domingo, 10 de junio de 2007

Filoctetes revisitado (IIIh, los personajes: Filoctetes: la exclusión, el dolor físico y moral)


Hace tiempo que no escribimos nada sobre el Filoctetes sofocleo (nuestra última entrada sobre el tema fue el 9 de mayo), pero aún nos quedan cosas por decir, y con el siguiente artículo retomamos el "culebrón" Filoctetes.
Nos parece interesante también lo dicho por Albin Lesky sobre la obra en su Historia de la literatura griega (las citas son nuestras)
“Un rasgo importante de Sófocles parece manifestarse precisamente en esta obra. Cuando Filoctetes se ve defraudado de la manera más cruel por Neoptólemo, su lastimero grito se dirige a las calas, los promontorios y los animales salvajes que con él habitan en la isla":
936-940: “¡Oh calas, oh promontorios, oh animales salvajes de las montañas con los que yo vivía! ¡Oh abruptas rocas! Ante vosotros – pues a ninguno otro conozco con quien pueda hablar -, ante vosotros, que estáis acostumbrados a asistirme, me lamento a gritos de los hechos que el hijo de Aquiles me infirió”.
Y cuando los abandona, después del feliz giro que toma su vida, saluda una vez más con ternura la morada de sus desdichas, con el rugido de su mar, el eco de sus montes y las fuentes que saciaban su sed:
1453-1469 : “Adiós, oh morada que me has protegido y ninfas de los arroyos y los prados, y tú, enérgico estrépito del promontorio marino donde, muchas veces, en su interior, se empapó mi cabeza por las trombas del viento sur y donde a menudo el monte Hermeo me devolvía con el eco, en pleno sufrimiento, el gemido de mi propia voz! Y ahora, ¡oh fuentes y agua licia!, os dejo, os dejo ya a pesar de que nunca había tenido este propósito. Adiós, ¡oh región de Lemnos rodeada por el mar! Envíame en feliz e irreprochable travesía adonde me llevan la gran Moira y el consejo de los amigos y la divinidad que todo lo puede y que así hizo que se cumpliera.”
Recordamos el último adiós de Áyax (859-865) en la tragedia homónima de Sófocles:
“¡Oh luz, oh suelo sagrado de mi tierra de Salamina!, ¡oh sede paterna de mi hogar, ilustre Atenas y raza familiar!, ¡oh fuentes y ríos de aquí, llanura troyana!, a vosotros os hablo y os digo adiós, ¡oh vosotros que habéis sido alimento para mí! Esta palabra es la última que os dirijo, las demás se las diré a los de abajo en el Hades.”
Y sentimos aquí con particular fuerza cómo el poeta nos presenta a sus criaturas aspirando a superar las fronteras de la soledad, a la cual les condena su destino y su grandeza.”
Hasta aquí la cita de Lesky.
Cuando hablamos de Neoptólemo en nuestro blog, y en concreto en la tercera parte, nos referimos al artículo de Savater y citamos una parte del mismo titulada La oferta de Neoptólemo.
Aquella cita concluía así:
"Por ello intenta conciliar estas exigencias opuestas, hablando francamente con Filoctetes y haciéndole una propuesta razonable: le ofrece su curación y su reinstauración plena en la sociedad a cambio de su colaboración voluntaria en la batalla definitiva contra Troya”.
Pues bien, la continuación del artículo la ofrecemos ahora que hablamos de Filoctetes; es ésta:
“Pero Filoctetes se siente profundamente dolido y traicionado. De nuevo se utiliza contra él el abuso y la prepotencia, unidas ahora al engaño. El momento del pacto con los adversarios y de la componenda razonable ya ha pasado: ahora el último derecho que le queda es decir rotunda y obstinadamente: «No.» ¡Hasta eso quieren quitarle! Se emplean encarnizadamente en vencerle, siendo como es ya un mero cadáver, «una sombra de humo»... ¡Más le valiera estar efectiva y definitivamente muerto! Las imprecaciones de Filoctetes contra la existencia que se le impone, solicitando armas con las que quitarse la vida, exigiendo de dioses y hombres el alivio de la muerte, son de lo más significativo e impresionante de la tragedia griega.
Lo que Neoptólemo le propone es un trato decente y, desde un punto de vista meramente práctico, muy conveniente para todos. A fin de cuentas, Filoctetes sin duda va a mejorar; pero el privilegio del herido, del abandonado, del rechazado, del que ha visto su humanidad pisoteada por causa de su herida, es no querer mejorar a cualquier precio o de cualquier modo. Avenirse a la propuesta de Neoptólemo es aparentemente más digno y ventajoso que seguir padeciendo abandono en Lemnos o someterse a la coacción que Ulises está dispuesto a utilizar contra él: pero Filoctetes, sencillamente, ya no quiere. No quiere ceder; no quiere ceder su voluntad de no querer. Se le abandonó por ser un herido apestoso e inútil para todos; por tal causa se le negó el reconocimiento debido a la humanidad. Y ahora él no quiere aceptar el trámite de la cura y de su utilidad irreemplazable en el ejército a fin de ganarse el derecho convivencial que se le arrebató indignamente. Filoctetes quiere ahora ser aceptado como hombre herido, como hombre que apesta, como hombre inútil: o prefiere seguir en su isla diciendo «no» a todo. No está dispuesto a dar su arco ni su aquiescencia para ganarse el aprecio de los que le despreciaron. Le conviene, pero no quiere. Es razonable, pero no quiere. Que los sanos, como Neoptólemo, se atengan a la justicia y a la conveniencia, a la obediencia a quienes tienen el poder. A Filoctetes ya no le queda más que el privilegio hediondo y supurante de su herida: «La herida de Filoctetes es su dignidad. La única dignidad que le resta» (Jan Kott, El manjar de los dioses). Son los demás los que han decidido cambiar la consideración debida a la humanidad de Filoctetes por el asco a su herida. Ahora la herida es la naturaleza humana misma para él: y no sabría renunciar a ella sin sentir asco de sí mismo, como el propio Neoptólemo tendrá que reconocer.”

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