sábado, 29 de diciembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (XI)

Seguimos con Epicteto en esta ya larga serie sobre lo que dijeron respecto a los caracteres, las relaciones humanas, la comunicación, los amigos o la forma de afrontar las situaciones difíciles, escritores, especialmente filósofos, griegos y romanos. Hasta ahora hemos podido oír a Teofrasto, Séneca, Marco Aurelio, Aristóteles y Epicteto.
De este último, seguimos con el repaso de fragmentos escogidos de sus Disertaciones.

En el capítulo XXII del Libro I nos encontramos con una interesante reflexión sobre las presunciones y las contradicciones. En definitiva sobre cómo surgen las disputas entre las personas. Tenemos claras muchas cosas: que el bien y lo justo son hermosos y convenientes y hay que buscarlos y aplicarlos; ¿por qué, entonces, no nos ponemos de acuerdo y surgen contradicciones? Porque no se adecuan las presunciones a los objetos particulares.
Epicteto trae a primer plano la disputa entre Aquiles y Agamenón en el comienzo de la Ilíada. Al final, se vuelve a la idea reiterativa de discernir qué depende de nosotros y qué no depende de nosotros.
Libro I. Capítulo XXII (Sobre las presunciones)
Las presunciones son comunes a todos los hombres. Y una presunción no contradice a otra. ¿Quién de nosotros no sostiene que el bien es conveniente y que hay que preferirlo y que hay que ir en su busca y perseguirlo en toda circunstancia? ¿quién de nosotros no sostiene que lo justo es hermoso y conveniente? Entonces, ¿cuándo surge la contradicción? Surge en relación con la adecuación de las presunciones a los objetos particulares, cuando uno dice: “Hizo bien, es un valiente”. “No, sino un insensato”.
De ahí surgen las disputas entre los hombres. Ésta es la disputa entre judíos y sirios y egipcios y romanos, no sobre si hay que venerar lo conforme a la ley divina por encima de todo y hay que perseguirlo en cualquier circunstancia, sino sobre si comer cerdo es conforme a la ley divina o contrario a ella.
Hallaréis que ésta es también la disputa entre Agamenón y Aquiles. Llámalos y que vengan aquí en medio.

- ¿Tú qué dices, Agamenón? ¿No debe suceder lo que debe y lo que está bien?.
- Claro que debe.
- ¿Tú qué dices, Aquiles? ¿No te agrada que suceda lo que está bien?
- A mí, es lo que más me agrada.
- Entonces, adecuad vuestras presunciones.
Éste es el comienzo de la disputa. “No tengo por qué devolver Criseida a su padre” El otro responde: “¡Claro que tienes que hacerlo!”
En cualquier caso, uno de los dos aplica mal la presunción del deber.
De nuevo dice el uno: “Pues si tengo que devolver a Criseida, tengo que tomar la parte del botín de alguno de vosotros”. Y el otro: “¿Y vas a tomar a mi amada?”
- La tuya – responde -.
- Entonces, ¿voy a ser el único…?
- ¡Pues no seré yo el único que no tenga…!
Así empieza la disputa.
Por tanto, ¿en qué consiste la educación? En aprender a adecuar las presunciones naturales a los objetos en particular según la naturaleza y, además, a distinguir que, de lo existente, unas cosas dependen de nosotros y otras no dependen de nosotros
(Τί οὖν ἐστι τὸ παιδεύεσθαι; μανθάνειν τὰς φυσικὰς προλήψεις ἐφαρμόζειν ταῖς ἐπὶ μέρους οὐσίαις καταλλήλως τῇ φύσει καὶ λοιπὸν διελεῖν, ὅτι τῶν ὄντων τὰ μέν ἐστιν ἐφ᾿ἡμῖν, τὰ δὲ οὐκ ἐφ᾿ἡμῖν).
De nosotros depende el albedrío y todas las acciones del albedrío; no dependen de nosotros el cuerpo, las partes del cuerpo, la hacienda, los padres, los hermanos, los hijos, la patria y, sencillamente, quienes nos acompañan. Entonces, ¿dónde pondremos el bien? ¿Con qué objeto particular lo relacionaremos? Con lo que depende de nosotros.

Del capítulo XXIV del Libro I escogemos el comienzo, un breve fragmento en forma de metáfora, en el que las dificultades vitales aparecen como un duro contrincante nuestro en una competición gimnástica.
Hemos dudado en ofrecer el fragmento final de este capítulo, porque hay una alusión al suicidio, hecho que, en absoluto compartimos. Hemos de decir, no obstante, que para Epicteto, es éste un recurso muy extremo y que debemos, más bien, aguantar a pie firme en esta vida. Si, finalmente, nos hemos inclinado a incorporar dicho fragmento a nuestro artículo, ha sido más por la metáfora de la vida como una habitación y un juego que hay que jugar hasta el final y, sobre todo, por la última frase.

Libro I. Capítulo XXIV (Cómo hay que luchar contra las circunstancias difíciles)
Las circunstancias difíciles son las que muestran a los hombres. Por tanto, cuando des con una dificultad, recuerda que la divinidad, como un maestro de gimnasia, te ha enfrentado a un duro contrincante.

