miércoles, 28 de noviembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (VII)

Seguimos con el repaso a la Ética Nicomáquea de Aristóteles y pasamos al Libro IX, en el que, al igual que en el VIII y como ya hemos comprobado en el anterior capítulo, se trata sobre la amistad. En este libro los diferentes capítulos son:
1. Diferencias entre amigos.
2. Conflictos que surgen en la amistad.
3. Ruptura de las amistades.
4. Condiciones que se requieren para una disposición amistosa.
5. La amistad y la benevolencia.
6. La concordia.
7. Bienhechores y favorecidos.
8. El amor a sí mismo.
9. La amistad, necesaria para la felicidad.
10. Limitación del número de amigos.
11. Necesidad de amigos en la prosperidad y en el infortunio.
12. Aspiración a la convivencia.

Nosotros no vamos a hablar de todos ellos, pero aconsejamos su lectura detenida, porque poseen razonamientos muy interesantes. Sin embargo, no hemos podido evitar dejar aquí, a modo de pincelada, algunos de ellos.
Del capítulo 1 destacamos:
Tales cosas como estas acaecen cuando el amador ama al amado por su deleite, y el amado al amador por su provecho, y no sucede al uno y al otro lo que pretendía. Porque como el amistad era por esto, deshácese el amistad cuando no sucede aquello por cuya causa se amaron. Porque estos tales no se amaban el uno al otro, sino lo que habla en el uno y en el otro, que eran cosas no firmes ni seguras, y así ni tampoco lo eran las amistades dellos. Pero el amistad de los hombres virtuosos, como cosa que en sí misma se funda, permanece, como ya está dicho arriba. (traducción de Pedro Simón)
Estas cosas ocurren cuando uno quiere al amado por causa del placer, y el otro al amante por interés, y ninguno de los dos tiene lo que esperaba. Por esa razón, pues, se produce la disolución de la amistad existente al no lograr aquello por lo cual se querían, porque no amaba el uno al otro, sino lo que poseía, y esto no es permanente, y, así, tampoco las amistades. En cambio, la amistad basada en el carácter es por su naturaleza permanente, como hemos dicho. (traducción de Julio Pallí).
En el 4 leemos:
Con todas sus fuerzas es bien que procure huir de la maldad y trabaje de ser bueno, porque desta manera terná paz y amistad consigo mismo y será también amigo de los otros.
Que Pallí traduce así:
Debemos hacer todo esfuerzo para evitar la maldad e intentar ser buenos, porque de esta manera no sólo uno puede tener disposiciones amistosas consigo mismo, sino también llegar a ser amigo de otro.

El 8, que versa sobre el amor a sí mismo, dice entre otras cosas:
Cosa es, pues, muy clara y manifiesta que el ser de cada un hombre consiste, señaladamente, en el entendimiento, y que el buen varón más particularmente ama a éste que a otra cualquier cosa. Y por esto el buen varón es amigo de sí mismo en otra diferente especie de amor, de la que vulgarmente es vituperada, y tan diferente de aquélla, cuanto es el vivir conforme a razón del vivir conforme al afecto y apetito, y cuánto difiere el apetecer a lo honesto, o lo que parece que conviene, y a los que los honestos hechos por diversas vías los procuran, todos los aman y los alaban. Si todos, pues, anduviesen a porfía sobre quién hará más honestas cosas, y encaminasen sus propósitos a hacer las cosas más ilustres, sucedería que los mayores bienes serían comúnmente para todos, y también para cada uno en particular, pues es el mayor de los bienes la virtud.

Seguimos ahora, con los capítulos que hemos seleccionado, y a los que aportamos un mínimo comentario.

Libro IX. Sobre la amistad (continuación).
Muchas amistades se rompen, porque se basaban en el placer o en la utilidad y, cuando éstos faltan, es lógico que quienes se decían amigos ya no se quieran. Nos quejaríamos con razón, si una persona fingiera amarnos por nuestro carácter, es decir, por nosotros mismos, pero, en realidad, buscara el placer o el interés. Si, en cambio, nos engañamos creyendo que nuestros amigos nos aman por nuestro carácter, la culpa es nuestra.
Hay entre las frases de este párrafo una interesante: Lo malo ni es digno de ser amado ni debe amarse (οὔτε δὲ φιλητὸν τὸ πονηρὸν οὔτε δεῖ).
Es también destacable que Aristóteles recomienda que antes de romper una amistad hay que tratar de corregir al amigo y sólo dar por terminada una amistad con alguien que se ha vuelto malvado y no tiene curación.
Es también digna de mención esta afirmación: “¿cómo podrán ser amigos, si no tienen los mismos gustos, ni se alegran ni apenan por las mismas cosas? Pues ellos no tendrán los mismos sentimientos entre sí, y sin esto no pueden ser amigos, porque no es posible la convivencia” (πῶς ἂν εἶεν φίλοι μήτ᾿ ἀρεσκόμενοι τοῖς αὐτοῖς μήτε χαίροντες καὶ λυπούμενοι; οὐδὲ γὰρ περὶ ἀλλήλους ταῦθ᾿ ὑπάρξει αὐτοῖς, ἄνευ δὲ τούτων οὐκ ἦν φίλους εἶναι· συμβιοῦν γὰρ οὐχ οἷόν τε.)
3. Ruptura de las amistades.
Hay también alguna duda acerca del deshacer las amistades o no para con los que no perseveran. Aunque entre los que son amigos por utilidad o por deleite, cuando ya dellas lo tal no les procede, no es maravilla que las tales amistades se deshagan, porque eran amigos de aquellas cosas, las cuales faltando, estaba claro que no se habían de querer bien. Pero entonces se podría quejar uno con razón, cuando amándole uno por su utilidad o por deleite, fingiese amarle por sus costumbres y bondad. Porque, como ya dijimos al principio, hay muchas maneras de amistades y de amigos, cuando no son amigos de la misma manera que pensaban. Pues cuando uno desta manera se engañare, que pretendiere ser amado por sus costumbres y virtud, no obrando él cosa ninguna que a virtud huela, quéjese de sí mismo; pero cuando este mismo, fingido del otro, le engañare, con justa razón del tal que le engañó podrá quejarse, y tanto con mayor razón que de los que hacen moneda falsa, cuanto contra más ilustre cosa se comete la maldad. Pero si uno admite a otro por amigo, pretendiendo que es hombre de bien, y después sale ruin, o parece serlo, ¿halo de querer bien con todo eso? ¿O diremos que no es posible, pues no toda cosa es amable, sino la que es buena? No es, pues, el malo cosa amable, ni conviene amar al malo, porque ni es bien ser amigo de ruines ni tampoco parecerles, y está ya dicho en lo pasado, que lo semejante es amigo de su semejante. ¿Hase, pues, de romper luego el amistad o no con todos, sino con aquellos, cuya maldad es incurable?; pero a los que son capaces de corrección más favor se les ha de dar en lo que toca a las costumbres, que en lo que a la hacienda, cuanto las costumbres son mejores que ella y más anexas a la amistad. Aunque el que tales amistades descosiese, no parece que haría cosa fuera de razón, porque no había tomado amistad con el que ser agora se demuestra. No pudiendo, pues, conservar al que de tal manera se ha mudado, apártase dél. Pero si el bueno persevera y el malo se mejora en la virtud, pero con todo eso entre la virtud del uno y la del otro hay mucha distancia, ¿halo de tener por amigo, o diremos que no es posible? Porque cuando en las personas hay mucha distancia, manifiesta cosa es que no es posible, como en las amistades trabadas dende la niñez. Porque si el uno se queda mochacho en cuanto al entendimiento, y el otro sale varón de mucha suerte, ¿cómo podrán estos tales perseverar en su amistad, pues ni se agradaran de unas mismas cosas, ni recebirán contento ni pena con unas mismas cosas, ni el uno al otro se darán contento? Y donde esto no hay, no es posible ser amigos, porque no pueden entre sí tratar conversación. Pero destas cosas ya arriba se ha tratado. Y, pues, ¿no se ha de tratar más cuenta con el tal, que si nunca se hobiera conocido? ¿O conviene acordarse de la pasada conversación? Y así como juzgamos que debemos antes complacer a los amigos que a los extranjeros, de la misma manera a los que fueron nuestros amigos por el amistad pasada se les ha de conceder alguna cosa, sino cuando por algún exceso de maldad vino a romperse el amistad.
En el capítulo 9 del libro IX, Aristóteles afronta la cuestión de si la amistad es necesaria para la felicidad. Tras una afirmación harto discutible, como otras muchas de Aristóteles, en cuanto a que los dichosos y los que se bastan por sí mismos no tienen necesidad de amigos, Aristóteles hace una bonita afirmación: “el amigo, que es otro yo, nos procura lo que no podemos obtener por nosotros mismos” (τὸν δὲ φίλον, ἕτερον αὐτὸν ὄντα, πορίζειν ἃ δι᾿ αὐτοῦ ἀδυνατεῖ); el pronombre αὐτοῦ se refiere al hombre feliz (περὶ τὸν εὐδαίμονα) de quien se habla en el fragmento.
Aristóteles cita el verso 667 del Orestes de Eurípides ὅταν δ᾿ ὁ δαίμων εὖ διδῷ, τί δεῖ φίλων; (cuando la divinidad proporciona bienes, ¿qué necesidad hay de amigos?), para indicar que parece poco razonable o absurdo (ἄτοπος) asignar todos los bienes al hombre feliz sin darle amigos, que parecen ser el mayor de los bienes externos (τῶν ἐκτὸς ἀγαθῶν μέγιστον εἶναι).
Es curioso el fragmento en el que se dice: “se investiga si hay más necesidad de amigos en la prosperidad que en la desgracia, ya que el desgraciado necesita bienhechores y los afortunados, personas a quienes hacer el bien”. Luego viene otro fragmento, en el que hay una frase muy conocida: “quizá es también absurdo hacer del hombre dichoso un solitario, porque nadie, poseyendo todas las cosas, preferiría vivir solo, ya que el hombre es un ser social y dispuesto por la naturaleza a vivir con otros” (ἄτοπον δ᾿ἴσως καὶ τὸ μονώτην ποεῖν τὸν μακάριον· οὐδεὶς γὰρ ἕλοιτ᾿ ἂν καθ᾿ αὑτὸν τὰ πάντ᾿ ἔχειν ἀγαθά· πολιτικὸν γὰρ ὁ ἄνθρωπος καὶ συζῆν πεφυκός).
Conclusión: “el hombre feliz necesita amigos” (δεῖ ἄρα τῷ εὐδαίμονι φίλων).
Otras afirmaciones interesantes: “debe también tener conciencia de que su amigo existe, y esto puede producirse en la convivencia y en la comunicación de palabras y de pensamientos, porque así podría definirse la convivencia humana, y no, como en el caso del ganado, por pacer en el mismo lugar”.
Y concluye el capítulo 9 con un añadido importante a la conclusión antes indicada: “luego el hombre feliz necesitará amigos virtuosos” (δεήσει ἄρα τῷ εὐδαιμονήσοντι φίλων σπουδαίων).
9. La amistad, necesaria para la felicidad.
Dúdase también si el bien afortunado (aquí debe entenderse, el hombre afortunado) tiene necesidad o no de amigos, porque dicen algunos que los prósperos y bien afortunados, y que para sí mismos son harto bastantes, no tienen necesidad de amigos, pues tienen todos los bienes que se pueden desear, y que, pues, para sí mismos ellos se son harto bastantes, de ninguna otra cosa tienen necesidad, y que el amigo, siendo otro él, hace lo que el tal por sí mismo no pudiera. Y por esto, dicen comúnmente:
A quien es favorable la fortuna, Necesidad de amigos ha ninguna;
pero parece cosa del todo apartada de razón que, los que al bien afortunado todos los bienes le atribuyen, le quiten los amigos, lo cual parece ser el mayor bien de los exteriores. Porque si mayor perfición de amigo es hacer bien que recebirlo, y es proprio del bueno y de la virtud el hacer a otros buenas obras, y más ilustre cosa es hacer bien a los amigos que a los extranjeros, el bueno necesidad, cierto, terná de amigos a quien haya de hacer bien. Y por esto también se disputa en cuál de los dos tiempos hay más necesidad de amigos: ¿en la adversidad o en la prosperidad?, casi dando a entender que el que está puesto en adversidad tiene necesidad de amigos que le hagan bien, y los puestos en próspera fortuna han menester también amigos a quien hagan buenas obras. También parece, por ventura, cosa ajena de razón hacer al bien afortunado solitario, porque ninguno escogería ser a solas señor de todos los bienes, pues el hombre es animal civil y amigo de vivir en compañía, y el bien afortunado también ha de tener esto, pues tiene las cosas que son de su naturaleza buenas. Cosa es, pues, muy cierta y manifiesta, que es mejor vivir en compañía de amigos hombres de bien, que en compañía de extranjeros y gentes no conocidas. De suerte que también tiene necesidad de amigos el que está puesto en próspera fortuna...
El ser, pues, decíamos que era cosa de escoger, porque lo sentíamos, siendo bueno, y semejante sentimiento de suyo es aplacible. Conviene, pues, también del amigo sentir que es, lo cual consiste en el vivir en compañía, y comunicarse en conversaciones y en los pareceres, porque esto parece que es lo que en los hombres llamamos vivir en compañía, y no como en los ganados el pacer juntos en un pasto. Pues si al bien afortunado le es cosa de desear, de suyo, el ser, por ser naturalmente cosa buena y aplacible, por lo semejante le será también la del amigo, y el amigo será una de las cosas que son de desear. Y lo que a cada uno le es de desear, esto ha de tener en sí, o será, en cuanto a aquella parte, falso. El bien afortunado, pues, necesidad terná de amigos virtuosos.
Hasta aquí los fragmentos de Aristóteles que hemos seleccionado en esta revisión que llevamos a cabo sobre lo que dicen los autores clásicos acerca de las relaciones humanas y los aspectos con ellas relacionadas. Aún no hemos terminado con el Estagirita, a quien "oiremos" en un siguiente capítulo.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Santa Cecilia, musa de la música (II)


