Seguimos con el estudio del personaje de Filoctetes, para el cual usamos material de otros autores. Nos centramos ahora en el dolor.
En efecto, otro aspecto destacado con relación al personaje es la descripción de su dolor, que mereció citas y comentarios en un autor como Cicerón.
En el Filoctetes, Sófocles, como hemos dicho, realiza un pormenorizado relato de los accesos de dolor que se ciernen sobre el protagonista, especialmente en los versos 730 a 760. Para algunos, su herida, sus gritos y el triste aparato del dolor físico, sirven de contraste a las pasiones morales que compensan la terrible emoción producida por el espectáculo de aquellos sufrimientos. Según algunos críticos se podría aprobar el odio de Filoctetes a los Atridas y a Ulises, que le habían abandonado inhumanamente en aquella isla desierta, el que rehúse entregarle sus flechas, y que prefiera continuar viviendo entre las fieras salvajes con sus padecimientos, a ilustrarse con la destrucción de Troya al lado de los que le abandonaron. Más aún: les encanta cuando recuerda con enternecimiento a su padre, a su patria, y las gratas orillas del Esperquio, y les admira el ver que después de tan horribles y prolongados dolores, no se haya secado en su corazón el manantial del llanto, y tenga todavía lágrimas para llorar la muerte de Aquiles y de Áyax, sus amigos.
Pero cuando se exacerban sus males físicos, hasta el punto de desaparecer el espíritu, de abatirse la dignidad del hombre y de presentarse la materia sola, animada por convulsiones terribles y dando gritos espantosos, la simpatía se disminuye y la magia se desvanece de todo punto. ¿Dónde se encuentra en esos momentos la lucha entre el alma y el cuerpo?, ¿dónde ese contraste del que otros hablan? En ningún accidente: los sufrimientos orgánicos han ahogado la energía del espíritu, la humanidad ha muerto y el héroe se confunde en esos instantes con cualquier otro animal atormentado por dolores puramente materiales. Véase si no cómo juzga Cicerón en el tratado De finibus y en el libro segundo de las cuestiones Tusculanas, los dolores de Filoctetes:
Cicerón, De finibus II, 94-95
Quod autem magnum dolorem brevem, longinquum levem esse dicitis, id non intellego quale sit. Video enim et magnos et eosdem bene longinquos dolores, quorum alia toleratio est verior, qua uti vos non potestis, qui honestatem ipsam per se non amatis. Fortitudinis quaedam praecepta sunt ac paene leges, quae effeminari virum vetant in dolore. Quam ob rem turpe putandum est, non dico dolere nam id quidem est interdum necesse, sed saxum illud Lemnium clamore Philocteteo funestare.
Quod eiulatu, questu, gemitu, fremitibus resonando mutum flebiles voces refert.
Huic Epicurus praecentet, si potest, cui
viperino morsu venae viscerum veneno inbutae taetros cruciatus cient!
Sic Epicurus: 'Philocteta, st! brevis dolor.' At iam decimum annum in spelunca iacet. 'Si longus, levis; dat enim intervalla et relaxat.' Primum non saepe, deinde quae est ista relaxatio, cum et praeteriti doloris memoria recens est et futuri atque inpendentis torquet timor? 'Moriatur', inquit. Fortasse id optimum, sed ubi illud: 'Plus semper voluptatis'? si enim ita est, vide ne facinus facias, cum mori suadeas. potius ergo illa dicantur: turpe esse, viri non esse debilitari dolore, frangi, succumbere. nam ista vestra: 'Si gravis, brevis; si longus, levis' dictata sunt. Virtutis, magnitudinis animi, patientiae, fortitudinis fomentis dolor mitigari solet.
“En cuanto a que el dolor intenso sea breve, y leve el muy duradero, no comprendo qué significa. Veo, en efecto, dolores muy intensos que son también muy prolongados; éstos pueden tolerarse con otro medio más eficaz, pero del que vosotros no podéis hacer uso, porque no amáis la moralidad en sí misma. Existen ciertos principios y casi leyes de la fortaleza, que impiden al hombre mostrarse débil ante el dolor. Por eso debe considerarse inmoral no digo el dolerse (pues esto a veces es necesario), sino lanzar gritos como aquellos con que Filoctetes profanaba la famosa roca de Lemnos.
