sábado, 29 de diciembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (XI)

Seguimos con Epicteto en esta ya larga serie sobre lo que dijeron respecto a los caracteres, las relaciones humanas, la comunicación, los amigos o la forma de afrontar las situaciones difíciles, escritores, especialmente filósofos, griegos y romanos. Hasta ahora hemos podido oír a Teofrasto, Séneca, Marco Aurelio, Aristóteles y Epicteto.
De este último, seguimos con el repaso de fragmentos escogidos de sus Disertaciones.

En el capítulo XXII del Libro I nos encontramos con una interesante reflexión sobre las presunciones y las contradicciones. En definitiva sobre cómo surgen las disputas entre las personas. Tenemos claras muchas cosas: que el bien y lo justo son hermosos y convenientes y hay que buscarlos y aplicarlos; ¿por qué, entonces, no nos ponemos de acuerdo y surgen contradicciones? Porque no se adecuan las presunciones a los objetos particulares.
Epicteto trae a primer plano la disputa entre Aquiles y Agamenón en el comienzo de la Ilíada. Al final, se vuelve a la idea reiterativa de discernir qué depende de nosotros y qué no depende de nosotros.
Libro I. Capítulo XXII (Sobre las presunciones)
Las presunciones son comunes a todos los hombres. Y una presunción no contradice a otra. ¿Quién de nosotros no sostiene que el bien es conveniente y que hay que preferirlo y que hay que ir en su busca y perseguirlo en toda circunstancia? ¿quién de nosotros no sostiene que lo justo es hermoso y conveniente? Entonces, ¿cuándo surge la contradicción? Surge en relación con la adecuación de las presunciones a los objetos particulares, cuando uno dice: “Hizo bien, es un valiente”. “No, sino un insensato”.
De ahí surgen las disputas entre los hombres. Ésta es la disputa entre judíos y sirios y egipcios y romanos, no sobre si hay que venerar lo conforme a la ley divina por encima de todo y hay que perseguirlo en cualquier circunstancia, sino sobre si comer cerdo es conforme a la ley divina o contrario a ella.
Hallaréis que ésta es también la disputa entre Agamenón y Aquiles. Llámalos y que vengan aquí en medio.

- ¿Tú qué dices, Agamenón? ¿No debe suceder lo que debe y lo que está bien?.
- Claro que debe.
- ¿Tú qué dices, Aquiles? ¿No te agrada que suceda lo que está bien?
- A mí, es lo que más me agrada.
- Entonces, adecuad vuestras presunciones.
Éste es el comienzo de la disputa. “No tengo por qué devolver Criseida a su padre” El otro responde: “¡Claro que tienes que hacerlo!”
En cualquier caso, uno de los dos aplica mal la presunción del deber.
De nuevo dice el uno: “Pues si tengo que devolver a Criseida, tengo que tomar la parte del botín de alguno de vosotros”. Y el otro: “¿Y vas a tomar a mi amada?”
- La tuya – responde -.
- Entonces, ¿voy a ser el único…?
- ¡Pues no seré yo el único que no tenga…!
Así empieza la disputa.
Por tanto, ¿en qué consiste la educación? En aprender a adecuar las presunciones naturales a los objetos en particular según la naturaleza y, además, a distinguir que, de lo existente, unas cosas dependen de nosotros y otras no dependen de nosotros
(Τί οὖν ἐστι τὸ παιδεύεσθαι; μανθάνειν τὰς φυσικὰς προλήψεις ἐφαρμόζειν ταῖς ἐπὶ μέρους οὐσίαις καταλλήλως τῇ φύσει καὶ λοιπὸν διελεῖν, ὅτι τῶν ὄντων τὰ μέν ἐστιν ἐφ᾿ἡμῖν, τὰ δὲ οὐκ ἐφ᾿ἡμῖν).
De nosotros depende el albedrío y todas las acciones del albedrío; no dependen de nosotros el cuerpo, las partes del cuerpo, la hacienda, los padres, los hermanos, los hijos, la patria y, sencillamente, quienes nos acompañan. Entonces, ¿dónde pondremos el bien? ¿Con qué objeto particular lo relacionaremos? Con lo que depende de nosotros.

Del capítulo XXIV del Libro I escogemos el comienzo, un breve fragmento en forma de metáfora, en el que las dificultades vitales aparecen como un duro contrincante nuestro en una competición gimnástica.
Hemos dudado en ofrecer el fragmento final de este capítulo, porque hay una alusión al suicidio, hecho que, en absoluto compartimos. Hemos de decir, no obstante, que para Epicteto, es éste un recurso muy extremo y que debemos, más bien, aguantar a pie firme en esta vida. Si, finalmente, nos hemos inclinado a incorporar dicho fragmento a nuestro artículo, ha sido más por la metáfora de la vida como una habitación y un juego que hay que jugar hasta el final y, sobre todo, por la última frase.

Libro I. Capítulo XXIV (Cómo hay que luchar contra las circunstancias difíciles)
Las circunstancias difíciles son las que muestran a los hombres. Por tanto, cuando des con una dificultad, recuerda que la divinidad, como un maestro de gimnasia, te ha enfrentado a un duro contrincante.

- ¿Para qué? – pregunta.
- Para que llegues a ser un vencedor olímpico. Pero no se llega a ello sin sudores…

Αἱ περιστάσεις εἰσὶν αἱ τοὺς ἄνδρας δεικνύουσαι. Λοιπὸν ὅταν ἐμπέσῃ περίστασις, μέμνησο ὅτι ὁ θεός σε ὡς ἀλείπτης τραχεῖ νεανίσκῳ συμβέβληκεν.῞Ινα τί; ῞Ινα ’Ολυμπιονίκης γένῃ· δίχα δ᾿ἱδρῶτος οὐ γίγνεται.
Pero lo más importante: recuerda que la puerta está abierta. No seas más cobarde que los niños, sino que igual que ellos cuando algo no les gusta dicen. “Ya no juego”, tú también, cuando te parezca que las cosas están de esa manera, di “ya no juego” y márchate; pero si te quedas, no te quejes.
τὸ δὲ κεφἀλαιον· μέμνησο ὅτι ἡ θύρα ἤνοικται. μὴ γίνου τῶν παιδ<ί>ων δειλότερος, ἀλλ' ὡς ἐκεῖνα, ὅταν αὐτοῖς μὴ ἀρέσκῃ τὸ πρᾶγμα, λέγει 'οὐκέτι παίξω', καὶ σύ, ὅταν σοι φαίνηταί τινα εἶναι τοιαῦτα, εἰπὼν 'οὐκέτι παίξω' ἀπαλλἀσσου, μένων δὲ μὴ θρήνει.

El primer capítulo del Libro II nos ofrece una interesante reflexión sobre la muerte y las penalidades que no nos sustraemos a ofrecer. Es un fragmento relativamente largo con otras interesantes reflexiones sobre la necesidad de aguantar las penas, los verdaderos valores y la importancia de la educación. Hay, de nuevo, una alusión al suicidio en la comparación de la vida con una habitación cuya puerta está abierta.

Libro II. Capítulo I (De que no se contradicen la valentía y la precaución)
Convendría, por tanto, oponer a la muerte la valentía, y al miedo a la muerte la precaución. Pero, en realidad, sucede lo contrario: a la muerte oponemos la huida y a nuestra opinión sobre ella, el desdén, el desprecio y la indiferencia.
A eso Sócrates lo llamaba – y hacía bien – “caretas”. Pues igual que a los niños, por su inexperiencia, las máscaras les parecen terribles y espantosas, algo parecido nos pasa a nosotros con los asuntos no por otra razón, sino por lo mismo que a los niños con las caretas. ¿Qué es un niño? Ignorancia. ¿Qué es un niño? Incultura. Porque, cuando saben, no son en nada inferiores a nosotros. ¿Qué es la muerte? Una careta. Dale la vuelta y estúdiala. Mira cómo no muerde. El cuerpecito ha de ser separado del almita – como ya lo estuvo – o ahora, o más adelante.



