lunes, 2 de julio de 2007

Filoctetes revisitado (y V, la pervivencia de Filoctetes)

Vamos a concluir nuestra serie dedicada a Filoctetes con dos ejemplos de pervivencia del mito, cerrando así un estudio que empezó con un poema de Johann Baptist Mayrhofer (1787-1836) sobre este personaje tan interesante para la reflexión sobre aspectos como el dolor, la exclusión, el arte de la mentira, la influencia de la educación y la naturaleza en el ser humano, la razón de Estado, etc.
Dos obras teatrales del siglo XX toman por asunto el mito de Filoctetes, el Philoktet de Heiner Müller, del cual no hablaremos, y Filoctetes de John Jesurun.
De esta última obra ofrecemos la información obtenida en Internet sobre representación en México en el año 2001 de una versión de la obra. Se trata de tres artículos sobre la misma representación.
Una moderna versión sobre exclusión y abandono (por Patricia Peñaloza)
Tres hombres solos en una isla. Uno de ellos, el excluido y olvidado, es víctima de la incomprensión de los otros; los dos restantes, quienes han rechazado al primero, no pueden al mismo tiempo abandonarlo del todo, pues le necesitan para lavar su culpa. Un intercambio intempestivo de pensamientos y reclamos en voz alta que podría desarrollarse entre tres personas o una misma partida en tres, ya en la antigua Grecia o ahora mismo.
Se trata de una versión moderna de Filoctetes de Sófocles, creación del dramaturgo neoyorkino John Jesurun, la cual se presenta, bajo la adaptación y dirección de Martín Acosta, en la Sala Villaurrutia de la Unidad Artística y Cultural del Bosque.
Montada de manera compleja y arriesgada, esta moderna versión brinda al espectador una sensación abigarrada, caótica, alrededor de la soledad y el abandono. Todo esto, mediante discusiones, recuerdos, imaginaciones. Lo suficientemente antigua como para hablar de guerreros, soldados de arco y flecha, invasiones a Troya, pero lo bastante superpuesta, fragmentada, desestructurada, atemporal, como para ser contemporánea.
Filoctetes es un general griego miembro de la expedición militar a Troya y poseedor del arco y las flechas mágicas de Hércules. En el viaje es mordido por una serpiente; recibe una herida tan dolorosa y debilitante que sus amigos Ulises y Neoptólemo lo abandonan en la isla desierta de Lemnos. Después de diez años, los griegos habrán logrado muy poco progreso en el asedio de Troya. Entonces un adivino les dice que sólo se podrá ganar con el arco y las flechas mágicas de Hércules. Ulises y Neoptólemo, hijo de Aquiles, viajan a Lemnos por el arco. La obra comienza en este punto.
La historia se desarrolla a través del diálogo entre los tres personajes. Aunque es lógico que Filoctetes está muerto, éste se halla más vivo que nunca para hablarles de las verdades que ha conocido al vivir diez años en esa isla. Las palabras de éste pueden ser los mismos pensamientos de sus detractores, un fantasma, o acaso los tres se hallen en una misma dimensión ubicada entre la vida y la muerte. Tal vez exista sólo uno de ellos; tal vez no exista ninguno.
El arco y las flechas, motores originales del viaje y el encuentro, pasan a segundo plano. Cada personaje representará las diferentes personalidades que pueden habitar a un mismo hombre o a un mismo triángulo de personas que conforman una fuerte relación humana, creadora de la historia misma.
Filoctetes es sin duda quien lleva sobre sí el peso de las reflexiones, a manera, digamos, de una conciencia colectiva, o de quien luego de muerto regresa del más allá para hacer ver a los vivos sus necedades.
A modo de extractos pide a momentos que lo amen y después lo maten, pues afirma no importarle la muerte si antes han de amarlo y se han de apiadar de él. Expresa que si el amor ha de llevarlo a la muerte, que entonces así sea antes de ser excluido, abandonado. Por su parte, Ulises, portando una gruesa máscara de orgullo asegura: “No quiero ver más”; no acepta su responsabilidad, critica y humilla a Filoctetes, y le achaca la culpa de lo que le pasa, de manera hipócrita: “Eres la podredumbre de la sociedad”, para entre ambos crear espejo, hacer ver que uno es reflejo del otro, acción que más tarde se repetirá de diferente manera con Neoptólemo a través de un juego de palabras aparentemente interminable, cual serpiente mordiendo su cola.
