio.


CONVERTÍOS porque está cerca el Reino de Dios». ¿Qué pueden decirle estas palabras a un hombre o una mujer de nuestros días? A nadie nos atrae oír una llamada a la conversión. Pensamos enseguida en algo costoso y poco agradable: una ruptura que nos llevaría a una vida poco atractiva y deseable, llena sólo de sacrificios y renuncia. ¿Es realmente así?
Para comenzar, el verbo griego que se traduce por «convertirse» significa en realidad «ponerse a pensar», «revisar el enfoque de nuestra vida», «reajustar la perspectiva». Las palabras de Jesús se podrían escuchar así: «Mirad si no tenéis que revisar y reajustar algo en vuestra manera de pensar y de actuar para que se cumplan en vosotros los sueños de Dios».
Si esto es así, lo primero que hay que revisar es aquello que bloquea nuestra vida. Convertirse es «liberar la vida» eliminando miedos, egoísmos, tensiones y esclavitudes que nos impiden crecer de manera sana y armoniosa. La conversión que no produce paz y alegría no es auténtica. No nos está acercando a Dios.
Hemos de revisar luego si cuidamos bien las raíces. Las grandes decisiones no sirven de nada si no alimentamos las fuentes. No se nos pide una fe sublime ni una vida perfecta; sólo que vivamos confiando en la grandeza del amor que Dios nos tiene. Convertirse no es empeñarse en ser santo sino aprender a vivir distendido y en paz con Dios. Sólo entonces puede comenzar en nosotros una verdadera transformación.
La vida nunca es plenitud ni éxito total. Hemos de aceptar lo «inacabado», lo que nos humilla, lo que no acertamos a corregir. Lo importante es mantener el deseo, no ceder al desaliento, no decir: «no merece la pena», «siempre lo estropeo todo». Convertirse no es vivir sin pecado sino aprender a vivir del perdón, sin orgullo ni tristeza, sin alimentar la insatisfacción por lo que deberíamos ser y nos somos. Así dice el Señor en el libro de Isaías: «Por la conversión y la calma seréis liberados» (Is. 30, 15).

Otra reflexión de Pagola:


Es fácil resumir el mensaje de Jesús: Dios no es un ser indiferente y lejano, que se mueve en su mundo desconocido, interesado sólo por su honor y sus derechos. Es alguien que busca para todos lo mejor. Su fuerza salvadora está actuando en lo más hondo de la vida. Sólo quiere la colaboración de sus criaturas para conducir el mundo a su plenitud: «El reino de Dios está cerca. Cambiad».
Pero, ¿qué es colaborar en el proyecto de Dios?, ¿en qué hay que cambiar? La llamada de Jesús no se dirige sólo a los «pecadores» para que abandonen su conducta y se parezcan un poco más a los que ya observan la Ley de Dios. No es lo que le preocupa. Jesús se dirige a todos, pues todos tienen que aprender a mirar la vida y a actuar de manera diferente. Su objetivo no es que en Israel se viva una religión más fiel a Dios, sino que sus seguidores introduzcan en el mundo una nueva dinámica: la que responde al proyecto de Dios. Señalaré los puntos clave.
Primero. La compasión ha de ser siempre el principio de actuación. Hay que introducir en el mundo compasión hacia los que sufren: «Sed compasivos como es vuestro Padre». Sobran las grandes palabras que hablan de justicia, igualdad o democracia. Sin compasión hacia los últimos no son nada. Sin ayuda práctica a los desgraciados de la tierra no hay progreso humano.
Segundo. La dignidad de los últimos ha de ser la primera meta. «Los últimos serán los primeros». Hay que imprimir a la historia una nueva dirección. Hay que poner a la cultura, a la economía, a las democracias y a las iglesias mirando hacia los que no pueden vivir de manera digna.
Tercero. Hay que impulsar un proceso de curación que libere a la humanidad de todo lo que la destruye y degrada. «Id y curad». Jesús no encontró un lenguaje mejor. Lo decisivo es curar, aliviar el sufrimiento, sanear la vida, construir una convivencia orientada hacia el máximo de felicidad para todos.
Esta es la herencia de Jesús. Nunca en ninguna parte se construirá la vida tal como la quiere Dios, si no es liberando a los últimos de su humillación y sufrimiento. Nunca será bendecida por Dios ninguna religión si no busca justicia para ellos.