Que devolviendo el eco de los gritos, lamentos, gemidos y clamores, aunque muda, repite sus lúgubres acentos (Filoctetes de Accio, 550, 551).
Que Epicuro hechice, si puede, a aquél a quien
Las venas impregnadas con veneno de víbora producen en su entraña espantosos tormentos (Filoctetes de Accio, 552, 553)
Hablándole así: “Filoctetes, si el dolor es intenso, es breve” Pero hace ya diez años que yace en la caverna. “Si es largo, es leve, pues tiene intervalos de alivio”. En primer lugar, esto no es frecuente, y además, ¿qué alivio puede haber cuando el recuerdo del dolor pasado está todavía fresco y atormenta el temor del dolor futuro e inminente? “Que se dé la muerte”, dice Epicuro. Quizá sea lo mejor, pero ¿dónde encajamos aquel principio vuestro: “cada vez más placer”?
Pues si esto es así, piensa si no cometerás un crimen aconsejándole que muera. Mejor será decirle que es vergonzoso e indigno de un hombre mostrarse débil en el dolor, desmoronarse y sucumbir. Porque esas fórmulas vuestras: “si grave, breve; si largo, leve”, son ejercicios de escuela. El dolor suele mitigarse con el lenitivo de la virtud, de la grandeza de alma, de la paciencia, de la fortaleza.
En efecto, otro aspecto destacado con relación al personaje es la descripción de su dolor, que mereció citas y comentarios en un autor como Cicerón.
En el Filoctetes, Sófocles, como hemos dicho, realiza un pormenorizado relato de los accesos de dolor que se ciernen sobre el protagonista, especialmente en los versos 730 a 760. Para algunos, su herida, sus gritos y el triste aparato del dolor físico, sirven de contraste a las pasiones morales que compensan la terrible emoción producida por el espectáculo de aquellos sufrimientos. Según algunos críticos se podría aprobar el odio de Filoctetes a los Atridas y a Ulises, que le habían abandonado inhumanamente en aquella isla desierta, el que rehúse entregarle sus flechas, y que prefiera continuar viviendo entre las fieras salvajes con sus padecimientos, a ilustrarse con la destrucción de Troya al lado de los que le abandonaron. Más aún: les encanta cuando recuerda con enternecimiento a su padre, a su patria, y las gratas orillas del Esperquio, y les admira el ver que después de tan horribles y prolongados dolores, no se haya secado en su corazón el manantial del llanto, y tenga todavía lágrimas para llorar la muerte de Aquiles y de Áyax, sus amigos.
Pero cuando se exacerban sus males físicos, hasta el punto de desaparecer el espíritu, de abatirse la dignidad del hombre y de presentarse la materia sola, animada por convulsiones terribles y dando gritos espantosos, la simpatía se disminuye y la magia se desvanece de todo punto. ¿Dónde se encuentra en esos momentos la lucha entre el alma y el cuerpo?, ¿dónde ese contraste del que otros hablan? En ningún accidente: los sufrimientos orgánicos han ahogado la energía del espíritu, la humanidad ha muerto y el héroe se confunde en esos instantes con cualquier otro animal atormentado por dolores puramente materiales. Véase si no cómo juzga Cicerón en el tratado De finibus y en el libro segundo de las cuestiones Tusculanas, los dolores de Filoctetes:
Cicerón, De finibus II, 94-95
Quod autem magnum dolorem brevem, longinquum levem esse dicitis, id non intellego quale sit. Video enim et magnos et eosdem bene longinquos dolores, quorum alia toleratio est verior, qua uti vos non potestis, qui honestatem ipsam per se non amatis. Fortitudinis quaedam praecepta sunt ac paene leges, quae effeminari virum vetant in dolore. Quam ob rem turpe putandum est, non dico dolere nam id quidem est interdum necesse, sed saxum illud Lemnium clamore Philocteteo funestare.
Quod eiulatu, questu, gemitu, fremitibus resonando mutum flebiles voces refert.
