domingo, 5 de noviembre de 2006

Empatía y docencia

En nuestra labor cotidiana de docentes contínuamente se pone a prueba nuestra capacidad de relación con los demás, en nuestro caso, con compañeros, padres y alumnos.
Muchas veces, demasiadas, nuestras frustraciones en el aula, o en el trabajo, pueden derivarse de una falta de adiestramiento en la relación interpersonal. De entrada, debemos decir que este adiestramiento es algo difícil, pues requiere tiempo, constancia y dedicación.
Además, creo que, a veces, olvidamos que nuestra labor de docentes no es más que una relación de ayuda, una bella relación de ayuda, según la cual el docente debe desarrollar en el alumno las capacidades de éste para el aprendizaje, hacerle ver que tiene unas capacidades indiscutibles que debe comenzar a aplicar. Y esta relación tiene como marco, por si fuera poco, un bello trasvase de conocimientos mutuos entre maestro y alumno. Digo mutuo ex professo, porque a veces podemos pensar que sólo el docente es el que transmite conocimientos. Es cierto que el mayor peso en la transmisión de conocimientos la lleva el profesor. Deberíamos meditar más en nuestra labor (¡qué hermosa es!): trasladar a quien no los tiene unos conocimientos que nosotros hemos adquirido previamente, un bagaje cultural que hemos ido almacenando y que ahora, a su vez, tratamos de depositar en otros.
Pero también los alumnos nos transmiten conocimientos; sí, pues no todos los conocimientos los podemos reducir al ámbito de la asignatura que enseñamos. Perfectamente un alumno nos puede dar una lección y ¡en tantas cosas!

Pero no quiero seguir por este camino, muy interesante, que nos llevaría a la polémica sobre la función del profesor: ¿enseñar o educar?. Yo lo tengo muy claro, lo segundo, pero hay muchos compañeros todavía que defienden la primera opción.
Esta reflexión de hoy surge por unas líneas que leí en un artículo aparecido en la sección de opinión (páginas 83 y siguientes) con el título Pensamiento ¿Qué pasa en la Enseñanza Secundaria?. en el número 281 (junio de 1999) de la revista Cuadernos de pedagogía, firmado por varios autores. Sí, es cierto, ya hace casi 8 años, pero siguen teniendo plena vigencia.
El texto era el siguiente:
“El docente es aceptado y hasta valorado en el aula en función de su habilidad social y comunicativa. En ausencia de motivaciones claras para estudiar por parte del alumnado, y dada la experiencia de precariedad laboral que traspasa las paredes de los institutos, la capacidad de “conectar” de algunos y algunas profesionales y la compensación que produce inmediatamente lo que se aprende pasan a situarse en primer término.
La apelación al futuro y la exaltación de la cultura personal ya no funcionan demasiado. Antes la “empatía” no era un factor imprescindible para gestionar una clase; ahora sí.”
Casualmente, unos meses después participé en un cursillo, dirigido a voluntarios de Caritas, sobre Relación de ayuda, impartido por Ana Martínez, trabajadora social, orientadora familiar y profesora del Centro de Humanización de la Salud. Recuerdo que en el cursillo comenté el texto que arriba he transcrito y destaqué la importancia de la empatía en la docencia, convencido de que esas palabras de Cuadernos de Pedagogía, sobre todo la última frase, eran una gran verdad.
En ese cursillo se nos proporcionó como guía el libro Apuntes de relación de ayuda, de José Carlos Bermejo, un libro muy interesante y útil para afrontar la forma de relacionarnos con los demás, especialmente cuando esa relación se plantea como relación de ayuda; y, como he dicho, el ejercicio de la docencia es un forma muy bella de relación de ayuda.
Lo que ofrezco a continuación no tiene más mérito que ser un resumen de tres capítulos de ese libro, los dedicados a la definición de la relación de ayuda, a la actitud empática y a la escucha activa. Considero que la lectura de esos capítulos puede proporcionar a los profesores unas buenas pautas para enfocar su labor docente, reconvirtiendo ésta en una relación de ayuda y siendo conscientes en todo momento de que tratamos con personas, con las satisfacciones, sinsabores y retos que ello supone.
Ya sé que cuando hablamos de relación de ayuda solemos referirnos a aquélla mantenida con personas que sufren (enfermos, marginados, excluidos sociales), pero, repito, la relación que pueda establecerse entre maestro y alumno, puede también entenderse como relación de ayuda. Y, aunque no lo fuera, los apuntes de relación de ayuda que más adelante se proporcionan pueden ser útiles en esa relación docente-discente.
Hacer edificios, empaquetar frutas o pijamas, construir coches, repartir cartas, entre otros, son oficios que no producen en el trabajador conflicto con el objeto de trabajo (los ladrillos, las naranjas, los coches, las cartas). En cambio, el trabajo con personas supone un continuo reto, ya que en él, inevitablemente se producirá un conflicto, de uno u otro cariz, que habremos de saber gestionar.
El trabajo con personas debe suponer una mejora de nuestra habilidad social y comunicativa, un adiestramiento de nuestra capacidad de relacionarnos y una adquisición de un método empático de relación, que, como decía el texto del principio, nos permitirá, en estos tiempos que corren, gestionar una clase.
Paso ya sin más a transcribir el resumen de esos tres capítulos.
I. HACIA UNA DEFINICIÓN DEL CONCEPTO DE RELACIÓN DE AYUDA.
El objetivo fundamental del estudio y adiestramiento de la relación de ayuda es aumentar la competencia relacional, la capacidad de relacionarnos con los demás, sobre todo en una relación con personas que reciben nuestra ayuda. Esta competencia relacional está constituida por diversos elementos:
* un conjunto de conocimientos: saber.
* la capacidad de utilizarlos en la práctica: saber hacer (destrezas, habilidades).
* un complejo de actitudes que permitan establecer buenas relaciones humanas con el que sufre: saber ser.