Dios llega, pero no viene, si no es esperado ni aceptado por el ser humano. A la invitación de Dios, corresponde la respuesta del hombre. La conversión nace como respuesta a esa Buena Noticia que debería ensancharnos el corazón: en Jesús ha aparecido, en toda su profundidad, el amor increíble y sorprendente de Dios al ser humano, a cada uno de los hombres y mujeres. Éste es el acontecimiento (recordemos el texto de Ramis en el número XIII de esta serie) que tengo que aceptar, del que tengo que fiarme, y por el que tengo que conducir toda mi vida, incluyendo, por supuesto, mis relaciones personales.
Eso es convertirse. No significa necesariamente que seamos grandes pecadores y debamos hacer penitencia. Significa que debemos tomar en serio a Jesús en nuestra vida, que debemos acoger sinceramente su evangelio y lo vayamos asimilando en las actitudes fundamentales de la vida.
Ser cristiano incluye necesariamente una relación hacia los demás. Se es cristiano para que este mundo se vaya transformando con nuestra colaboración en el reino de Dios.
La conversión no hay que referirla principalmente al individuo, sino a la praxis de transformación del mundo y de construcción del reino de Dios. Convertirse es, pues, participar en el dinamismo de la acción divina y transformadora del mundo, provocadora del Reino.
No nos alejamos mucho de lo acabamos de decir. Hemos señalado en otros artículos que no hemos traído la voz de Jesús para dirigirla a hipotéticos creyentes. Queremos que llegue a todos y que a todos sirva. El mensaje de Jesús, y el cristianismo, por consiguiente, es claro que ofrecen una determinada visión del mundo, que conocemos con el nombre de humanismo cristiano.
Llegados a este punto, nos ha parecido interesante y apropiado traer aquí un resumen del artículo Humanismo cristiano en el siglo XX, de Juan José Garrido, doctor en Filosofía por las Universidades de Roma y Lovaina (Bélgica) y catedrático de Filosofía en la Facultad de Teología de Valencia. En dicho artículo, que hemos releído con gusto, hay reflexiones que casan muy bien con el contenido de estos artículos dedicados a Jesús y su aportación a las relaciones humanas. Vamos con el resumen.
Recordemos que el cristianismo es en sí mismo una religión, no una filosofía ni siquiera un humanismo en sentido estricto. Ahora bien, el cristianismo, en tanto que religión, vehicula una visión del mundo, del hombre y de la historia, una “tradición de sentido”, que puede ser explicitada y desarrollada desde la situación histórica de los hombres y en conexión con los problemas, retos y posibilidades que esa situación concreta presenta. A esta amplia visión del mundo es a lo que llamamos “humanismo cristiano”. Su elaboración es tarea de una inteligencia que se inspira en la fe y parte del supuesto de su verdad y, desde ella, usando los modos propios de razonar de todo pensamiento, se esfuerza en presentar a todos, creyentes o no creyentes, la verdad de esa visión del mundo…
En el mundo occidental, sobre todo a partir del siglo XIX, hicieron su aparición humanismos antropocéntricos y ateos, humanismos que hicieron de la “muerte de Dios” la base de su discurso y la condición necesaria para que el hombre recuperara su esencia. Se afirmaba que vincular al hombre a un Absoluto-Dios, Ser necesario y fuente de todo ser y valor, equivalía a suprimir su grandeza incuestionable, su libertad y creatividad, su autonomía, su responsabilidad ética y cultural con respecto a la historia y el mundo. Se decía – y se sigue diciendo – que para defender al hombre en su originalidad hay que negar a Dios…
Pues bien, el humanismo cristiano reaccionará frente a esta manera de pensar y sostendrá, en consecuencia, que la afirmación de Dios es, por el contrario, la garantía de la afirmación del hombre; defenderá que la grandeza del hombre no queda disminuida, sino más bien fundada y potenciada por la apertura a la realidad divina trascendente; argumentará que la “muerte de Dios”, lejos de favorecer el surgimiento de un nuevo humanismo, ha propiciado más bien filosofías, como el naturalismo y el estructuralismo, que han proclamado la “muerte del hombre”, e ideologías políticas que han aplastado la dignidad humana…
Este humanismo geocéntrico, en segundo lugar, no puede menos que pensar al hombre como una realidad que se define por el espíritu, portadora por tanto de un valor infinito y de una dignidad inviolable. El hombre es, en efecto, pensado como creado por Dios a su imagen y semejanza. El hombre es “criatura”, no es Dios; es, por supuesto, una realidad finita y contingente. Pero como criatura es imagen y semejanza de Dios, dotado de inteligencia para conocer la verdad y de libertad para labrar su destino personal y colectivo…
Cuando se afirma que el ser humano es una realidad que se define por el espíritu es esto lo que fundamentalmente lo que se quiere decir: su dimensión constitutivamente trascendente. Y en tanto que realidad espiritual, el hombre es un ser desajustado al medio y el mundo; forma parte, es cierto, de la naturaleza; es incluso su culminación, pero al mismo tiempo la trasciende. Si lo queremos ajustar, acomodar, reducir sus aspiraciones a lo que hay y ve, a lo que de hecho puede poseer, matamos su espíritu. Ésta es la razón por la que el humanismo cristiano del siglo XX se ha opuesto con fuerza a todos los intentos de naturalización del hombre y a toda clase de materialismos…
En tercer lugar, el hombre como realidad espiritual, posee un valor infinito y es portador de una dignidad inviolable. De nuevo, estas afirmaciones del humanismo cristiano se fundamentan últimamente en la fe. Por un lado, la encarnación de Dios: Dios, por amor, asume la condición humana, y con ello la eleva, recrea y deifica. Dios se hace así solidario desde dentro del hombre y su historia. La encarnación revaloriza la carne, pues al ser asumida por el Verbo, aparece como la condición visible de la presencia y acción de lo invisible. Pero sobre todo la encarnación, en tanto que acto de amor de Dios hacia el hombre, convierte a éste en realidad “amable”, siempre digna de ser amada y respetada. Si el hombre ha sido objeto del amor divino hasta ese punto, ello significa que es una realidad digna de ser amada en cualquier circunstancia y condición.



Por eso pudo escribir un filósofo español. “Si Dios se hace hombre, el hombre es lo más que se puede ser” (Ortega y Gasset). Por otro lado, ese Dios encarnado ha dado su vida por los hombres, ha derramado su sangre por ellos; hemos sido redimidos, comprados con su sangre (1Pedro 1, 18). Lo cual supone, por así decirlo, que el “precio” del hombre es nada menos que la sangre de Dios. O lo que es lo mismo: que nuestro valor es infinito, no equiparable a nada de este mundo; que estamos fuera de mercado, que no somos intercambiables por otra realidad; que somos, en tanto que hombres, realidades dignas. El hombre, en definitiva, no tiene precio sino dignidad; es una realidad sagrada. Todo hombre, sea cual sea su raza, lengua, nación, cultura posee esta dignidad; es una realidad única e incomparable; no es cosa manipulable según intereses o voluntades, sino un fin en sí mismo, como bien supo decir Kant
Hemos hablado siempre del hombre, del ser humano. Pero en el humanismo cristiano hay que hacer inmediatamente una precisión: el “hombre” de que se habla es la persona. El concepto de persona incluye, en una de sus dimensiones, una referencia esencial a los otros. Esto significa que el término “hombre” no debe pensarse como sinónimo de “individuo”; el hombre no es el individuo que se fortifica en su yo deseador y posesivo, que se erige en el centro de todo y todo lo pone al servicio del incremento de su ser, poder o derecho. Para el humanismo cristiano el “yo” sólo se constituye como “yo” desde un “tú”, desde los otros, en el “nosotros”. Los otros (la comunidad) no son un añadido accidental al “yo” sino un constitutivo formal suyo. La subjetividad es siempre intersubjetividad; la conciencia, reciprocidad de conciencias. El ser humano es inconcebible sin esa apertura esencial y primera a los otros.
Este humanismo, por esta razón, se opone categóricamente al individualismo bajo todas sus formas, incluyendo la interpretación individualista de los derechos humanos, para afirmar que “donación de sí”, “amor”, “entrega al otro”, “solidaridad gratuita” son las expresiones del “yo” que mejor describen la condición personal del ser humano…
En el siglo XXI se presentarán, y ya están presentes, nuevos riesgos y retos, así como nuevas posibilidades del ser humano, como, por ejemplo, la biogenética o el problema humano, social y cultural que suponen las migraciones, a los que el humanismo de inspiración cristiana está obligado a ensayar respuestas. Es de desear que lo haga y que se muestre así como heredero responsable de la rica tradición de pensamiento cristiano del siglo XX.

Nos hemos decidido a ofrecer el texto de Garrido, porque nos parece muy interesante y provocador de la reflexión. hemos destacado en negrita y verde un párrafo especialmente interesante en esta serie, dedicada a hablar de las relaciones personales y a la apertura del hombre a los otros.


Hasta aquí este nuevo artículo, un tanto sui generis, de esta última sección, dedicada a la voz de Jesús, dentro la serie sobre Voces griegas y latinas y sus reflexiones sobre las relaciones personales.

sábado, 19 de enero de 2008

THEATRUM NON DELENDUM EST!



Desde el blog Omnia mea mecum porto queremos manifestar nuestra preocupación por la noticia del desmantelamiento del teatro romano de Sagunt, pues consideramos que sería una gran pérdida para la difusión de la cultura clásica.
El teatro de Sagunt es un bien cultural en sí mismo que está cumpliendo actualmente con el cometido para el que fue diseñado, es decir, la representación de tragedias comedias de autores griegos y romanos, gracias al Festival Juvenil de Teatro Grecolatino. Este certamen teatral está complementado por la realización de unos Talleres didácticos de cultura clásica, únicos en toda España. Así pues, su “reversión” supondría la desaparición de estos LUDI SAGUNTINI, de los que pueden disfrutar alrededor de unos 12.000 alumnos y profesores, desde hace 12 años.

La actividad teatral ha sido el germen para la creación de grupos de trabajo, jornadas de cultura clásica y muchas otras actividades que tienen como objetivo primordial la divulgación del legado clásico, convirtiendo a Sagunt en un referente fundamental no sólo a nivel nacional sino más allá de nuestras fronteras. La paralización de las representaciones supondría un freno a esa labor que con tanto esfuerzo se ha venido desarrollando en los últimos años.