Hoy en nuestro blog alcanzamos una cifra redonda y simbólica: es nuestra quincuagésima entrada. Cifra ridícula, si pensamos que la primera vio la luz el 28 de octubre de 2006, es decir, hace más de un año, pero nuestra pretensión no es batir records, sino ofrecer el fruto de nuestras reflexiones y compartirlas con los demás. Somos conscientes de que nuestros artículos son largos, pero tenemos un estilo peculiar y quien quiera leer en nuestro blog sabe que debe dedicarle un tiempecito. A lo mejor, con el tiempo cambiamos nuestro estilo y adoptamos el comentario breve, pero mientras tanto seguimos fieles al comentario elaborado y extenso.
Seguimos, pues, con nuestro homenaje a Santa Cecilia. Hoy publicamos dos aspectos muy diferentes sobre ella.
Uno es una nota sobre la etimología de su nombre. Puede parecer que no viene al caso, pero lo hemos considerado interesante.
El otro es el estudio, si puede decirse algo tan pretencioso, sobre una obra musical a ella dedicada. No es la más antigua, pero es la que acostumbramos a oír, y dos veces, en este día. Así que mucho de lo que sigue se ha escrito por inspiración de Händel, que ése es el autor de la obra analizada. Ese “estudio” presenta dos carencias que queremos aclarar rápidamente, para no llevar a desengaños. Primera: no sabemos música, somos melómanos, que es distinto, por lo que las explicaciones técnicas de la obra son de andar por casa y surgidas de nuestro lego parecer.
La otra; no dominamos la lengua de Shakespeare ni la de Racine, por lo que no respondemos de los desmanes en la traducción; dicho esto, vamos al asunto.

Etimología del nombre.
El étimo base es el adjetivo latino caecus, -a, -m.
Dicen Ernout y Meillet en el Dictionnaire Étymologique de la Langue Latine lo siguiente en esta voz:
1. “Ciego”, “que no ve”
2. en sentido objetivo “invisible, o lo que no se ve”, nox caeca, cubiculum… caecum; de donde “secreto” y “cerrado, sin salida”: caecum (intestinum) = τοῦ ἐντέρου τυφλόν τι (Aristóteles, De partibus animalium, 675b, línea 8).
Se emplea en poesía para otras sensaciones distintas a las visuales (Virgilio, Eneida, X, 98: caeca volutant murmura), puede ser que a imitación del griego τυφλός.
En los derivados se citan los nombres propios Caecilius y Caecilianus.
En Plinio el Viejo (Historia natural, XIX, 127) se cita una caeciliana lactuca (purpuream maximae radicis Caecilianam vocant, rotundam vero ac minima radice, latis foliis…)
Columela ofrece caecilia, por abreviación, para designar también una especie de lechuga.
En Vegecio Renato, caecilia es una especie de serpiente (sin duda, el lución - reptil saurio ápodo, de piel brillante y cola tan larga como el cuerpo, la cual pierde y regenera con facilidad- en francés “orvet” donde el nombre viene de un diminutivo de orbus; compárese con el alemán Blindschleiche y el inglés blind-worm).
En los glosarios, aparece como caecula, dicta eo quod parva sit et non habeat oculos = llamada así porque es pequeña y no tiene ojos (San Isidoro, Orationes, XII, 14, 33).
Hasta aquí el Ernout-Meillet.
Cecilia significaría, por tanto, etimológicamente “cieguecita”.
Y vamos ya con la obra seleccionada.

Entre las más exitosas obras de Händel del período comprendido entre 1732 y 1742 estuvieron las composiciones de las dos Odas dedicadas a Santa Cecilia, con texto de John Dryden. Dryden escribió sus odas para una serie de representaciones anuales cuyo objetivo era celebrar el día de Santa Cecilia y que tuvieron lugar en Londres entre 1683 y 1703. Los festejos, organizados por los “Gentlemen Lovers of Musick”, incluían normalmente una oda dirigida a la patrona de la música, tomando como motivo el poder de la música para despertar las emociones. Para las odas, los organizadores conseguían obtener los servicios de los compositores y poetas más destacados.

En 1687 Dryden contribuyó con A song for St. Caecilia’s Day, “From harmony, from heav’nly harmony”, que fue musicada por Draghi; y diez años más tarde respondió a una segunda invitación con Alexander’s Feast; or the power of Musique, cuya música había compuesto Jeremiah Clarke. Los textos literarios de ambas odas fueron también publicadas por separado. La persona responsable de atraer la atención de Händel hacia las odas de Dryden fue Newburgh Hamilton, que había escrito él mismo una oda a santa Cecilia para un compositor menor, Robert Woodcock, en 1720. Hamilton, empleado como camarero por el tercer Conde de Strafford, era un entusiasta de la música de Händel y recibió como herencia en el testamento de éste el ayudarle a “ajustar las palabras” de sus composiciones. En 1736 Händel compuso Alexander`s Feast siguiendo las sugerencias de Hamilton para la división de las odas de Dryden en recitativos, arias y coros, e incluyendo un corto epílogo utilizando textos de una oda de Hamilton de 1720.