¿Por qué te enfadas si ha de ser ahora? Y si no es ahora, más adelante. ¿Por qué? Para que se cumpla el ciclo del mundo, pues necesita de lo presente, de lo porvenir, de lo pasado. ¿Qué son las fatigas? Una careta. Dale la vuelta y estúdiala. La carnecita se estimula con rudezas y luego de nuevo con dulzuras. Si no te viene bien, la puerta está abierta; si te viene bien, aguanta. Porque a todo hay que tener la puerta abierta y no tendremos problemas.
¿Cuál es el fruto de estas doctrinas? El que ha de ser el más hermoso y conveniente para los verdaderamente instruidos: imperturbabilidad, ausencia de miedo, libertad
(Τίς οὖν τούτων τῶν δογμάτων καρπός; ὅνπερ δεῖ κάλλιστον τ᾿εἶναι καὶ πρεπωδέστατον τοῖς τῷ ὄντι παιδευομένοις, ἀταραξία ἀφοβία ἐλευθερία).
Pues en esto no hemos de hacer caso al vulgo, que dice que ”sólo a los libres se les ha de permitir la instrucción”, sino más bien a los filósofos, que dicen que “sólo los instruidos son libres” (οὐ γὰρ τοῖς πολλοῖς περὶ τούτων πιστευτέον, οἳ λέγουσιν μόνοις ἐξεῖναι παιδεύεσθαι τοῖς ἐλευθέροις, ἀλλὰ τοῖς φιλοσόφοις μᾶλλον, οἳ λέγουσι μόνους τοὺς παιδευθέντας ἐλευθέρους εἶναι.).

No es difícil ver en este último fragmento ecos de la frase senequiana, Epístolas morales a Lucilio IV, 37, sapientia sola libertas est (en el original sapientia, qua sola libertas est: sólo la sabiduría aporta la libertad).

Gran frase y bello cierre a nuestro capítulo de hoy.

Bueno, todavía no cerramos. Puesto que éste ha sido nuestro último artículo del año 2007 en este blog, no podemos terminar sin desear a todos nuestros lectores un FELIZ 2008, lleno de todo aquello que cada uno desee para sí. Por mi parte les deseo salud de cuerpo y espíritu, armonía y paz interior, esperanza y alegría... una alegría como la que desprende la Marcha Radetzky de Johann Strauss , padre, que pueden seguir en el video que sigue, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida por Zubin Mehta, en el Concierto de Año Nuevo del 2007, y que, como es tradición, sonará de nuevo el 1 de enero de 2008 en la Gran Sala Dorada de la Musikverein vienesa.

¡Disfruten del 2008!

lunes, 24 de diciembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (X)


En nuestro último artículo de la serie dedicada a los autores griegos y latinos que hablaron sobre los caracteres de lo seres humanos, la relación interpersonal, la elección de amigos y, en general, dieron consejos o reflexionaron sobre la comunicación humana, nos referimos a Epicteto y sus Disertaciones.
Ofrecimos entonces una breve introducción a su figura y, enseguida, iniciamos el repaso de los fragmentos más significativos, o que mejor se ajustan a nuestra pretensión en esta serie, de la obra mencionada.
En este capítulo seguimos, pues, con el estoico y sus también llamadas Pláticas.
Muy bonito y profundo nos parece este fragmento del capítulo 4, en el que Epicteto establece en qué actitudes se basa el verdadero progreso.
En la segunda parte es curiosa la definición que hace de las tragedias. También nos parece gran consejo ése de quitar de nuestra vida las lamentaciones y los “ay de mí”. En efecto, en todas las situaciones los lamentos son siempre improductivos. Hay que actuar, bregar, esforzarse.
Libro I. Capítulo 4 (Sobre el progreso)
¿Qué dónde está entonces el progreso? Si alguno de vosotros se aparta de lo externo y centra el interés en su propio albedrío, en cultivarlo y modelarlo de modo que sea acorde con la naturaleza, elevado, libre, sin impedimentos, sin trabas, leal, respetuoso; si ha aprendido que el que desea o rehúye lo que no depende de él no puede ser ni leal ni libre, sino que por fuerza cambiará y se verá arrastrado a aquello y por fuerza él mismo se subordinará a otros, a los que pueden procurarle o impedirle aquello, y si entonces, al levantarse por la mañana, observa y guarda estos preceptos, se baña como persona leal, respetuosa, come del mismo modo, practicando en cualquier materia los principios que le guían, como se aplica el corredor a la carrera y el maestro de canto a cultivar la voz, ése es el que progresa de verdad y el que no ha salido de su casa (nota: tanto para la filosofía como para la retórica o las ciencias los mejores maestros seguían siendo griegos, y el griego seguía siendo conocimiento indispensable para poder ser llamado culto; de ahí la necesidad de los “viajes de estudios” que emprendía la mayor parte de los jóvenes romanos como parte de su educación) en vano. Pero si pretende la posesión del contenido de los libros, si se esfuerza por eso y por eso ha salido de su casa, yo le sugiero que se vuelva ahora mismo a casa y que no deje de ocuparse de lo de allí, porque aquello por lo que viajó no vale nada.
Lo que vale es esto otro: esforzarse en hacer desaparecer de la propia vida los padecimientos y las lamentaciones, y los “¡ay de mí!” y los “¡qué desdichado soy!” y la desdicha y el infortunio, y comprender qué es la muerte (
nota: se refiere a la de Sócrates), qué es el destierro, qué es la cárcel, qué es la cicuta, para que en la prisión pueda decir: “Querido Critón: si así les agrada a los dioses, que así sea” (nota: Platón, Critón, 43d). Y no aquello de “¡Pobre de mí, un anciano! ¡Para esto llegué a peinar canas!” ¿Qué quién habla así? ¿Os parece que voy a mencionar a alguien desconocido y humilde? ¿No habla así Príamo? ¿No habla así Edipo? ¡Cuántos reyes hablan así! ¿Qué otra cosa son las tragedias sino los padecimientos, contados en verso, de hombres que admiraban lo exterior?

(τί γάρ εἰσιν ἄλλο τραγῳδίαι ἢ ἀνθρώπων πάθη τεθαυμακότων τὰ ἐκτὸς διὰ μέτρου τοιοῦδ᾿ἐπιδεικνύμενα;) Y si hiciera falta estar engañado para aprender que lo exterior e independiente del albedrío no nos concierne, yo bien quisiera ese engaño, con el que podría vivir sereno e imperturbable; vosotros, ya veréis qué queréis.

En el capítulo 11 hallamos una idea también muy presente en Marco Aurelio: somos responsables de nuestras acciones y ellas se producen porque hemos decidido realizarlas. El exterior no es responsable de lo que hemos realizado, o dejado de realizar, por una decisión nuestra.

Libro I. Capítulo 11 (Sobre el cariño familiar)
Basta con que nos convenzamos de esto: de si es razonable lo que dicen los filósofos, que no hemos de buscar fuera la razón de que hagamos algo o no lo hagamos, de que digamos algo o no lo digamos, de que nos enardezcamos o nos reprimamos, de que rehuyamos algo o lo persigamos, sino que en todos los casos esa razón es la que precisamente ahora tenemos tú y yo, tú para venir a mí y estar ahora sentado escuchando y yo para decir esto. ¿Cuál es esa razón? ¿Hay alguna otra excepto que nos pareció bien?
- Ninguna…
- Tal y como son nuestras razones en cada cosa, así son los resultados. Por tanto, cuando hagamos algo inconveniente, a partir de ese día no echaremos la culpa a otra cosa más que a la opinión por la que lo hicimos, e intentaremos suprimir y extirpar eso más que los tumores y abscesos del cuerpo. Así también reconoceremos que eso mismo es la razón de lo que hacemos correctamente. Y no echaremos la culpa ni al siervo, ni al vecino, ni a la mujer ni a los hijos como responsables de los males que nos acontezcan, convencidos de que si no nos hubiera parecido de esa manera, no habríamos obrado en consecuencia. De lo que nos parece o no nos parece somos dueños nosotros, no el exterior
(τοῦ δόξαι δὲ ἢ μὴ δόξαι, ἡμεῖς κύριοι καὶ οὐ τὰ ἐκτός).