Concepto de relación de ayuda
“Podríamos definir la relación de ayuda diciendo que es aquella en la que uno de los participantes intenta hacer surgir, de una o de ambas partes, una mejor apreciación y expresión de los recursos ocultos del individuo y un uso más funcional de éstos” (Carl Rogers).
Se entiende el concepto de relación de ayuda como un modo de situarse en el terreno de las actitudes y de las habilidades relacionales al servicio del acompañamiento en los procesos de integración.
De todas las comparaciones usadas para representar la relación de ayuda, una de las más elocuentes es la que dice que consiste en caminar juntos. Caminar juntos expresa el lado arriesgado y la dimensión de confianza, de pacto y de gratuidad. El que acompaña pone al servicio de la persona acompañada los recursos de su experiencia, sin ocultar sus límites; la riqueza de su propia competencia. El acompañante y el acompañado examinan juntos los signos que indican la buena dirección, comparten las ansias y las esperanzas.

Las actitudes fundamentales de la relación de ayuda son la comprensión empática, la consideración positiva, o aceptación incondicional, y la autenticidad o congruencia.
Las expectativas de una persona necesitada de ayuda son, ante todo, ser comprendida a nivel emotivo, percibir que el ayudante vibra empáticamente con ella, ser acompañada en la exploración de la situación de dificultad y en la búsqueda de recursos, internos y externos, para afrontarla.
Estilo centrado en la persona: consideración holística o integral
Es muy importante no dividir a la persona en las diferentes áreas, descuidando en cualquier intervención de ayuda todas menos la que se presenta con mayor urgencia o intensidad. Centrarse en la persona para tener buenos resultados en la relación significa superar la tentación de captar una sola de las dimensiones del ser humano.
- dimensión corporal: es elemento esencial del ser persona, que no se reduce a ser mero instrumento, sino que es lenguaje, expresión de la interioridad, medio de comunicación con los semejantes, mediación del don total y sustancial de sí mismo, que es el amor. El uso de nuestro propio cuerpo (lenguaje no verbal) requiere una sana relación con él para que la relación con el ayudado sea libre y vehicule adecuadamente un mensaje eficaz.
- dimensión intelectual: es la capacidad de comprenderse a sí mismo y el mundo en que vivimos, mediante conocimientos, conceptos, ideas, capacidades de razonamiento, de intuición, de reflexión, etc. Una correcta consideración de la dimensión intelectual debe estar, pues, al servicio de la relación interpersonal.
- dimensión emotiva: La identificación de los propios sentimientos por parte del ayudante, la aceptación e integración de los mismos, es un trabajo constante que facilita la comprensión del destinatario de la relación de ayuda. Realizar un camino de integración de las propias emociones, aprender a darles nombre, aceptarlas, permitiendo que nos habiten y den color a nuestras relaciones, ser dueños de la manifestación de las mismas, es un proceso necesario para comprender el mundo emotivo del otro.
- dimensión social: No hay crisis que no afecte a la dimensión relacional. Un sano equilibrio en el tejido de las relaciones sociales del ayudante le permitirá cultivar sus diferentes dimensiones y desarrollar los distintos roles que sea capaz de ejercer.
- dimensión espiritual - religiosa: Toda persona tiene un conjunto de valores ideales (profesados) y reales (hechos propios). El mundo de los valores, de la pregunta por el sentido último de las cosas y la referencia a Dios- para el creyente - constituyen la dimensión espiritual y religiosa.
En síntesis, la madurez humana fruto de una integración armónica de las diferentes dimensiones pone al ayudante en predisposición para comprender el impacto que la situación de necesidad tiene sobre la persona y para acompañarla en un sentido global. En el fondo, se trata de un camino de crecimiento y maduración personal que el ayudante debe hacer para poder acompañar al otro centrándose en su persona y no en su problema, o en el impacto de éste en una sola dimensión de su ser. El objetivo de la consideración global de la persona es ayudar a sostenerla en los momentos de crisis, ayudarla a salir del estado de angustia, o a superar la culpa, el aislamiento, la alienación para conducirla a su propia realización en el máximo de potencialidades de cada una de sus dimensiones.

