miércoles, 16 de enero de 2008

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (XIV)

Seguimos, de alguna forma, con el evangelio y su significado y objetivo. Ahora aportamos un texto del teólogo Hans Küng de su libro de 1992 Credo, en el original alemán Credo. Das Apostoliche Glaubensbekenntnis Zeitgenossen erklärt = La profesión de fe de los apóstoles explicada a los contemporáneos. La traducción es de Carmen Gauger, en la editorial Trotta.
Es, en concreto, el capítulo 4 que hemos elegido por dos razones: porque habla de un acontecimiento, cuyo recuerdo hemos celebrado recientemente, la Navidad, y porque ofrecen ilustrativas e interesantes reflexiones sobre Jesús y su figura y mensaje.
La dimensión política de la Navidad.
Como hemos visto, los evangelios de la infancia, aunque no sean un relato histórico, son verdaderos a su manera, proclaman una verdad que es más que la verdad de unos hechos históricos. Y eso puede suceder de modo más plástico y puede dejar una huella más honda bajo la forma de relato – el relato, legendario en sus pormenores, del niño del pesebre de Belén – que mediante una partida de nacimiento, por muy correctamente que estén consignados en ella el lugar y la fecha. Basta reconsiderar en su contexto histórico los textos bíblicos originales sobre el nacimiento de Jesús para comprender por qué en el credo se habla de Jesucristo “nuestro Señor”: Dominus Noster.
Si se tiene presente la constelación político-religiosa de entonces y quiénes eran los que detentaban el poder, empieza a vislumbrarse cierto germen de una teología de la liberación, que constituye el necesario contrapeso político a la psicoteología contemporánea. Basta leer atentamente esos evangelios de la Natividad para observar lo siguiente:
- En ninguna parte se habla de “noche callada” (Stille Nacht) ni de “dulce niño de ensortijados cabellos” (Holder Knabe in lockigem Haar) / ambas citas pertenecen al famoso villancico Stille Nacht, Noche de paz/; el pesebre, los pañales, son signos concretos que proceden de un mundo humilde y pobre.
- El Salvador de los menesterosos nacido en un establo pone de manifiesto una clara toma de posición a favor de los desprovistos de nombre y de poder (los “pastores”) y en contra de los poderosos mencionados por su nombre (el emperador Augusto, el prefecto imperial Quirino).
- El “Magnificat” de María, la “esclava del Señor” plena de gracia, que habla de la humillación de los poderosos y de la exaltación de los humildes, de la saciedad de los hambrientos y de la postergación de los ricos, anuncia combativamente una inversión de la jerarquía de valores.
- La noche sagrada del recién nacido no se puede separar de su actividad y de su destino tres décadas más tarde; el niño del pesebre lleva ya, por así decir, la señal de la cruz en la frente.
- Ya en las escenas de la Anunciación a María (a María y a los pastores), que constituyen sin duda alguna el centro del evangelio de la Natividad, se pone de manifiesto (de manera similar al ulterior proceso ante el tribunal judío), con la acumulación de títulos de soberanía – Hijo de Dios, Salvador, Mesías, Rey, Señor -, la completa profesión de fe de la comunidad cristiana, de manera que la dominación le corresponde no al emperador Augusto sino a aquel niño.
- Y, finalmente, en lugar de la falaz Pax Romana, pagada con la subida de impuestos, la escalada del armamento, la presión sobre las minorías y el pesimismo propio del bienestar, se anuncia aquí con “gran júbilo” la verdadera Pax Christi, basada en un nuevo orden de las relaciones humanas, bajo el signo de la benevolencia de Dios para con los hombres y de la paz entre los hombres.
Así, pues, al salvador político y a la teología política del Imperio romano, una teología que respaldaba ideológicamente la política pacificadora del emperador, el evangelio de la Navidad contrapone la verdadera paz. Esa paz no puede esperarse cuando se dan honores divinos a un hombre, sea autócrata o teócrata, sino cuando sólo se rinde honor a Dios “en las alturas” y su complacencia descansa sobre los hombres. No de los prepotentes emperadores romanos, sino de ese niño indefenso, carente de poder, se espera a partir de ahora (terapéuticamente) la paz de espíritu y (políticamente) el final de las guerras, se espera la liberación del miedo y unas condiciones de vida que la hagan digna de ser vivida, se espera la dicha común, en resumen, el bienestar de todos, es decir, la “salvación” de los hombres y del mundo.
Esto también es comprensible para el hombre de hoy: el evangelio de la Navidad, entendido bien, es todo lo contrario de una historia edificante o sutilmente psicológica sobre el niño Jesús. Todos esos relatos bíblicos son narraciones cristológicas de muy honda reflexión teológica, al servicio de una predicación perfectamente concreta, que quiere poner de relieve de manera plástica, artística y con una radical crítica de la sociedad la verdadera importancia de Jesús como el Mesías que ha de salvar a todos los pueblos de la tierra. Esos evangelios de la Navidad no son, pues, una especie de primera fase de una biografía de Jesús o de una deliciosa historia de familia, ni son tampoco unas instrucciones terapéuticas, apenas diferentes del mito egipcio. Son, antes bien, una poderosa obertura de los grandes evangelios de Mateo y Lucas, la cual (como muchas buenas oberturas) contiene, como en una semilla, el mensaje que después se desarrollará narrativamente. Son la puerta de entrada al evangelio: en Jesús, el elegido de Dios, se han cumplido las promesas a los “Patriarcas” de la primera Alianza.
Con ello queda claro: el centro del evangelio no está constituido por los acontecimientos en torno al nacimiento de Jesús. El centro es Él, Jesucristo, con sus palabras completamente personales, sus obras y su Pasión. Él, como persona viva, que vive y gobierna en espíritu aún después de la muerte, Él es el centro. Con su mensaje, con su conducta, con su destino, ofrece la norma, muy concreta, por la que pueden regirse los hombres. Y ese Jesús no ha obrado a través de sueños o en sueños, sino a la clara luz de la historia. Y aunque él no haya dejado escrita una sola palabra, aunque sobre él sólo poseamos textos de carácter homilético y, por tanto, sólo indirectamente históricos, no cabe discusión: Jesús de Nazaret es una figura de la historia y, como tal, se distingue no sólo de todas las figuras de mitos, sagas, cuantos y leyendas, sino también de otras importantes figuras de la historia de las religiones, muy en especial - y muchos muestran hoy más interés por ella que por la religión egipcia – de la religión india, plena de vida y rica en mitos.
Hasta aquí este primer fragmento del libro Credo de Hans Küng. Más adelante ofreceremos otro.