Durante la semana en la que se realizan los LUDI SAGUNTINI el pueblo se beneficia con la presencia de numerosas personas, no sólo estudiantes y profesorado, que demuestran que el espíritu clásico sigue vivo gracias a iniciativas como esta. Por lo tanto, solicitamos que se mantenga el teatro en su actual condición para que no desaparezcan todos los logros conseguidos después de muchos años.

Comunicamos que el próximo día 29 habrá una concentración delante del Ayuntamiento de Sagunt a las 19,00 h. para solicitar la “no reversión”.
THEATRUM NON DELENDUM EST!

miércoles, 16 de enero de 2008

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (XIV)

Seguimos, de alguna forma, con el evangelio y su significado y objetivo. Ahora aportamos un texto del teólogo Hans Küng de su libro de 1992 Credo, en el original alemán Credo. Das Apostoliche Glaubensbekenntnis Zeitgenossen erklärt = La profesión de fe de los apóstoles explicada a los contemporáneos. La traducción es de Carmen Gauger, en la editorial Trotta.
Es, en concreto, el capítulo 4 que hemos elegido por dos razones: porque habla de un acontecimiento, cuyo recuerdo hemos celebrado recientemente, la Navidad, y porque ofrecen ilustrativas e interesantes reflexiones sobre Jesús y su figura y mensaje.
La dimensión política de la Navidad.
Como hemos visto, los evangelios de la infancia, aunque no sean un relato histórico, son verdaderos a su manera, proclaman una verdad que es más que la verdad de unos hechos históricos. Y eso puede suceder de modo más plástico y puede dejar una huella más honda bajo la forma de relato – el relato, legendario en sus pormenores, del niño del pesebre de Belén – que mediante una partida de nacimiento, por muy correctamente que estén consignados en ella el lugar y la fecha. Basta reconsiderar en su contexto histórico los textos bíblicos originales sobre el nacimiento de Jesús para comprender por qué en el credo se habla de Jesucristo “nuestro Señor”: Dominus Noster.
Si se tiene presente la constelación político-religiosa de entonces y quiénes eran los que detentaban el poder, empieza a vislumbrarse cierto germen de una teología de la liberación, que constituye el necesario contrapeso político a la psicoteología contemporánea. Basta leer atentamente esos evangelios de la Natividad para observar lo siguiente:
- En ninguna parte se habla de “noche callada” (Stille Nacht) ni de “dulce niño de ensortijados cabellos” (Holder Knabe in lockigem Haar) / ambas citas pertenecen al famoso villancico Stille Nacht, Noche de paz/; el pesebre, los pañales, son signos concretos que proceden de un mundo humilde y pobre.
- El Salvador de los menesterosos nacido en un establo pone de manifiesto una clara toma de posición a favor de los desprovistos de nombre y de poder (los “pastores”) y en contra de los poderosos mencionados por su nombre (el emperador Augusto, el prefecto imperial Quirino).
- El “Magnificat” de María, la “esclava del Señor” plena de gracia, que habla de la humillación de los poderosos y de la exaltación de los humildes, de la saciedad de los hambrientos y de la postergación de los ricos, anuncia combativamente una inversión de la jerarquía de valores.
- La noche sagrada del recién nacido no se puede separar de su actividad y de su destino tres décadas más tarde; el niño del pesebre lleva ya, por así decir, la señal de la cruz en la frente.
- Ya en las escenas de la Anunciación a María (a María y a los pastores), que constituyen sin duda alguna el centro del evangelio de la Natividad, se pone de manifiesto (de manera similar al ulterior proceso ante el tribunal judío), con la acumulación de títulos de soberanía – Hijo de Dios, Salvador, Mesías, Rey, Señor -, la completa profesión de fe de la comunidad cristiana, de manera que la dominación le corresponde no al emperador Augusto sino a aquel niño.
- Y, finalmente, en lugar de la falaz Pax Romana, pagada con la subida de impuestos, la escalada del armamento, la presión sobre las minorías y el pesimismo propio del bienestar, se anuncia aquí con “gran júbilo” la verdadera Pax Christi, basada en un nuevo orden de las relaciones humanas, bajo el signo de la benevolencia de Dios para con los hombres y de la paz entre los hombres.
Así, pues, al salvador político y a la teología política del Imperio romano, una teología que respaldaba ideológicamente la política pacificadora del emperador, el evangelio de la Navidad contrapone la verdadera paz. Esa paz no puede esperarse cuando se dan honores divinos a un hombre, sea autócrata o teócrata, sino cuando sólo se rinde honor a Dios “en las alturas” y su complacencia descansa sobre los hombres. No de los prepotentes emperadores romanos, sino de ese niño indefenso, carente de poder, se espera a partir de ahora (terapéuticamente) la paz de espíritu y (políticamente) el final de las guerras, se espera la liberación del miedo y unas condiciones de vida que la hagan digna de ser vivida, se espera la dicha común, en resumen, el bienestar de todos, es decir, la “salvación” de los hombres y del mundo.
Esto también es comprensible para el hombre de hoy: el evangelio de la Navidad, entendido bien, es todo lo contrario de una historia edificante o sutilmente psicológica sobre el niño Jesús. Todos esos relatos bíblicos son narraciones cristológicas de muy honda reflexión teológica, al servicio de una predicación perfectamente concreta, que quiere poner de relieve de manera plástica, artística y con una radical crítica de la sociedad la verdadera importancia de Jesús como el Mesías que ha de salvar a todos los pueblos de la tierra. Esos evangelios de la Navidad no son, pues, una especie de primera fase de una biografía de Jesús o de una deliciosa historia de familia, ni son tampoco unas instrucciones terapéuticas, apenas diferentes del mito egipcio. Son, antes bien, una poderosa obertura de los grandes evangelios de Mateo y Lucas, la cual (como muchas buenas oberturas) contiene, como en una semilla, el mensaje que después se desarrollará narrativamente. Son la puerta de entrada al evangelio: en Jesús, el elegido de Dios, se han cumplido las promesas a los “Patriarcas” de la primera Alianza.
Con ello queda claro: el centro del evangelio no está constituido por los acontecimientos en torno al nacimiento de Jesús. El centro es Él, Jesucristo, con sus palabras completamente personales, sus obras y su Pasión. Él, como persona viva, que vive y gobierna en espíritu aún después de la muerte, Él es el centro. Con su mensaje, con su conducta, con su destino, ofrece la norma, muy concreta, por la que pueden regirse los hombres. Y ese Jesús no ha obrado a través de sueños o en sueños, sino a la clara luz de la historia. Y aunque él no haya dejado escrita una sola palabra, aunque sobre él sólo poseamos textos de carácter homilético y, por tanto, sólo indirectamente históricos, no cabe discusión: Jesús de Nazaret es una figura de la historia y, como tal, se distingue no sólo de todas las figuras de mitos, sagas, cuantos y leyendas, sino también de otras importantes figuras de la historia de las religiones, muy en especial - y muchos muestran hoy más interés por ella que por la religión egipcia – de la religión india, plena de vida y rica en mitos.
Hasta aquí este primer fragmento del libro Credo de Hans Küng. Más adelante ofreceremos otro.