También en el capítulo 18 hallamos doctrina ya comentada en Marco Aurelio (Libro IX, 42). No hay que enfurecerse con los que obran mal. Simplemente andan equivocados respecto al bien y el mal; hay, más bien, que compadecerlos, es más, mostrarles correctamente el buen camino.
La admiración puede llevarnos a la sobrevaloración de lo externo, y, por ende, al error.
La última frase del fragmento no tiene desperdicio.
Libro I. Capítulo 18 (Que no hay que enfurecerse con quienes se equivocan)
“Si es cierto lo que dicen los filósofos, …que es imposible juzgar conveniente una cosa y desear otra y juzgar debida una cosa y sentir impulso hacia otra, entonces, ¿por qué nos enfurecemos con el vulgo?
- Ladrones y descuideros es lo que son – dice uno-.
¿Qué es eso de ladrones y descuideros? Andan equivocados respecto a los bienes y los males. Por tanto, ¿hay que enfurecerse con ellos o compadecerlos? Muéstrales su equivocación y verás cómo se apartan de sus errores. Pero mientras no lo vean, no tienen nada más importante que su propio parecer.
- Entonces, ¿no habría que matar al ladrón este y al adultero aquel?
De ningún modo, que eso viene a ser más bien: “A ése que anda perdido y equivocado sobre lo más importante, y ciego no de la vista, que distingue lo blanco de lo negro, sino del entendimiento, que distingue los bienes y los males, ¿no hay que matarlo?” Si llegas a decirlo así, te darás cuenta de cuán inhumano es lo que dices y de que es parecido a aquello de “A ese ciego no hay que matarlo, ni al sordo?” Pues si el mayor daño es de lo más importante, y lo más importante en cada caso es un albedrío como se debe, y alguien está privado de ello, ¿por qué te sigues enfadando con él? Hombre, si es preciso que, contra naturaleza, te afecten las desdichas ajenas, mejor que odiarle, compadécele. Deja ese talante agresivo y lleno de odio. Pero, ¿tú quién eres, hombre, para decir esas palabras que acostumbra a decir el vulgo?
“¡A esos malditos asquerosos…! ¡Bien! ¿Acaso entonces te has hecho tú sabio de repente, que ahora te enfadas con los demás? Entonces, ¿por qué nos enfadamos? Porque nos admiramos con los objetos de los que nos privan. Así que no te admires con tus vestidos y no te enfurecerás con el ladrón. No te admires con la belleza de tu mujer y no te enfurecerás con el adúltero…
También yo el otro día, tenía una lamparilla de hierro junto a las imágenes de los dioses y al oír ruido en la ventana salí corriendo. Me encontré con que me habían robado la lamparilla. Anduve pensando que no era incomprensible lo que le había pasado al ladrón. Entonces, ¿qué? “Mañana – me dije –, hallarás una de barro”. Y es que uno pierde lo que tiene. “He perdido el manto”. Porque tenías manto. “Me duele la cabeza”. ¿Verdad que no te duelen los cuernos? Entonces, ¿por qué te enfadas? Las pérdidas y los desvelos son de los que tienen posesiones…
Por tanto, ¿quién es el invencible? Aquel a quien no saca de sus casillas nada ajeno al albedrío.
(Τίς οὖν ὁ ἀήττητος; ὃν οὐκ ἐξίστησιν οὐδὲν τῶν ἀπροαιρέτων)

No podemos terminar esta entrada de hoy, escrita a unas horas de la Noche de Navidad, sin desear a todos nuestros lectores una Feliz Navidad, vivida en un ambiente de paz, serenidad, armonía y esperanza, que se prolongue durante el año que va a empezar y que de esos valores se impregne este mundo en el que vivimos, donde, por desgracia, están ausentes muchas veces.

Δόξα ἐν ὑψίστοις Θεῷ καὶ ἐπὶ γῆς εἰρήνη ἐν ἀνθρώποις εὐδοκίας

Gloria in altissimis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis.

Para ellos va dedicado esto, que pretende ser también un homenaje a su intérprete en el año en que nos dejó:

martes, 18 de diciembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (IX)

Finalizados los capítulos dedicados a Aristóteles y centrados en la amistad, seguimos nuestro recorrido por las voces griegas y latinas antiguas en este repaso que hacemos a lo que dijeron sobre las relaciones interpersonales, la comunicación humana y nuestros caracteres.
Continuamos con Epicteto y una selección de fragmentos de sus Disertaciones.
Epicteto nació hacia el 50 d. C. en Hierápolis, gran ciudad de Frigia, en Asia Menor, provincia en aquella época del Imperio Romano. Parece que fue hijo de una esclava, siendo también él, por tanto, esclavo. Fue llevado a Roma, donde entró al servicio de Epafrodito, liberto y secretario de Nerón y Domiciano.
Parece falsa la versión de que la cojera de Epicteto se debía a una brutal paliza propinada por su amo; hoy se cree que se debía al reumatismo. Sea como fuere, esa cojera le impidió ejercer otra profesión, por lo que fue preceptor de los hijos de Epafrodito. Más tarde alcanzó la libertad, ya que su dueño lo manumitió.
Antes de esa manumisión, Epicteto acudió a la escuela filosófica de Musonio Rufo, el más famoso predicador de filosofía y religión estoica de la época. Epicteto recibió su libertad y enseñó en Roma hasta que el emperador Domiciano decretó la expulsión de todos los filósofos (89 ó 92); nuestro autor se retiró a Nicópolis, en el Epiro, donde abrió una escuela y enseñó hasta su muerte, acaecida en tiempos de Adriano, hacia el 135 d. C.
Sobresalió por ser un espíritu realista y práctico, considerando la filosofía como ciencia y normas de la correcta conducta. Existe una serie de principios primarios, claros y evidentes, que el hombre ha de seguir para lograr el bien y la felicidad.
Solía leer a Crisipo de Soli, seguidor de la doctrina estoica, fundada por Zenón de Citio, pero también las Memorabilia de Jenofonte, esos impresionantes recuerdos de Sócrates, y al igual que éste nada escribió, seguramente por parecerse a su modelo. Personaje extraño y admirable, generoso y desprendido, vivió pobre, sin mujer e hijos. Cuando un magistrado visitaba su escuela, Epicteto le preguntó si tenía mujer e hijos y el magistrado respondió afirmativamente, pero que le iba muy mal. Epicteto reflexionó: los hombres no se casan para ser desgraciados, sino para ser felices. El hombre ha nacido para ser libre y feliz. El magistrado siguió diciendo que, hallándose enferma una hija pequeña, se ausentó por no aguantar el dolor, y sólo volvió cuando la niña estaba sana. El magistrado dijo que tal actuación era conforme a la naturaleza, pero Epicteto replicó que el bien y la felicidad se hallan en el deber ser, en la conducta recta y no en una naturaleza indolente.
Se conserva una anécdota que retrata al personaje. Acostumbraba a leer de noche a la luz de una pequeña lámpara de hierro. Un día, escuchó un ruido, mientras dormía; salió corriendo y descubrió que le habían robado la lamparilla. ¿Qué hacer? Alguien la necesitaría. Al día siguiente, compró una de barro.
El contenido de su doctrina nos ha llegado a través de la relación taquigráfica de sus lecciones conservada por su discípulo Arriano de Nicomedia, Bitinia. Hombre de cultura y acción simultáneamente, Arriano fue cónsul y legado imperial (132) en Capadocia.
Las notas que tomó Arriano las redactó para un pequeño grupo de amigos, seguidores y admiradores de Epicteto. Pero, sin saber cómo, las notas trascendieron y se difundieron en lo hoy llamaríamos una edición pirata. Arriano las retocó para corregir alteraciones textuales.
De la enseñanza oral de Epicteto nos queda lo siguiente:
1. Cuatro libros de Διατριβαί, es decir Disertaciones (otros traducen por Pláticas, es decir, charlas para animar a cumplir la virtud), escritas por Arriano, de las que aquí ofreceremos fragmentos.
2. Un Manual o Catecismo, resumen más fácil de recordar de las Disertaciones, escrito también por Arriano, que llegó a ser famoso, siendo traducido al italiano por Leopardi.
3. Varios fragmentos, de los cuales 23 recogidos por Estobeo, 2 por Aulo Gelio y 3 por Marco Aurelio.
4. Otros fragmentos de dudosa autenticidad.
A pesar de entroncarse con la Stoa antigua, la exigencia mayor para Epicteto no es de carácter teorético y especulativo, sino moralista, como la de su época. La filosofía tiene por finalidad el logro de una vida que sea digna del sabio, del sabio estoico, autor de su propia perfección moral en la libertad interior que constituye la dignidad del hombre, y con un profundo sentimiento religioso hacia el dios del que todo viene y del que el hombre es “hijo”. Aunque esta religiosidad permanece siempre en un plano intelectual y filosófico, alcanza tales tonos místicos que ha hecho pensar, erróneamente, que el autor no ignoraba el cristianismo. Finalmente es notable el espíritu de filantropía (en actitud polémica con el ideal epicúreo del aislamiento del sabio) por el que el filósofo se inserta en la sociedad con profunda simpatía y a pesar de estar libre de ambiciones, no se sustrae a ninguno de sus deberes sociales y políticos.