Huic Epicurus praecentet, si potest, cui
Sic Epicurus: 'Philocteta, st! brevis dolor.' At iam decimum annum in spelunca iacet. 'Si longus, levis; dat enim intervalla et relaxat.' Primum non saepe, deinde quae est ista relaxatio, cum et praeteriti doloris memoria recens est et futuri atque inpendentis torquet timor? 'Moriatur', inquit. Fortasse id optimum, sed ubi illud: 'Plus semper voluptatis'? si enim ita est, vide ne facinus facias, cum mori suadeas. potius ergo illa dicantur: turpe esse, viri non esse debilitari dolore, frangi, succumbere. nam ista vestra: 'Si gravis, brevis; si longus, levis' dictata sunt. Virtutis, magnitudinis animi, patientiae, fortitudinis fomentis dolor mitigari solet.
“En cuanto a que el dolor intenso sea breve, y leve el muy duradero, no comprendo qué significa. Veo, en efecto, dolores muy intensos que son también muy prolongados; éstos pueden tolerarse con otro medio más eficaz, pero del que vosotros no podéis hacer uso, porque no amáis la moralidad en sí misma. Existen ciertos principios y casi leyes de la fortaleza, que impiden al hombre mostrarse débil ante el dolor. Por eso debe considerarse inmoral no digo el dolerse (pues esto a veces es necesario), sino lanzar gritos como aquellos con que Filoctetes profanaba la famosa roca de Lemnos.
Que devolviendo el eco de los gritos, lamentos, gemidos y clamores, aunque muda, repite sus lúgubres acentos (Filoctetes de Accio, 550, 551).
Que Epicuro hechice, si puede, a aquél a quien
Las venas impregnadas con veneno de víbora producen en su entraña espantosos tormentos (Filoctetes de Accio, 552, 553)
Hablándole así: “Filoctetes, si el dolor es intenso, es breve” Pero hace ya diez años que yace en la caverna. “Si es largo, es leve, pues tiene intervalos de alivio”. En primer lugar, esto no es frecuente, y además, ¿qué alivio puede haber cuando el recuerdo del dolor pasado está todavía fresco y atormenta el temor del dolor futuro e inminente? “Que se dé la muerte”, dice Epicuro. Quizá sea lo mejor, pero ¿dónde encajamos aquel principio vuestro: “cada vez más placer”?
Pues si esto es así, piensa si no cometerás un crimen aconsejándole que muera. Mejor será decirle que es vergonzoso e indigno de un hombre mostrarse débil en el dolor, desmoronarse y sucumbir. Porque esas fórmulas vuestras: “si grave, breve; si largo, leve”, son ejercicios de escuela. El dolor suele mitigarse con el lenitivo de la virtud, de la grandeza de alma, de la paciencia, de la fortaleza.
Cicerón, Tusculanas, II, 55, 5-10
Sed hoc idem in dolore maxume est providendum, ne quid abiecte, ne quid timide, ne quid ignave, ne quid serviliter muliebriterve faciamus, in primisque refutetur ac reiciatur Philocteteus ille clamor. Ingemescere non numquam viro concessum est, idque raro, eiulatus ne mulieri quidem.
(Lo primero que hemos de procurar en el dolor es no decir ninguna cosa abyecta, ni tímida, ni cobarde, ni servil, ni mujeril, y, sobre todo, rechazar muy lejos aquel clamor de Filoctetes. Al varón se le concede algunas veces el gemir, aunque muy raras, pero el alarido ni siquiera se consiente a las mujeres)
Cicerón, Tusculanas, II, 18, 7-19, 12
Tristis enim res est sine dubio, aspera, amara, inimica naturae, ad patiendum tolerandumque difficilis. Aspice Philoctetam, cui concedendum est gementi; ipsum enim Herculem viderat in Oeta magnitudine dolorum eiulantem. nihil igitur hunc virum sagittae, quas ab Hercule acceperat, tum consolabantur, cum e viperino morsu venae viscerum veneno inbutae taetros cruciatus cient. itaque exclamat auxilium expetens, mori cupiens;
'Heu, qui salsis fluctibus mandet
Me ex sublimo vertice saxi?
Iam iam absumor; conficit animam
Vis volneris, ulceris aestus.'
difficile dictu videtur eum non in malo esse, et magno quidem, qui ita clamare cogatur.