La voz de Jesús (2)
Tras el texto de Küng, vamos con la selección de palabras de Jesús extraídas del evangelio de Marcos.
No hemos hallado en este evangelista muchos fragmentos que podamos ofrecer en esta serie. Ya lo hemos advertido: no ofrecemos palabras de Jesús que puedan ser válidas para cristianos, ni siquiera para creyentes. Pensamos que las que seleccionamos tienen una aplicación plausible en la forma de enfocar las relaciones humanas de cualquier persona.
En respuesta a los fariseos y letrados que acusaban a sus discípulos de comer con las manos impuras, Jesús expresa la idea de que no es lo externo lo que mancha al hombre, sino lo que hay en su interior.

Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. (Mc 7, 21-23)

Quod de homine exit, illud coinquinat hominem; ab intus enim de corde hominum cogitationes malae procedunt, fornicationes, furta, homicidia, adulteria, avaritiae, nequitiae, dolus, impudicitia, oculus malus, blasphemia, superbia, stultitia omnia haec mala ab intus procedunt et coinquinant hominem.

Τὸ ἐκ τοῦ ἀνθρώπου ἐκπορευόμενον ἐκεῖνο κοινοῖ τὸν ἄνθρωπον· ἔσωθεν γὰρ ἐκ τῆς καρδίας τῶν ἀνθρώπων οἱ διαλογισμοὶ οἱ κακοὶ ἐκπορεύονται, πορνεῖαι, κλοπαί, φόνοι, μοιχεῖαι, πλεονεξίαι, πονηρίαι, δόλος, ἀσέλγεια, ὀφθαλμὸς πονηρός, βλασφημία, ὑπερηφανία, ἀφροσύνη· πάντα ταῦτα τὰ πονηρὰ ἔσωθεν ἐκπορεύεται καὶ κοινοῖ τὸν ἄνθρωπον.

Una de las actitudes más valoradas hoy, pero más difícil de poner en práctica, por la renuncia y el compromiso que comporta, es la de servicio, la de estar siempre al lado de los demás, de forma incondicional, especialmente, con los más necesitados. Es un aspecto capital en el mensaje de Jesús: el servicio vivido desde el amor.
Y también en las relaciones personales, esta actitud puede, y debe, ser decisiva. La buena disposición hacia los demás, la ayuda al amigo o compañero en apuros, el compromiso en el trabajo, en instituciones sociocaritativas, médicas, culturales, etc. Puede redundar en una mejor comprensión de las personas que, forzosamente, traerá consigo una relación más fluida.


Ante la sospecha cierta de que sus discípulos discutían acerca del reparto de “canonjías”, es decir, de ver quién era el más importante, Jesús establece el servicio a los demás como signo de distinción del cristiano, poniéndose a Él mismo como ejemplo; debería ser un signo de distinción no sólo del cristiano, la disposición de ayudar a los demás y estar a su servicio debería ser propia de todo ser humano.

Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos. (Mc, 10 42-45).

Scitis quia hi, qui videntur principari gentibus, dominantur eis, et principes eorum potestatem habent ipsorum. Non ita est autem in vobis, sed quicumque voluerit fieri maior inter vos, erit vester minister; et, quicumque voluerit in vobis primus esse, erit omnium servus; nam et Filius hominis non venit, ut ministraretur ei, sed ut ministraret et daret animam suam redemptionem pro multis.

Οἴδατε ὅτι οἱ δοκοῦντες ἄρχειν τῶν ἐθνῶν κατακυριεύουσιν αὐτῶν καὶ οἱ μεγάλοι αὐτῶν κατεξουσιάζουσιν αὐτῶν. οὐχ οὕτως δέ ἐστιν ἐν ὑμῖν· ἀλλ' ὃς ἂν θέλῃ μέγας γενέσθαι ἐν ὑμῖν, ἔσται ὑμῶν διἀκονος, καὶ ὃς ἂν θέλῃ ἐν ὑμῖν εἶναι πρῶτος, ἔσται πἀντων δοῦλος· καὶ γὰρ ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου οὐκ ἦλθεν διακονηθῆναι ἀλλὰ διακονῆσαι καὶ δοῦναι τὴν ψυχὴν αὐτοῦ λύτρον ἀντὶ πολλῶν.


Hasta aquí este segundo capítulo, dedicado a la voz de Jesús, en esta larga serie Voces griegas (y latinas).

miércoles, 9 de enero de 2008

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (XIII)



Iniciamos la recta final de la serie dedicada a las Voces griegas y latinas. No queremos pecar de excesivos o caer en el “culebrón”. Con lo que hemos ofrecido nos damos por satisfechos; pero no podía faltar aquí una voz muy importante, creo que en muchos casos decisiva. Bien es cierto que no es griega ni latina; es hebrea o aramea, pero nos ha sido transmitida en las lenguas del Lacio y el Ática.
En efecto, como habrán podido intuir nuestros avispados lectores, la voz que hemos dejado para el final es la de Jesús de Nazaret. Es para quien esto escribe una voz fundamental que no podía faltar aquí, en esta serie en la que tratamos sobre relaciones humanas. Más adelante, y en dos textos distintos, el teólogo Hans Küng, de quien aportaremos interesantes reflexiones que vienen a perfilar, centrar y calibrar la figura de Jesús y su mensaje, observaremos cómo el teólogo suizo en dos ocasiones hace referencia a las relaciones humanas:
- en una primera dice que la paz de Cristo está basada en un nuevo orden de las relaciones humanas, bajo el signo de la benevolencia de Dios para con los hombres y de la paz entre los hombres.
- en la segunda ocasión dice que el objetivo primordial de la vida humana no es sólo, como decían los antiguos catecismos, “conocer a Dios”, “amar a Dios”, “servir a Dios”, sino también realizarse, desarrollarse, amar al prójimo, al cercano y al lejano. Y también habría que incluir en todo ello, evidentemente, el trabajo diario, la vida profesional, y, sobre todo, por supuesto, las relaciones humanas.
En efecto, si traemos a esta serie a Jesús de Nazaret es porque pensamos que puede aportar mucha luz a nuestras relaciones con los demás. No sólo eso, Jesús es un estilo de vida, y aceptar su mensaje y su persona es una elección radical y valiente, pero muy difícil y comprometida, en el sentido de que exige un compromiso, pero, a la vez, supone un gran cambio en nuestra forma de existir y de relacionarnos con los demás y con el mundo.
Por lo hasta ahora dicho, se habrá podido comprender que profesamos la fe cristiana, católica, algo que queremos poner por delante, para no llevar a equívocos, y de lo que nos sentimos contentos, ya que ha aportado a nuestra vida un claro balance positivo. Por eso, y porque sinceramente creemos que lo merece, independientemente de la fe o ideología que cada uno tenga, traemos esta voz a esta serie, y además como colofón, convencidos de que significa un nuevo estilo de vida, que debe manifestarse en nuestras relaciones con los demás.
Y esta voz nos ha llegado a través de los evangelios. No pretendemos en esta serie ponernos “teológicos”, ni somos teólogos; ni siquiera tenemos un conocimiento aceptable del cristianismo, del que somos unos aprendices de seguidores imperfectos, pero queremos apuntar, antes de iniciar el repaso de la voz de Jesús, algunas ideas y algunos textos que nos parecen acertados y están en relación con la figura de Jesús.
Hemos dicho que la voz de Jesucristo nos ha llegado a través de los evangelios. Pero, ¿qué es un evangelio?
Nos ha parecido accesible, clara, concisa y breve la explicación que Francesc Ramis Darder, de La Casa de la Biblia, ofrece en su libro Lucas, evangelista de la ternura de Dios (Diez catequesis para descubrir al Dios de la misericordia), en la editorial Verbo Divino.
¿Qué es un evangelio?
La palabra “evangelio” procede de la lengua griega (εὐαγγέλιον) y significa “buena noticia”. Pero no una buena noticia cualquiera, sino una noticia muy especial. Denota un acontecimiento que por su propia naturaleza tiene fuerza suficiente para transformar la vida de quien lo percibe. El “Evangelio” es “Buena Noticia” en el sentido de que quien lo lee con los ojos de la fe y lo entiende, encuentra en él la misma fuerza transformadora de Dios.
En la literatura profana antigua, el término “evangelio” denotaba el sacrificio ofrecido con ocasión de un gran acontecimiento. Servía, también, para designar el anuncio de una victoria militar. Cuando nació el emperador Augusto en el año 9 a. C., en una lápida encontrada en la ciudad de Pirene (Asia Menor) puede leerse: “El día del nacimiento del dios Augusto, ha sido para todo el mundo el comienzo de la buena nueva (evangelio) recibida gracias a él”.
De este modo la palabra “evangelio” designaba, para la gente que vivía en la ciudad de Pirene, un acontecimiento especialmente importante. Implicaba un cambio sustancial en el modo en que iba a desenvolverse la vida de los habitantes de aquella ciudad. Con el advenimiento del emperador Augusto llegaron, ciertamente, tiempos de paz y prosperidad que propiciaron una mejora importante en las condiciones de vida.