Estas notas sobre Epicteto y su obra se han sacado de la introducción a la edición de Paloma Ortiz García en la colección Los clásicos de Grecia y Roma, de Planeta DeAgostini, edición de precio económico de traducciones de la editorial Gredos; también nos hemos servido de lo que dice de Epicteto Raffaele Cantarella, en su Literatura Griega de la época Helenística e Imperial.

Comenzamos nuestra selección por el capítulo 2 del Libro I en el que Epicteto reflexiona sobre la dignidad personal y de cómo ésta nos sirve para juzgar lo razonable y lo irracional. La educación sirve para aprender a adaptar de modo acorde con la naturaleza el concepto de razonable e irracional. Los ejemplos ofrecidos por Epicteto son extremos.
Sostener el orinal era propio de esclavos. Es una acción indigna, pero en la tesitura de un esclavo, no sostenerlo suponía golpes y malos tratos, cuando no algo más. Epicteto deja en manos de cada uno juzgar si las acciones son o no son dignas, porque, en la medida en que estimemos nuestra dignidad personal, juzgaremos razonables o irracionales las situaciones que se nos presenten.
La anécdota del atleta es un caso para discutir sobre la decisión, ética o no, del deportista, que pudiendo salvar su vida quedando mutilado, prefiere morir.
Libro I. Capítulo 2
(Cómo podría uno en cualquier situación salvaguardar su dignidad personal)
Lo único insoportable para el ser racional es lo irracional, pero lo razonable se puede soportar: los golpes no son insoportables por naturaleza. ¿De qué manera? Mira cómo: los lacedemonios son azotados porque han aprendido que es razonable. ¿No es insoportable ahorcarse? Pero cuando alguien siente que es razonable, va y se ahorca. Sencillamente, si nos fijamos, hallaremos que nada abruma tanto al ser racional como lo irracional y, a la vez, nada lo atrae tanto como lo razonable.
Mas cada uno experimenta de modo distinto lo razonable y lo irracional, igual que lo bueno y lo malo y que lo conveniente y lo inconveniente. Ésa es la razón principal de que necesitemos la educación, que aprendamos a adaptar de modo acorde con la naturaleza el concepto de razonable e irracional a los casos particulares (
διὰ τοῦτο μάλιστα παιδείας δεόμεθα, ὥστε μαθεῖν τοῦ εὐλόγου καὶ ἀλόγου πρόληψιν ταῖς ἐπὶ μέρους οὐσίας ἐφαρμόζειν συμφώνως τῇ φύσει).
Para juzgar lo razonable y lo irracional cada uno de nosotros nos servimos no sólo del valor de las cosas externas, sino también de nuestra propia dignidad personal (
εἰς δὲ τὴν τοῦ εὐλόγου καὶ ἀλόγου κρίσιν οὐ μόνον ταῖς τῶν ἐκτὸς ἀξίαις συγχρώμεθα, ἀλλὰ καὶ τῶν κατὰ τὸ πρόσωπον ἑαυτοῦ ἕκαστος); para uno será razonable sostener el orinal, teniendo en cuenta simplemente esto: que si no lo sostiene, recibirá golpes y no recibirá comida, mientras que si lo sostiene no padecerá crueldades y sufrimientos; pero a otro no sólo le parece intolerable el sostenerlo, sino también soportar que otro lo sostenga. Así que si me preguntas: “¿He de sostener el orinal o no?”, te diré que más vale recibir alimentos que no recibirlos y que menos vale recibir golpes que no recibirlos, de modo que si mides lo que te interesa con esos parámetros, ve y sosténselo.
- ¡Pero eso no sería digno de mí!
Eres tú quien ha de examinarlo, no yo. Eres tú quien te conoces a ti mismo, quien sabes cuánto vales para ti mismo y en cuánto te vendes: cada uno se vende a un precio…
Del mismo modo, también un atleta que corría el riesgo de morir si no lo castraban, cuando se le acercó su hermano – que era filósofo – y le dijo: “¡Ea, hermano! ¿Qué vas a hacer? ¿Amputamos el pene y seguimos yendo al gimnasio?”, no pudo soportarlo, sino que persistió en su postura y murió.
Alguien le preguntó: “¿Cómo hizo eso? ¿Como atleta o como filósofo?”
- Como hombre- respondió -, como hombre cuyo nombre fue proclamado en Olimpia y que luchó allí y que en tal tierra pasó su vida, y no yendo a perfumarse a Batón. Otro, en cambio, hasta el cuello se habría dejado cortar, si hubiera podido vivir sin cuello. Eso es la dignidad personal. Así de fuerte para los que acostumbran a tenerla en cuenta en sus decisiones.

martes, 11 de diciembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (VIII)

Los seguidores de este espacio comunicativo virtual saben que iniciamos ya hace tiempo, en concreto el día de nuestra onomástica, una serie dedicada a reflexionar sobre fragmentos y textos de autores griegos y latinos que escribieron sobre aspectos relacionados con la condición humana, la postura ante las dificultades, la elección de las amistades, las "virtudes" que debemos cultivar, la relación con nuestros semejantes, el carácter y la personalidad o la forma de comunicarnos con los demás.


Antes de realizar un paréntesis en la serie mencionada, dedicado, de forma absolutamente merecida a Santa Cecilia y a obras en ella inspiradas, habíamos escrito dos artículos en los que aportamos fragmentos de la Ética a Nicómaco de Aristóteles, centrados en la amistad, tratada en los Libros VIII y IX de dicha obra.
Continuamos, pues, con nuestro repaso del Libro IX de la Ética a Nicómaco de Aristóteles, en la que se trata sobre la amistad. Abordamos hoy el capítulo 11 de dicho libro.