(Porque el dolor es, sin duda, cosa triste, áspera, amarga, enemiga de la naturaleza y difícil de sufrir y de tolerar. Mira a Filoctetes, a quien es lícito conceder el derecho de quejarse, puesto que había visto en el monte Eta al mismo Hércules aullando por la multitud de los dolores. De ningún consuelo le servían las saetas que había recibido de Hércules cuando, hinchadas sus vísceras por el veneno de las víboras, lanzaba tristes aullidos y dolientes voces. Y así exclama, pidiendo auxilio y deseando la muerte:
“¡Ay, quién desde la cumbre de esta peña
me arrojaría a las salobres ondas!
Una llaga terrible me consume,
y se enconan mis úlceras ardientes!” (Filoctetes de Accio, 562-565)
Difícil parece no creer que es víctima de un mal verdadero y grande el que con tan tristes voces se lamenta.)
Hasta aquí las referencias ciceronianas al personaje de Filoctetes, en las que, como se ha comprobado, hay hermosas palabras sobre el dolor. Por si han pasado por alto, las destacamos:
“Pues si esto es así, piensa si no cometerás un crimen aconsejándole que muera. Mejor será decirle que es vergonzoso e indigno de un hombre mostrarse débil en el dolor, desmoronarse y sucumbir.”
“El dolor suele mitigarse con el lenitivo de la virtud, de la grandeza de alma, de la paciencia, de la fortaleza.”
“Porque el dolor es, sin duda, cosa triste, áspera, amarga, enemiga de la naturaleza y difícil de sufrir y de tolerar.”
Sed hoc idem in dolore maxume est providendum, ne quid abiecte, ne quid timide, ne quid ignave, ne quid serviliter muliebriterve faciamus, in primisque refutetur ac reiciatur Philocteteus ille clamor. Ingemescere non numquam viro concessum est, idque raro, eiulatus ne mulieri quidem.
(Lo primero que hemos de procurar en el dolor es no decir ninguna cosa abyecta, ni tímida, ni cobarde, ni servil, ni mujeril, y, sobre todo, rechazar muy lejos aquel clamor de Filoctetes. Al varón se le concede algunas veces el gemir, aunque muy raras, pero el alarido ni siquiera se consiente a las mujeres)
Cicerón, Tusculanas, II, 18, 7-19, 12
Tristis enim res est sine dubio, aspera, amara, inimica naturae, ad patiendum tolerandumque difficilis. Aspice Philoctetam, cui concedendum est gementi; ipsum enim Herculem viderat in Oeta magnitudine dolorum eiulantem. nihil igitur hunc virum sagittae, quas ab Hercule acceperat, tum consolabantur, cum e viperino morsu venae viscerum veneno inbutae taetros cruciatus cient. itaque exclamat auxilium expetens, mori cupiens;
'Heu, qui salsis fluctibus mandet
Me ex sublimo vertice saxi?
Iam iam absumor; conficit animam
Vis volneris, ulceris aestus.'
difficile dictu videtur eum non in malo esse, et magno quidem, qui ita clamare cogatur.
(Porque el dolor es, sin duda, cosa triste, áspera, amarga, enemiga de la naturaleza y difícil de sufrir y de tolerar. Mira a Filoctetes, a quien es lícito conceder el derecho de quejarse, puesto que había visto en el monte Eta al mismo Hércules aullando por la multitud de los dolores. De ningún consuelo le servían las saetas que había recibido de Hércules cuando, hinchadas sus vísceras por el veneno de las víboras, lanzaba tristes aullidos y dolientes voces. Y así exclama, pidiendo auxilio y deseando la muerte:
“¡Ay, quién desde la cumbre de esta peña
me arrojaría a las salobres ondas!
Una llaga terrible me consume,
y se enconan mis úlceras ardientes!” (Filoctetes de Accio, 562-565)
Difícil parece no creer que es víctima de un mal verdadero y grande el que con tan tristes voces se lamenta.)
Hasta aquí las referencias ciceronianas al personaje de Filoctetes, en las que, como se ha comprobado, hay hermosas palabras sobre el dolor. Por si han pasado por alto, las destacamos:
“Pues si esto es así, piensa si no cometerás un crimen aconsejándole que muera. Mejor será decirle que es vergonzoso e indigno de un hombre mostrarse débil en el dolor, desmoronarse y sucumbir.”