II. LA ACTITUD EMPÁTICA
Lo más importante no son los conocimientos ni las habilidades del ayudante, sino sus actitudes. Serán las mismas actitudes las que le lleven a poner sus conocimientos y sus habilidades o destrezas al servicio de las verdaderas necesidades del ayudado.
Concepto de empatía
Para que un diálogo, un encuentro entre personas, una interacción, sea de ayuda se requiere, en primer lugar, que en él se dé comprensión. Comprensión no sólo como capacidad de captar el significado de la experiencia ajena, sino también como capacidad de devolver este significado a quien lo vive, para que él sienta que realmente está siendo comprendido. La actitud que permite captar el mundo de referencia de otra persona es la empatía. Carkhuff considera la empatía como la capacidad de percibir correctamente lo que experimenta otra persona y de comunicar esta percepción en un lenguaje acomodado a los sentimientos de ésta.
El significado de la actitud empática es la disposición de una persona a ponerse en la situación existencial de otra, a comprender su estado emocional, a tomar conciencia íntima de sus sentimientos, a meterse en su experiencia y asumir su situación. Esto es empatía. Es como un sexto sentido, una forma de penetrar en el corazón del otro. Es ponerse a sí mismo entre paréntesis momentáneamente; es caminar con los zapatos del otro durante una parte del camino. No basta, simplemente, con que creamos haber comprendido a la otra persona. Debemos esforzarnos por hacerle ver que la hemos comprendido.
La empatía es la posibilidad de asimilar la persona del otro, de penetrar en su afectividad, de sentir con él (no lo mismo que él). Es la disposición interior del ayudante que permite llegar al corazón del ayudado, llegar a ver con sus ojos, escuchar con sus oídos y captar bien lo que la persona en dificultad siente en su mundo interior.
Dificultades de la empatía
Ser empático significa, ante todo, meterse en el mundo subjetivo del otro participando en su experiencia como si fuese la propia y en segundo lugar, transmitir al interlocutor la certeza de que ha sido comprendido. Se trata de una actitud exigente que sólo llega a ser espontánea mediante el adiestramiento.
Existen numerosas dificultades para desarrollar la actitud empática en las propias relaciones y en las de ayuda. Algunas de ellas son las siguientes:
1. La empatía exige la capacidad de “meterse en el punto de vista del otro”, poniendo entre paréntesis las propias opiniones, creencias, gustos...Para alcanzar este objetivo es necesaria una disciplina, un sentido del límite y un respeto de la diversidad. Esta disposición va contra la inclinación más natural, que consiste en tender a tranquilizar, a dar consejos, a proponer soluciones inmediatas. Es más fácil juzgar e interpretar que comunicar comprensión entrando en el mundo personal y único del ayudado.
2. Otra dificultad de la empatía es que, si realmente el ayudante se mete en el mundo interior del ayudado, su propia persona queda afectada, se encuentra con la propia vulnerabilidad.
3. Una dificultad más para poner en práctica la relación empática surge cuando no se consigue calibrar debidamente el grado de implicación emotiva, de modo que del comprender al otro como si fuera el otro se pasa a la simpatía, es decir, a la identificación emocional, a hacer propios los sentimientos del ayudado y a experimentar lo mismo que él.
III. LA ESCUCHA ACTIVA
“Nos han sido dadas dos orejas, pero sólo una boca,
para que podamos oír más y hablar menos” (Zenón de Elea)
Si la actitud empática es una disposición interior, para que ésta se explicite en la relación de manera visible y eficaz ha de traducirse en habilidades de comunicación. Por eso, la persona que está en disposición empática, bien adiestrada, será capaz de escuchar activamente, porque sólo así podrá tener acceso a la comprensión de la experiencia de aquel a quien quiere ayudar.
La escucha exige disposición a acoger el mundo exterior, el mensaje que se nos envía. La escucha, para que tenga lugar realmente, requiere atención. La atención y la observación son elementos de la habilidad de escuchar.
Qué significa escuchar
