miércoles, 2 de enero de 2008

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (XII)


En este primer artículo del 2008 en nuestro blog, deseamos que nuestros lectores lo hayan iniciado con serenidad, esperanza y salud y, lo que es más importante, que continúe por estos mismos senderos o por los que cada uno se haya marcado, sabiendo, no obstante, que la vida es el mejor regalo que nos ha traído el año nuevo y que, en este mundo tan "enredado", en el buen sentido de la palabra, todos dependemos unos de otros y nuestra actuación puede marcar la vida de otras personas, como bellamente narra Frank Kapra en su película ¡Qué bello es vivir! (It's a wonderful life), que, fiel a mi tradición, he visto el día de Navidad del pasado 2007.

Finalizamos con este artículo el repaso que hemos hecho a las Disertaciones de Epicteto, en esta serie, que ya llega a su término, dedicada a glosar qué dijeron de interesante sobre las relaciones personales, la elección de amigos, la comunicación con nuestros semejantes, la superación de los infortunios, voces griegas y latinas del pasado, especialmente filósofos como Teofrasto, Séneca, Aristóteles, Marco Aurelio y Epicteto.
En el comienzo del capítulo II del Libro II nos encontramos con un texto muy interesante, muy próximo al discurso de Marco Aurelio. Depende de nosotros y nuestra elección lo que nos pueda ocurrir y cómo dirijamos nuestra existencia. En un hipotético juicio, saber que en nuestra mano está desear o rechazar, será desde el exordio hasta el epílogo.

Libro II. Capítulo II (Sobre la imperturbabilidad)
Mira tú, que vas a juicio, qué quieres conservar y a dónde quieres ir a parar. Pues si quieres conservar el albedrío conforme a naturaleza, tienes toda la seguridad, toda la comodidad, no tienes problemas. Si pretendes conservar lo que hay en ti libre e independiente por naturaleza y te basta con eso, ¿qué podrá apartarte de ello? ¿Quién es dueño de ello? ¿Quién puede arrebatártelo?
Si quieres ser respetuoso y honrado, ¿quién no te lo va a permitir? Si quieres no verte obstaculizado ni forzado, ¿quién te forzará a desear lo que no te parece deseable, quién a rechazar lo que no se te muestra rechazable? ¿Y qué? Te amenazará con algo que se considere temible, pero ¿cómo puede conseguir que lo experimentes con rechazo? Por tanto, mientras esté en tu mano el desear y rechazar, ¿de qué te preocupas? Para ti eso ha de ser el exordio, eso la exposición, eso la prueba, eso la victoria, eso el epílogo, eso la aprobación.



Por eso respondió Sócrates al que le recordaba que se preparara para el juicio: “¿No te parece que me he estado preparando para ello toda la vida?” (
referencia a la Apología de Sócrates, capítulo 2, de Jenofonte).
- ¿Con qué preparación?
- Guardé – responde – lo que dependía de mí.
- ¿Cómo?
- Nunca hice nada injusto en público ni en privado.


En el capítulo XV del Libro II hay una reflexión sobre los que deciden mantenerse inflexibles en sus decisiones. Trata sobre un caso concreto de alguien que ha decidido dejarse morir de hambre. Es un caso extremo, pero podemos aplicar la reflexión a otras muchas decisiones que tomamos y de las que no queremos apearnos. Una vez más debemos mostrar nuestra absoluta oposición al suicidio y si aportamos este fragmento es más por lo que tiene de reflexión sobre la conveniencia de no encastillarnos en nuestras decisiones.

Libro II. Capítulo XV (A los que se mantienen inflexibles en lo que decidieron)
Así, cierto compañero mío decidió, sin causa alguna, dejarse morir de hambre. Yo me enteré cuando ya él llevaba tres días de abstinencia y fui a informarme de qué pasaba.
- He tomado una decisión – dijo -.
- Pero, de todas maneras, ¿qué fue lo que te decidió? Si decidiste de un modo correcto, mira, estamos a tu lado y te ayudaremos a morir; pero si decidiste de un modo irracional, cambia de opinión.
- Hay que mantenerse en las decisiones.