“El dolor suele mitigarse con el lenitivo de la virtud, de la grandeza de alma, de la paciencia, de la fortaleza.”
“Porque el dolor es, sin duda, cosa triste, áspera, amarga, enemiga de la naturaleza y difícil de sufrir y de tolerar.”
En efecto, el dolor es uno de los asuntos que más han conmovido a los seres humanos y que, probablemente, han motivado más discursos incrédulos, pesimistas, desgarrados y desgarradores. El dolor, como la muerte, es un enigma para el ser humano, que se puede afrontar desde posturas muy diversas.
Los cristianos tienen el ejemplo de Cristo.
“Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma el dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad.” (Gaudium et spes, 22)
Realmente, el dolor pone a prueba nuestra manera de ver y entender el mundo. ¡Qué angustia experimentamos ante el dolor ajeno y, especialmente, ante el propio! ¿Por qué hay dolor en la vida? Si hay un Dios, ¿por qué permite la existencia del dolor? Y esta presencia del dolor en el mundo se convierte en causa de ateísmo y de rebeldía ante un hipotético Ser Supremo.
Hay una hermosa anécdota de Buda sobre el dolor. Como he visto que Alfonso Aguiló en su artículo "El dolor de los demás", de la revista Hacer Familia nº 130, lo cita también, aporto su cita y su comentario posterior, que me parece muy acertado y que comparto casi en su totalidad.
“Cuentan los biógrafos de Buda que, en cierta ocasión, una madre acudió a él llevando en sus brazos a un niño muerto. Era viuda, y ese niño era su único hijo, que constituía todo su amor y su atención. La mujer era ya mayor, de modo que nunca podría tener otro hijo. Oyendo sus gritos, la gente pensaba que se había vuelto loca por el dolor, y que por eso pedía lo imposible.
Pero en cambio Buda pensó que, si no podía resucitar al niño, podía al menos mitigar el dolor de aquella madre ayudándole a entender. Por eso le dijo que, para curar a su hijo, necesitaba unas semillas de mostaza, pero unas semillas muy especiales, unas semillas que se hubieran recogido en una casa en la que en los tres últimos años no se hubiese pasado algún gran dolor o sufrido la muerte de un familiar. La mujer, al ver crecida así su esperanza, corrió a la ciudad buscando de casa en casa esas milagrosas semillas. Llamó a muchas puertas. Y en unas había muerto un padre o un hermano; en otras alguien se había vuelto loco; en las de más allá había un viejo paralítico o un muchacho enfermo. Llegó la noche y la pobre mujer volvió con las manos vacías, pero con paz en el corazón. Había descubierto que el dolor era algo que compartía con todos los humanos. No se trata de que, ante la desgracia, recurramos al viejo dicho de “mal de muchos consuelo de tontos”, sino de aceptar con sencillez que el hombre, todo hombre, sea cual sea su situación, está como atravesado por el dolor. Se trata de comprender que se puede y se debe ser feliz a pesar de esa presencia constante del dolor, pues es imposible vivir sin él, pues es una herencia que hemos recibido todos los hombres sin excepción. Lo que esta anécdota nos enseña es que peor que el dolor mismo es el engaño de pensar que somos nosotros los únicos que sufrimos, o los que más sufrimos. Lo peor es que el dolor nos convierta en personas egoístas, en personas que sólo tienen ojos para mirar hacia los propios sufrimientos. Percibir con más hondura el dolor de los demás nos permite medir y situar mejor el nuestro.
No es fácil dar respuesta al misterio del dolor. Es verdad que hay algunas explicaciones que nos hacen vislumbrar su sentido, aunque siempre se nos antojan insuficientes ante la tragedia del mal en el mundo, ante el sufrimiento de los inocentes o el triunfo –al menos aparente– de quienes hacen el mal. Es un tema de reflexión de suma importancia, un enigma en el que a mi modo de ver sólo desde una perspectiva cristiana se avanza realmente hacia la entraña del problema, pero ha de ser ésta una reflexión que no nos distraiga de la batalla diaria por percibir y enjugar el dolor de los demás, por disminuirlo, por tratar de hacer de él algo que nos enseñe, que nos haga más fuertes, que no nos destruya.