Escuchar significa mucho más que oír. Significa poner atención para oír. Significa, sobre todo, querer comprender, teniendo presente la imposibilidad de penetrar en una secuencia de signos fijos como son las palabras. Escuchar es centrarse en el otro. Pero centrarse en el otro es difícil; se consigue haciendo un esfuerzo. Supone hacer callar al conjunto de voces que murmuran dentro de nosotros y que se llaman recuerdos, remordimientos, alegrías, preocupaciones, sentimientos diferentes. Escuchar supone utilizar el “tiempo libre mental” en centrarlo en la persona que comunica.
Escuchar supone un cierto vacío de sí, de las cosas propias y de los prejuicios. Escuchar es, pues, acoger las expresiones de la vida del otro, leer las páginas del libro de la vida de la persona, que nos las enseña con confianza si nosotros nos situamos ante ella con atención, con respeto y con modestia. En el fondo, escuchar es centrarse en las verdaderas necesidades del ayudado.
Cómo se escucha activamente
Escuchar correctamente parece una actitud pasiva; sin embargo, es una actitud eminentemente activa, porque requiere estar muy presente a uno mismo e invertir todas las energías en todo lo que se está haciendo para vivir y ofrecer la mejor presencia. Escuchar correctamente es fatigosísimo: por la atención mental requerida, el compromiso emotivo, la participación en una emotividad a veces violenta o molesta que contrasta con nuestro modo de ser y de afrontar los problemas, la asistencia a la exposición de un material que no se comparte.
Saber escuchar es saber callarse por dentro y dar preferencia al otro; es liberarse a sí mismo de la propia obsesión y hacer espacio dentro de uno mismo para poder decir al que nos pide escucha: “Aquí estoy. Estoy aquí, a tu disposición. Soy libre para ti. Mi tiempo, es decir, yo que existo, es tuyo. Te lo regalo. Puedes ocupar mi mente y mi ánimo con lo que me quieras decir. Me he dado cuenta de que necesitas hablar.”
Se escucha, ante todo, con toda la persona. Ya Zenón de Elea decía hace 25 siglos que la naturaleza ha dado al hombre una lengua, pero dos oídos, de forma que pueda escuchar de los otros dos veces más de lo que puede hablar. Una importancia especial tiene la mirada, que es verdaderamente elocuente. La mirada está en estrecha relación con los sentimientos. La escucha activa se manifiesta en muchas ocasiones mediante monosílabos o interjecciones (Ah, sí, hum, etc.) que nos hacen estar presentes en el diálogo. Sin interrumpir la exposición del otro, sino respetándolo y dejándole hablar, respetando incluso el silencio, escuchando también el silencio, que nos puede hablar de la profundidad de cuanto está diciendo el otro, de sus dudas, de sus inseguridades, de su malestar, de su miedo...
Respetar el silencio en el diálogo significa escuchar al otro y ponerlo en el centro del interés. El que escucha con el corazón se convierte en instrumento de curación, porque da espacio a los otros para abrirse con creciente confianza y libertad y les permite sentirse comprendidos y afirmados. La conversación de ayuda supone un cierto hospedaje emotivo: el que sufre encuentra en el que le escucha un hospedaje, un “templo”, alguien en el que vivir. Dar a alguien la posibilidad de hablar es concederle la posibilidad de reducir la angustia, que a veces puede parecer que ahoga. En muchas ocasiones, el calor humano manifestado mediante la atención y la escucha es la única medicina que necesita alguien para curar o para morir en paz.
Hasta aquí el resumen. Si en él sustituimos las expresiones "el otro", "el ayudado", "al que se quiere ayudar" por "alumno" o "padre" o "compañero", nos encontraremos con una buena lección y unas magníficas pautas para aplicar en nuestra labor docente.
Sobre todo con los alumnos, hemos de saber escuchar de forma activa, hemos de penetrar en su mundo afectivo y comprender su estado emocional, hemos de centrarnos en la PERSONA del alumno, descubriendo en él todas sus dimensiones (corporal, intelectual, emotiva, social, trascendental o espiritual-religiosa), debemos caminar juntos, alumno y maestro, poner al servicio del alumno los recursos de nuestra experiencia, comprenderlo a nivel emotivo.
En definitiva, hoy en día al profesor no le basta saber. Debe además saber hacer y, sobre todo, saber ser.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Són unes paraules molt sàbies les d'aquest post. Tots els docents hauriem de reflexionar sobre aquest tema

anamariahoy dijo...

Como docente veo que es fundamental la empatía en la construcción del conocimiento. Sólo se aprende cuando hay conexión.