En el otoño de 1739 Händel cambió de teatro, trasladando sus representaciones desde el King’s Theater, en Haymarket, al Lincoln’s Inn Fields. De este modo ocurrió que la primera representación en el nuevo escenario tuvo lugar el día de Santa Cecilia, y fue para esta ocasión para la que Händel compuso la oda de Dryden que estamos glosando, como una obra en un acto para complementar Alexander’s Feast. El anuncio para esta primera representación dio primacía a la nueva obra y rezaba así: En el Teatro Real en Lincoln’s Inn Fields, el martes 22 de noviembre (día de Santa Cecilia), será interpretada Una Oda de Mr. Dryden, con dos nuevos conciertos para instrumentos, que serán precedidos por Alexander’s Feast.


Händel hizo constar en el autógrafo que empezó la composición de la oda el 15 de septiembre de 1739 y la finalizó nueve días después. Entre la conclusión de la obra y su primera interpretación compuso los conciertos instrumentales que fueron publicados el abril siguiente como sus Doce Grandes Conciertos, op. 6. Dos de ellos fueron los “nuevos conciertos” mencionados en el anuncio, y movimientos de la obertura de la oda también contribuyeron al concierto publicado como op. 6, nº 5. Algún material temático en la obertura, y también en otras partes de la oda, está tomado de la obra Componimenti Musicali de Gottlieb Muffat, publicado antes en 1739. No se sabe si Hamilton sugirió a Händel la idea de componer la oda como pieza de acompañamiento de Alexander’s Feast, o si le hizo algunas sugerencias para su tratamiento musical.

Händel siguió muy de cerca el esquema de la oda de Dryden en las arias centrales, dando carácter por este orden a las cualidades de la trompeta, la flauta, el violín y el órgano. La agudeza (sharpness) de los violines del aria “Sharp violins proclaim” se refiere no al tono sino a su clara articulación, admirada por Roger North como “un fuerte y arrebatadora forma de tocar, de hacer la música enérgica y buena”. Las secciones extremas de la oda de Dryden equilibran ingeniosamente referencias cristianas y clásicas.

Iubal, descrito en Génesis 4, 21 (et nomen fratris eius Iubal ipse fuit pater canentium cithara et organo = El nombre de su hermano fue Iubal, quien llegó a ser padre de todos los que tocan el arpa y el órgano) y el efecto de su interpretación en el “corded shell” (lira), representado por el solo de cello, es emparejado con Orfeo y el poder del tañido de su lira para amansar bestias y árboles. La oda empieza con la creación del mundo, donde los “jarring atoms”, átomos desafinados o discordantes, del caos obedecen al poder de la música y desembocan en armonía; termina con el sonido de la trompeta disolviendo la música de las esferas en el día del juicio final. La oda de Dryden proporcionaba a Händel un texto que apelaba claramente a su imaginación, y ofrecía varias oportunidades a la interpretación creativa de los solistas, coro y orquesta.

No es sorprendente que mantuviera la obra en su repertorio habitual a lo largo de las temporadas de 1739 a 1743 y la recuperó otra vez entre 1754 y 1755. Bastante sorprendente fue que él nunca combinara las dos odas de Dryden otra vez después de 1739, pero, en cambio, añadió la oda más breve exitosamente a las representaciones de Acis and Galatea y L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato. Para una interpretación en Dublín en 1742 compuso a nueva versión de “The soft complaining flute” (el aria de soprano, número 7 de la obra, con acompañamiento de flauta) para su contralto solista, Mrs. Cibber.

Por otra parte, sus únicas alteraciones para las reposiciones fueron transposiciones para adaptarse a las necesidades de su plantel de cantantes, ninguna de las cuales mejoró las claras líneas de su original concepción para soprano y tenor solistas.

La obra necesita la siguiente plantilla orquestal:

Violines I y II (12), violas (3), cellos (3), contrabajos (2), flauta (1), oboes I y II (4), fagotes (2), trompetas I y II (2) timbales, tiorba (instrumento musical semejante al laúd, pero algo mayor, con dos mangos y con ocho cuerdas más para los bajos), laúd, clavecín y órgano.

El coro de la versión que tenemos está formado por: Sopranos (8), contraltos (5), tenores (5) y bajos (6).

Además soprano y tenor solistas.
Una brillante obertura, con destacada intervención de los violines, doblados por los oboes, secundados por la cuerda baja, da inicio a la obra. La música se hace más viva en la sección central con intervenciones destacadas de los oboes, repetidas por violas y cellos. Un ambiente general de alegría juguetona se enseñorea de la situación. La tercera sección, más calmada, con amplios fraseos en las cuerdas, da una sensación de más tranquilidad, no exenta de ciertos toques graciosos.

El tenor enuncia el recitativo

From harmony, from heav'nly harmony,
This universal frame began.
De la armonía, de la armonía celestial,
Surgió este marco universal

y con tono solemne entona el accompagnato.

When nature underneath a heap
Of jarring atoms lay,
And could not heave her head,
The tuneful voice was heard from high:
"Arise! Ye more than dead.
"Then cold, and hot, and moist and dry,
In order to their stations leap,
And music's pow'r obey.

Cuando la naturaleza yacía
Bajo un montón de discordantes átomos,
Y no podía levantar su cabeza,
Una melodiosa voz se oyó desde lo alto:
«Levantaos, vosotros, que sois más que muertos»:
Entonces, el hielo y el calor, la humedad y lo seco,
brotaron para tomar sus lugares,
obedeciendo el poder de la música.

Destacando la palabra “Arise” (levantaos).
Las cuerdas juguetean durante los silencios del solista.
Tras una introducción orquestal, entra el Coro en el bello número:

From harmony, from heav'nly harmony,
This universal frame began,
From harmony to harmony,
Through all the compass of the notes it ran,
The diapason closing full in man.

De la armonía, desde la celestial armonía,
Surgió este marco universal,
fluyó por todo el ámbito de notas,
y se cerró el diapasón, completamente en el ser humano

Donde todas las cuerdas del coro tienen su momento de lucimiento.

Una nueva intervención orquestal cierra el coro.
Un lamentoso solo del cello, secundado por laúd, abre el aria de soprano. El cello realiza unas hermosas escalas preparatorias de la entrada de la soprano solista, a la que continuamente dobla. Realmente, es ésta una música hermosísima que necesita de buenos profesionales, tanto en la voz, como en el cello.

What passion cannot music raise and quell!
When Jubal struck the chorded shell,
His list'ning brethren stood around,
And wond'ring, on their faces fell,
To worship that celestial sound.
Less than a god they thought there could not dwell
Within the hollow of that shell,
That spoke so sweetly and so well.

What passion cannot music raise and quell!
¿Existe pasión que la música no pueda provocar o calmar?
Cuando Jubal tocó el caparazón con cuerdas (la lira),
sus hermanos que escuchaban le rodearon,
y asombrados cayeron de bruces
para alabar aquel sonido celestial.
Ellos creyeron que sólo podía ser un dios lo que habitaba ahí,
dentro de la cavidad de aquel caparazón
que hablaba tan dulcemente y tan bien.
¿Existe pasión que la música no pueda provocar o calmar?

La trompeta, ese instrumento asociado muchas veces en música al combate, a la guerra y a las calamidades abre el número 6, aria de tenor
The trumpet's loud clangor
Excites us to arms,
With shrill notes of anger,
And mortal alarms.
The double, double, double beat
Of the thund'ring drum
Cries: "Hark! the foes come;
Charge, charge! 'Tis too late to retreat."
El fuerte estruendo de la trompeta
nos llama a las armas,
con notas estridentes de rabia
y de mortal alarma. El redoble del estruendoso tambor
grita, ¡oíd! viene el enemigo;
¡a la carga, a la carga! ya es tarde para la retirada.


Se destacan las palabras “arms” y”charge”. Los timbales tienen un papel destacado en esta aria. Un ambiente guerrero domina el conjunto. El coro se une al solista y a trompetas y timbales para realzar, más si cabe, la grandiosidad del momento. Está muy logrado el fragmento “the double, double, double beat”, con un eco en la orquesta a las palabras del solista.


Sigue una Marcha de marcado ritmo.
El siguiente número permite el lucimiento de la flauta, con intervención destacada del laúd.
La soprano solista tiene a su alcance una inmejorable oportunidad para demostrar su técnica, con momentos de lucimiento en las palabras “flute” y “lute”.
Es destacada la intervención, claro está, de los instrumentos citados, flauta y laúd, que tienen sus propias cadencias.





The soft complaining flute
In dying notes discovers
The woes of hopeless lovers,
Whose dirge is whisper'd by the warbling lute.
La flauta de suave lamento
en agonizantes notas descubre
las aflicciones de los enamorados desesperanzados,
cuyo canto fúnebre es susurrado por el trinar del laúd.


Unos alegres violines abren el aria a ellos dedicada, que entona el tenor. Las palabras “desperation” e “indignation” son especialmente destacadas por el solista

Sharp violins proclaim
Their jealous pangs, and desperation,
Fury, frantic indignation,
Depths of pain, and height of passion,
For the fair disdainful dame.
Los ásperos violines proclaman
sus celosos dolores y la desesperación,
furia, indignación desesperada,
dolores profundos y pasión elevada,
por la hermosa, dama desdeñosa
.
El órgano tiene su momento en el número 10, aria de soprano. El movimiento empieza con suavidad, con la cuerda acompañando al instrumento rey, que tiene un bello y plácido solo. La solista hace una bella entrada, destacando las palabras “oh”, “sacred” y “join” .