Me refiero a la batalla contra la desesperanza, contra ese estado anímico que lacera el alma de tantas personas que no encuentran sentido a lo que sucede en sus vidas, que les hace arrastrar los pies del alma, caminar por la vida con el fatalismo sobrecogedor con que un pez recorre los bordes de su pecera. El dolor propio es quizá la mejor advertencia para reparar en el dolor de los demás, manifestarles nuestro afecto y nuestra cercanía, y hacer así más humano el mundo en que vivimos.
Realmente Filoctetes da mucho de sí y me está permitiendo hacer reflexiones provechosas para mi vida. Espero y deseo que a quienes lean estos artículos dedicados a la tragedia sofoclea les sirva también de provecho y de reflexión. Ésa es mi intención.
Los cristianos tienen el ejemplo de Cristo.
“Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma el dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad.” (Gaudium et spes, 22)
Realmente, el dolor pone a prueba nuestra manera de ver y entender el mundo. ¡Qué angustia experimentamos ante el dolor ajeno y, especialmente, ante el propio! ¿Por qué hay dolor en la vida? Si hay un Dios, ¿por qué permite la existencia del dolor? Y esta presencia del dolor en el mundo se convierte en causa de ateísmo y de rebeldía ante un hipotético Ser Supremo.
Hay una hermosa anécdota de Buda sobre el dolor. Como he visto que Alfonso Aguiló en su artículo "El dolor de los demás", de la revista Hacer Familia nº 130, lo cita también, aporto su cita y su comentario posterior, que me parece muy acertado y que comparto casi en su totalidad.
“Cuentan los biógrafos de Buda que, en cierta ocasión, una madre acudió a él llevando en sus brazos a un niño muerto. Era viuda, y ese niño era su único hijo, que constituía todo su amor y su atención. La mujer era ya mayor, de modo que nunca podría tener otro hijo. Oyendo sus gritos, la gente pensaba que se había vuelto loca por el dolor, y que por eso pedía lo imposible.
Pero en cambio Buda pensó que, si no podía resucitar al niño, podía al menos mitigar el dolor de aquella madre ayudándole a entender. Por eso le dijo que, para curar a su hijo, necesitaba unas semillas de mostaza, pero unas semillas muy especiales, unas semillas que se hubieran recogido en una casa en la que en los tres últimos años no se hubiese pasado algún gran dolor o sufrido la muerte de un familiar. La mujer, al ver crecida así su esperanza, corrió a la ciudad buscando de casa en casa esas milagrosas semillas. Llamó a muchas puertas. Y en unas había muerto un padre o un hermano; en otras alguien se había vuelto loco; en las de más allá había un viejo paralítico o un muchacho enfermo. Llegó la noche y la pobre mujer volvió con las manos vacías, pero con paz en el corazón. Había descubierto que el dolor era algo que compartía con todos los humanos. No se trata de que, ante la desgracia, recurramos al viejo dicho de “mal de muchos consuelo de tontos”, sino de aceptar con sencillez que el hombre, todo hombre, sea cual sea su situación, está como atravesado por el dolor. Se trata de comprender que se puede y se debe ser feliz a pesar de esa presencia constante del dolor, pues es imposible vivir sin él, pues es una herencia que hemos recibido todos los hombres sin excepción. Lo que esta anécdota nos enseña es que peor que el dolor mismo es el engaño de pensar que somos nosotros los únicos que sufrimos, o los que más sufrimos. Lo peor es que el dolor nos convierta en personas egoístas, en personas que sólo tienen ojos para mirar hacia los propios sufrimientos. Percibir con más hondura el dolor de los demás nos permite medir y situar mejor el nuestro.
No es fácil dar respuesta al misterio del dolor. Es verdad que hay algunas explicaciones que nos hacen vislumbrar su sentido, aunque siempre se nos antojan insuficientes ante la tragedia del mal en el mundo, ante el sufrimiento de los inocentes o el triunfo –al menos aparente– de quienes hacen el mal. Es un tema de reflexión de suma importancia, un enigma en el que a mi modo de ver sólo desde una perspectiva cristiana se avanza realmente hacia la entraña del problema, pero ha de ser ésta una reflexión que no nos distraiga de la batalla diaria por percibir y enjugar el dolor de los demás, por disminuirlo, por tratar de hacer de él algo que nos enseñe, que nos haga más fuertes, que no nos destruya.