Más tarde, aunque Filoctetes quiere convencerse de que su vergüenza es inútil, exhorta luego a los otros a no temer al oprobio que le genera la podredumbre de la cual es presa: “un día ya no recordarán los reproches”. El personaje va evolucionando en la confrontación del mal que le aqueja, y del desprecio a sí mismo, pasa a su revaloración: “Me amo a mí mismo a pesar de mi fealdad”.
De alguna manera, la metáfora general bien podría ser aplicada a un actual enfermo de SIDA o a cualquier otro enfermo terminal, así como a las comunidades que viven en la miseria.
La puesta en escena resulta irónica, audaz; la escenografía y los elementos escénicos son propositivos, minimalistas, y el diseño sonoro es altamente afortunado. Destaca la alucinante actuación del protagonista Arturo Reyes (Filoctetes).
Vale la pena atender a las acrobacias verbales y corporales que logra Reyes, sus desplantes escénicos, los recursos del director para crear intenciones distintas entre sí con el sencillo auxilio de una roca, un espejo convexo, tres sillas y una varilla metálica. De igual modo, despierta una aguda atención al texto, una reflexión a propósito del abandono y la hipocresía de una sociedad ensoberbecida.
Filoctetes, de Sófocles, llevado al plano de la sociedad contemporánea
“Para que aprendan el lenguaje del sufrimiento y aprendan el lenguaje de los muertos”, sentenció Filoctetes durante su estreno el pasado fin de semana, en la Sala Xavier Villaurrutia de la Unidad Artística y Cultural del Bosque.
A partir de la versión que el dramaturgo neoyorquino John Jesurun escribe del clásico de Sófocles y dirigida por Martín Acosta, esta puesta en escena se ubica en la mitológica isla de Lemnos que igual se visualiza como la habitación de algún hotel en la que vive recluido el personaje principal.
La soledad de Filoctetes en su isla-habitación se ve de pronto interrumpida por la llegada de Ulises y Neoptólemo, que han salido de Troya con el objetivo de encontrarle o, en su defecto, hallar el arco y las flechas que Hércules le obsequiara tiempo atrás.
¿Pero qué representan ese arco y sus flechas en esta moderna versión de Filoctetes? La develación de un misterio. Después de haberlo abandonado, Ulises siente la necesidad de saber qué es lo que ha aprendido Filoctetes de la soledad, de la angustia y el dolor al que fue condenó tiempo atrás, dejándolo herido en esa misma isla-habitación.
Ulises encuentra a un Filoctetes en la etapa terminal de su enfermedad. No fue necesario que Jesurun nombrara el tipo de malestar que termina lentamente con la vida del personaje que sufre los estragos del SIDA y la mordida de serpiente que tanto menciona, es la indiferencia e ignorancia de una sociedad que prefiere mantenerlo aislado. Ulises mismo representa esa sociedad, ya que fue él quien propició el abandono.
De esta manera, a partir de la indiferencia de Ulises, la agresividad, la confusión y el temor de un joven Neoptólemo que vive atrapado en el mundo de las drogas, en busca del amor; y la sabiduría contenida en un Filoctetes sarcástico ante la duda que atormenta a sus necios acompañantes, Jesurun hace un llamado al espectador e incluso le incita a preguntarse por qué el “Señor” exige sufrimiento y dolor a cambio de su amor.
El montaje centra su filosofía en el cuerpo (de un joven, un viejo y un muerto como lo llama en su momento el personaje central) y plantea una serie de cuestionamientos en torno a la moral, a la religión y la muerte. En repetidas ocasiones el sufrimiento orilla al personaje principal a preguntarse por qué debe experimentar regocijo mientras una sociedad entera lo condena a la soledad en tanto que Dios le confiere el dolor.
Al final, cuando Filoctetes logra por fin esa libertad corporal y espiritual por él ambicionada, aparece un Ulises ya enfermo, en plena soledad y sin rumbo, y a un Neoptólemo más seguro aunque también con el dolor a cuestas.
Apoyada en una escenografía sencilla (sólo tres sillas, una mesa, una máquina de escribir, dos piedras y un espejo) y con un excelente manejo de la iluminación (se puede apreciar el sello sin igual de Matías Gorlero), la puesta en escena encierra un mundo de símbolos que lo mismo hablan de la carga que representa para el hombre vivir en una sociedad que censura a quienes se salen de los cánones establecidos, así como del intento por reafirmar su identidad cuando ha sido señalado.