But oh, what art can teach,
What human voice can reach
The sacred organ's praise?
Notes inspiring holy love,
Notes that wing their heav'nly ways
To join the choirs above.
Pero, ¡oh! ¿qué arte puede enseñar,
qué voz humana puede alcanzar
la alabanza del órgano sagrado?
Notas que inspiran amor santo,
notas que toman su rumbo celestial
para unirse a los coros allá arriba.


Un breve aria de soprano, más movida, con unos incisivos violines, nos recuerda el mito de Orfeo. Aquí son especialmente destacadas las palabras “lead” y “lyre”.

Orpheus could lead the savage race,
And trees, unrooted, left their place,
Sequacious of the lyre.

Orfeo podía conducir la raza salvaje;
y los árboles se desraizaban dejando su lugar,
seguidores de la lira.


Sigue un accompagnato de soprano que menciona por primera vez a

Cecilia But bright Cecilia raised the wonder high'r:
When to her organ, vocal breath was giv'n,
An angel heard, and straight appear'd,
Mistaking earth for Heav'n.

Mas la resplandeciente Cecilia provocó un milagro mayor:
Cuando a su órgano se le dio el respiro de la voz,
un ángel lo oyó, y apareció de pie,
confundiendo la tierra con el cielo.
El último número se abre con la intervención de la soprano, que repite en eco el coro y la orquesta. Hay un tono melancólico, incluso triste en “So when the last and dreadful hour this crumbling pageant shall devour”. Un agudo de la soprano se eleva mientras la trompeta se adorna en un pequeño solo; es la orden para que coro y timbales den paso a una fuga final sobre las frases “The dead shall live, the living die and music shall untune the sky”. La música va subiendo de volumen, con rítmicas intervenciones de trompetas (The trumpet shall be heard on high) y timbales. Las diferentes cuerdas del coro se van alternando, en diferentes entradas.

Un fortísimo con redoble de timbales y adornos en las trompetas pone el broche de oro a la obra

As from the pow'r of sacred lays
The spheres began to move,
And sung the great Creator's praise
To all the bless'd above;
So when the last and dreadful hour
This crumbling pageant shall devour,
The trumpet shall be heard on high,
The dead shall live, the living die,
And music shall untune the sky.

A partir del poder de las canciones sagradas,
las esferas comenzaron a moverse;
y para todos los benditos del cielo:
cantaron la alabanza al Gran Creador,
Entonces, cuando la hora final y terrible,
consuma esta procesión decadente,
la trompeta se oirá en lo alto,
los muertos vivirán, los vivos morirán,
y la música entonará el firmamento.

Una buena información sobre la obra, con partituras parciales de todos los números, se puede hallar aquí. Hasta aquí esta auténtica joya musical y literaria, esta obra de metalenguaje musical que habla de las características sonoras de los instrumentos para expresar los diferentes sentimientos, mientras los propios instrumentos corroboran esas palabras, con brillantes intervenciones en solo. Hay en el fondo en esta obra rastros de la teoría pitagórica de la armonía del mundo, es decir, que la música fue una fuerza central en la creación del universo. Más información aquí . Y aquí. Quien pudo asistir a esta audición, en la que se escuchó la obra, junto con otras dos obras cecilianas, interpretadas por un magnífico conjunto como es el King’s Consort, sin duda debió disfrutar.
Aquí y aquí y en los enlaces que aprecen en esa página se puede seguir una interpretación de la obra.

Santa Cecilia, musa de la música (I)


No podíamos dejar pasar que hoy, 22 de noviembre, es Santa Cecilia, patrona de los músicos y de la música. Como melómanos apasionados y coralistas aficionados que somos, esta santa tiene para nosotros un especial predicamento. Es un día en el que hay que escuchar alguna de las obras a ella dedicadas.
En los artículos de la pequeña serie que hoy iniciamos, haremos referencia a cinco de estas obras dedicadas a la santa romana y que tenemos la suerte de poseer.
Pero antes, creemos que es necesario dar unas pinceladas sobre la santa. Hemos copiado y pegado de esta página una información, que, a su vez, está tomada de las Vidas de los Santos de Alban Butler (Volumen IV)

Durante más de mil años, Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la primitiva Iglesia más veneradas por los cristianos. Su nombre figura en el canon de la misa. Las "actas" de la santa afirman que pertenecía a una familia patricia de Roma y que fue educada en el cristianismo. Solía llevar un vestido de tela muy áspera bajo la túnica propia de su dignidad, ayunaba varios días por semana y había consagrado a Dios su virginidad. Pero su padre, que veía las cosas de un modo diferente, la casó con un joven patricio llamado Valeriano. El día de la celebración del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban y los invitados se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a pedirle que la ayudase.
Cuando los jóvenes esposos se retiraron a sus habitaciones, Cecilia, armada de todo su valor, dijo dulcemente a su esposo: "Tengo que comunicarte un secreto. Has de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me respetas, el ángel te amará como me ama a mí." Valeriano replicó: "Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me pides." Cecilia le dijo: "Si crees en el Dios vivo y verdadero y recibes el agua del bautismo verás al ángel." Valeriano accedió y fue a buscar al obispo Urbano, quien se hallaba entre los pobres, cerca de la tercera mojonera de la Vía Apia. Urbano le acogió con gran gozo.
Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento en el que estaban escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en nuestros corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?" Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo. Cuando Valeriano regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella. El ángel colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios.
Poco después llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le ofrecieron una corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se mostró incrédulo al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de más allá de la tumba a hablarnos de esa otra vida?" Cecilia le habló largamente de Jesús. Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.
Desde entonces, los dos hermanos se consagraron a la práctica de las buenas obras. Ambos fueron arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires.
Almaquio, el prefecto ante el cual comparecieron, empezó a interrogarlos. Las respuestas de Tiburcio le parecieron desvaríos de loco. Entonces, volviéndose hacia Valeriano, le dijo que esperaba que le respondería en forma más sensata. Valeriano replicó que tanto él como su hermano estaban bajo cuidado del mismo médico, Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba sus respuestas. En seguida comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la tierra; pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar y dijese a la corte si estaba dispuesto a sacrificar a los dioses para obtener la libertad. Tiburcio y Valeriano replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los dioses sino al único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio." El prefecto les preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano respondió: "Ciertamente no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un asesino, según lo confiesan vuestros propios escritores."
Valeriano se regocijó al ver que el prefecto los mandaba azotar y hablaron en voz alta a los cristianos presentes: "¡Cristianos romanos, no permitáis que mis sufrimientos os aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único, y pisotead los ídolos de madera y de piedra que Almaquio adora!" A pesar de aquella perorata, el prefecto tenía aún la intención de concederles un respiro para que reflexionasen; pero uno de sus consejeros le dijo que emplearían el tiempo en distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían que el Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte. La ejecución se llevó a cabo en un sitio llamado Pagus Triopius, a seis kilómetros de Roma. Con ellos murió un cortesano llamado Máximo, el cual, viendo la fortaleza de los mártires, se declaró cristiano.
Cecilia sepultó los tres cadáveres. Después fue llamada para que abjurase de la fe. En vez de abjurar, convirtió a los que la inducían a ofrecer sacrificios. El Papa Urbano fue a visitarla en su casa y bautizó ahí a 400 personas, entre las cuales se contaba a Gordiano, un patricio, quien estableció en casa de Cecilia una iglesia que Urbano consagró más tarde a la santa. Durante el juicio, el prefecto Almaquio discutió detenidamente con Cecilia. La actitud de la santa le enfureció, pues ésta se reía de él en su cara y le atrapó con sus propios argumentos. Finalmente, Almaquio la condenó a morir sofocada en el baño de su casa. Pero, por más que los guardias pusieron en el horno una cantidad mayor de leña, Cecilia pasó en el baño un día y una noche sin recibir daño alguno. Entonces, el prefecto envió a un soldado a decapitarla. El verdugo descargó tres veces la espada sobre su cuello y la dejó tirada en el suelo. Cecilia pasó tres días entre la vida y la muerte. En ese tiempo los cristianos acudieron a visitarla en gran número. La santa legó su casa a Urbano y le confió el cuidado de sus servidores. Fue sepultada junto a la cripta pontificia, en la catacumba de San Calixto.
Esta historia tan conocida que los cristianos han repetido con cariño durante muchos siglos, data aproximadamente de fines del siglo V, pero desgraciadamente no podemos considerarla como verídica ni fundada en documentos auténticos. Tenemos que reconocer que lo único que sabemos con certeza sobre San Valeriano y San Tiburcio es que fueron realmente martirizados, que fueron sepultados en el cementerio de Pretextato y que su fiesta se celebraba el 14 de abril. La razón original del culto de Santa Cecilia fue que estaba sepultada en un sitio de honor por haber fundado una iglesia, el "titulus Caeciliae".
Por lo demás, no sabemos exactamente cuándo vivió, ya que los especialistas sitúan su martirio entre el año 177 (de Rossi) y la mitad del siglo IV (Kellner).
E1 Papa San Pascual I (817-824) trasladó las presuntas reliquias de Santa Cecilia, junto con las de los santos Tiburcio, Valeriano y Máximo, a la iglesia de Santa Cecilia in Trastevere. (Las reliquias de la santa habían sido descubiertas, gracias a un sueño, no en el cementerio de Calixto, sino en el cementerio de Pretextato). En 1599, el cardenal Sfondrati restauró la iglesia en honor a la Santa en Trastevere y volvió a enterrar las reliquias de los cuatro mártires.
Según se dice, el cuerpo de Santa Cecilia estaba incorrupto y entero, por más que el Papa Pascual había separado la cabeza del cuerpo, ya que, entre los años 847 y 855, la cabeza de Santa Cecilia formaba parte de las reliquias de los Cuatro Santos Coronados. Se cuenta que, en 1599, se permitió ver el cuerpo de Santa Cecilia al escultor Maderno, quien esculpió una estatua de tamaño natural, muy real y conmovedora. "No estaba de espaldas como un cadáver en la tumba," dijo más tarde el artista, sino recostada del lado derecho, como si estuviese en la cama, con las piernas un poco encogidas, en la actitud de una persona que duerme."
La estatua se halla actualmente en la iglesia de Santa Cecilia, bajo el altar próximo al sitio en el que se había sepultado nuevamente el cuerpo en un féretro de plata. Sobre el pedestal de la estatua puso el escultor la siguiente inscripción: "He aquí a Cecilia, virgen, a quien yo vi incorrupta en el sepulcro. Esculpí para vosotros, en mármol, esta imagen de la santa en la postura en que la vi." De Rossi determinó el sitio en que la santa había estado originalmente sepultada en el cementerio de Calixto, y se colocó en el nicho una réplica de la estatua de Maderno.
Sin embargo, el P. Delehaye y otros autores opinan que no existen pruebas suficientes de que, en 1599, se haya encontrado entero el cuerpo de la santa, en la forma en que lo esculpió Maderno. En efecto, Delehaye y Dom Quentin subrayan las contradicciones que hay en los relatos del descubrimiento, que nos dejaron Baronio y Bosio, contemporáneos de los hechos. Por otra parte, en el período inmediatamente posterior a las persecuciones no se hace mención de ninguna mártir romana llamada, Cecilia. Su nombre no figura en los poemas de Dámaso y Prudencio, ni en los escritos de Jerónimo y Ambrosio, ni en la "Depositio Martyrum" (siglo IV). Finalmente, la iglesia que se llamó más tarde "titulus Sanctae Caeciliae" se llamaba originalmente "títulus Caecilia", es decir, fundada por una dama llamada Cecilia.
Santa Cecilia es muy conocida en la actualidad por ser la patrona de los músicos. Sus "actas" cuentan que, al día de su matrimonio, en tanto que los músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. Al fin de la Edad Media, empezó a representarse a la santa tocando el órgano y cantando.