Necesitamos amigos tanto en la prosperidad como en el infortunio. La amistad es más necesaria en el infortunio, pero más noble en la prosperidad. Es también interesante la reflexión sobre la presencia de amigos en el infortunio. Por una parte, la presencia de los amigos es una especie de remedio para el dolor, ya que el amigo nos consuela con su presencia y sus palabras; pero, por otra parte, es doloroso ver al amigo afligido por nuestras desgracias, porque todo hombre evita ser causa de dolor para los amigos.
Otra reflexión:
“Deberíamos invitar a nuestros amigos a compartir nuestra buena fortuna (porque es noble hacer bien a otros = εὐεργετικὸν γὰρ εἶναι καλόν), y tardos en requerirlos en las desgracias porque los males se deben compartir lo menos posible.”
11. Necesidad de amigos en la prosperidad y en el infortunio.
Pero ¿en qué tiempo son más necesarios los amigos, en la próspera fortuna o en la adversa? Porque en ambas se procuran, y los que están puestos en trabajos tienen necesidad de socorro, y también los bien afortunados han menester amigos con quien conversen, y a los cuales hagan buenas obras, porque desean estos tales bien hacer. En la adversidad, pues, es cosa más necesaria el tener amigos, y así allí son menester amigos útiles, pero en la prosperidad es más honesta cosa, y así, en ésta, se procura tener amigos buenos. Porque el hacer bien a tales y vivir con tales es cosa más de desear, pues la misma presencia de los amigos, así en la prosperidad como en la adversidad, es aplacible, porque los afligidos parece que quedan aliviados cuando se duelen juntamente los amigos de su pena. Por esto, ¿dudaría alguno si los amigos toman parte de la pena, como quien toma parte de una carga? ¿O no es la causa esto, sino que la presencia dellos, como es aplacible, y el entender que aquéllos se conduelen, les alivia la tristeza? Pero si por esta causa, o por otra, se alivian, no lo disputamos.
Parece, pues, que sucede lo que habemos dicho, y la presencia de los tales parece ser una como mezcla, porque el ver los amigos cosa aplacible es, y señaladamente a los que están puestos en trabajos, y siempre hay algún socorro para no entristecerse; porque el amigo es cosa que acarrea consuelo, así con su vista como con sus palabras, si es en ello diestro, porque le conoce la condición, y sabe qué cosas le dan gusto y cuáles también pena. Pero el sentir que el amigo se entristece por sus infortunios, le da pena, porque todos rehúsan de ser a los amigos causa de tristeza, y así, los hombres que son naturalmente valerosos, recátanse de que sus amigos reciban pena de su pena; y si con su esfuerzo no vencen la tristeza que en ellos veen, no pueden sufrirlo, y a los que lamentan con él del todo los despide, porque ni aun él no es amigo de hacer llantos semejantes. Pero las mujercillas, y los hombres de afeminadas condiciones, huélganse con los que lloran, y suspiran con ellos, y ámanlos como a amigos y personas que se duelen dellos. Pero en todas las cosas habemos de imitar siempre a lo mejor.
Pero la presencia de los amigos en la próspera fortuna tiene aplacible así la conversación como también el pensamiento y consideración, porque se alegran con los mismos bienes. Y por esto parece que conviene que a las cosas prósperas llamemos prontamente a los amigos (porque el ser amigo de hacer bien es honesta cosa), pero a los trabajos y adversidades recatadamente; porque lo menos que posible fuere habemos de dar a nadie parte de los males, de donde se dijo aquello:
Baste que yo esté puesto en desventura;
pero cuando, a costa de poco trabajo suyo, pueden hacerle mucho bien, en tal caso conviene darles parte. En el convidarse parece que se ha de hacer al revés, que a los que están puestos en trabajos se ha de ir sin ser llamado y prontamente (porque el oficio del amigo es hacer bien, y particularmente al que lo ha menester, y al que parece que no se osa desvergonzar a pedirlo, porque a ambos es más honesto y más aplacible el hacer bien); pero en las prosperidades, para hecho de servir en algo, hase de ir prontamente (porque también son menester para esto los amigos), pero para recebir bien base de ir perezosamente, porque no es honesta cosa ser uno pronto en el recebir las buenas obras. Aunque habemos de procurar que no nos tengan, por ventura, en opinión de, hombres rústicos y mal criados en el rehusarlas, porque esto también acontece algunas veces. Pero la presencia de los amigos en todos parece ser de desear.

La amistad es definida como una comunidad (κοινωνία γὰρ ἡ φιλία). Los amigos aspiran a la convivencia.
Muy interesante esto:
“Y lo que cada hombre considera que es la existencia o aquello que él prefiere para vivir, esto es en lo que desea ocuparse con los amigos, y, en cada caso, los amigos pasan los días juntos con aquellos que más aman en la vida; porque, queriendo convivir con los amigos, hacen y participan en aquellas cosas que creen que producen la convivencia”.
12. Aspiración a la convivencia.
Acaece, pues, que así como a los enamorados les es la más aplacible cosa de todas el mirar, y más apetecen este sentido que todos los demás, como cosa por donde más entra y se ceba el amor, así también los amigos lo que más apetecen es el vivir en compañía, porque la misma amistad es compañía, y de la misma manera que uno se ha para consigo mismo, se ha también para con el amigo, y el sentir uno de sí mismo que es, cosa cierto es de desear, y por la misma razón el sentir lo mismo del amigo lo será. Pues el ejercicio deste sentimiento consiste en el vivir en compañía; de manera que no es cosa ajena de razón el desearlo; y en aquello en que consiste el ser de cada uno, o por cuya causa desean el vivir, en aquello mismo quieren conversar con los amigos. Y así, unos se festejan con convites, otros con jugar a los dados, otros con ejercicios de luchas, otros con cazas, o en ejercicios de filosofía, conversando cada unos dellos en aquello que más le agrada de todas las cosas de la vida.
Porque deseando vivir con sus amigos hacen estas cosas, y comunícanlas con aquellos con quien les agrada el vivir en compañía. Es, pues, la amistad de los malos perversa, porque como son inconstantes participan y comunícanse lo malo, y hácense del todo perversos, procurando parecer los unos a los otros; pero la de los buenos es buena y perfeta, porque con las buenas conversaciones crece siempre la virtud. Y así parece que cuanto más se ejercitan y más los unos a los otros se corrigen, tanto mejores se hacen, porquereciben los unos de los otros las cosas que les dan contento. De donde dijo bien Teognis (Teognis de Megara), como arriba dijimos:
Del bueno aprenderás las cosas buenas.
De la amistad, pues, baste lo tratado. Síguese agora que tratemos del deleite.


Hasta aquí los fragmentos de Aristóteles que hemos seleccionado en esta revisión que llevamos a cabo sobre lo que dicen los autores clásicos acerca de las relaciones humanas y los aspectos con ellas relacionadas.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Santa Cecilia, musa de la música (y IV)


