martes, 30 de enero de 2007

Era de Sófocles, no de Esquilo (III)

Ofrecemos la tercera entrega de este recorrido por las sentencias que jalonan el Áyax de Sófocles y que iniciamos a propósito de una de ellas, que, durante mucho tiempo, habíamos atribuído a Esquilo.
Decir, en primer lugar, que este recorrido se podría hacer en cualquiera de las tragedias griegas conservadas y no descartamos hacerlo en una próxima ocasión con otras del mismo autor.
Antes de seguir con ese repaso me tomo la libertad de citar dos sentencias que aparecen en el evangelio que se proclamó en la eucaristía del pasado domingo (Domingo IV del Tiempo Ordinario) y que son muy conocidas. Pertenecen al evangelista Lucas (4, 23-24) y son ambas pronunciadas por Jesús en la sinagoga de Nazaret, su patria. La primera es: médico, cúrate a ti mismo (en griego ἰατρέ, θεράπευσον σεαυτόν; en latín, medice, cura te ipsum). Jesús la pronuncia intuyendo el pensamiento de quienes lo escuchan: haz milagros en tu tierra, no en otros lugares. Puede tener varias interpretaciones. Normalmente usamos esta expresión dirigida a personas que ponen demasiado entusiasmo en corregir los defectos de los demás y Jesús va a dirigir duras palabras a sus compatriotas, hasta el punto que lo expulsarán de la sinagoga con intención de despeñarlo.
Después pronuncia el segundo proverbio adivinando lo que después pasará. Ningún profeta es aceptado en su tierra ( en griego: οὐδεὶς προφήτης δεκτός ἐστιν ἐν τῇ πατρίδι αὐτοῦ; en latín: nemo propheta acceptus est in patria sua). Con ello hace referencia al final que tuvo Jesús y también a la dificultad que comporta ser profeta (ser crítico, decir las verdades, denunciar las injusticias) en la propia patria. Ello traerá consigo dificultades para el profeta. Otro significado, el que más se usa hoy, es el que indica que muchas personas obtienen triunfos y reconocimiento, no en su patria, sino en el extranjero, En la Edad Media había una versión rimada: in patria natus non est propheta vocatus.
Y volvemos ya al Áyax.
En el diálogo lírico que establecen el coro y Tecmesa, ésta dice en los versos 964-965: los torpes no conocen lo valioso, aún teniéndolo en sus manos, hasta que se lo arrebatan (= οἱ γὰρ κακοὶ γνώμαισι τἀγάθὸν χεροῖν ἔχοντες οὐκ ἴσασι, πρίν τις ἐκβάλῃ).
En el episodio 4º, el hermano de Áyax, Teucro, muestra su consternación por la muerte de su hermano al tiempo que se preocupa por su cadáver. Es entonces cuando dice:
Todos suelen reírse de los muertos tan pronto como están caídos (= τοῖς θανοῦσί τοι φιλοῦσι πάντες κειμένοις ἐπεγγελᾶν).
Más adelante se produce un enfrentamiento (ἀγών) entre Menelao, que ha llegado para prohibir la sepultura de Áyax, y Teucro. En la intervención de Menealo hay estas dos sentencias:
- En una ciudad donde no reinase el temor, nunca se llevarían las leyes a buen cumplimiento, ni podría ser ya prudentemente guiado un ejército, si no hubiera una defensa del miedo y del respeto.
Es ésta una idea que expone también otro caudillo (el Creonte de la Antígona, cuando dice: al que la ciudad designa se le debe obedecer en lo pequeño, en lo justo y en lo contrario... No existe un mal mayor que la anarquía) y que arranca de la poesía homérica.
Menelao remacha la idea unos versos más adelante: Quien tiene temor y, a la vez, vergüenza sabe bien que tiene salvación (= δέος γὰρ ᾧ πρόσεστιν αἰσχύνη θ' ὁμοῦ, σωτηρίαν ἔχοντα τόνδ' ἐπίστασο). Y sigue añadiendo: Y donde se permite la insolencia y hacer lo que se quiera, piensa que una ciudad tal, con el tiempo caería al fondo, aunque corrieran vientos favorables.
El enfrentamiento Menelao-Teucro adquiere un tono fuerte que hace expresar al corifeo una frase que se nos antoja muy bella:
Las palabras duras, aunque estén cargadas de razón, muerden (= τὰ σκληρὰ γάρ τοι, κἂν ὑπερδίκ' ᾖ, δάκνει). El corifeo, sin duda, suscribiría la frase del general de los jesuitas Claudio Acquaviva (1543-1615): fortiter in re, suaviter in modo.
En el cuarto estásimo de la obra el coro enumera las penalidades que trae consigo la guerra:
¡Ojalá antes se hubiera sumergido en el amplio cielo o en el Hades, común a todos, aquel hombre que mostró a los helenos la guerra de odiosas armas que a todos afecta! ¡Oh infortunios creadores de infortunios nuevos! Ella fue la que empezó a destruir a los hombres.
Es un claro alegato antibelicista que no necesita ningún comentario y que merece que detengamos aquí el repaso a las sentencias del Áyax, más si cabe el 30 de enero en el que celebramos el día mundial de la PAZ.

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