Las obras que glosaremos, unas más extensamente y otras con mucha brevedad, son la Oda "Welcome to all the pleasures" de Purcell (1683), la Oda "Hail! bright Cecilia" (1692), también de Purcell, la Oda para el día de Santa Cecilia (HWV 76) de Handel, la Missa Cellensis (1782), Hoboken XXII, 5, de Haydn y la Messe Solennelle de Sainte Cécile, de 1855, de Charles Gounod.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (VI)

No podía faltar en esta selección de autores que ofrecen reflexiones interesantes sobre las relaciones humanas Aristóteles, especialmente en su Ética a Nicómaco. De esta obra escogemos fragmentos de los libros VIII y IX, que versan sobre la amistad. Es en ellos cuando se habla, en cierta medida, de caracteres y de relaciones humanas con más profusión. Estos fragmentos nos permitirán reflexionar sobre esa especial forma de relación que es la amistad.

Antes de ello, nos parece apropiado citar alguna frase referida a la amistad.
Comenzamos con algunas sentencias de Menandro sobre la amistad:
Φίλου τρόπους γίγνωσκε, μισήσῃς δὲ μή.
Conoce el carácter de tu amigo, y no lo odiarás.
Φίλίας δικαίας κτῆσις ἀσφαλεστάτη.
El bien más seguro es una amistad justa.
Φίλους ἔχων νόμιζε θησαυρούς ἔχειν.
Si tienes amigos, considera que tienes un tesoro.
En el libro del Eclesiástico, VI, 14-16, leemos, en griego:
φίλος πιστὸς σκέπη κραταιά, ὁ δὲ εὑρὼν αὐτὸν εὗρεν θησαυρόν·
φίλου πιστοῦ οὐκ ἔστιν ὰντάλλαγμα, καὶ οὐκ ἔστιν σταθμὸς καλλονῆς αὐτοῦ.
φίλος πιστὸς φάρμακον ζωῆς, καὶ οἱ φοβούμενοι Κύριον εὑρήσουσιν αὐτόν.
Y en latín:
14 Amicus fidelis protectio fortis; qui autem invenit illum, invenit thesaurum.
15 Amico fideli nulla est comparatio, et non est ponderatio contra bonitatem illius.
16 Amicus fidelis medicamentum vitae, et, qui metuunt Dominum, invenient illum.
Podemos traducir por:
14. Un amigo fiel es una fuerte protección; quien lo encuentra, encuentra un tesoro.
15. No hay comparación con un amigo fiel, y no hay peso para su valor.
16. Un amigo fiel es un remedio para la vida y, quienes teman al Señor, lo encontrarán.
En otras lenguas:
Trova un amico e troverai un tesoro, "encuentra un amigo y encontrarás un tesoro
dice la Bibbia, e son parole d'oro. dice la Biblia, y son palabras de oro"
Gozzi dice:
Chi trovò l'amico, trovò il tesoro, e se in balancia metti l'oro e l'argento, più l'amico pesa.
(Quien encontró un amigo, encontró un tesoro, y si pone en la balanza el oro y la plata, más pesa el amigo
Amis valent mieux qu'argent. (Vale más un amigo que la plata)
Aquellos son ricos que tienen amigos (Juan de Iriarte y Cisneros).
Ein getreuer Freund, ein grosser Schatz. (Un amigo fiel, un gran tesoro)
Ein treu erfundner Freund, das ist der grösste Schatz (Magnus Gottfried Lichtwer). (Un amigo fiel encontrado, ése es el mayor tesoro).
A good friend is a treasure. (Un buen amigo es un tesoro)
A father is a treasure, a brother a comfort, but a good friend is both. (Un padre es un tesoro, un hermano es un consuelo, pero un buen amigo es ambas cosas)
Hay también frases de autores latinos sobre la verdadera amistad, o mejor, sobre en qué ocasiones se muestran los verdaderos amigos:
Amicum an nomen habeas aperit calamitas (Publilio Siro). La desgracia pone de manifiesto si tienes un amigo (de verdad) o de nombre.
Amicus certus in re incerta cernitur (Ennio recogido por Cicerón en Lelio o De amicitia, 64, 8). En una situación incierta se reconoce al amigo verdadero.
Por el contrario:
Donec eris sospes , multos numerabis amicos (Ovidio, Tristia I, 9, 5), es decir, "mientras te sonría la fortuna, tendrás muchos amigos".
Después hablaremos de las rupturas de las amistades. Sobre ello esta frase:
Amicizia che cessa, non fu mai vera. Amicitia, quae desiit, numquam vera fuit. Amistad que cesa, nunca fue verdadera.
Amicitia, quae desinere potest, vera numquam fuit (San Jerónimo, Epístolas III, 6).
Sobre las "amistades" trabadas entre copas:
Amicizia stretta dal vino non dura da sera al mattino. La amistad surgida del vino no dura de la tarde a la mañana
Amicitia inter pocula contracta, plerumque vitrea. Amistad trabada entre copas, a menudo de cristal.
Ami de table est variable. El amigo de mesa es variable
Freundschaft, die der Wein gemacht, wärhrt, wie der Wein, nur eine Nacht. Amistad, que el vino hizo, dura, como el vino, sólo una noche.
From wine what sudden friendship springs! Del vino ¡que instantánea amistad surge!