Concluye con este artículo la miniserie dedicada a la patrona de la música, Santa Cecilia. En él comentamos dos obras, aunque una con mayor extensión que otra. Hoy ofrecemos nuestro comentario de la oda a Santa Cecilia, Hail! Bright Cecilia de Henry Purcell y la Messe Solennelle de Sainte Cécile de Charles Gounod.
Para la fiesta de Santa Cecilia de 1692, con texto de Nicholas Brady, compuso Purcell Hail! Bright Cecilia, que se ofreció dos veces “con (según el Gentleman’s Journal de noviembre de 1692) aplauso general, especialmente la segunda stanza, que fue cantada con increíble elegancia por el propio Purcell”. La referencia (segunda stanza) es al aria ‘ Tis Nature’s voice, y el hecho de que ésta sea para contratenor, mientras que Purcell aparece mencionado como bajo entre los cantantes de la coronación de Jaime II, revela que, como otros de su época, el compositor desarrolló dos registros vocales diferentes. También pone de manifiesto que era un buen cantante.
La oda de 1692 es bastante más ambiciosa en instrumentación que las primeras odas cecilianas de Purcell. Junto a las habituales cuerdas y continuo (probablemente dividido en órgano y clave), la partitura incluye dos oboes, que en dos movimientos alternan con flautas de pico, dos trompetas y timbales; hay, en algunas copias tempranas, mención de dos flautas en Hark, each tree, acompañadas por un flauta baja. Este uso de instrumentos es, en parte, puramente ilustrativo, para adecuarse a letras como “the am’rous flute”, “the airy violin” o “the fife and all the harmony of war” (aunque en realidad no hay pífano); en parte es para recalcar la plenitud y la brillantez del sonido, como en el coro final y en la obertura.
Ésta, muy extensa, se divide en seis secciones: un maestoso como introducción, una canzona en forma de fuga (que será utilizada de nuevo en la siguiente oda para el cumpleaños de la reina Mary), un adagio en el que las cuerdas y los oboes, empleados de forma antifonal, pasan inquietamente por varios tonos; una fanfarria, allegro en 3/8, un breve y expresivo adagio y la repetición de la tripla.
Un breve solo de bajo da paso a la aclamación de Cecilia, a cargo del coro: las notas introductorias (que forman una frase ascendente en Do menor) llamativamente colocadas después de un silencio, son especialmente impactantes (esta frase será retomada, en modo mayor y ampliamente aumentada, en el coro final). El resto de este coro con solos consiste en una fuga, de detallado entramado, que, sin embargo, desaparece con el solo de los dos altos en las palabras “That thine and music’s sacred love”.
1. Hail! Bright Cecilia, Hail! fill ev'ry heart with love of thee and thy celestial art; that thine and musick's sacred love may make the British forest prove as famous as Dodona's vocal grove.
¡Salve, brillante Cecilia, salve! Llena todos los corazones de amor a ti y a tu celestial arte; de modo que el amor sagrado hacia ti y hacia la música hagan tan famoso al bosque británico como a la arboleda vocal de Dodona.
Hay aquí, en estas últimas palabras, una alusión a Dodona, ciudad del Epiro, al pie del monte Tomaros, en Grecia, en la que había un célebre santuario dedicado a Zeus. En el centro se hallaba el árbol sagrado, el gran roble de este dios que hacía las veces de palomar. Las señales que los sacerdotes debían interpretar venían del grito de las palomas, el rumor de las hojas de los árboles y los ecos sonoros que el viento conseguía al hacer golpear unas cadenas emplazadas allí, sobre los calderos. Ésa es la “arboleda vocal” a la que se refiere el texto de Brady.
El dueto Hark, each tree opone suavemente las cuerdas y las flautas sobre un bajo cuya estructura de seis compases está ingeniosamente oculta por la superposición de tramos de frase. A mitad del dueto se hace evidente la razón para esta instrumentación, ya que el bajo juguetea en las palabras “the spritely violin” y el tiple habla de la flauta; ambas voces se unen en una gráfica representación de la palabra “flew”, que es reflejada al final por los instrumentos.
3. Hark! hark! each tree its silence breaks, the box and fir to talk begin! this in the spritely violin, that in the flute distinctly speaks! 'twas sympathy their list'ning brethren drew, when to the thracian lyre with leafy wings they flew.
¡Escucha, escucha! cada árbol rompe de pronto su silencio, el boj y el abeto empiezan a hablar; éste en el fogoso violín, aquél habla claramente con el sonido de la flauta; y por simpatía serán atraídos sus hermanos que están escuchando, cuando vuelen hacia la lira tracia con frondosas alas.
Aquí la alusión es mítica. La lira tracia no es otra que la de Orfeo, personaje que ya ha aparecido en la oda de Andel, comentada en nuestro segundo capítulo.
Las imágenes verbales aumentan en el increíblemente elaborado solo que sigue (que Purcell compuso para sí mismo): junto a floridas frases en palabras como “moving”, “mighty”, “strike” y “rejoices”, hay cromatismos profundamente expresivos en “we grieve”.
4. 'Tis Natures's voice thro' all the moving wood and creatures understood the universal tongue, to none of all her num'rous race unknown! from her it learnt the mighty art to court the ear or strike the heart: at once the passions to express and move; we hear, and straight we grieve or hate, rejoice or love: in unseen chains it does the fancy bind; at once it charms the sense and captivates the mind.
En el bosque inquieto resonó la voz de la naturaleza y las criaturas comprendieron el lenguaje universal, para ninguno de su numerosa estirpe desconocido. De ella aprendió el poderoso arte para halagar el oído o tocar el corazón, para, a la vez, expresar y suscitar las pasiones; apenas la oímos y nos afligimos, u odiamos o nos alegramos o amamos; la fantasía está atada a invisibles cadenas; al tiempo encanta los sentidos y cautiva a la mente.
Sigue el gran coro que ha adquirido con razón fama, Soul of the World, una amplia y majestuosa pieza que, después de un impresionante pedal tónico inicial y alguna floritura sobre las palabras “the jarring seeds of matter” (un súbito acorde de séptima disminuida con trémolo de las cuerdas), pasa a una fuga que sobresale por su maestría contrapuntística y su brillante efecto.
Se ha destacado con acierto que en este coro Purcell “es incontestable y es el obvio predecesor de Händel” (J. A. Westrup).
5. Soul of the World! inspir'd by thee, the jarring seeds of matter did agree, thou didst the scatter'd atoms bind, which, by thy laws of true proportion join'd, made up of various parts one perfect harmony.
Alma del mundo, inspirados por ti se unen los discordantes elementos de la materia, pues ataste los átomos dispersos que, unidos por las leyes de la verdadera proporción, constituyeron de diversas partes una sola y perfecta armonía.
El material temático de Thou tun’st this World, presentado tres veces, por los oboes, la voz del tiple y el coro, es destacable por la irregularidad de sus frases, que varían entre una extensión de cuatro, cinco y seis compases.
6. Thou tun'st this world below, the spheres above, who in the heavenly round to their own music move.
Tú armonizas el mundo de aquí abajo y las esferas celestes, que en el círculo celeste se mueven sobre su propia música.
La alabanza del órgano (“if any earthly music dare, the noble organ may”) es introducida por un trío y continuada en el gran solo de bajo Wondrous machine, un aria da capo sobre un base de dos compases (destacable el “warbling lute” y la imitación que los oboes realizan de la voz humana).
7. With that sublime celestial lay can any earthly sounds compare? If any earthly music dare, the noble organ may. From heav'n its wondrous notes were giv'n; Cecilia oft convers'd with Heaven. Some angel of the sacred choir did in this breath the pipes inspire; and of their notes above the just resemblance gave, brisk, without lightness, without dullness grave.
8. Wondrous machine! To thee the warbling Lute, though us'd to conquest, must be forc'd to yield: with thee unable to dispute.

Con ese sublime canto celestial, puede compararse algún sonido terrestre? Si alguna música de la tierra se atreve, lo puede hacer el órgano. Sus maravillosas notas fueron concedidas por el cielo; Cecilia a menudo conversaba con el cielo. Un ángel del coro sagrado inspiró con su aliento los tubos y de sus notas del cielo dio la copia exacta, viva, sin ligereza, grave, sin monotonía.
Maravilloso instrumento, ante ti el laúd melodioso, aunque acostumbrado a conquistar, deber ser obligado a rendirse, incapaz de rivalizar contigo.

