miércoles, 20 de febrero de 2008

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (y XVII)

Todo tiene su final y éste es el último capítulo de esta larga serie. A quienes lo hayan seguido en su integridad, les agradezco su fidelidad y alabo su perseverancia. Espero que hayan sacado de estos artículos alguna aplicación a su vida diaria.
Terminamos nuestro anterior artículo con un texto denso del teólogo belga Edward Schillebeeckx. No abandonamos la densidad y la profundidad, porque, enseguida, volveremos a Küng y su avasalladora cultura y sabiduría, pero antes debemos concluir con el repaso al último evangelista, Juan.
La voz de Jesús (4)
No son muchos los fragmentos de Juan que podamos usar en nuestra serie dedicada a las relaciones personales. Es un evangelista que se puede usar más bien en clave cristiana y no tanto en una serie en la que intentamos llegar a todo el mundo, aunque no ocultamos nuestra fe. Por ello, sólo hemos podido elegir textos que son, creemos, válidos para todo tipo de personas y que pueden ser muy válidos para aplicarlos a nuestra vida cotidiana.
Como ejemplo de juicio y prejuicio, de nuestra rápida tendencia a juzgar a los demás, es destacable el episodio de la mujer adúltera:
Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.» E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.» (Jn 8, 3-11)
Adducunt autem scribae et pharisaei mulierem in adulterio deprehensam et statuerunt eam in medio et dicunt ei: “Magister, haec mulier manifesto deprehensa est in adulterio. In lege autem Moyses mandavit nobis huiusmodi lapidare; tu ergo quid dicis?”. Hoc autem dicebant tentantes eum, ut possent accusare eum. Iesus autem inclinans se deorsum digito scribebat in terra. Cum autem perseverarent interrogantes eum, erexit se et dixit eis: “Qui sine peccato est vestrum, primus in illam lapidem mittat”; et iterum se inclinans scribebat in terra. Audientes autem unus post unum exibant, incipientes a senioribus, et remansit solus, et mulier in medio stans. Erigens autem se Iesus dixit ei: “Mulier, ubi sunt? Nemo te condemnavit?”. Quae dixit: “Nemo, Domine”. Dixit autem Iesus: “ Nec ego te condemno; vade et amplius iam noli peccare ”.

Ἄγουσιν δὲ οἱ γραμματεῖς καὶ οἱ Φαρισαῖοι γυναῖκα ἐπὶ μοιχείᾳ κατειλημμένην, καὶ στήσαντες αὐτὴν ἐν μέσῳ λέγουσιν αὐτῷ Διδάσκαλε, αὕτη γυνὴ κατείληπται ἐπ' αὐτοφώρῳ μοιχευομένη: ἐν δὲ τῷ νόμῳ [ἡμῖν] Μωυσῆς ἐνετείλατο τὰς τοιαύτας λιθάζειν: σὺ οὖν τί λεγεις; [τοῦτο δὲ ἔλεγον πειράζοντες αὐτόν, ἵνα ἔχωσιν κατηγορεῖν αὐτοῦ.] δὲ Ἰησοῦς κάτω κύψας τῷ δακτύλῳ κατέγραφεν εἰς τὴν γῆν. ὡς δὲ ἐπέμενον ἐρωτῶντες [αὐτόν], ἀνέκυψεν καὶ εἶπεν [αὐτοῖς] ἀναμάρτητος ὑμῶν πρῶτος ἐπ' αὐτὴν βαλέτω λίθον: καὶ πάλιν κατακύψας ἔγραφεν εἰς τὴν γῆν. οἱ δὲ ἀκούσαντες ἐξήρχοντο εἷς καθ' εἷς ἀρξάμενοι ἀπὸ τῶν πρεσβυτέρων, καὶ κατελείφθη μόνος, καὶ γυνὴ ἐν μέσῳ οὖσα. ἀνακύψας δὲ Ἰησοῦς εἶπεν αὐτῇ Γύναι, ποῦ εἰσίν; οὐδείς σε κατέκρινεν; δὲ εἶπεν Οὐδείς, κύριε. εἶπεν δὲ Ἰησοῦς Οὐδὲ ἐγώ σε κατακρίνω: πορεύου, ἀπὸ τοῦ νῦν μηκέτι ἁμάρτανε.

La actitud de servicio, imprescindible en las relaciones humanas, está muy presente en el episodio del lavatorio de los pies:
Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. (Jn 13, 12-17)
Postquam ergo lavit pedes eorum et accepit vestimenta sua, cum recubuisset iterum, dixit eis: “ Scitis quid fecerim vobis? Vos vocatis me: “Magister” et: “Domine”, et bene dicitis; sum etenim. Si ergo ego lavi vestros pedes, Dominus et Magister, et vos debetis alter alterius lavare pedes. Exemplum enim dedi vobis, ut, quemadmodum ego feci vobis, et vos faciatis. Amen, amen dico vobis: Non est servus maior domino suo, neque apostolus maior eo, qui misit illum. Si haec scitis, beati estis, si facitis ea.
῞Οτε οὖν ἔνιψεν τοὺς πόδας αὐτῶν [καὶ] ἔλαβεν τἀ ἱμάτια αὐτοῦ καὶ ἀνέπεσεν πάλιν, εἶπεν αὐτοῖς, Γινώσκετε τί πεποίηκα ὑμῖν; ὑμεῖς φωνεῖτέ με ῾Ο διδάσκαλος καὶ ῾Ο κύριος, καὶ καλῶς λέγετε, εἰμὶ γάρ. εἰ οὖν ἐγὼ ἔνιψα ὑμῶν τοὺς πόδας ὁ κύριος καὶ ὁ διδάσκαλος, καὶ ὑμεῖς ὀφείλετε ἀλλήλων νίπτειν τοὺς πόδας· ὑπόδειγμα γἀρ δέδωκα ὑμῖν ἵνα καθὼς ἐγὼ ἐποίησα ὑμῖν καὶ ὑμεῖς ποιῆτε. ἀμὴν ἀμὴν λέγω ὑμῖν, οὐκ ἔστιν δοῦλος μείζων τοῦ κυρίου αὐτοῦ οὐδὲ ἀπόστολος μείζων τοῦ πέμψαντος αὐτόν. εἰ ταῦτα οἴδατε, μακάριοί ἐστε ἐὰν ποιῆτε αὐτά.


Puede servir de gran aplicación a las relaciones personales el mandamiento nuevo establecido por Jesús:
Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. (Jn 15, 12-13)
Hoc est praeceptum meum, ut diligatis invicem, sicut dilexi vos; maiorem hac dilectionem nemo habet, ut animam suam quis ponat pro amicis suis.
αὕτη ἐστὶν ἡ ἐντολὴ ἡ ἐμή, ἵνα ἀγαπᾶτε ἀλλήλους καθὼς ἠγἀπησα ὑμᾶς· μείζονα ταύτης ἀγάπην οὐδεὶς ἔχει, ἵνα τις τὴν ψυχὴν αὐτοῦ θῇ ὑπὲρ τῶν φίλων αὐτοῦ.