Bueno, destacando que muchas traducciones no pueden recoger la rima de las lenguas originales, dejamos aquí estas citas sobre la amistad, y pasamos al objeto de nuestro artículo de hoy.
De la Ética a Nicómaco ofrecemos lo que Antonio Alegre Gorri escribió en el Prólogo a dicha obra en la colección Los clásicos de Grecia y Roma, edición económica de las traducciones de Gredos.
“Hemos de ceñirnos aquí a la ética, pues presentamos la Ética Nicomáquea. Se la llama así, o bien porque su hijo Nicómaco fuera el corrector o editor del escrito de su padre, o bien porque se publicase después de su muerte en memoria del joven Nicómaco. La Ética Nicomáquea es un análisis de lo moral, tal y como se muestra en los diversos aspectos de la realidad. Platón era un pedagogo con orientaciones y tintes fuertemente místicos; así, sus escritos éticos y políticos tenían voluntad transformadora del hombre y de la ciudad; por el contrario, Aristóteles es un autor analítico, que, en la Ética Nicomáquea, busca la esencia de la felicidad.
La felicidad radica en el desarrollo de la virtud esencial del alma. A las virtudes tales como la valentía, liberalidad, templanza, virtudes de carácter, Aristóteles contrapone las virtudes de la inteligencia, la más elevada de las cuales es la sabiduría contemplativa, que capta las verdades eternas, duraderas, asequibles sólo a los sabios. Esencia de toda actividad moral es la frónesis, la prudencia. Otro de los conceptos clave de la Ética Nicomáquea es el de la medida, equilibrio, que se aplica a todas las realidades y actuaciones; el concepto de medida es consecuencia de la legendaria sabiduría griega cristalizada en el dicho “nada en demasía”. Aristóteles lleva a cabo una profunda radiografía de la amistad. Pero la forma más elevada de vida es la contemplación, y la contemplación más perfecta es la de la entidad más perfecta, a saber, la divinidad; así, el hombre ha de ocuparse de lo más excelso, lo divino, a lo que ha de intentar asemejarse ( es ésta una teoría platónica y, en el fondo, pitagórica).
Aristóteles escribió algunas frases sin parangón, expresadoras de profundos pensamientos, reveladores de la esencia del modo de ser griego, pero también universales. Una de ellas es la que afirma que “el hombre es un animal político”; dicha frase ha de entenderse en sentido etimológico, a saber, que el hombre adquiere su esencia viviendo en la pólis, en la ciudad-estado, aquella tan característica forma de organización de los griegos. Al final de la Ética Nicomáquea, Aristóteles nos indica que la ética adquiere su desarrollo perfecto en la política, lo cual muestra, bien a las claras, que no hay ética sin un correcto comportamiento en la comunidad, que, a su vez, debe estar correcta y justamente organizada. Bello mensaje para el hoy tan lleno de sombras.”
Hasta aquí el prólogo de Antonio Alegre. Vamos ahora con los fragmentos elegidos.
Ofrecemos una selección en la versión de Pedro Simón Abril (1530-1595). La razón de esta traducción es sencilla: es accesible en la red y nos ha evitado horas de tecleo. Ciertamente es más comprensible la de Julio Pallí Bonet, en Gredos, que es la que tenemos, pero la razón, egoísta y ahorradora que hemos expresado, se ha impuesto. No obstante, la traducción que ofrecemos tiene su encanto por estar escrita en castellano antiguo y por ser una traducción antigua de un texto clásico.
Tenga quien lea esto indulgencia con nosotros y haga un esfuerzo por leer el texto con ojos del siglo XXI, y no del XVI.
La dedicatoria de su traducción reza así:
Los diez libros De las Éticas o Morales de Aristóteles,
escritas a su hijo Nicomaco, traducidos fiel y originalmente
del mismo texto griego en lengua vulgar castellana,
por Pedro Simón Abril, profesor de letras humanas
y filosofía, y dirigidos a la S. C. R. M. del rey don
Felipe, nuestro señor; los cuales, así para saberse cada
uno regir a sí mismo, como para entender todo género de
policía, son muy importantes.
A la S. C. R. M. del Rey Don Felipe, nuestro señor,
Pedro Simón
Abril, profesor de Letras humanas y Filosofía, S. Y P. F.

Libro VIII. Sobre la amistad.
De la naturaleza de la amistad se destaca su carácter absolutamente necesario para la vida (ἀναγκαιότατον εἰς τὸν βίον); se puede vivir sin otros bienes, pero no sin amigos (ἄνευ γὰρ φίλων οὐδεὶς ἕλοιτ᾿ἂν ζῆν). Aristóteles destaca que el mayor bien es el que se emplea con los amigos. En determinadas situaciones, pobreza y desgracias varias, el único refugio (καταφυγή) son los amigos. Además, con amigos, los hombres están más capacitados para pensar y actuar.
La amistad no sólo es necesaria (ἀναγκαῖον), es también hermosa (καλόν); Simón traduce por “cosa ilustre”. La abundancia de amigos (πολυφιλία) es considerada como algo hermoso (τῶν καλῶν ἕν). Finalmente, el estagirita recuerda que, para algunos, son la misma cosa los “hombres buenos” (ἄνδρες ἀγαθοί) que los “amigos” (φίλοι).

1. Naturaleza de la amistad
Tras desto se sigue el haber de tratar de la amistad. Porque la amistad, o es virtud, o está acompañada de virtud. A más desto, es una cosa para la vida en todas maneras necesaria, porque ninguno hay que sin amigos holgase de vivir, aunque todos los demás bienes tuviese en abundancia. Porque los ricos y, los que tienen el gobierno del mundo, parece que tienen mayor necesidad de amigos, porque, ¿de qué sirve semejante prosperidad quitándole el hacer bien, lo cual, principalmente y con mayor alabanza, se emplea en los amigos? O, ¿cómo se podría salvar y conservar semejante estado sin amigos? Porque cuanto mayor es, tanto a mayores peligros es subjeto. Pues en el estado de la pobreza y en las demás desventuras, todos tienen por cierto ser sólo el refugio los amigos. Asimismo, los mancebos tienen necesidad de amigos para no errar las cosas, y los viejos para tener quien les haga servicios y supla lo que ellos, por su debilitación, no pueden hacer en los negocios, y los de mediana edad para hacer hechos ilustres, porque yendo dos camino en compañía, como dice Homero (Ilíada X, 224 = σύν τε δύ᾿ ἐρχομένω, καί τε πρὸ ὃ τοῦ ἐνόησεν / ὅππως κέρδος ἔῃ), mejor podrán entender y hacer las cosas… Pero no sólo la amistad es cosa necesaria, mas también es cosa ilustre, pues alabamos a los que son aficionados a tener amigos, y la copia de amigos parece ser una de las cosas ilustres. Muchos, asimismo, tienen por opinión que, los mismos que son buenos, son también amigos.
La amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales en virtud (τελεία δ᾿ ἐστιν ἡ τῶν ἀγαθῶν φιλία καὶ κατ᾿ ἀρετὴν ὁμοίων). Aquí radica el fundamento de toda la doctrina aristotélica de la amistad. Se ama cuando se ama el ser de la amistad, no la personalidad individual, sino la moralidad, dice Pallí Bonet en nota a pie de página a la línea 7 del párrafo 1156b.
Aristóteles idealiza esta amistad, porque es la que más dura, ya que los hombres que la poseen son buenos, cada uno de ellos de forma absoluta, y agradables, y tienen actividades semejantes; además el cariño y la amistad en ellos existen en el más alto grado y excelencia; Aristóteles es consciente de que es natural que esta amistad sea rara, porque hay pocos hombres con tales cualidades (σπανίας δ᾿ εἰκὸς τὰς τοιαύτας εἶναι· ὀλίγοι γὰρ οἱ τοιοῦτοι).
Un aspecto importante de este capítulo es el que hace referencia a la necesidad del paso del tiempo y de un trato continuado para un mutuo conocimiento. Hace, en este sentido, una acotación interesante (La voluntad, pues, de amistad fácilmente se concibe, pero el amistad misma no = βούλησις μὲν γὰρ ταχεῖα φιλίας γίνεται, φιλία δ᾿ οὔ).

3. Especies de amistad.
Pero la perfeta amistad es la de los buenos, y de los que son semejantes en virtud, porque estos tales, de la misma manera que son buenos, se desean el bien los unos a los otros, y son buenos por sí mismos. Y aquellos son verdaderamente amigos, que a sus amigos les desean el bien por amor de ellos mismos. Porque, por sí mismos, y no accidentariamente, se han desta manera. La amistad, pues, destos tales es la que más dura, que es mientras fueren buenos, y la virtud es cosa durable, y cada uno dellos es absolutamente bueno, y también, bueno para su amigo, porque los buenos son absolutamente buenos y provechosos los unos a los otros, y de la misma manera dulces y aplacibles. Porque los buenos absolutamente son aplacibles, y también aplacibles entre sí, porque cada uno tiene sus proprios ejercicios, que le dan gusto, los que son tales cuales él, y los ejercicios de los buenos son tales como ellos, o semejantes a ellos.
Con razón, pues, tal amistad como ésta es la que dura, porque contiene en sí todas las cosas que ha de haber en los amigos, porque toda amistad, o es por causa de algún bien o algún deleite, que absolutamente lo sea, o a lo menos para aquel que ama, y por alguna semejanza. Los que son, pues, amigos en esta amistad, todo lo que está dicho tienen por sí mismos; pues las demás amistades son a ésta semejantes. Porque lo que es absolutamente bueno también absolutamente es aplacible, y estas cosas son las que más merecen ser amadas. En estos tales, pues, consiste el amar y la amistad, y la mejor de las amistades.
Ni es de maravillar que tales amistades como éstas sean raras, porque hay pocos hombres tales cuales ellas los quieren. A más desto, tienen necesidad de tiempo y de comunicación, porque, como dice el vulgar proverbio, no se pueden conocer los unos a los otros sin que primero hayan comido juntos las hanegas de sal que se dicen, ni aceptarse el uno al otro, ni darse por amigos, hasta que el uno al otro le parezca ser digno de amor y se fíe dél. Pero los que de presto traban amistad entre sí, quieren, cierto, ser amigos, pero no lo son si no son dignos de amor, y el uno del otro entiende que lo es. La voluntad, pues, de amistad fácilmente se concibe, pero el amistad misma no. Es, pues, la amistad perfeta la que con el tiempo y con las demás cosas se confirma, y en la cual concurren todas estas cosas, y en donde a cada uno le procede lo mismo de parte del amigo, que al otro de parte dél. Lo cual ha de haber en los amigos.


Es curioso, cuanto menos, lo que dice nuestro autor respecto a los hombres de carácter agrio (στρυφνοί) y los viejos. En ellos la amistad es menor, ya que, según él, ambos colectivos, son de trato difícil y poco dados a las relaciones. De ello se deduce que la convivencia (τὸ συνημερεύειν) y el disfrute de la mutua compañía (τὸ χαίρειν ἀλλήλοις) son las notas de la amistad (φιλικά).