Los homenajes rendidos al órgano por el violín (un alegre allegro, valga la redundancia), por la flauta (un lento dúo en parte en forma de canon con una introducción y una coda de acentuado patetismo para dos flautas de pico) y la “harmony of war” son presentados por separado para, a continuación, rivalizar entre ellos en un dúo (de nuevo, parcialmente en canon) para dos bajos.
9. The airy violin and lofty viol quit the field, in vain they tune their speaking strings to court the cruel fair, or praise victorious kings; Whilst all thy consecrated lays, are to more noble uses bent, and ev’ry grateful note to Heaven repays the Melody it lent.
El ligero violín y la arrogante viola renuncian al combate, en vano hacen sonar sus habladoras cuerdas para seducir a la cruel bella o alabar a los reyes victoriosos; mientras todos tus cantos consagrados son destinados a los más nobles fines, y cada nota de agradecimiento devuelve al cielo la melodía por ellos prestada.
10. In vain the am'rous flute and soft guitar, jointly labour to inspire ardent love and fond desire; whilst thy chaste airs do gentle move seraphic flames and heavenly love.
En vano la amorosa flauta y la dulce guitarra unen sus fuerzas para inspirar ardiente amor y tierno deseo; mientras tus castas melodías hacen nacer dulcemente llamas seráficas y celestial amor.
11. The fife and all the harmony of war, in vain attempt the passions to alarm, which thy commanding sounds compose and charm.
El pífano y la fanfarria guerrera en vano se esfuerzan en despertar las pasiones, que tus dominantes sonidos componen y hechizan.
12. Let these amongst themselves contest, which can discharge its single duty best. Thou summ'st their diff'ring graces up in one, and art a consort of them all within thy self alone.
Que ellos se disputen quién puede cumplir mejor su deber. Tú resumes en un solo instrumento sus diferentes gracias y formas sólo contigo un concierto de todos ellos.
En medio de florituras de todos los instrumentos surge, triunfal, el coro final; su segunda sección, un fugato sobre un motivo muy parecido al coral Lass uns erfreuen (publicado por primera vez en 1623) culmina en un espléndido pasaje que comprende un nuevo desarrollo de la fuga con contra-motivo, sobre el motivo original que aparece en el bajo, en doble aumentación; un breve solo para cuatro cantantes (dos contratenores, tenor y bajo) interviene antes de la jubilosa reaparición de las fanfarrias en honor a la “great patroness of us and harmony”.
13. Hail! Bright Cecilia, Hail to thee! Great Patroness of Us and Harmony! Who, whilst among the Choir above thou dost thy former skill improve.
With rapture of delight dost see thy fav’rite art make up a part of infinite felicity.
Hail! Bright Cecilia, Hail to thee! Great Patroness of Us and Harmony!

¡Salve!, brillante Cecilia, ¡Salve a ti! La gran patrona nuestra y de la armonía, que, al tiempo que formas parte del coro celestial mejoras aún más tu antiguo talento.
Con un rapto de placer ves que tu arte favorito forma parte de la felicidad infinita.
¡Salve!, brillante Cecilia, ¡Salve a ti! La gran patrona nuestra y de la armonía.

Hasta aquí esta gran Oda ceciliana compuesta por Purcell, un compositor injustamente olvidado que compuso algo más que su Dido y Eneas.

Charles Gounod es especialmente conocido por sus óperas, sobre todo sus obras maestras, Romeo y Julieta y Fausto. También es muy famosa su Ave Maria, basada en el primer preludio de El clave bien temperado de Bach. Otras dos obras suyas son también conocidas por otros motivos. La primera es el Himno y Marcha Pontificios y la otra la Marche Fúnebre d’une marionette, elegida por Alfred Hitchcock para la música de cabecera de su programa Alfred Hitchcok presenta.
Como coralista aficionado que soy, he de decir que he tenido el gusto de cantar otras dos bellas obras de nuestro autor: un Ave Verum muy delicado, no exento de clímax sonoros, y una muy aceptable y resultona Missa Brevis en Do mayor, con acompañamiento de órgano.
Pero la obra que aquí nos ocupa es su Messe Solennelle de Sainte Cécile, en Sol mayor, de 1855. En ella Gounod partió de sus relativamente formales perfiles de sus obras previas, adoptando un mayor calor expresivo, unido a un fácil y vivo lirismo. La obra necesita de tres solistas, órgano, coro y orquesta. Hasta la adopción de la nueva misa tridentina, la misa de Santa Cecilia de Gounod fue ampliamente interpretada y muy popular.
El fragmento más hermoso de la obra, es sin duda, el Benedictus, más si se tiene la oportunidad de escucharlo en la voz de Pilar Lorengar, aunque no está nada mal la versión de la siempre entregada y apasionada Jessye Norman, poseedora de un instrumento vocal prodigioso. Aquí ofrecemos un enlace a la versión que hace del Sanctus.

Y ésta ha sido nuestra contribución al día de Santa Cecilia, 22 de noviembre, la santa de los músicos, a la que hemos homenajeado con el comentario de cinco obras a ella dedicadas. Esperamos que, con nuestros artículos, hayamos movido a algún lector a la escucha, o a volver a escuchar, con más detenimiento, alguna de las obras aquí referidas.

martes, 4 de diciembre de 2007

Santa Cecilia, musa de la música (III)

Seguimos con esta breve serie dedicada a la santa de los músicos. Si en el anterior artículo comentamos la Oda a Santa Cecilia, sobre texto de John Dryden, de Händel, hoy veremos otras dos obras dedicadas a la santa romana. Una pertenece a Henry Purcell y la otra a Joseph Haydn.
Antes de empezar, hemos de recordar, una vez más, dos cosas: que no dominamos la lengua inglesa; por tanto, pedimos perdón, si los expertos en dicha lengua encuentran alguna aberración en la traducción que hemos realizado; y que no somos musicólogos, ni tan siquiera músicos, por lo que nuestros comentarios de ese carácter son más sentidos y vividos que técnicos. Hechas estas necesarias advertencias, continuamos.

Si hubiéramos empleado el orden cronológico, la primera que hubiéramos tenido que comentar es Welcome to all the pleasures”, un entretenimiento musical (a musical entertainment), interpretado por primera vez el 22 de noviembre de 1683, justamente el día de Santa Cecilia, gran patrona de la música.
Una organización llamada “The musical Society” encargó a Purcell poner en música el libreto de Christopher Fishburn para su primera celebración del día de Santa Cecilia en 1683. El acto resultó muy concurrido, por lo que la composición de Purcell para la oda fue publicada el año siguiente, y la Musical Society tuvo que trasladarse a locales más amplios para su siguiente celebración, aunque no contrataron a Purcell de nuevo hasta 1692, cuando escribió Hail!, bright Cecilia, de la hablaremos en el siguiente y último capítulo de esta miniserie.
Para la de 1683 el joven Purcell, de sólo 24 años, produjo una obra de gran frescura, notable entre otras características por su original y magnífico ritornello de las cuerdas, con el que concluyen la mayor parte de las secciones vocales. La obra tiene también un muy logrado solo de alto con acompañamiento de la cuerda baja, Here the deities approve (que lleva a un elegante ritornello de la cuerda), y que fue publicado por separado en 1698 bajo el título de “A new Ground” en The second Part of Musick’s Hand-maid.
El texto de Fishburn dio al compositor una buena oportunidad para musicar el dulce texto de Beauty, thou scene of love, y Purcell respondió con un movimiento encomendado a un solo de tenor (con una deliciosa, y tal vez ligeramente maliciosa, disonancia en la mención del laúd luego tomado por el conjunto de cuerdas.
De forma poco usual, Purcell hace uso de un final tranquilo para la obra, con la textura de la última línea de música (Iô Cecilia) apagándose para dejar sólo a los instrumentos bajos y los cantantes en la conclusión de la oda.
La obra se abre con una Sinfonía, iniciada en los violines, con el soporte del bajo continuo de cellos, contrabajos y clave. Una segunda sección más animada da más importancia a los cellos, en diálogo con los violines.
Sigue el primer número vocal, con contralto, tenor, bajo y coro, que incluye un elegante ritornello orquestal, que retoma la última intervención del coro.
Es un número reposado, con más movimiento a partir de Hail to this place.
Welcome to all the pleasures that delight
Of ev'ry sense the grateful appetite,
Hail, great assembly of Apollo's race.
Hail to this happy place, this musical assembly
That seems to be the arc of universal harmony
.
Bienvenidos a todos los placeres que deleitan
el apetito agradecido de cada sentido,
Salve, gran asamblea del séquito de Apolo.
Salve a este lugar feliz, esta asamblea musical
que parece ser el arco de armonía universal

