
Antes, no obstante, un recuerdo para los muertos y los afectados en el terrible terremoto de Perú. Justamente hace un año, más concretamente el 16 de agosto de 2006, recorría la carretera Panamericana desde Lima a Ica, pasando por ciudades como Chincha Alta, San Vicente de Cañete, Pisco o Paracas. Si de aquel país me impresionó la pobreza (en esta zona los campesinos “ocupan” parcelas de desierto a la izquierda de la carretera, dirección sur, - a la derecha está el Pacífico -), este seísmo ha venido a agravar la situación de miles de ciudadanos de este hermoso país que viven en la miseria. Desde la misma carretera podíamos ver, en las afueras de Lima Sur, verdaderas ciudades de chabolas, carentes, supongo, de todo tipo de medios que hagan la vida digna.
En Paracas embarcamos en una lancha, rumbo a las islas Ballestas, reserva natural con millones de aves (gaviotas, pelícanos, etc.) y con numerosos leones marinos y pingüinos. En la vuelt

Hecho este paréntesis, volvemos a nuestro asunto.
Tras la historia del delfín del lago Lucrito, recordada en el anterior capítulo, Plinio nos relata otros casos de amistad entre delfines y niños o, seres humanos en general, entre ellas la ya comentada de Arión de Metimna. Se trata del final del capítulo 26 y los capítulos 27 y 28 del libro IX de su Historia Natural:
En la ciudad de Jaso (situada en la costa suroccidental de Asia Menor, entre las penínsulas de Mileto y Halicarnaso) se recuerda otra historia semejante, anterior a ésta, relacionada con un niño: 27 durante mucho tiempo un delfín dio muestras de afecto hacia él, hasta que, por seguirlo afanosamente mientras se alejaba hacia la oril

Es conveniente que reproduzcamos la versión que da Claudio Eliano del episodio del delfín y el niño de Jaso:
No me parece lícito dejar en el olvido el amor que, en Jaso, dispensaba un delfín a un hermoso muchacho y que, desde antiguo, se viene celebrando. Debo, por lo tanto, recordarlo.
El gimnasio de la ciudad está situado a orillas del mar. Los efebos se dirigen a él y, según una costumbre antigua, se bañan allí después de practicar sus carreras y de luchar en la arena. Un delfín amaba con amor apasionado a uno de los nadadores de belleza sobresaliente. Al principio, al acercarse al muchacho, sentía éste temor y sobresalto, pero después, con la costumbre, el muchacho llegó a sentir un cálido sentimiento de amistad y simpatía hacia el delfín. Comenzaron a jugar el uno con el otro y

Y el pueblo de Jaso y los extranjeros se llenaban de admiración ante el suceso. Porque el delfín bogaba en un largo trecho del mar con su amante en el lomo y el tiempo que al jinete le apetecía. Luego daba la vuelta y lo dejaba cerca de la playa y, despidiéndose el uno del otro, el delfín se adelantaba en el mar y el muchacho iba a su casa. El delfín aparecía a la hora en que cesaban las actividades gimnásticas y el muchacho se alegraba de encontrar a su amigo que lo estaba esperando y de jugar con él, y, además de su natural belleza, suscitaba la admiración de todos, el que no sólo a los hombres, sino también a los irracionales apréciales el muchacho de extraordinaria amabilidad.
Mas no pasó mucho tiempo sin que este mutuo afecto sucumbiese a causa de la envidia (de los cielos). En efecto, el niño, que había hecho ejercicios demasiado violentos, agotado de cansancio, se echó boca abajo sobre su cabalgadura y, como la espina que el animal tiene en el lomo estaba erecta, rasgó ésta el ombligo del lindo muchacho. Se le rompieron algunas venas, la sangre comenzó a fluir copiosamente y la criatura murió allí mismo. Dándose cuenta el delfín de lo sucedido por el peso (que lo sentía inusualmente aumentado, ya que la truncada respiración no podía aligerarlo) y viendo la superficie del agua enrojecida de sangre, se cercioró de lo ocurrido y

Pero Layo, amigo Eurípides, no se comportó así con Crisipo, si bien fue el primero entre los helenos, como tú dices y la fama pregona, en introducir el amor entre efebos.
Las gentes de Jaso, para recompensar la profunda amistad entre los dos, construyeron una tumba común para el agraciado muchacho y para el amoroso delfín y pusieron sobre ella una estela. Y en ella estaba representado un precioso niño cabalgando sobre un delfín. Acuñaron también una moneda de plata y bronce, en la que grabaron el infortunio de ambos y, al conmemorar así lo sucedido, rendían también homenaje a la intervención de dios tan poderoso.
Me he enterado de que también en Alejandría, durante el reinado de Tolomeo II, un delfín se enamoró de manera parecida, y lo mismo sucedió en Dicearquía de Italia. Lo cual, de haberlo conocido Heródoto, creo que no lo hubiera admirado menos que lo sucedido a Arión de Metimna.
Otra virtud atribuida a los delfines es la gratitud. Así nos lo corrobora esta otra anécdota de Claudio Eliano (VIII, 3):

Los delfines son más celosos que los hombres en mostrar su gratitud y no son constreñidos por la costumbre persa que alaba Jenofonte (Ciropedia I, 2, 7). Lo que voy a contar es lo siguiente. Un hombre llamado Cérano, pario de nación, dio dinero, a manera de rescate, a unos pescadores de Bizancio para que dejaran libres a unos delfines que habían caído en la red. Y a esta acción los delfines correspondieron agradecidos. En efecto, navegaba, en cierta ocasión, en una pentecóntora - según se dice – que llevaba a bordo a algunos milesios, y en el estrecho que hay entre
Algún tiempo después murió Cérano y lo incineraron cerca del mar. Cuando los delfines se enteraron del lugar de la incineración acudieron todos en grupo, como si fueran a un funeral, y, mientras se mantuvo vivo el fuego de la pira, permanecieron junto al cadáver como un amigo junto a otro amigo.

Los hombres, en cambio, tributan honras a los hombres mientras viven, son ricos y parece sonreírles la fortuna, pero se alejan de ellos cuando están muertos o son desgraciados, para no tener que pagarles los beneficios recibidos de ellos.