6. Amistad fundada en la igualdad
Pero en los hombres demasiadamente graves y en los viejos no se halla tan fácilmente el amistad, porque son menos tractables ni se huelgan tanto con las conversaciones. Porque estas cosas parecen ser proprias del amistad, y las que la traban y conservan, y por esto los mancebos fácilmente toman amistad y, no los viejos, porque ninguno se hace amigo de aquellos con quien no se huelga. Y, por la misma razón, ni con los demasiadamente graves. Estos tales, pues, dícense ser aficionados en voluntad los unos a los otros, porque desean todo bien, y se, comunican y valen en las necesidades; pero amigos no son mucho, por no conversarse ni holgarse los unos con los otros, en lo cual parece que consiste principalmente el amistad. No es posible, pues, que uno sea amigo de perfeta amistad de muchos, así como tampoco es posible amar juntamente a muchos, porque esto parece cosa de extremo, la cual no se puede emplear sino en uno solamente. Ni es cosa fácil que muchos a uno le agraden de veras, ni aun por ventura que sean buenos. Hase de hacer también experiencia dellos, y conversar con ellos, lo cual es muy dificultoso. Pero por vía de utilidad y de deleite bien se puede aplacer a muchos, porque los que destas cosas se agradan, son muchos, y estos tales servicios en poco tiempo se hacen. Destas amistades, pues, mas lo parece ser la que procede de cosas deleitosas, cuando procede una misma manera de deleite del uno para el otro, o se huelgan el uno con el otro, o con unos mismos ejercicios, como son las amistades que entre sí toman los mancebos, porque en éstas resplandece la generosidad, que no en las que se fundan en utilidad, que son amistad de tenderos. Y los bienaventurados y prósperos no tienen necesidad de las cosas útiles, pero tienen la de las cosas deleitosas, pues les agrada el vivir en conversación con algunos, y las cosas de molestia poco tiempo las sufren. Ni aun el mismo bien no habría quien a la contina lo sufriese, si pesado a él le fuese. Y por esto procuran tener los amigos aplacibles. Convernía, pues, que los buscasen buenos, pues los buenos son tales, y también para ellos lo serían, porque desta manera habría en ellos lo que ha de haber en los amigos.

Hasta aquí este capítulo dedicado a la obra de Aristóteles. Tendrá su continuación en la siguiente entrega. Ciertamente, muchas de las afirmaciones del estagirita son, cuanto menos, curiosas. Algunas exageradas, otras inverosímiles y otras muy discutibles. Pero creemos que de la lectura de estos párrafos podemos sacar alguna conclusión positiva que permita una mejora en nuestra relación, no ya con nuestros amigos, sino con cualquier persona.

martes, 6 de noviembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (V)

Seguimos con las Meditaciones de Marco Aurelio, pero antes ofrecemos unos nuevos fragmentos de la introducción a la traducción en Gredos, a cargo de Carlos García Gual.
Como pensador, Marco Aurelio no es un filósofo original ni complicado. Como otros estoicos de la época imperial (es decir, la Estoa Nueva), como Séneca y Epicteto, su originalidad básica consiste en la reducción de la filosofía a la ética, dejando de lado otros aspectos teóricos, como la teoría física, o la gnoseología de la escuela. Tampoco pretende ser un maestro de virtud. Se propone, sí, un cierto ideal estoico del sabio como modelo; aunque es consciente, demasiado tal vez, de la distancia que le separa de este modelo. Lo más atractivo en él es la sinceridad con que intenta vivir según esas pautas éticas. Por eso su estoicismo tiene el atractivo de la doctrina vivida, y no de la predicada. Esa sobrecarga de “moralina” (según el término de Nietzsche) que edulcora la abstracta predicación escolar, queda anulada en sus apuntes por el latente dramatismo de su itinerario personal.
Como escritor, Marco Aurelio es más monótono y gris que el hábil Séneca, más dotado para el estilo elegante de confesor espiritual, sagaz “torero de la virtud”. Y es menos ágil que Epicteto, y menos optimista también. Diríase que el antiguo esclavo estaba menos recargado de deberes y era más libre que el solitario Emperador. Hay en Marco Aurelio una cierta tonalidad pascaliana en su intento, cerebral y cordial, por aferrarse a una explicación del mundo que le permita vivir con dignidad, con razón, frente al azar absurdo.
La ética estoica da sentido a su vida, y su experiencia cotidiana es confrontada a la doctrina. Practica la filosofía como un fármaco personal, al tiempo que cumple su deber. Marco Aurelio no era un intelectual al frente del Estado romano. Precisamente porque no lo era, desconfiaba de las fórmulas abstractas y no tenía un programa de reformas ideales, ni creía en las utopías. Ya Renan señaló bien que no era un filósofo dogmático. En efecto, tiende a simplificar para quedarse con lo esencial. Parte de unos principios de creencia que acepta como incuestionables. Así, por ejemplo, el de la composición tripartita del hombre en cuerpo (σῶμα, σάρξ), alma o principio vital (ψυχή, πνεῦμα) e inteligencia (νοῦς). De esas tres partes, la última es la específicamente humana, y se identifica con el elemento divino interior (δαίμων), que habita en nosotros y el principio director o guía de nuestra vida (el ἡγημονικόν). La conducta recta y racional exige que el νοῦς, como guía y divino, no se deje perturbar por las otras dos partes del ser humano. Es el modo más sencillo de superar las pasiones, y el dolor y el placer.
Otro segundo principio es el de saber qué cosas dependen de nosotros y qué cosas no, y cifrar la felicidad en las primeras. El papel mediador de la conciencia en cuanto único criterio de valor permite diferenciar entre bienes y males, que son aquellos que afectan al yo interior, y toda una larga serie de sucesos y cosas exteriores, calificadas como indiferentes. Marco Aurelio no llega a mantener el rigorismo originario sobre las cosas indiferentes; pero reitera tales consejos ascéticos, muy bien explicitados por Epicteto.
Un tercer dogma es el de la sumisión del individuo al conjunto, de la adaptación al cosmos, regido inmanentemente por un designio divino y racional. La racional providencia cósmica es uno de los dogmas básicos del estoicismo. Marco Aurelio lo adopta con una sentida y profunda adhesión personal.
Hasta aquí la selección que hemos hecho de la introducción, a cargo de Carlos García Gual, a la traducción que Ramón Bach Pellicer hiciera para Gredos en 1994.
Vamos ahora con los fragmentos escogidos de su obra. Entre ellos intercalamos nuestros comentarios, que no tienen ningún afán doctrinal, ni son obra de un especialista en filosofía, ni en estoicismo, ni en Marco Aurelio (en nada, nos atreveríamos a decir). Son simplemente pensamientos expresados en voz alta, mejor dicho, pasados al teclado del ordenador, impresiones a vuela pluma sacadas de esos fragmentos. Recordemos que a vuela pluma quiere decir muy de prisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo. Es decir, no nos hemos detenido concienzudamente a expresarlos, sino sólo a expresar lo que, a primera idea, nos sugerían.
En el capítulo 24 del libro VII encontramos un consejo, dado con una bella indirecta: evitar el rencor. Destruye las relaciones humanas. Tampoco vale no olvidar. Hay que perdonar. ¡Ahí le duele! ¿tragarnos nuestro orgullo? ¡Qué complicado y cuánta valentía y humildad necesita! Podemos no ser rencorosos, pero aplicar la frase: “No soy rencoroso, pero el que me la hace me la paga”. No, no se trata de eso.
En el capítulo 26 Marco Aurelio reitera una y otra vez la idea de la necesidad de comprender el que otros obren mal; si examinamos porqué ha obrado mal, puede que incluso le compadezcamos. Le han llevado a obrar así sus conceptos de bien y mal. Hemos de perdonarle, aunque no compartamos su concepto de bien y mal.
Libro VII.
24. El semblante rencoroso es demasiado contrario a la naturaleza. Cuando se afecta reiteradamente, su belleza muere y finalmente se extingue, de manera que resulta imposible reavivarla. Intenta, al menos, ser consciente de esto mismo, en la convicción de que es contrario a la razón. Porque si desaparece la comprensión del obrar mal, ¿qué motivo para seguir viviendo nos queda?
26. Cada vez que alguien cometa una falta contra ti, medita al punto qué concepto del mal o del bien tenía al cometer dicha falta. Porque, una vez que hayas examinado eso, tendrás compasión de él y ni te sorprenderás, ni te irritarás con él. Ya que comprenderás tú también el mismo concepto del bien que él, u otro similar. En consecuencia, es preciso que le perdones. Pero aun si no llegas a compartir su concepto del bien y del mal, serás más fácilmente benévolo con su extravío.

El siguiente párrafo no necesita comentario alguno.
59. Cava en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una fuente capaz de brotar continuamente, si no dejas de excavar.
Otro consejo muy valioso.
64. En cualquier caso de pesar acuda a ti esta reflexión: no es indecoroso ni tampoco deteriorará la inteligencia que me gobierna; pues no la destruye, ni en tanto que es racional, ni en tanto que es social. En los mayores pesares, sin embargo, válgate de ayuda la máxima de Epicuro: ni es insoportable el pesar, ni eterno, si recuerdas sus límites y no imaginas más de la cuenta.


Para nuestra profunda reflexión.
71. Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible y, en cambio, intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.
El capítulo 26 del Libro VIII nos indica dónde está la dicha del ser humano: hacer lo que es propio del ser humano (εὐφροσύνη ἀνθρώπου ποιεῖν τὰ ἴδια ἀνθρώπου). ¿Y qué es lo propio (τὰ ἴδια) del hombre? Marco Aurelio nos da la respuesta.
Libro VIII
26. La dicha del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre. Y es propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el menosprecio de los movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que inspiran crédito, la contemplación de la naturaleza del conjunto universal y de las cosas que se producen de acuerda con ella.