El siguiente número es una dulce y melancólica aria para contralto o contratenor, con acompañamiento del bajo (cello y contrabajo), que inicia el fragmento; enseguida el solista entona la letra; de nuevo un ritornello, en el que el bajo que ha acompañado al solista, sigue sonando por debajo de los violines. Es un movimiento que se desarrolla dentro de un ambiente de ensoñación, y al tiempo de contraste, entre el solo vocal y el bajo que lo sostiene.
Here the Deities approve
The God of Music and of Love;
All the talents they have lent you,
All the blessings they have sent you,
Pleas'd to see what they bestow,
Live and thrive so well below.
Aquí las deidades aprueban
al dios de la Música y del Amor;
Todos los talentos ellos te han prestado,
Todas las bendiciones ellos te han enviado,
Satisfechos de ver que lo que ellos conceden,
Vive y prospera tan bien abajo.




Sigue un fragmento con dos sopranos y bajo.
While joys celestial their bright souls invade
To find what great improvement you have made.

Mientras alegrías celeste sus almas brillantes invaden
Para encontrar qué gran mejora tú has hecho.

Resulta muy interesante el contraste entre las dos voces femeninas y la voz del bajo. Y, como no, el fragmento termina con su correspondiente ritornello.

El quinto número es un trío para alto, tenor y bajo con coro. Lo inicia el bajo, al que se unen alto, tenor y coro.
Then lift up your voices, those organs of nature,
Those charms to the troubled and amorous creature.
The power shall divert us a pleasanter way,
For sorrow and grief find from music relief,
And love its soft charms must obey.
Then lift up your voices, those organs of nature,
Those charms to the troubled and amorous creature.
Entonces levanta tus voces, esos órganos de la naturaleza,
esos encantos para la criatura preocupada y amorosa.
El poder nos desviará a un camino más agradable,
Para el dolor y la pena encuentra alivio en la música,
y el amor debe obedecer sus suaves encantos.
Entonces levanta tus voces, esos órganos de la naturaleza,
esos encantos para la criatura preocupada y amorosa
.
Sigue una pieza, iniciada por la tiorba, al que sucede un solo de tenor que expone el texto, casi sin repetir; un tranquilo ritornello cierra el fragmento.
Beauty, thou scene of love,
And virtue thou innocent fire,
Made by the powers above
To temper the heat of desire,
Music that fancy employs
In rapture of innocent flame,
We offer with lute and with voice
To Cecilia, Cecilia's bright name.

La belleza, escena de amor,
y la virtud, el fuego inocente,
Hecho por los poderes de arriba
Para atenuar el calor del deseo,
La Música que emplea la imaginación
En el éxtasis de llama inocente,
Nosotros lo ofrecemos con el laúd y con la voz
a Cecilia, al brillante nombre de Cecilia.

El tenor y el coro cierran la pieza, recreándose en la palabra Cecilia, y terminando con un diminuendo en pianissimo.
In a consort of voices while instruments play
With music we celebrate this holy day;
Iô Cecilia

En un conjunto de voces mientras los instrumentos tocan
con la música celebramos este día santo (fiesta);
Iô Cecilia


Así termina esta breve y, nos atreveríamos a decir, intimista obra del inglés Henry Purcell.

Durante dos siglos se pensó que Haydn había escrito su gran Missa Solemnis en los primeros años 1770 para un servicio en Viena en la celebración de Santa Cecilia, de ahí el apelativo que desde el siglo XIX lleva de Missa Sanctae Ceciliae. Pero en 1975 se descubrió un fragmento autógrafo del primer Kyrie y del Christe con la fecha de 1766 y el título de Missa Cellensis, literalmente, misa para Zell, una referencia a la iglesia de Mariazell, destino de peregrinos, en las montañas de Estiria. Aunque las fuentes musicales de la iglesia son escasas, parece que la misa fue compuesta no para el propio Mariazell, sino para el servicio en una iglesia de Viena asociada con la peregrinación. Aunque sin exactitud, hay, sin embargo, alguna evidencia, tanto documental como estilística, de que sólo el Kyrie y el Gloria se pudieron oír en 1766, y que el resto de movimientos fueron añadidos alrededor de 1772-3, para un servicio que requería el montaje completo del ordinario de la misa, quizás, en efecto, una de las celebraciones anuales de la congregación ceciliana vienesa.
Hay otra Missa Cellensis nº 2, la Hoboken XXII: 8, de 1782, también en Do mayor, conocida como “Mariazeller”.
Hoy parecen existir razones para creer que fue iniciada en 1776; su mismo título ha sido revisado, como hemos dicho, lo que pone en entredicho su primitiva advocación. Sea como fuere, la Missa Cellensis in honorem Beatae Virginia Mariae- Cäcelienmesse – Hoboken XXII: 5, misa nº 5 en Do mayor, es la más grandiosa, la más larga y la más heterogénea de las misas haydnianas y pertenece al tipo de misa-cantata, de raíces napolitanas y sus números – arias y coros – se suceden perfectamente deslindados. Su larga duración hace dudoso que fuese concebida para el culto.
Como la Missa en Si menor de Bach (Haydn tenía una copia de la partitura de esta obra), o la misa en Do menor de Mozart, la Missa Cellensis cubre una amplia gama de estilos, desde las floridas arias operísticas (la más espectacular, el “Quoniam” para soprano) a las elaboradas fugas corales, desde el arcaísmo a la modernidad. La complejidad contrapuntística de algunos coros es sorprendente por su plasticidad y brillantez. La escritura fugada tiene momentos culminantes en la tercera parte del Kyrie, en el Cum Sancto Spiritu, o en el Vitam venturi, que destaca por su emocionante tensión y energía.

Algunas de las secciones más destacables son aquellas que sacan a la luz el esplendor rojo y dorado del Do mayor: el austeramente hermoso “gratias”, una inspirada amalgama de texturas de fugas y acordes; el penetrante “et incarnatus”, para tenor solo, de una serena meditación; o el extraordinariamente sombrío Benedictus en Do menor, con violines oscurecidos por un expresiva e independiente línea del fagot, una textura familiar en las obras de Haydn desde 1770 hacia adelante, pero desconocida en su música desde 1760.
En el Credo la adornada repetición de la palabra “credo” antes de cada artículo de fe es un procedimiento común a Michael Haydn, hermano de nuestro compositor, y al joven Mozart, y más tarde, a Beethoven.
En conjunto, la misa tiene un sabor arcaizante y es testimonio de un modus operandi que Haydn no reiteraría en producciones de años posteriores.
La misa de Haydn está concebida desde un pensamiento grandioso y pertenece al género de las denominadas misas-cantatas, por el tratamiento del texto a través de arias y piezas corales y, si se quiere, por la intencionalidad más espectacular que íntima del conjunto. Con todo, la Misa de Santa Cecilia no está habitada por el espíritu dramático de las misas finales, ni en sus pentagramas juega de igual manera el claroscuro sonoro, a veces incluso violento. Tras escuchar la formidable misa, centrada y culminada por el extenso Gloria, parecen imponerse las tan citadas palabras de Haydn: "Ya que Dios me ha dado un corazón alegre, El sabrá perdonarme que le haya servido con alegría". Concepto, de todos modos, que no conviene exagerar, pues pudo conducir de hecho a extender la idea de un Haydn feliz y sonriente, un papá Haydn bondadoso e ingenuo, cuando la verdad de su obra supone un peso específico y trascendental para la evolución musical.