Me refiero a la batalla contra la desesperanza, contra ese estado anímico que lacera el alma de tantas personas que no encuentran sentido a lo que sucede en sus vidas, que les hace arrastrar los pies del alma, caminar por la vida con el fatalismo sobrecogedor con que un pez recorre los bordes de su pecera. El dolor propio es quizá la mejor advertencia para reparar en el dolor de los demás, manifestarles nuestro afecto y nuestra cercanía, y hacer así más humano el mundo en que vivimos.
Realmente Filoctetes da mucho de sí y me está permitiendo hacer reflexiones provechosas para mi vida. Espero y deseo que a quienes lean estos artículos dedicados a la tragedia sofoclea les sirva también de provecho y de reflexión. Ésa es mi intención.
2 comentarios:
Como ves sigo leyendo.
El tema del dolor y la actitud ante él es muy interesante. a mi mente ha venido al instante las imágenes continuas de grandes catástrofes dónde lo primero que se hace es poner a un psicólogo a las víctimas. Realmente no dejan enfrentarse al hombre consigo mismo y descubrir lo que es capaz. ¿En realidad que es más humano dejar al hombre ser hombre o ocultarlo bajo palabras y consuelos? Una de las cosas que más me gusta de esta historia de la Cultura Clásica con los chavales de la ESO es la cantidad de veces que hemos hablado de la muerte, de la locura, del sexo, de odio, de venganza, y largo etc. A veces creo que estos mitos nos acercan más a la realidad que viven los chicos, que esas nuevos engendros de "educación para la ciudadanía" y la dichosa "historia de la cienca" de bachillerato.
Atentamente
Iaenus
Me alegro de que te parezcan interesantes los asuntos que trato respecto a "Filoctetes". Evidentemente, el dolor está presente en la obra: el dolor físico producido por la llaga - consecuencia a su vez de la mordedura de una serpiente, ligada a las fuerzas ctónicas -, pero también el dolor moral ocasionado por el abandono infamante y la exclusión del mundo hasta entonces disfrutado. No sé cuál es peor.
Lo que dices acerca de que no dejan enfrentarse al hombre con su dolor, lo relaciono también con algo que, aunque no lo parezca, tiene que ver. Me refiero a la sobreprotección de los niños, que es engendradora de jóvenes o adultos frustrados. El otro día recibí un correo con un powerpoint sobre los nacidos en los 60 y cómo jugábamos y vivíamos y ¡hemos sobrevivido! En la vida se debe aprender a base de experimentar (el πάθει μάθος griego, bien entendido claro). Nos curtimos más de los desengaños que de los éxitos, nos hacemos más fuertes afrontando los sinsabores que deleitándonos en los placeres (aunque también). Muchas veces educa más un NO bien explicado que mil SÍ para evitar discusiones y problemas.
Respecto a la Cultura Clásica, la verdad es que da mucho de sí y permite, como dices, reflexiones sobre aspectos actualísimos; los mitos nos pueden ayudar a la reflexión.
Educación para la ciudadanía. El nombre no me gusta; en primer lugar, creo que es incorrecto, porque yo entiendo con ello que es al conjunto de la ciudadanía al que se va a educar. Si lo que se quiere es que los alumnos se formen en valores cívicos ¿por qué no le llamamos educación cívica o, si se quiere, educación en ciudadanía?
Creo que los temas transversales cumplían bien su misión y no hacía falta una asignatura específica para la ciudadanía.
Al menos yo, aprovecho mis clases para dar pinceladas o brochazos de valores cívicos, éticos, universales: respeto, responsabilidad, no discriminación, conocimiento de las leyes.
P. S.: Por cierto, me gustaría saber hacer lo que haces en tu blog. Estoy a años luz de ese dominio tecnológico (fotos que se mueven, temas de cultura de 2º de bachillerato en forma de diapositivas- el de la guerra del Peloponeso es una pasada -, videos, artículos sobre grokabilidad ¿?. Bueno, uno es más arcaico.
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