- ¿Para qué? – pregunta.
- Para que llegues a ser un vencedor olímpico. Pero no se llega a ello sin sudores…

Αἱ περιστάσεις εἰσὶν αἱ τοὺς ἄνδρας δεικνύουσαι. Λοιπὸν ὅταν ἐμπέσῃ περίστασις, μέμνησο ὅτι ὁ θεός σε ὡς ἀλείπτης τραχεῖ νεανίσκῳ συμβέβληκεν.῞Ινα τί; ῞Ινα ’Ολυμπιονίκης γένῃ· δίχα δ᾿ἱδρῶτος οὐ γίγνεται.
Pero lo más importante: recuerda que la puerta está abierta. No seas más cobarde que los niños, sino que igual que ellos cuando algo no les gusta dicen. “Ya no juego”, tú también, cuando te parezca que las cosas están de esa manera, di “ya no juego” y márchate; pero si te quedas, no te quejes.
τὸ δὲ κεφἀλαιον· μέμνησο ὅτι ἡ θύρα ἤνοικται. μὴ γίνου τῶν παιδ<ί>ων δειλότερος, ἀλλ' ὡς ἐκεῖνα, ὅταν αὐτοῖς μὴ ἀρέσκῃ τὸ πρᾶγμα, λέγει 'οὐκέτι παίξω', καὶ σύ, ὅταν σοι φαίνηταί τινα εἶναι τοιαῦτα, εἰπὼν 'οὐκέτι παίξω' ἀπαλλἀσσου, μένων δὲ μὴ θρήνει.

El primer capítulo del Libro II nos ofrece una interesante reflexión sobre la muerte y las penalidades que no nos sustraemos a ofrecer. Es un fragmento relativamente largo con otras interesantes reflexiones sobre la necesidad de aguantar las penas, los verdaderos valores y la importancia de la educación. Hay, de nuevo, una alusión al suicidio en la comparación de la vida con una habitación cuya puerta está abierta.

Libro II. Capítulo I (De que no se contradicen la valentía y la precaución)
Convendría, por tanto, oponer a la muerte la valentía, y al miedo a la muerte la precaución. Pero, en realidad, sucede lo contrario: a la muerte oponemos la huida y a nuestra opinión sobre ella, el desdén, el desprecio y la indiferencia.
A eso Sócrates lo llamaba – y hacía bien – “caretas”. Pues igual que a los niños, por su inexperiencia, las máscaras les parecen terribles y espantosas, algo parecido nos pasa a nosotros con los asuntos no por otra razón, sino por lo mismo que a los niños con las caretas. ¿Qué es un niño? Ignorancia. ¿Qué es un niño? Incultura. Porque, cuando saben, no son en nada inferiores a nosotros. ¿Qué es la muerte? Una careta. Dale la vuelta y estúdiala. Mira cómo no muerde. El cuerpecito ha de ser separado del almita – como ya lo estuvo – o ahora, o más adelante.



¿Por qué te enfadas si ha de ser ahora? Y si no es ahora, más adelante. ¿Por qué? Para que se cumpla el ciclo del mundo, pues necesita de lo presente, de lo porvenir, de lo pasado. ¿Qué son las fatigas? Una careta. Dale la vuelta y estúdiala. La carnecita se estimula con rudezas y luego de nuevo con dulzuras. Si no te viene bien, la puerta está abierta; si te viene bien, aguanta. Porque a todo hay que tener la puerta abierta y no tendremos problemas.
¿Cuál es el fruto de estas doctrinas? El que ha de ser el más hermoso y conveniente para los verdaderamente instruidos: imperturbabilidad, ausencia de miedo, libertad
(Τίς οὖν τούτων τῶν δογμάτων καρπός; ὅνπερ δεῖ κάλλιστον τ᾿εἶναι καὶ πρεπωδέστατον τοῖς τῷ ὄντι παιδευομένοις, ἀταραξία ἀφοβία ἐλευθερία).
Pues en esto no hemos de hacer caso al vulgo, que dice que ”sólo a los libres se les ha de permitir la instrucción”, sino más bien a los filósofos, que dicen que “sólo los instruidos son libres” (οὐ γὰρ τοῖς πολλοῖς περὶ τούτων πιστευτέον, οἳ λέγουσιν μόνοις ἐξεῖναι παιδεύεσθαι τοῖς ἐλευθέροις, ἀλλὰ τοῖς φιλοσόφοις μᾶλλον, οἳ λέγουσι μόνους τοὺς παιδευθέντας ἐλευθέρους εἶναι.).

No es difícil ver en este último fragmento ecos de la frase senequiana, Epístolas morales a Lucilio IV, 37, sapientia sola libertas est (en el original sapientia, qua sola libertas est: sólo la sabiduría aporta la libertad).

Gran frase y bello cierre a nuestro capítulo de hoy.

Bueno, todavía no cerramos. Puesto que éste ha sido nuestro último artículo del año 2007 en este blog, no podemos terminar sin desear a todos nuestros lectores un FELIZ 2008, lleno de todo aquello que cada uno desee para sí. Por mi parte les deseo salud de cuerpo y espíritu, armonía y paz interior, esperanza y alegría... una alegría como la que desprende la Marcha Radetzky de Johann Strauss , padre, que pueden seguir en el video que sigue, interpretada por la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida por Zubin Mehta, en el Concierto de Año Nuevo del 2007, y que, como es tradición, sonará de nuevo el 1 de enero de 2008 en la Gran Sala Dorada de la Musikverein vienesa.

¡Disfruten del 2008!

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