- ¿Qué haces, hombre? No en todas, sino en las correctas. Porque sientas ahora que es de noche, si te parece, no cambies de opinión, sino manténte y di que hay que mantenerse en las decisiones. ¿No quieres plantear el principio y los fundamentos, fijarte en si la decisión es saludable o no es saludable y así construir después sobre ella el vigor, la firmeza? Pero si debajo pones lo pútrido y decadente, no hay edificio. Entonces, ¿qué? Cuantas más cosas y más fuertes construyas sobre ello, tanto más rápidamente se vendrán abajo. Sin causa de ninguna clase nos arrebatas de la vida a una persona amiga y compañera, ciudadano de la misma ciudad, tanto de la grande (el mundo) como de la pequeña; luego, mientras cometes el crimen y matas a un hombre que ningún mal ha hecho, dices que hay que mantenerse en las decisiones. Si por alguna vez se te ocurriera matarme, ¿tendrías que mantenerte en tus decisiones?
A duras penas se le hizo cambiar de opinión. Pero algunos de los de ahora no hay manera de que cambien de opinión. De modo que me parece que ahora sé lo que antes ignoraba, qué significa el dicho corriente: “Al necio no le puedes convencer ni hacerlo ceder”. ¡Que no me ocurra tener por amigo a un sabio necio!


El capítulo XXI del Libro II habla sobre lo que cuesta confesar los propios defectos, o, al menos, algunos muy concretos. Tras la reflexión sobre esa dificultad para manifestar según qué defectos, Epicteto hace una apelación muy bella a nuestra propia persona, llamándonos a reflexionar sobre nuestra personalidad, nuestras virtudes y nuestra disposición.

Libro II. Capítulo XXI (Sobre la incongruencia)
Los hombres confiesan algunos de sus defectos fácilmente, pero otros difícilmente. Y es que nadie reconocerá que es un insensato o un majadero, sino que, muy al contrario, a todos les oirás decir: ”¡Ojalá tuviera tanta suerte como buen sentido!”. Sin embargo, los tímidos fácilmente reconocen que lo son y dicen: “Yo soy bastante tímido, lo reconozco. Pero, por lo demás, no hallarás que yo sea un simple”.
Nadie reconocerá con facilidad ser incontinente ni injusto, en absoluto; envidioso o meticón, no con mucha frecuencia; misericordioso, los más. ¿Cuál es entonces la razón? La principal, la incongruencia y la inquietud en lo relativo a los bienes y los males, pero otros tienen otras razones y casi todo aquello que se imaginan que es deshonroso con frecuencia no lo confiesan. El ser tímido se imaginan que es propio de un carácter apacible, e igualmente el ser misericordioso; pero el ser estúpido, completamente de esclavos. Tampoco admiten las ofensas a la sociabilidad.

La mayor parte de las faltas les lleva a reconocerlas el imaginarse que en ellas hay algo de involuntario, como en la timidez y en la misericordia. Y si alguien confiesa ser incontinente, pone por delante el amor, de modo que se le perdone como cosa involuntaria. Hay algo también en los celos, según creen, de involuntariedad; por esa razón confiesan también eso.
Moviéndose entre individuos así, tan perturbados que ignoran por igual de qué defecto hablan como de qué defecto tienen o, si lo tienen, en qué lo tienen o cómo dejarán de tenerlo, creo que incluso merece la pena que uno se plantee:

“¿Seré también yo uno de aquéllos? ¿Qué representación poseo de mí mismo? ¿Cómo me uso a mí mismo? ¿Me estaré usando como persona sensata? ¿Me estaré usando como prudente? ¿Estaré diciendo que estoy preparado para el porvenir? ¿Tengo la conciencia necesaria al que no sabe nada, la de que nada sé? ¿Acudo al maestro como el que acude al oráculo, dispuesto a obedecer? ¿O también yo voy a la escuela lleno de imbecilidad sólo a aprender la historia y conocer los libros que antes no conocía y a explicárselos a otros si se tercia?”. (μή που καὶ αὐτὸς εἷς εἰμι ἐκείνων; τίνα φαντασίαν ἔχω περὶ ἐμαυτοῦ; πῶς ἐμαυτῷ χρῶμαι; μή τι καὶ αὐτὸς ὡς φρονίμῳ, μή τι καὶ αὐτὸς ὡς ἐγκρατεῖ; μὴ καὶ αὐτὸς λέγω ποτὲ ταῦτα, ὅτι εἰς τὸ ἐπιὸν πεπαίδευμαι; ἔχω ἣν δεῖ συναίσθησιν τὸν μηδὲν εἰδότα, ὅτι οὐδὲν οἶδα; ἔρχομαι πρὸς τὸν διδάσκαλον ὡς ἐπὶ τὰ χρηστήρια πείθεσθαι παρεσκευασμένος; ἢ καὶ αὐτὸς κορύζης μεστὸς εἰς τὴν σχολὴν εἰσέρχομαι μόνην τὴν ἱστορίαν μαθησόμενος καὶ τὰ βιβλία νοήσων, ἃ πρότερον οὐκ ἐνόουν, ἂν δ᾿οὕτως τύχῃ, καὶ ἄλλοις ἐξηγησόμενος;)

Del capítulo XXII del Libro II, que recomendamos leer en su totalidad, hacemos una selección de los fragmentos para nosotros más significativos.
En el primero se nos hace ver que amamos aquello en lo que ponemos empeño y aquello que es bueno. Y Epicteto hace una afirmación tajante: amar es sólo propio del sensato.
El segundo fragmento de este capítulo XXII trata sobre la conveniencia (en griego, τὸ συμφέρον) y cómo todo lo apartamos para aplicarnos a ella. Es una crítica tremenda del orgullo y el interés personal que, muchas veces, pasa por encima de nuestros seres queridos. Antes Epicteto se ha referido a algo que sigue produciendo quiebras familiares como son las herencias. También se alude al hecho de que somos capaces de echar en cara a la divinidad el que no podamos conseguir nuestra conveniencia, achacándoles a ellos la culpa. Debemos colocar nuestra conveniencia en el mismo lugar que las cosas que estimamos, pues, de lo contrario, surgirán conflictos.


Libro II. Capítulo XXII (Sobre la amistad)
Uno ama precisamente las cosas por las que se esfuerza. ¿Verdad que los hombres no se esfuerzan por lo malo? De ninguna manera. ¿Verdad que tampoco por lo que no tiene nada que ver con ellos? Tampoco por eso. Resulta, por tanto, que sólo se esfuerzan por lo bueno. Y que si se han esforzado, lo estiman. Entonces, cualquiera que sea conocedor de lo bueno sabría también estimarlo. Pero el que no es capaz de distinguir lo bueno de lo malo, ni lo indiferente de las otras cosas, ¿cómo podría aún estimarlo? Pues amar es sólo propio del sensato. (Περὶ ἃ τις ἐσπούδακεν, φιλεῖ ταῦτα εἰκότως. μή τι οὖν περὶ τὰ κακὰ ἐσπουδάκασιν οἱ ἄνθρωποι; οὐδαμῶς. ἀλλὰ μή τι περὶ τὰ μηδὲν πρὸς αὐτούς; οὐδὲ περὶ ταῦτα. ὑπολείπεται τοίνυν περὶ μόνα τὰ ἀγαθὰ ἐσπουδακέναι αὐτούς· εἰ δ' ἐσπουδακέναι, καὶ φιλεῖν ταῦτα. ὅστις οὖν ἀγαθῶν ἐπιστήμων ἐστίν, οὗτος ἂν καὶ φιλεῖν εἰδείη· ὁ δὲ μὴ δυνάμενος διακρῖναι τὰ ἀγαθὰ ἀπὸ τῶν κακῶν καὶ τὰ οὐδέτερα ἀπ'ἀμφοτέρων πῶς ἂν ἔτι οὗτος φιλεῖν δύναιτο; τοῦ φρονίμου τοίνυν ἐστὶ μόνου τὸ φιλεῖν).