Otra idea repetida en nuestro autor. Lo exterior no debe afectarnos. Sólo lo que de nosotros depende, puede afligirnos, pero la solución está en nuestras manos. Podemos rectificar o cambiar el criterio. A veces puede ocurrir que no podamos poner en práctica una buena acción; si nos lo impide una causa superior, no es culpa nuestra y no debe afligirnos.
47. Si te afliges por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna, sino el juicio que tú haces de ella. Y borrar este juicio, de ti depende. Pero si te aflige algo que radica en tu disposición, ¿quién te impide rectificar tu criterio? Y dé igual modo, si te afliges por no ejecutar esta acción que te parece sana, ¿Por qué no la pones en práctica en vez de afligirte? «Me lo dificulta un obstáculo superior». No te aflijas, pues, dado que no es tuya la culpa de que no lo ejecutes.


Nuestro pensamiento debe ser puro, prudente, sensato, justo. ¡Casi nada! La comparación con la fuente que, pese a ser ensuciada y contaminada, es capaz de volver a dar agua cristalina, es preciosa. La última frase es antológica: conjuga las palabras libertad, benevolencia, sencillez y modestia.
51. Ni seas negligente en tus acciones, ni embrolles en tus conversaciones, ni en tus imaginaciones andes sin rumbo, ni, en suma, constriñas tu alma o te disperses, ni en el transcurso de la vida estés excesivamente ocupado. Te matan, despedazan, persiguen con maldiciones. ¿Qué importa esto para que tu pensamiento permanezca puro, prudente, sensato, justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y dulce, la insultara; no por ello deja de brotar potable. Aunque se arroje fango, estiércol, muy pronto lo dispersará, se liberará de ellos y de ningún modo quedará teñida. ¿Cómo, pues, conseguirás tener una fuente perenne [y no un simple pozo]? Progresa en todo momento hacia la libertad con benevolencia, sencillez y modestia.


En el capítulo 31 del Libro IX, se repite una idea fija en Marco Aurelio: lo que sucede por causas externas no debe afectarnos.
La otra idea clave: nuestro objetivo es obrar de acuerdo con el bien común, porque ello es acorde con nuestra naturaleza.
Libro IX:
31. Imperturbabilidad con respecto a lo que acontece como resultado de una causa exterior y justicia en las cosas que se producen por una causa que de ti proviene. Es decir, instintos y acciones que desembocan en el mismo objetivo: obrar de acuerdo con el bien común, en la convicción de que esta tarea es acorde con tu naturaleza.


El capítulo 32 del Libro IX es un frasquito lleno de esencias: liberar la mente de cosas superfluas (vacío interior, tan importante en la escucha activa, elemento clave de las relaciones humanas, como recordábamos en una anterior entrada de nuestro blog), abarcar con el pensamiento la totalidad del mundo, reflexionar sobre la infinitud del tiempo y observar, analizar y asumir que todo se muta y se transforma con celeridad.
32. Puedes acabar con muchas cosas superfluas, que se encuentran todas ellas en tu imaginación. Y conseguirás desde este momento un inmenso y amplio campo para ti, abarcando con el pensamiento todo el mundo, reflexionando sobre el tiempo infinito y pensando en la rápida transformación de cada cosa en particular, cuán breve es el tiempo que separa el nacimiento de la disolución, cuán inmenso el período anterior al nacimiento y cuán ilimitado igualmente el período que seguirá a la disolución.

El capítulo 42 lo deberíamos tener presente siempre que nos crucemos con personas desagradables, o, siguiendo las enseñanzas de Marco Aurelio, que no comparten con nosotros su visión del bien y el mal. En el mundo debe haber desvergonzados, malvados, desleales, delincuentes. Si nos convencemos de que forzosamente deben existir, tal vez con más benevolencia juzguemos el comportamiento de cada uno de ellos en particular. Contra cada “fallo” (ἁμάρτημα) hay un antídoto (ἀντιφάρμακον) o un remedio (δύναμις). Marco Aurelio deriva, incluso, una posibilidad de hacer el bien: encauzar con nuestras enseñanzas al descarriado. La expresión en griego es muy bonita: μεταδιδάσκειν τὸν πεπλανημένον (obsérvese la relación entre este participio de perfecto pasivo del verbo πλανάω, con el sustantivo “planeta” (que anda errante). Todo pecador (así traduce Bach Pellicer el término ὁ ἁμαρτάνων (que literalmente significa, el que yerra), se desvía, falla su objetivo y anda sin rumbo (πεπλάνηται).
Nos trae a la memoria este pasaje del emperador filósofo alguna de las catorce obras de misericordia, en especial, las siete espirituales, de la religión católica: la primera, enseñar al que no sabe, la tercera, corregir al que yerra, la cuarta, perdonar las injurias, y la sexta, sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
Los errores proceden de la mala educación y nuestra razón debería haber previsto que alguien sin educación se comportara así. El final del capítulo es muy claro: el ser humano es “bienhechor por naturaleza” (ὁ ἄνθρωπος εὐεργετικὸς πεφυκώς).
42. Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, de inmediato pregúntate: «¿Puede realmente dejar de haber desvergonzados en el mundo?» No es posible. No pidas, pues, imposibles, porque ése es uno de aquellos desvergonzados que necesariamente debe existir en el mundo. Ten a mano también esta consideración respecto a un malvado, a una persona desleal y respecto a todo tipo de delincuente. Pues, en el preciso momento que recuerdes que la estirpe de gente así es imposible que no exista, serás más benévolo con cada uno en particular. Muy útil es también pensar en seguida qué virtud concedió la naturaleza al hombre para remediar esos fallos. Porque le concedió, como antídoto, contra el hombre ignorante, la mansedumbre, y contra otro defecto, otro remedio posible. Y, en suma, tienes posibilidad de encauzar con tus enseñanzas al descarriado, porque todo pecador se desvía y falla su objetivo y anda sin rumbo. ¿Y en qué has sido perjudicado? Porque a ninguno de esos con los que te exasperas, encontrarás, a ninguno que te haya hecho un daño tal que, por su culpa, tu inteligencia se haya deteriorado. Y tu mal y tu perjuicio tienen aquí toda su base. ¿Y qué tiene de malo o extraño que la persona sin educación haga cosas propias de un ineducado? Procura que no debas inculparte más a ti mismo por no haber previsto que ése cometería ese fallo, porque tú disponías de recursos suministrados por la razón para cerciorarte de que es natural que ése cometiera ese fallo; y a pesar de tu olvido, te sorprendes de su error. Y sobre todo, siempre que censures a alguien como desleal o ingrato, recógete en ti mismo. Porque obviamente tuyo es el fallo si has confiado que tenía tal disposición, que iba a guardarte fidelidad, o si, al otorgarle un favor, no se lo concediste de buena gana, ni de manera que pudiese obtener al punto de tu acción misma todo el fruto. Pues, ¿qué más quieres al beneficiar a un hombre? ¿No te basta con haber obrado conforme a tu naturaleza, sino que buscas una recompensa? Como si el ojo reclamase alguna recompensa porque ve, o los pies porque caminan. Porque, al igual que estos miembros han sido hechos para una función concreta, y al ejecutar ésta de acuerdo con su particular constitución, cumplen su misión peculiar, así también el hombre, bienhechor por naturaleza, siempre que haga una acción benéfica o simplemente coopere en cosas indiferentes, también obtiene su propio fin.


Del Libro IX y como final de nuestra selección, escogemos el capítulo 13. No debo preocuparme de que me desprecien u odien, sino de no ser sorprendido yo realizando tales acciones. Hay que ser benévolos, afables y corregir con sinceridad y amigablemente.
Libro XI:
13. ¿Me despreciará alguien? El verá. Yo, por mi parte, estaré a la expectativa para no ser sorprendido haciendo o diciendo algo merecedor de desprecio. ¿Me odiará? El verá. Pero yo seré benévolo y afable con todo el mundo, e incluso con ese mismo estaré dispuesto a demostrarle lo que menosprecia, sin insolencia, sin tampoco hacer alarde de mi tolerancia, sino sincera y amigablemente como el ilustre Foción, si es que él no lo hacía por alarde. Pues tales sentimientos deben ser profundos y los dioses deben ver a un hombre que no se indigna por nada y que nada lleva a mal. Porque, ¿qué mal te sobrevendrá si haces ahora lo que es propio de tu naturaleza, y aceptas lo que es oportuno ahora a la naturaleza del conjunto universal, tú, un hombre que aspiras a conseguir por el medio que sea lo que conviene a la comunidad?


Hasta aquí nuestra selección de fragmentos de Marco Aurelio. Se podría haber hecho otra, es cierto. Nuestra intención en esta entrada, como en toda esta serie de Voces griegas y latinas, es ofrecer ideas, consejos, actitudes, reflexiones y pensamientos sobre la condición humana y las relaciones humanas de filósofos, o escritores en general, griegos y latinos, que nos puedan servir para mejorar, o al menos reflexionar, sobre la forma en que nos relacionamos con nuestros semejantes, de manera que todo redunde en una mayor fluidez relacional y adquiramos destrezas comunicativas que hagan que nuestra relación interpersonal sea más provechosa, menos frustrante y descubramos, en definitiva, qué gran tesoro hay en la comunicación y la relación con otras personas.