La mayor parte del Antiguo Testamento se halla redactado en lengua hebrea. En los albores del siglo II a. C. la lengua más conocida y utilizada en el Próximo Oriente era el griego. Las conquistas de Alejandro Magno (357-323 a. C.) habían extendido el conocimiento del idioma griego en todos los ámbitos del saber. Entonces se constató la necesidad de traducir el Antiguo testamento a la lengua griega. Esta traducción se conoce con el nombre de traducción de “los Setenta”. En dicha versión aparece algunas veces el término “evangelio”. La “buena noticia” se refiere a la próxima llegada del “reino de Dios”. Este reino no es otra cosa que la experiencia cotidiana de vivir amando. Por eso ese reino es una buena noticia, un evangelio: vivir amando implica un cambio total en nuestra forma de existir.
En el Nuevo Testamento se cumple la gran promesa del Antiguo, la llegada del Reino de Dios, Jesús de Nazaret es el amor de Dios entre los hombres. Esta buena noticia de la presencia del amor de Dios entre nosotros la llamamos evangelio. Por tanto, la palabra “evangelio” significa “buena noticia”; pero una buena noticia con la suficiente fuerza para cambiar radicalmente nuestra vida. Para los cristianos la verdadera buena noticia, el verdadero evangelio, es la misma persona de Jesús. Los cristianos no somos seguidores de ningún libro, ni siquiera de alguna moral especial. Los cristianos somos seguidores de una persona: Cristo Jesús. Él es la “buena noticia” capaz de transformar definitivamente nuestra existencia.

Hasta aquí el fragmento de Francesc Ramis. Por cierto que en él observamos algo que nos parece erróneo: dice "cuando nació el emperador Augusto en el año 9 a. C." No creemos que se refiera a Octavio Augusto, nacido el 63 a. C. El Augusto más cercano, en fecha de nacimiento, al 9 a. C. es Tiberio Claudio César Augusto Germánico, conocido simplemente como Claudio, nacido el 10 a. C.
No sabemos, pues, porqué Francesc Ramis ha cometido este desliz, o si hay alguna otra explicación al nombre Augusto y a la fecha.
Ahora vamos a aportar la primera selección de frases de Jesús, que se pueden aplicar directamente a las relaciones personales. Las ofreceremos, en efecto, en tres tandas, entre cada uno de los cuatro textos de apoyo que hemos seleccionado.
La voz de Jesús (1)
A la hora de ofrecer la selección de lo que podemos denominar enseñanzas de Jesús, seguimos un orden cronológico y canónico, es decir, empezamos por Mateo y terminamos en Juan, y en cada uno de ellos seguimos el orden del texto evangélico que, como se sabe, es cronológico.
Mateo:
Iniciamos nuestro recorrido con unas palabras que pueden servirnos para entender la necesidad de la reconciliación de dos personas que tienen alguna rencilla.



Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. (Mt 5, 23-24)

Si ergo offeres munus tuum ad altare, et ibi recordatus fueris quia frater tuus habet aliquid adversum te, relinque ibi munus tuum ante altare et vade, prius, reconciliare fratri tuo et tunc veniens offer munus tuum.

ἐὰν οὖν προσφέρῃς τὸ δῶρόν σου ἐπὶ τὸ θυσιαστήριον κἀκεῖ μνησθῇς ὅτι ὁ ἀδελφός σου ἔχει τι κατὰ σοῦ, ἄφες ἐκεῖ τὸ δῶρόν σου ἔμπροσθεν τοῦ θυσιαστηρίου, καὶ ὕπαγε πρῶτον διαλλάγηθι τῷ ἀδελφῷ σου, καὶ τότε ἐλθὼν πρόσφερε τὸ δῶρόν σου.
Hoy juzgamos y, especialmente, prejuzgamos mucho, lo cual es un gran obstáculo para unas relaciones personales basadas en la sinceridad. El juicio y el prejuicio no nos permiten valorar correctamente a la persona del otro y nos ponen en una posición a la defensiva, cerrada, cuando las relaciones deben basarse en una apertura amable y sincera al otro. La segunda parte es muy conocida; aquello de la brizna (o paja) y la viga. Sabemos perfectamente descubrir los pequeños defectos de los demás, pero nos cuesta reconocer nuestras propias grandes carencias y debilidades.
Es texto esencial para unas buenas relaciones personales.

No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: "Deja que te saque la brizna del ojo", teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano. (Mt 7, 1-5)

Nolite iudicare, ut non iudicemini; in quo enim iudicio iudi caveritis, iudicabimini, et in qua mensura mensi fueritis, metietur vobis. Quid autem vides festucam in oculo fratris tui, et trabem in oculo tuo non vides? Aut quomodo dices fratri tuo: “Sine, eiciam festucam de oculo tuo”, et ecce trabes est in oculo tuo? Hypocrita, eice primum trabem de oculo tuo, et tunc videbis eicere festucam de oculo fratris tui.

Μὴ κρίνετε, ἵνα μὴ κριθῆτε· ἐν ᾧ γἀρ κρίματι κρίνετε κριθήσεσθε, καὶ ἐν ᾧ μέτρῳ μετρεῖτε μετρηθήσεται ὑμῖν. τί δὲ βλέπεις τὸ κάρφος τὸ ἐν τῷ ὀφθαλμῷ τοῦ ἀδελφοῦ σου, τὴν δὲ ἐν τῷ σῷ ὀφθαλμῷ δοκὸν οὐ κατανοεῖς; ἢ πῶς ἐρεῖς τῷ ἀδελφῷ σου, Ἄφες ἐκβάλω τὸ κάρφος ἐκ τοῦ ὀφθαλμοῦ σου, καὶ ἰδοὺ ἡ δοκὸς ἐν τῷ ὀφθαλμῷ σοῦ; ὑποκριτά, ἔκβαλε πρῶτον τὴν δοκὸν ἐκ τοῦ ὀφθαλμοῦ σοῦ, καὶ τότε διαβλέψεις ἐκβαλεῖν τὸ κάρφος ἐκ τοῦ ὀφθαλμοῦ τοῦ ἀδελφοῦ σου.