Cabe destacar, de igual manera, la dirección de Martín Acosta (que no olvida poner en antecedentes al espectador), así como las actuaciones de Arturo Reyes, Marco Pérez y Roberto Soto.
Tal vez después de ver esta obra, el espectador pueda contestar la pregunta que el joven Neoptólemo hace en medio de la confusión y el dolor de ver el sufrimiento de Filoctetes: ¿Tiene que ver con el amor?
Filoctetes (Olga Saavedra)
Recuperar el arco y las flechas mágicas de Hércules es el objetivo. La propuesta es hecha por John Jesurun, becario de la Fundación MacArthur, a partir de una traducción del mismo Jesurun, de Erwin Veytia y Martín Acosta, este último, becario de la Foundation for Contemporary Performance Arts de New York y miembro del Sistema Nacional de Creadores.
La acción nos lleva a la desierta isla de Lemnos, en donde tres hombres solos –Filoctetes, Ulises y Neoptólemo– y muchas preguntas lanzadas como flechas, serán la rueda que impulsará la acción.
Las palabras-flechas reflejarán a su paso la ansiedad de Ulises, el rencor y odio de Filoctetes abandonado tiempo atrás en esta isla, y la juvenil curiosidad de Neoptólemo. Filoctetes es un general griego miembro de la expedición militar a Troya. Él posee el arco y las flechas mágicas de Hércules. Durante el viaje a Troya, Filoctetes es mordido por una serpiente. La herida es muy dolorosa y debilitante y sus compañeros de viaje, entre ellos su amigo Ulises, deciden abandonarlo en Lemnos.
Las batallas se dan y a lo largo de diez años los griegos asedian Troya sin resultados. Un adivino les indica que ganarán cuando posean el arco y las flechas mágicas de Hércules. Así que Ulises y el hijo de Aquiles, Neoptólemo, deciden viajar a Lemnos a buscar aquello que les dará la gloria.
Y es aquí en donde inicia la acción, con Ulises y Neoptólemo llegando a Lemnos en búsqueda del solitario poseedor de los instrumentos prodigiosos. Pero pronto nos encontramos presos de ese triángulo que forman los personajes y en el cual se mueven sin llegar a un punto concreto, pues se encuentran limitados por sus propias pasiones: “Somos un triángulo visible e indivisible.”
Filoctetes es como un recuerdo, como una sombra que de tanto dolor se marcó en las piedras de la isla y no se sabe si en realidad se habla con el cuerpo, con el espíritu, con ambos, o sólo con un fantasma creado en sus mentes ¿Está muerto?
Sea lo uno o lo otro, su dolor es evidente y su pierna herida por la mordedura es como un río que ha invadido su cuerpo invocado y su espíritu humillado. Pero ¿qué clase de serpiente lo mordió? Filoctetes sólo nos da una pista: “Tenía la forma de la dulzura.”
Ulises, fuerte, pragmático y bañado con la luz del éxito, pierde pronto la paciencia y sus palabras como aguijones urgen la entrega esperada: “Dame el arco y te mataré”, exige y amenaza a Filoctetes y éste, con la misma eficacia, responde: “Mátame y te daré el arco.”
El enfrentamiento es feroz y sin embargo tenue. Bajo el paso del tiempo la furia de los mares se ha calmado en apariencia pero en el fondo subyacen los remordimientos, el odio, la sed de venganza y la impotencia por la pérdida continua de batallas libradas o futuras, en el espíritu o en tierra firme.
Las palabras brotan de cada uno y nos engañan porque parece que son una respuesta. Acudimos a una metamorfosis gramatical-biológica en donde las palabras devienen virus contaminantes de inquietud e incertidumbre.
Filoctetes ha tenido el tiempo necesario para bordar sobre su dolor, para acumular resentimientos y desear que quienes pierdan sean los aqueos. No va a ceder fácilmente el arco ni las flechas. Es como si no dejara de preguntarse: “¿Quién me dejó aquí? ¿Por qué me dejaron aquí?”
Para el joven Neoptólemo la figura de Filoctetes es enigmática y repugnante a la vez; “¿Qué dios te lanzó dentro de mi órbita?” “¿Qué célula te mudó la existencia? ¿Quién o qué pudo hacerlo y por qué? ¿Quién eres?” Y su aparente dulzura intenta lograr lo que la fortaleza de Ulises no ha podido.