La voz de Jesús (2)
Tras el texto de Küng, vamos con la selección de palabras de Jesús extraídas del evangelio de Marcos.
No hemos hallado en este evangelista muchos fragmentos que podamos ofrecer en esta serie. Ya lo hemos advertido: no ofrecemos palabras de Jesús que puedan ser válidas para cristianos, ni siquiera para creyentes. Pensamos que las que seleccionamos tienen una aplicación plausible en la forma de enfocar las relaciones humanas de cualquier persona.
En respuesta a los fariseos y letrados que acusaban a sus discípulos de comer con las manos impuras, Jesús expresa la idea de que no es lo externo lo que mancha al hombre, sino lo que hay en su interior.

Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. (Mc 7, 21-23)

Quod de homine exit, illud coinquinat hominem; ab intus enim de corde hominum cogitationes malae procedunt, fornicationes, furta, homicidia, adulteria, avaritiae, nequitiae, dolus, impudicitia, oculus malus, blasphemia, superbia, stultitia omnia haec mala ab intus procedunt et coinquinant hominem.

Τὸ ἐκ τοῦ ἀνθρώπου ἐκπορευόμενον ἐκεῖνο κοινοῖ τὸν ἄνθρωπον· ἔσωθεν γὰρ ἐκ τῆς καρδίας τῶν ἀνθρώπων οἱ διαλογισμοὶ οἱ κακοὶ ἐκπορεύονται, πορνεῖαι, κλοπαί, φόνοι, μοιχεῖαι, πλεονεξίαι, πονηρίαι, δόλος, ἀσέλγεια, ὀφθαλμὸς πονηρός, βλασφημία, ὑπερηφανία, ἀφροσύνη· πάντα ταῦτα τὰ πονηρὰ ἔσωθεν ἐκπορεύεται καὶ κοινοῖ τὸν ἄνθρωπον.

Una de las actitudes más valoradas hoy, pero más difícil de poner en práctica, por la renuncia y el compromiso que comporta, es la de servicio, la de estar siempre al lado de los demás, de forma incondicional, especialmente, con los más necesitados. Es un aspecto capital en el mensaje de Jesús: el servicio vivido desde el amor.
Y también en las relaciones personales, esta actitud puede, y debe, ser decisiva. La buena disposición hacia los demás, la ayuda al amigo o compañero en apuros, el compromiso en el trabajo, en instituciones sociocaritativas, médicas, culturales, etc. Puede redundar en una mejor comprensión de las personas que, forzosamente, traerá consigo una relación más fluida.


Ante la sospecha cierta de que sus discípulos discutían acerca del reparto de “canonjías”, es decir, de ver quién era el más importante, Jesús establece el servicio a los demás como signo de distinción del cristiano, poniéndose a Él mismo como ejemplo; debería ser un signo de distinción no sólo del cristiano, la disposición de ayudar a los demás y estar a su servicio debería ser propia de todo ser humano.

Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos. (Mc, 10 42-45).

Scitis quia hi, qui videntur principari gentibus, dominantur eis, et principes eorum potestatem habent ipsorum. Non ita est autem in vobis, sed quicumque voluerit fieri maior inter vos, erit vester minister; et, quicumque voluerit in vobis primus esse, erit omnium servus; nam et Filius hominis non venit, ut ministraretur ei, sed ut ministraret et daret animam suam redemptionem pro multis.

Οἴδατε ὅτι οἱ δοκοῦντες ἄρχειν τῶν ἐθνῶν κατακυριεύουσιν αὐτῶν καὶ οἱ μεγάλοι αὐτῶν κατεξουσιάζουσιν αὐτῶν. οὐχ οὕτως δέ ἐστιν ἐν ὑμῖν· ἀλλ' ὃς ἂν θέλῃ μέγας γενέσθαι ἐν ὑμῖν, ἔσται ὑμῶν διἀκονος, καὶ ὃς ἂν θέλῃ ἐν ὑμῖν εἶναι πρῶτος, ἔσται πἀντων δοῦλος· καὶ γὰρ ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου οὐκ ἦλθεν διακονηθῆναι ἀλλὰ διακονῆσαι καὶ δοῦναι τὴν ψυχὴν αὐτοῦ λύτρον ἀντὶ πολλῶν.


Hasta aquí este segundo capítulo, dedicado a la voz de Jesús, en esta larga serie Voces griegas (y latinas).

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