A lo que sigue se le ha llamado alguna vez la regla de oro de las relaciones humanas. No precisa comentario.

Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. (Mt 7, 12)

Omnia ergo, quaecumque vultis ut faciant vobis homines, ita et vos facite eis; haec est enim Lex et Prophetae.

Πάντα οὖν ὅσα ἐὰν θέλητε ἵνα ποιῶσιν ὑμῖν οἱ ἄνθρωποι, οὕτως καὶ ὑμεῖς ποιεῖτε αὐτοῖς· οὗτος γἀρ ἐστιν ὁ νόμος καὶ οἱ προφῆται.

Un chiste de esos tontos dice: “Yo no soy rencoroso, pero el que me la hace, me la paga”. Somos, por naturaleza, orgullosos y un poco rencorosos. Perdonar nos cuesta mucho, porque significa tragarnos el orgullo. Pero es una gran liberación y perdonando nos sentimos más esponjados interiormente y alegres. Las relaciones personales requieren de nosotros la capacidad de perdonar las ofensas que nos puedan hacer.

Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. (Mt 18, 21-22)

Tunc accedens Petrus dixit ei: “Domine, quotiens peccabit in me frater meus, et dimittam ei? Usque septies?” Dicit illi Iesus: “ Non dico tibi usque septies sed usque septuagies septies.

Τότε προσελθὼν ὁ Πέτρος εἶπεν αὐτῷ, Κύριε, ποσάκις ἁμαρτήσει εἰς ἐμὲ ὁ ἀδελφός μου καὶ ἀφήσω αὐτῷ; ἕως ἑπτάκις; λέγει αὐτῷ ὁ ᾿Ιησοῦς, Οὐ λέγω σοι ἕως ἑπτάκις ἀλλὰ ἕως ἑβδομηκοντάκις ἑπτά.
Jesús viene a dar cumplimiento al Antiguo Testamento, pero también a completarlo. En el fragmento que sigue se resumen los grandes mandamientos. Jesús se refiere a la Ley judía y respalda el principal de sus mandamientos (Deuteronomio 6, 5), pero lo completa de forma magnífica con su alusión al amor a los hermanos. De él evidentemente nos sirve esa necesidad de aplicar en las relaciones personales el amor, en el sentido más amplio (amabilidad, bondad, sinceridad, dulzura, comprensión, etc.).

Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas. (Mt 22, 36-40)

“Magister, quod est mandatum magnum in Lege?”. Ait autem illi: “Diliges Dominum Deum tuum in toto corde tuo et in tota anima tua et in tota mente tua: hoc est magnum et primum mandatum. Secundum autem simile est huic: Diliges proximum tuum sicut teipsum. In his duobus mandatis universa Lex pendet et Prophetae”.

Διδάσκαλε, ποία ἐντολὴ μεγάλη ἐν τῷ νόμῳ; ὁ δὲ ἔφη αὐτῷ, ᾿Αγαπήσεις κύριον τὸν θεόν σου ἐν ὅλῃ τῇ καρδίᾳ σου καὶ ἐν ὅλῃ τῇ ψυχῇ σου καὶ ἐν ὅλῃ τῇ διανοίᾳ σου· αὕτη ἐστὶν ἡ μεγάλη καὶ πρώτη ἐντολή. δευτέρα δὲ ὁμοία αὐτῇ, ᾿Αγαπήσεις τὸν πλησίον σου ὡς σεαυτόν. ἐν ταύταις ταῖς δυσὶν ἐντολαῖς ὅλος ὁ νόμος κρέμαται καὶ οἱ προφῆται.
El llamado “juicio de las naciones” nos ofrece una serie de conductas que debemos tener con los demás, especialmente en situación de necesidad. En el hermano o hermana en dificultad (encarcelado, hambriento, inmigrante, enfermo, etc.) debemos ver, como en toda persona, al propio Jesús.

Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme."" Entonces los justos le responderán: ""Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?"" Y el Rey les dirá: ""En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. (Mt 25, 35-40)

Esurivi enim, et dedistis mihi manducare; sitivi, et dedistis mihi bibere; hospes eram, et collegistis me; nudus, et operuistis me; infirmus, et visitastis me; in carcere eram, et venistis ad me”. Tunc respondebunt ei iusti dicentes: “Domine, quando te vidimus esurientem et pavimus, aut sitientem et dedimus tibi potum? Quando autem te vidimus hospitem et collegimus, aut nudum et cooperuimus? Quando autem te vidimus infirmum aut in carcere et venimus ad te?”. Et respondens Rex dicet illis: “Amen dico vobis: Quamdiu fecistis uni de his fratribus meis minimis, mihi fecistis”.

ἐπείνασα γὰρ καὶ ἐδώκατέ μοι φαγεῖν, ἐδίψησα καὶ ἐποτίσατέ με, ξένος ἤμην καὶ συνηγάγετέ με, γυμνὸς καὶ περιεβάλετέ με, ἠσθένησα καὶ ἐπεσκέψασθέ με, ἐν φυλακῇ ἤμην καὶ ἤλθατε πρός με. τότε ἀποκριθήσονται αὐτῷ οἱ δίκαιοι λέγοντες, Κύριε, πότε σε εἴδομεν πεινῶντα καὶ ἐθρέψαμεν, · διψῶντα καὶ ἐποτίσαμεν; πότε δέ σε εἴδομεν ξένον καὶ συνηγάγομεν, ἢ γυμνὸν καὶ περιεβἀλομεν; πότε δέ σε εἴδομεν ἀσθενοῦντα ἢ ἐν φυλακῇ καὶ ἤλθομεν πρός σε; καὶ ἀποκριθεὶς ὁ βασιλεὺς ἐρεῖ αὐτοῖς, ᾿Αμὴν λέγω ὑμῖν, ἐφ' ὅσον ἐποιήσατε ἑνὶ τούτων τῶν ἀδελφῶν μου τῶν ἐλαχίστων, ἐμοὶ ἐποιήσατε.



Hasta aquí esta primera entrega sobre la voz de Jesús, última de las que "sonarán" en esta serie.

miércoles, 2 de enero de 2008

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (XII)


En este primer artículo del 2008 en nuestro blog, deseamos que nuestros lectores lo hayan iniciado con serenidad, esperanza y salud y, lo que es más importante, que continúe por estos mismos senderos o por los que cada uno se haya marcado, sabiendo, no obstante, que la vida es el mejor regalo que nos ha traído el año nuevo y que, en este mundo tan "enredado", en el buen sentido de la palabra, todos dependemos unos de otros y nuestra actuación puede marcar la vida de otras personas, como bellamente narra Frank Kapra en su película ¡Qué bello es vivir! (It's a wonderful life), que, fiel a mi tradición, he visto el día de Navidad del pasado 2007.