Pues, en general, no os engañéis, cualquier animal a nada se habitúa tanto como a su propia conveniencia. Y lo que parece que le estorba – sea ello un hermano, un padre, un hijo, un amado o un amante – lo odia, lo rechaza, lo maldice. Pues, por naturaleza, nada se ama tanto como la propia conveniencia. Ella es padre y hermano y parientes y patria y dios. Cuando nos parece que son los dioses los que ponen impedimentos, hasta a ellos los insultamos y derribamos sus estatuas y prendemos fuego a sus templos, como mandó Alejandro prender fuego a los templos de Asclepio cuando murió su amado (se refiere a Hefestión) (cf. Arriano, Anábasis VII, 14, 5).
Por eso, si uno pone en el mismo lugar la conveniencia y lo sagrado y la patria y los padres y los amigos, todo eso se salva. Pero si pone en un sitio la conveniencia y en otro los amigos y la patria y los parientes y la propia justicia, todo eso se va, hundido por el peso de la conveniencia. En donde uno ponga el “yo” y “lo mío” a ello es fuerza que se incline el ser vivo. Si en la carne, allí estará lo dominante; si en el albedrío, allí estará; si en lo exterior, allí. Por tanto, si yo estoy allí donde mi albedrío, sólo así seré amigo, hijo y padre como se debe. Porque me convendrá esto: observar la fidelidad, el respeto, la paciencia, la abstinencia, la colaboración, mantener las relaciones
(εἰ τοίνυν ἐκεῖ εἰμι ἐγώ, ὅπου ἡ προαίρεσις, οὕτως μόνως καὶ φίλος ἔσομαι οἷος δεῖ καὶ υἱὸς καὶ πατήρ. τοῦτο γὰρ μοι συνοίσει τηρεῖν τὸν πιστόν, τὸν αἰδήμονα, τὸν ἀνεκτικόν, τὸν ἀφεκτικὸν καὶ συνεργητικόν, φυλάσσειν τὰς σχέσεις).

Epicteto da para mucho más, pero no para el objetivo concreto de nuestra serie de Voces griegas y latinas. Con la selección que hemos realizado nos parece suficiente. No obstante, recomendamos su lectura. Es un autor ameno, interesante y, en muchos casos, útil, ya que podemos aplicar sus doctrinas a la vida cotidiana.
Ése es el objetivo final de esta serie: proporcionar a nuestros lectores claves, reflexiones, lecturas, frases, sentencias, enseñanzas, que podamos aplicar a nuestra relación con los demás, convencidos de que el conocimiento de los caracteres de las personas, el descubrimiento de nuestra personalidad, la justa valoración de nuestros defectos y virtudes, el entrenamiento de destrezas como la escucha activa, la empatía, la no aplicación de prejuicios y estereotipos, el descubrimiento de qué depende de nosotros y qué no, la importancia de la filosofía, la preocupación que debemos tener por las personas y la necesidad de mejorar nuestra relación con ellas, la conveniencia de comprender al otro y ser capaces de ponernos en su lugar; en definitiva, pararnos a pensar en quiénes somos, qué objetivos y misión tenemos en nuestra vida, hacia dónde la queremos dirigir, y descubrir que somos seres sociales, que es imposible que no comuniquemos y que estamos llamados a convivir y a construir un mundo mejor, en el que quienes realmente valen la pena son las personas.




No hay comentarios: