He estado estos días releyendo un precioso opúsculo de Basilio de Cesarea, A los jóvenes. Sobre el provecho de la literatura clásica.
Dentro de la patrística el testimonio más explícito a la vez que tolerante acerca del papel asignado a los textos profanos en la formación intelectual de los jóvenes cristianos es la obra que nos ocupa. En el Renacimento se vio en esta obra un elogio cristiano de la cultura clásica; la crítica moderna opina que su finalidad primordial es discernir, mediante los recursos de una vasta erudición clásica, una preparación evangélica, y más específicamente ascética, en la pedagogía humanística de los griegos. Quizás lo más aconsejable es un equilibrio entre ambas posturas: de la convergencia del componente de inspiración ascético-bíblica y del de carácter profano madura la capacidad de elección que Basilio desea inculcar en los jóvenes.
En cualquier caso parece innegable el convencimiento de Basilio de que los clásicos paganos deben ocupar un lugar en la educación cristiana, que éstos son recomendados por razones éticas, no estéticas ni científicas, y que, si son escogidos adecuadamente y enseñados con inteligencia, su influencia en la formación será beneficiosa y hasta necesaria. El ensayo A los jóvenes contribuyó a mantener la posición del griego clásico en el currículum escolar y universitario, inspirando la actitud liberal hacia estos textos que ha caracterizado a los más ilustres filólogos bizantinos.
El objetivo fundamental de Basilio coincide con el de Orígenes: consiste en formar en sus alumnos una conciencia crítica y una capacidad de libre elección.
Ahora sólo nos queda aportar unos fragmentos significativos de esta obrita.
A aquella vida (la eterna) conducen las Sagradas Escrituras que nos instruyen a través de los misterios. Pero en tanto que por razón de nuestra juventud no es posible entender la impenetrabilidad de los propósitos de éstas, nos vamos ejercitando entretanto con el ojo del alma con ayuda de los otros escritos, que no son enteramente diferentes, como con ciertas sombras y espejos, imitando a los que hacen ejercicios en las maniobras militares: ellos adquieren la experiencia con los ejercitamientos de sus manos y con los saltos, y en los combates disfrutan de la ganancia adquirida por esta instrucción. Y como nosotros estamos obligados a creer que nos ha sido prescrita una confrontación mayor que todas, por ella nos vemos impelidos a hacer cualquier cosa y a esforzarnos en lo posible en su preparación, y a familiarizarnos con los poetas y los prosistas, con los rétores y con todos los hombres en quienes pueda existir algún beneficio para el cuidado del alma.
Así pues, igual que los teñidores preparan primero con algunas aplicaciones aquello que va a recibir el tinte, y así le añaden luego el color, ya sea púrpura, ya algún otro, del mismo modo, efectivamente, si se quiere que en nosotros permanezca indeleble la doctrina del bien, nos iniciaremos también en estas doctrinas profanas, para prestar atención a continuación a los misterios de los saberes sagrados. Y acostumbrados por decirlo de algún modo a contemplar el sol en el agua, dirigiremos así nuestras miradas hacia la luz propiamente dicha.
Efectivamente, si existe una cierta afinidad entre una y otra doctrina, el conocimiento de ambas podría sernos provechoso; y si no existe, al establecer al menos paralelismos comprenderíamos sus diferencias, lo cual supone un no pequeño avance para la confirmación de cuál sea la mejor.
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Por mi parte, yo, aunque alguien me hable de la ancianidad de Titono, de la de Argantonio, o de la de Matusalén, el más longevo de los nuestros de quien se dice que vivió novecientos setenta años, aunque compute todo el tiempo transcurrido desde la generación humana, lo tomaré a risa como si fuese una ocurrencia de críos, mientras fijo la mirada en la vida duradera y eterna, para la que no se puede concebir un fin, a menos que se suponga el final del alma inmortal.
Es para esa vida precisamente para la que yo os exhorto a adquirir las provisiones, removiendo, como dice el refrán, todas las piedras de las que pueda resultaros alguna utilidad con vistas a aquélla. Y porque la tarea sea ardua y precise esfuerzo no vamos a echarnos atrás, sino que traeremos a la memoria el consejo de aquel que aseguraba que el deber de cada uno es elegir por sí mismo la vida óptima y, con la esperanza de que la costumbre la haga grata, emprender lo mejor. Efectivamente, sería vergonzoso que dejásemos escapar la ocasión presente y nos lamentásemos más tarde del tiempo pasado, cuando ya de nada nos sirva atormentarnos.
Entre estos dos fragmentos Basilio examina los escritos de la literatura profana o ajena cuyo conocimiento podrá reportar utilidad para la vida espiritual, estableciendo la antítesis entre gracia divina y vanidad del mundo. En la segunda parte considera los comportamientos o ejemplos de la cultura y de la vida de los paganos dignos de elogio y su utilidad práctica para la adquisición de la virtud y se reafirma en la idea de que la experiencia propuesta por la cultura pagana encuentra su completa y perfecta realización en la enseñanza bíblica.
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