sábado, 5 de mayo de 2007

Filoctetes revisitado (IIIf, los personajes: Filoctetes: la exclusión, el dolor físico y moral)

Nos centramos ahora en el personaje de Filoctetes, que da nombre a la tragedia, y con relación a él trataremos la cuestión de la exclusión y el dolor.
"He oído contar- no lo he visto- que el poderoso hijo de Crono, al que se acercó una vez al lecho de Zeus, lo retuvo atado a una rueda que giraba. Sin embargo, de ningún otro mortal conozco por haberlo oído o por haberlo visto que se haya encontrado con un destino peor que el de éste, el cual, sin haber forzado a nadie ni haberle robado, antes bien, siendo ecuánime con los que la eran con él, perece tan indignamente. Esto me tiene admirado: cómo en esta soledad, oyendo el estruendo de las olas que batían a su alrededor, cómo pudo soportar una vida tan lamentable.
Él mismo era su propio vecino, sin poder andar y sin que ningún lugareño fuera compañero de sus desgracias, ante el cual pudiera proferir un lamento que encontrara respuesta, lamento provocado por la sangrienta herida que le devoraba cruelmente. Y no había quien mitigara el ardiente flujo de sangre que rezumaba de las llagas del ulcerado pie, cada vez que le sobrevenía, con calmantes hierbas cogidas de la fecunda tierra. Él iba de un sitio a otro arrastrándose, como un niño separado de su nodriza, allí donde hubiera recursos a su alcance, cuando cedía el mal que atenazaba su ánimo.
No recogía para su alimento el grano de la sagrada tierra, ni otros productos que cultivamos los hombres comedores de pan, a no ser que, por medio de las rápidas flechas de su certero arco, se procurara algún alimento a su estómago. ¡Oh ser desgraciado, que por un tiempo de diez años no disfrutó de beber vino escanciado, sino que, observando dónde podría descubrir un estanque de agua, a ella se tenía que dirigir siempre!”
El primer estásimo de la obra (676-719) nos sitúa al héroe en su soledad y su dolor, y nos hace ver a qué tipo de exclusión ha sido expuesto. Es muy significativo que Sófocles, al contrario que Esquilo y Eurípides, que también trataron el tema, innove, haciendo de Lemnos una isla deshabitada. Los otros tragediógrafos formaron el coro con habitantes de la isla. Que la isla esté desierta, y no reciba más que la visita de algún marinero perdido (versos 300-305), acrecienta la exclusión que ha experimentado Filoctetes, exclusión de la comunidad griega, exclusión del mundo habitado, exclusión del mundo heroico. A esta exclusión se suma el hecho de su vergonzoso e infamante abandono. Filoctetes es el hombre resignado a la máxima miseria, el enfermo que languidece y que en terrible soledad arrastra su triste vida sustentándose con el uso de su arma.
De acuerdo con estos parámetros, la suerte de Filoctetes, nos parece en extremo intolerable y sus sufrimientos absolutamente inhumanos. El héroe griego fue abandonado durante diez años en la isla de Lemnos, por sus propios compañeros, a causa de una terrible llaga supurante en el pie. Para los antiguos, lo ocurrido a Filoctetes era un castigo cruel y por ello, en la obra, el coro habla así del personaje.
Conmueve pensar en la suerte de aquel desdichado durante esos años de sufrimiento. Estar así, en solitario, es una tragedia, pues no se está por decisión propia, sino como consecuencia de haber sido puesto de lado por los demás, ignorado de todos y sin el consuelo que proporciona la compañía de los semejantes. Nos mueve a compasión esta circunstancia, pues es patético no poder compartir ni comunicar.
Por todo ello, el corazón grande y altivo de Filoctetes se ha visto colmado de una gran amargura, de un gran odio hacia los que lo abandonaron; ha vivido sumido en el hambre, el sufrimiento, la enfermedad y, sobre todo, la soledad. Por eso se abrirá con conmovedora confianza al joven hijo de Aquiles, Neoptólemo, en quien reconoce a uno de los suyos, a quien en numerosas ocasiones se dirige con la expresión ¡oh hijo! y a quien pide, adoptando la actitud de un suplicante, que le saque de esa situación de amarga soledad.
Fernando Savater, en su ensayo sobre La obstinación de Filoctetes de Sófocles dice sobre las “heridas” del héroe (en la cita nos hemos atrevido a aportar versos de la tragedia que ejemplifican lo dicho por el autor):
