jueves, 25 de enero de 2007

Era de Sófocles, no de Esquilo (II)

Seguimos con el repaso a las sentencias de la tragedia Áyax de Sófocles. Lo hacemos hoy que hemos celebrado la Conversión de San Pablo. Por cierto, este día nos recuerda otro dicho que deberíamos aclarar; el dicho es "caerse del caballo, como San Pablo camino de Damasco". Incluso en el suplemento Crónica del periódico El Mundo, del domingo 17 de diciembre de 2006, en el que se habla del descubrimiento de la tumba del santo de Tarso en Roma, y que firma José Manuel Vidal, se hace una pequeña biografía de Pablo y también allí se dice que cayó del caballo, cuando iba camino de Damasco. Pues bien, pese a las representaciones pictóricas como ésta de Caravaggio, en ningún lugar del texto en el que se narra la conversión (Hechos de los Apóstoles, 9, 1-9) se dice que Saulo fuera a caballo; es más en el texto griego dice: ἐν δὲ τῷ πορεύεσθαι ἐγένετο αὐτὸν ἐγγίζειν τῇ Δαμασκῷ y en latín et cum iter faceret contigit ut appropinquaret Damasco, que, de ningún modo, permiten decir que fuera a caballo. Es, pues, una de esas expresiones viciadas, que conviene tener claras.
Bueno, seguimos ya con Sófocles.
Tras el segundo estásimo, se inicia un breve episodio en el que Áyax comunica a los marineros sus intenciones; el espectador capta en las palabras llenas de ironía trágica del héroe, sus verdaderas intenciones. Su intervención comienza así:
El tiempo largo y sin medida saca a la luz todo lo que era invisible, así como oculta lo que estaba claro. Nada hay que no se pueda esperar, sino que son doblegados, incluso, el terrible juramento y las mentes obstinadas.
En este mismo parlamento encontramos la cita que ha dado pie a estas entradas. En los versos 664-666 leemos: Cierto es el dicho de los hombres: "los dones de los enemigos no son tales y no aprovechan"(ἀλλ'ἔστ' ἀληθὴς ἡ βροτῶν παροιμία ἐχθρῶν ἄδωρα δῶρα κοὐκ ὀνήσιμα).
Más adelante, y en el mismo episodio, leemos una larga sentencia que destaca el inexorable paso del tiempo, los cambios en los ciclos vitales y aporta una reflexión sobre la amistad y la enemistad:
Las más terribles y resistentes cosas ceden ante mayores prerrogativas. Y así, los inviernos con sus pasos de nieve dejan paso al verano de buenos frutos. Y el círculo sombrío de la noche se aparta ante el día de blancos corceles para que brille su luz. Y el soplo de terribles vientos calma el ruidoso mar; el omnipotente sueño libera tras haber encadenado y no te tiene por siempre aunque te haya apresado. Y nosotros, ¿no vamos a aprender a ser sensatos? Yo, al menos, acabo de aprender que el enemigo deberá ser odiado por nosotros hasta un punto tal que también pueda ser amado en otra ocasión, y que voy a desear ayudar al amigo prestándole servicios en tanto que no va a durar siempre"
El fragmento se cierra con una cita bella, pero dura.
Pues para la mayor parte de los hombres no es de fiar el puerto de la amistad (τοῖς πολλοῖσι γὰρ βροτῶν ἄπιστός ἐσθ' ἑταιρείας λιμήν).
En el siguiente estásimo, y más en concreto en la antístrofa, el coro expresa una sentencia referida al poder devorador del tiempo:
Todo lo marchita el tiempo poderoso (Πάνθ᾿ ὁ μέγας χρόνος μαραίνει).
Hasta aquí esta nueva entrega de sentencias del Áyax sofocleo.

No quiero concluir sin aportar una cita de Gustave Flaubert, la correspondiente al jueves 25 de enero, que aparece en esa agenda del 2007, de la que hablaba en mi anterior entrada. Y si en mi anterior aportación, la frase de Chesterton rebajaba el tono gnómico y un tanto pesimista de Sófocles, la cita de Flaubert es un poco, o un mucho, demoledora:
La felicidad es una cosa monstruosa. Quienes la buscan no dejan de hallar castigo.

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