domingo, 13 de julio de 2008

Ganimedes, el elegido de Zeus (II)

Seguimos con nuestro repaso de la presencia de Ganimedes en textos clásicos griegos y latinos.
En el segundo estásimo de la tragedia Las troyanas de Eurípides y, en concreto, en su segunda estrofa, el coro apostrofa a los héroes troyanos divinizados que no han hecho nada por su ciudad (Titono y Ganimedes). De este último canta:

En vano, pues, oh tú que con cántaros de oro caminas delicadamente, hijo de Laomedonte, llenas las copas de Zeus, servicio el más hermoso. La ciudad que te engendró se consume en el fuego y los acantilados marinos resuenan como un pájaro chilla por sus crías - aquí por sus maridos, aquí por sus hijos, allá por sus ancianas madres. Tus baños refrescantes, las pistas de tus gimnasios ya no existen. ¡Y tú, junto al trono de Zeus, mantienes la bella serenidad de tu rostro adolescente, mientras las lanzas de Grecia han destrido la tierra de Príamo!
(Eurípides, Las troyanas, 820-839; traducción de José Luis Calvo Martínez, en Gredos).

El mitógrafo Apolodoro nos da estos datos sobre el troyano:

Cuando los oráculos vaticinaron que cesarían las desgracias si Laomedonte ofrecí a su hija Hesíone como alimento del monstruo, él la ató a unas rocas del litoral. Heracles, al verla allí expuesta, prometió salvarla a cambio de las yeguas que Zeus había dado en compensación por el rapto de Ganimedes.
(Apolodoro, Biblioteca II, 5, 9; traducción de Margarita Rodríguez de Sepúlveda, en Gredos).
Ilo murió sin descendencia, y Erictonio, que heredó el reino, desposado con Astíoque, hija del Símois, engendró a Tros. Cuando éste ocupó el trono dio su nombre a toda la región de Troya, y casado con Calírroe, hija del Escamandro, tuvo una hija, Cleopatra, e hijos, Ilo, Asáraco y Ganimedes. A Ganimedes, a causa de su belleza, lo raptó Zeus por medio de un águila y lo hizo copero de los dioses en el cielo.
(Apolodoro, Biblioteca III, 12, 2; traducción de Margarita Rodríguez de Sepúlveda, en Gredos).

Apolonio de Rodas nos ha legado un curioso cuadro del Olimpo, la búsqueda de Cupido por parte de su madre Afrodita que lo encuentra jugando a las tabas con Ganimedes (más adelante, veremos cómo también en Luciano de Samosata, aparece esta idea de Eros jugando a las tabas con Ganimedes; puede que Luciano se inspirara en este pasaje de Apolonio). El pillo de Cupido gana, como no, la partida ante la tristeza del mozuelo copero:

Por su lado, la diosa Afrodita echó a andar sola por los repliegues del Olimpo, a ver si encontraba a su hijo. Lo halló lejos, en el jardín florido de Zeus y no solo, sino con Ganimedes, aquél al que una vez Zeus estableciera en el Olimpo, huésped de los Inmortales, deseoso de su belleza. Ellos, con tabas doradas, compañeros infantiles, jugaban. Y el desvergonzado Eros ya mantenía un puñado lleno del todo con su mano izquierda a la altura del pecho, y un dulce rubor florecía bajo su piel en ambas mejillas. El otro, al lado, estaba de rodillas en silencio, confuso. Retenía dos huesecillos, y luego los iba arrojando uno tras otro, y se enfadaba mientras él se reía. Y así perdiéndolos éstos tras los anteriores, se marcho entristecido con las manos vacías y ni siquiera vio a Cipris que se acercaba.
(Apolonio de Rodas, El viaje de los Argonautas III, 112-127; traducción de Carlos García Gual, en Alianza Editorial).

En la Eneida (I, 22-27) y en traducción de Javier de Echave-Sustaeta, en Gredos, leemos:

Temerosa de este presagio, la hija de Saturno traía a su memoria
la guerra que otro tiempo libró por sus queridos argivos ante Troya.
No se habían borrado de su mente las causas de su enojo
ni su amargo pesar. Queda en lo hondo de su alma fijo el juicio de Paris
y el injusto desprecio a su hermosura
y el odio a aquella raza y el honor dispensado a Ganimedes.

En el libro V, 252-257:

Allí se ve bordado el regio doncel. Por la fronda del ida dardo en mano
cansa corriendo a los veloces ciervos ardoroso,
parece ir jadeando. De pronto desde el Ida el ave portadora de las armas
de Júpiter se lo lleva prendido entre sus corvas garras por la altura.
Los ancianos guardianes tienden al cielo en vano las palmas de sus manos
y el furioso ladrido de sus perros va ascendiendo a las auras.


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