“Muchas heridas se acumulan sobre Filoctetes: quizá la menos grave, a pesar de constituir el origen de su desventura, sea la mordedura de serpiente venenosa que le ha emponzoñado la sangre. Se trata sin duda de una llaga física y bien física: supura de forma tan pestilente que nadie puede soportar sin asco la proximidad del herido y causa accesos de dolor tan intensos que Filoctetes pega alaridos y aúlla como un perro rabioso, hasta que llega un piadoso desmayo inducido a fuerza de puro sufrimiento. El dramaturgo no ahorra detalles espeluznantes, fiel así a su estilo: «Sófocles, el más cruel de los trágicos griegos, nunca rehuye la imagen física del sufrimiento; sus héroes son como estatuas, pero estatuas que derraman sangre de verdad y además exudan negra pus» (Jan Kott, en El manjar de los dioses). Desde luego, esa herida tiene también aspectos simbólicos, dimensiones míticas; se trata del castigo divino ante una transgresión, su situación en el pie señala, según los estudiosos, enfrentamiento con deidades ctónicas, etc. Pero ante todo aflige y humilla a la carne: sangra, apesta, duele mucho. No es la secuela gloriosa de ningún combate de igual a igual, sino una especie de accidente furtivo y fatal, una de esas cosas que les pasan a los hombres por ser cuerpos, un mal encuentro con alguna de esas realidades íntimas y hostiles que bastan para derribamos, en suma: una miseria. A causa de su llaga, el orgulloso arquero Filoctetes se ve convertido no en un honroso inválido de guerra, sino en un pobre y repugnante miserable. Nos hace miserables cualquier afección de la carne que nos compromete y aflige sin darnos ocasión de blasonar socialmente de ella. Miserable se siente Filoctetes, como miserable se siente Job con su lepra y miserable Sören Kierkegaard con su «astilla» clavada en la carne. Una herida miserable de ese tipo cierra muchas puertas, pero abre otras, secretas y atroces: las puertas de la condición humana. Y sin embargo, según decíamos, quizá la peor herida de Filoctetes no sea la llaga física que sangra y supura. Hay otras: la soledad forzosa y el rechazo por parte de los compañeros, que luego no dudan en volver a recuperarlo, cuando es necesaria su presencia en Troya, para tomar la ciudadela. Filoctetes se lo echa en cara a Ulises:
1031-1034 ¿Cómo es, oh ser aborrecido por los dioses, que ahora ya no me consideráis un cojo pestilente? ¿Cómo podréis quemar ofrendas a los dioses si yo voy en la travesía? ¿Cómo hacer libaciones? Pues éste era para ti el pretexto para arrojarme (πῶς, ὦ θεοῖς ἔχθιστε, νῦν οὐκ εἰμί σοι / χωλός, δυσώδης; πῶς θεοῖς ἔξεστ᾿, ἐμοῦ / πλεύσαντος, αἴθειν ἱερά; πῶς σπένδειν ἔτι; / αὕτη γὰρ ἦν σοι πρόφασις ἐκβαλεῖν ἐμέ).
La mordedura de la serpiente les ha servido como un motivo de exclusión, con el pretexto de que no podían soportar su pestilencia ni sus quejas. En lugar de brindar la ocasión para que la humanitas se ejerciese, la herida ha provocado la ruptura de los lazos de humanidad. De aquí el rencor de Filoctetes, que no es sencillamente el de alguien al que se ha infligido una ofensa, sino el de quien ve traicionada su condición misma de ser sociable, el reconocimiento que los demás deben a lo que a todos en común les constituye. Aquello de que ha sido privado Filoctetes es, ante todo, el lenguaje mismo: cuando Ulises y Neoptólemo llegan a Lemnos lo recobrará de nuevo, pero en principio para escuchar mentiras. «¡Oh, queridísimo lenguaje! ¡Nada como recibir el saludo de un hombre como tú después de tanto tiempo!»: con tales exclamaciones recibe el miserable a quien ha sido enviado para someterle con engaños. Filoctetes añora cuanto representa sociedad, compañía, reconocimiento interhumano. En el desarraigo salvaje de su aislamiento, intenta sobre todo urbanizar su suerte aciaga por medio de un techo y de un fuego, aunque tales logros no le curen de lo más profundo de su mal: «Verdaderamente un techo bajo el que establecerse con fuego proporciona todo, excepto el que yo deje de sufrir.»
La llegada de Neoptólemo, hijo de un compañero de armas al que admira y la noticia de cuya muerte le consterna, parece prometer todo lo que anhela: palabra, compañía, comprensión para su daño y un medio de volver a la sociedad humana. La miseria de su herida y la ruptura con sus semejantes que ha provocado han llevado al desdichado arquero a dudar fundadamente de la bondad divina. Los malos sobreviven y prosperan, mientras que los mejores padecen y perecen: «hay que entender esto y aprobarlo cuando, al tiempo que alabo las obras divinas, encuentro a los dioses malvados?» Es la queja de Job, la protesta de Kierkegaard, la lúcida e impotente rebeldía de los miserables. Pero ahora que hombres buenos han desembarcado en Lemnos, quizá todo pueda finalmente repararse... “
Hasta aquí la cita de Savater, realmente interesante.


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