En sus ansias por resolver el acertijo, Neoptólemo pregunta una y otra vez: “¿Tiene algo que ver con el amor?”, y su voz es como un eco suave que aminora la tensión.
Ir en búsqueda del arco y las flechas es una aventura que nos sumerge en una atmósfera de arena, mar, sangre y sentimientos; de sensaciones fuertes pero adormecidas que van despertando paulatinamente con el rumor de los vientos pasados.
Ulises, Filoctetes y Neoptólemo parecen tan astutos para engañarnos que no sabemos quién habla realmente en esta suerte de alteración semántica barnizada con humor y aires modernos. Cuando Filoctetes se queja de dolor, Neoptólemo pregunta al público: “¿Alguien trae una aspirina?”
Mientras todo esto sucede, al otro lado del mar sigue la guerra. Y en Lemnos los tres hombres solos siguen formulándose reclamos interminables que nos envuelven y también nos hacen dudar en dónde estamos. ¿Regresamos al inicio? ¿Estamos a la mitad? ¿Y el arco y las flechas? Preguntas que se quedan atrapadas en la figura de Filoctetes, personificado por Arturo Reyes, quien desaparece con ellas en la oscuridad concluyendo su historia: “Y eso fue todo... buenas noches.”
Por su parte, Sonia Silva escribe:
Como una experiencia muy fuerte, esto debido a su complejidad y a su estructura laberíntica desde el punto de vista dramático, calificó Martín Acosta la puesta en escena de Filoctetes, que actualmente dirige en la Sala Xavier Villaurrutia de la Unidad Artística y Cultural del Bosque y que el próximo domingo 1° de abril (de 2001) concluye su temporada.
No es fácil encontrar interlocutores, espectadores, para este tipo de obras que plantean mitos griegos, reconoce el director escénico, quien también dijo que la puesta en escena fue de menos a más.” Afortunadamente, en las últimas semanas la recepción ha sido mucho más amplia”.
Sostiene que un director desde que tiene la obra en sus manos calcula el público que va a recibir; “Filoctetes ha encontrado poco a poco sus interlocutores y desafortunadamente en este momento sí es necesario cerrar (temporada), pues existen muchos proyectos detrás”, comentó.
También expresó que, sin embargo, los mitos griegos son muy generosos y sólo se debe encontrar la manera de contextualizarlos, como fue en este caso el mito de Sófocles.
“El autor, John Jesurun, se encargó de eso, de contextualizar la obra. Lo difícil es el lenguaje, de igual manera que en la tragedia griega. En realidad lo que el dramaturgo hace es un gran poema dramático, un poema ético con muchos poemas contemporáneos”, señaló.
Y es que en este poema ético al que se refiere Acosta, se hace referencia desde lo más culterano a lo más pop, desde Madona hasta Nietzsche; y en donde, de igual manera, se pueden apreciar combinaciones múltiples.
“El tema no es nada obvio. Nosotros no queríamos traicionar al autor, pues Jesurun nunca menciona la palabra SIDA en la obra, entonces, la deducción tiene que ser dada a través de la relación entre los personajes y eso es lo que tratamos de hacer: el problema no es el SIDA en sí mismo”, explicó.
Acosta cuestiona: ¿Qué pasa con un ser, cualquiera que éste sea, si tiene alguna enfermedad de esta naturaleza? Es marginado, puesto en un rincón. Después llegan a pedirle perdón y ayuda porque le necesitan. “Esta es la situación dramática con la que nosotros arrancamos”.
Dijo también que el mito griego sirve para todo, pues es muy flexible. “Por eso Edipo nos sirve casi para todo y Orestes nos sirve para matar a nuestra madre cada que queremos... en realidad sólo es cuestión de poner el mito en términos contemporáneos y eso hace el autor”.


Hasta aquí nuestra "larga" serie dedicada al personaje de Filoctetes y, especialmente, a la tragedia homónima de Sófocles. Nuestra única intención era invitar, impulsar o mover a la relectura de esta tragedia sofoclea, poseedora, sin duda, de elementos muy ricos e interesantes, de plena actualidad.


Si lo hemos conseguido, nos damos por satisfechos.
Como colofón, una frase de la tragedia:
476 Para los hombres bien nacidos, lo moralmente vergonzoso es aborrecible y lo virtuoso es digno de gloria (τοῖσι γενναίοισί τοι τό τ᾿ αἰσχρὸν ἐχθρὸν καὶ τὸ χρηστὸν εὐκλεές).

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