Finalizamos con este artículo el repaso que hemos hecho a las Disertaciones de Epicteto, en esta serie, que ya llega a su término, dedicada a glosar qué dijeron de interesante sobre las relaciones personales, la elección de amigos, la comunicación con nuestros semejantes, la superación de los infortunios, voces griegas y latinas del pasado, especialmente filósofos como Teofrasto, Séneca, Aristóteles, Marco Aurelio y Epicteto.
En el comienzo del capítulo II del Libro II nos encontramos con un texto muy interesante, muy próximo al discurso de Marco Aurelio. Depende de nosotros y nuestra elección lo que nos pueda ocurrir y cómo dirijamos nuestra existencia. En un hipotético juicio, saber que en nuestra mano está desear o rechazar, será desde el exordio hasta el epílogo.

Libro II. Capítulo II (Sobre la imperturbabilidad)
Mira tú, que vas a juicio, qué quieres conservar y a dónde quieres ir a parar. Pues si quieres conservar el albedrío conforme a naturaleza, tienes toda la seguridad, toda la comodidad, no tienes problemas. Si pretendes conservar lo que hay en ti libre e independiente por naturaleza y te basta con eso, ¿qué podrá apartarte de ello? ¿Quién es dueño de ello? ¿Quién puede arrebatártelo?
Si quieres ser respetuoso y honrado, ¿quién no te lo va a permitir? Si quieres no verte obstaculizado ni forzado, ¿quién te forzará a desear lo que no te parece deseable, quién a rechazar lo que no se te muestra rechazable? ¿Y qué? Te amenazará con algo que se considere temible, pero ¿cómo puede conseguir que lo experimentes con rechazo? Por tanto, mientras esté en tu mano el desear y rechazar, ¿de qué te preocupas? Para ti eso ha de ser el exordio, eso la exposición, eso la prueba, eso la victoria, eso el epílogo, eso la aprobación.



Por eso respondió Sócrates al que le recordaba que se preparara para el juicio: “¿No te parece que me he estado preparando para ello toda la vida?” (
referencia a la Apología de Sócrates, capítulo 2, de Jenofonte).
- ¿Con qué preparación?
- Guardé – responde – lo que dependía de mí.
- ¿Cómo?
- Nunca hice nada injusto en público ni en privado.


En el capítulo XV del Libro II hay una reflexión sobre los que deciden mantenerse inflexibles en sus decisiones. Trata sobre un caso concreto de alguien que ha decidido dejarse morir de hambre. Es un caso extremo, pero podemos aplicar la reflexión a otras muchas decisiones que tomamos y de las que no queremos apearnos. Una vez más debemos mostrar nuestra absoluta oposición al suicidio y si aportamos este fragmento es más por lo que tiene de reflexión sobre la conveniencia de no encastillarnos en nuestras decisiones.

Libro II. Capítulo XV (A los que se mantienen inflexibles en lo que decidieron)
Así, cierto compañero mío decidió, sin causa alguna, dejarse morir de hambre. Yo me enteré cuando ya él llevaba tres días de abstinencia y fui a informarme de qué pasaba.
- He tomado una decisión – dijo -.
- Pero, de todas maneras, ¿qué fue lo que te decidió? Si decidiste de un modo correcto, mira, estamos a tu lado y te ayudaremos a morir; pero si decidiste de un modo irracional, cambia de opinión.
- Hay que mantenerse en las decisiones.

- ¿Qué haces, hombre? No en todas, sino en las correctas. Porque sientas ahora que es de noche, si te parece, no cambies de opinión, sino manténte y di que hay que mantenerse en las decisiones. ¿No quieres plantear el principio y los fundamentos, fijarte en si la decisión es saludable o no es saludable y así construir después sobre ella el vigor, la firmeza? Pero si debajo pones lo pútrido y decadente, no hay edificio. Entonces, ¿qué? Cuantas más cosas y más fuertes construyas sobre ello, tanto más rápidamente se vendrán abajo. Sin causa de ninguna clase nos arrebatas de la vida a una persona amiga y compañera, ciudadano de la misma ciudad, tanto de la grande (el mundo) como de la pequeña; luego, mientras cometes el crimen y matas a un hombre que ningún mal ha hecho, dices que hay que mantenerse en las decisiones. Si por alguna vez se te ocurriera matarme, ¿tendrías que mantenerte en tus decisiones?
A duras penas se le hizo cambiar de opinión. Pero algunos de los de ahora no hay manera de que cambien de opinión. De modo que me parece que ahora sé lo que antes ignoraba, qué significa el dicho corriente: “Al necio no le puedes convencer ni hacerlo ceder”. ¡Que no me ocurra tener por amigo a un sabio necio!


El capítulo XXI del Libro II habla sobre lo que cuesta confesar los propios defectos, o, al menos, algunos muy concretos. Tras la reflexión sobre esa dificultad para manifestar según qué defectos, Epicteto hace una apelación muy bella a nuestra propia persona, llamándonos a reflexionar sobre nuestra personalidad, nuestras virtudes y nuestra disposición.

Libro II. Capítulo XXI (Sobre la incongruencia)
Los hombres confiesan algunos de sus defectos fácilmente, pero otros difícilmente. Y es que nadie reconocerá que es un insensato o un majadero, sino que, muy al contrario, a todos les oirás decir: ”¡Ojalá tuviera tanta suerte como buen sentido!”. Sin embargo, los tímidos fácilmente reconocen que lo son y dicen: “Yo soy bastante tímido, lo reconozco. Pero, por lo demás, no hallarás que yo sea un simple”.
Nadie reconocerá con facilidad ser incontinente ni injusto, en absoluto; envidioso o meticón, no con mucha frecuencia; misericordioso, los más. ¿Cuál es entonces la razón? La principal, la incongruencia y la inquietud en lo relativo a los bienes y los males, pero otros tienen otras razones y casi todo aquello que se imaginan que es deshonroso con frecuencia no lo confiesan. El ser tímido se imaginan que es propio de un carácter apacible, e igualmente el ser misericordioso; pero el ser estúpido, completamente de esclavos. Tampoco admiten las ofensas a la sociabilidad.

La mayor parte de las faltas les lleva a reconocerlas el imaginarse que en ellas hay algo de involuntario, como en la timidez y en la misericordia. Y si alguien confiesa ser incontinente, pone por delante el amor, de modo que se le perdone como cosa involuntaria. Hay algo también en los celos, según creen, de involuntariedad; por esa razón confiesan también eso.
Moviéndose entre individuos así, tan perturbados que ignoran por igual de qué defecto hablan como de qué defecto tienen o, si lo tienen, en qué lo tienen o cómo dejarán de tenerlo, creo que incluso merece la pena que uno se plantee:

“¿Seré también yo uno de aquéllos? ¿Qué representación poseo de mí mismo? ¿Cómo me uso a mí mismo? ¿Me estaré usando como persona sensata? ¿Me estaré usando como prudente? ¿Estaré diciendo que estoy preparado para el porvenir? ¿Tengo la conciencia necesaria al que no sabe nada, la de que nada sé? ¿Acudo al maestro como el que acude al oráculo, dispuesto a obedecer? ¿O también yo voy a la escuela lleno de imbecilidad sólo a aprender la historia y conocer los libros que antes no conocía y a explicárselos a otros si se tercia?”. (μή που καὶ αὐτὸς εἷς εἰμι ἐκείνων; τίνα φαντασίαν ἔχω περὶ ἐμαυτοῦ; πῶς ἐμαυτῷ χρῶμαι; μή τι καὶ αὐτὸς ὡς φρονίμῳ, μή τι καὶ αὐτὸς ὡς ἐγκρατεῖ; μὴ καὶ αὐτὸς λέγω ποτὲ ταῦτα, ὅτι εἰς τὸ ἐπιὸν πεπαίδευμαι; ἔχω ἣν δεῖ συναίσθησιν τὸν μηδὲν εἰδότα, ὅτι οὐδὲν οἶδα; ἔρχομαι πρὸς τὸν διδάσκαλον ὡς ἐπὶ τὰ χρηστήρια πείθεσθαι παρεσκευασμένος; ἢ καὶ αὐτὸς κορύζης μεστὸς εἰς τὴν σχολὴν εἰσέρχομαι μόνην τὴν ἱστορίαν μαθησόμενος καὶ τὰ βιβλία νοήσων, ἃ πρότερον οὐκ ἐνόουν, ἂν δ᾿οὕτως τύχῃ, καὶ ἄλλοις ἐξηγησόμενος;)

Del capítulo XXII del Libro II, que recomendamos leer en su totalidad, hacemos una selección de los fragmentos para nosotros más significativos.
En el primero se nos hace ver que amamos aquello en lo que ponemos empeño y aquello que es bueno. Y Epicteto hace una afirmación tajante: amar es sólo propio del sensato.
El segundo fragmento de este capítulo XXII trata sobre la conveniencia (en griego, τὸ συμφέρον) y cómo todo lo apartamos para aplicarnos a ella. Es una crítica tremenda del orgullo y el interés personal que, muchas veces, pasa por encima de nuestros seres queridos. Antes Epicteto se ha referido a algo que sigue produciendo quiebras familiares como son las herencias. También se alude al hecho de que somos capaces de echar en cara a la divinidad el que no podamos conseguir nuestra conveniencia, achacándoles a ellos la culpa. Debemos colocar nuestra conveniencia en el mismo lugar que las cosas que estimamos, pues, de lo contrario, surgirán conflictos.


Libro II. Capítulo XXII (Sobre la amistad)
Uno ama precisamente las cosas por las que se esfuerza. ¿Verdad que los hombres no se esfuerzan por lo malo? De ninguna manera. ¿Verdad que tampoco por lo que no tiene nada que ver con ellos? Tampoco por eso. Resulta, por tanto, que sólo se esfuerzan por lo bueno. Y que si se han esforzado, lo estiman. Entonces, cualquiera que sea conocedor de lo bueno sabría también estimarlo. Pero el que no es capaz de distinguir lo bueno de lo malo, ni lo indiferente de las otras cosas, ¿cómo podría aún estimarlo? Pues amar es sólo propio del sensato. (Περὶ ἃ τις ἐσπούδακεν, φιλεῖ ταῦτα εἰκότως. μή τι οὖν περὶ τὰ κακὰ ἐσπουδάκασιν οἱ ἄνθρωποι; οὐδαμῶς. ἀλλὰ μή τι περὶ τὰ μηδὲν πρὸς αὐτούς; οὐδὲ περὶ ταῦτα. ὑπολείπεται τοίνυν περὶ μόνα τὰ ἀγαθὰ ἐσπουδακέναι αὐτούς· εἰ δ' ἐσπουδακέναι, καὶ φιλεῖν ταῦτα. ὅστις οὖν ἀγαθῶν ἐπιστήμων ἐστίν, οὗτος ἂν καὶ φιλεῖν εἰδείη· ὁ δὲ μὴ δυνάμενος διακρῖναι τὰ ἀγαθὰ ἀπὸ τῶν κακῶν καὶ τὰ οὐδέτερα ἀπ'ἀμφοτέρων πῶς ἂν ἔτι οὗτος φιλεῖν δύναιτο; τοῦ φρονίμου τοίνυν ἐστὶ μόνου τὸ φιλεῖν).



Pues, en general, no os engañéis, cualquier animal a nada se habitúa tanto como a su propia conveniencia. Y lo que parece que le estorba – sea ello un hermano, un padre, un hijo, un amado o un amante – lo odia, lo rechaza, lo maldice. Pues, por naturaleza, nada se ama tanto como la propia conveniencia. Ella es padre y hermano y parientes y patria y dios. Cuando nos parece que son los dioses los que ponen impedimentos, hasta a ellos los insultamos y derribamos sus estatuas y prendemos fuego a sus templos, como mandó Alejandro prender fuego a los templos de Asclepio cuando murió su amado (se refiere a Hefestión) (cf. Arriano, Anábasis VII, 14, 5).
Por eso, si uno pone en el mismo lugar la conveniencia y lo sagrado y la patria y los padres y los amigos, todo eso se salva. Pero si pone en un sitio la conveniencia y en otro los amigos y la patria y los parientes y la propia justicia, todo eso se va, hundido por el peso de la conveniencia. En donde uno ponga el “yo” y “lo mío” a ello es fuerza que se incline el ser vivo. Si en la carne, allí estará lo dominante; si en el albedrío, allí estará; si en lo exterior, allí. Por tanto, si yo estoy allí donde mi albedrío, sólo así seré amigo, hijo y padre como se debe. Porque me convendrá esto: observar la fidelidad, el respeto, la paciencia, la abstinencia, la colaboración, mantener las relaciones
(εἰ τοίνυν ἐκεῖ εἰμι ἐγώ, ὅπου ἡ προαίρεσις, οὕτως μόνως καὶ φίλος ἔσομαι οἷος δεῖ καὶ υἱὸς καὶ πατήρ. τοῦτο γὰρ μοι συνοίσει τηρεῖν τὸν πιστόν, τὸν αἰδήμονα, τὸν ἀνεκτικόν, τὸν ἀφεκτικὸν καὶ συνεργητικόν, φυλάσσειν τὰς σχέσεις).

Epicteto da para mucho más, pero no para el objetivo concreto de nuestra serie de Voces griegas y latinas. Con la selección que hemos realizado nos parece suficiente. No obstante, recomendamos su lectura. Es un autor ameno, interesante y, en muchos casos, útil, ya que podemos aplicar sus doctrinas a la vida cotidiana.
Ése es el objetivo final de esta serie: proporcionar a nuestros lectores claves, reflexiones, lecturas, frases, sentencias, enseñanzas, que podamos aplicar a nuestra relación con los demás, convencidos de que el conocimiento de los caracteres de las personas, el descubrimiento de nuestra personalidad, la justa valoración de nuestros defectos y virtudes, el entrenamiento de destrezas como la escucha activa, la empatía, la no aplicación de prejuicios y estereotipos, el descubrimiento de qué depende de nosotros y qué no, la importancia de la filosofía, la preocupación que debemos tener por las personas y la necesidad de mejorar nuestra relación con ellas, la conveniencia de comprender al otro y ser capaces de ponernos en su lugar; en definitiva, pararnos a pensar en quiénes somos, qué objetivos y misión tenemos en nuestra vida, hacia dónde la queremos dirigir, y descubrir que somos seres sociales, que es imposible que no comuniquemos y que estamos llamados a convivir y a construir un mundo mejor, en el que quienes realmente valen la pena son las personas.