Hasta aquí la breve selección de Juan.
Pero finalizaremos esta larga serie de capítulos dedicados a la voz de Jesús de Nazaret, dentro de la también larga serie de Voces griegas (y latinas) desde Castellón, con el capítulo 11 del libro Credo, de Küng, antes mencionado.
¿Para qué estamos en el mundo?
Fue Calvino quien formuló la pregunta básica: “¿Cuál es el objetivo primordial de la vida humana?” Y su lapidaria respuesta, en el catecismo de Ginebra de 1547, reza: “C’est de cognoistre Dieu”: “Conocer a Dios”. Yo mismo, como tantos otros, aprendí de memoria en mi juventud la siguiente respuesta que daba el conocido catecismo católico de Joseph Deharbe, S. J. (1847) a la pregunta de por qué estamos en este mundo: “Estamos en el mundo para conocer a Dios, amarle, servirle y así llegar al cielo”.
Hoy en día hay tantas personas que no le ven ningún sentido a la vida; hay tanta gente con enfermedades psíquicas, con vacío existencial. Y sin embargo, ya sean calvinistas o católicas, tales respuestas no convencen hoy, por su limitación, ni siquiera a quienes tienen convicciones religiosas. Lo cual no quiere decir que hay que tirar definitivamente por la borda esas fórmulas tradicionales, sino que habría que completarlas desde otra perspectiva, deshaciéndolas y rehaciéndolas de nuevo. ¿Ir al cielo? ¿No tenemos antes que hacer frente a nuestras responsabilidades aquí en la tierra? También los cristianos están convencidos hoy de que el sentido de la vida no es sólo, en abstracto, “Dios” o “lo divino”, sino el hombre, como tal, lo universalmente “humano”. No sólo el cielo, como lejana bienaventuranza, sino también la tierra, como bienaventuranza concreta y terrenal. No sólo “conocer a Dios”, “amar a Dios”, “servir a Dios”, sino también realizarse, desarrollarse, amar al prójimo, al cercano y al lejano. Y también habría que incluir en todo ello, evidentemente, el trabajo diario, la vida profesional, y, sobre todo, por supuesto, las relaciones humanas. ¿Y cuántas cosas no habría que añadir si se quisiera aplicar una perspectiva “holista”, total, de la vida?
Pero, a la inversa, y precisamente desde una perspectiva total, hay que preguntarse si el sentido de la vida, la felicidad, una vida plena, se encuentran solamente en el trabajo, en los bienes materiales, el lucro, el triunfo profesional, el prestigio, el deporte y el placer. El ansia de dominio, el deseo de placer, la obsesión del consumo, ¿pueden dar la felicidad a una vida humana, con todas sus tensiones, rupturas, conflictos? No nos llamemos a engaño: el ser humano es algo más, eso lo sabe todo aquel que ha llegado a los límites de todas sus actividades. Esa persona se ve confrontada entonces con la siguiente pregunta: ¿qué soy yo cuando ya no puedo rendir, cuando soy incapaz de realizar ninguna actividad? Debemos, en efecto, estar alerta para que las constricciones de la técnica y la economía, para que los medios de comunicación, que dominan de forma creciente nuestra vida diaria, no nos hagan perder nuestra “alma”, nuestra existencia como sujeto personal y responsable. Debemos estar alerta para no convertirnos en puro instinto, en puro placer, en puro poder, en hombres-masa, y tal vez en pura humanidad.
La meta irrenunciable será conseguir ser auténticamente hombre, auténticamente humano. Auténticamente humano: tal podría ser la descripción elemental, lapidaria, del sentido de la vida que podrían compartir hoy hombres de la más diversa procedencia, nacionalidad, cultura y religión.
¿Y el cristiano? ¿La existencia cristiana no es algo más que la existencia humana? Pero los cristianos no ponen hoy en duda que un cristiano haya de ser auténticamente hombre y luchar por un mundo humano, por la libertad, la justicia, la paz y la conservación de la creación. Lo cristiano nunca ha de implicar menoscabo de lo humano. Ser cristiano no es “más” que ser hombre, en sentido cuantitativo; los cristianos no son superhombres. Pero lo cristiano sí puede implicar la ampliación, profundización, arraigamiento, más aún, radicalización de lo humano, al basar esa calidad humana en la fe en Dios y al tener como modelo de vida a Jesucristo.
Visto así, el cristianismo puede ser entendido como un humanismo perfectamente radical que, en esta tan contradictoria vida humana, en esta sociedad tan conflictiva, no sólo da su asentimiento a todo lo verdadero, bueno, bello y humano, como se decía antes, sino que también abarca inevitablemente valores no menos reales: lo no-verdadero, lo no-bueno, no-bello, incluso lo no-humano. El cristiano no puede eliminar todos esos valores negativos (sería una funesta ilusión que, haciendo caso omiso del hombre como tal, implicaría la forzosa obligación de ser feliz), pero sí puede combatirlos, conllevarlos, transformarlos. En resumen, ser cristiano significa practicar un humanismo que consigue asimilar no sólo todo lo positivo sino también todo lo negativo: sufrimiento, culpa, carencia de sentido, muerte, y eso debido a su última e inquebrantable confianza en Dios, una confianza que se basa no en los propios méritos, sino en la misericordia divina.
¿No será esto también una ilusión ajena a la realidad? No: esto ya lo vivió quien ha de ser guía de los cristianos, “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), y que lo vivió con esa fundamental radicalidad de lo humano. Sobre esa base religiosa debe ser posible alcanzar la propia identidad psíquica, liberándonos de la angustia, pero también la solidaridad social, liberándonos de la resignación causada por las servidumbres objetivas.

Más aún: con esa fe que confía debería ser posible hallar un sentido a la vida incluso allí donde tiene que capitular la razón pura, en vista del sufrimiento absurdo, de la miseria inconmensurable, de la culpa imperdonable. En otra ocasión he resumido lo esencial del cristianismo en una breve fórmula que desde entonces me ha ayudado a caminar por una vida de penas y alegrías, de éxito y dolor:
Siguiendo a Jesucristo
El hombre puede, en el mundo de hoy,
Vivir, obrar, sufrir, morir,
De modo auténticamente humano,
En la dicha y la desdicha, en la vida y en la muerte,
Sostenido por Dios y ayudando a los hombres.
(Hans Küng, Ser cristiano, Cristiandad, Madrid, 1978, p. 759.
El credo también apunta, en último término, a un nuevo sentido de la vida y a una nueva manera de obrar, a un camino alimentado por la esperanza, basado en la fe y consumado en la caridad. Fe, esperanza, caridad: esta fórmula puede resumir, para un cristiano, el sentido de la vida, “pero la mayor de todas es la caridad” (1 Cor 13, 13).

2 comentarios:

merleta dijo...

Quánta feina i quantes ganes de fer-nos aplegar una mica de la teua gran sensibilitat!.
Gràcies Miguel Angel per compartir els teus coneximents.

bías dijo...

Diu el refrany castellà: "Sarna con gusto, no pica". Aquesta sèrie l'he feta amb molt de gust i m'ha servit a mi mateix per a adoptar postures distintes a les que abans tenia en determinats moments de la vida.
T'agraisc la perseverància en la lectura dels articles, tasca realment meritòria i, si en alguna cosa t'han servir em done per satisfet. Gràcies per llegir aquest espai