martes, 6 de noviembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (V)

Seguimos con las Meditaciones de Marco Aurelio, pero antes ofrecemos unos nuevos fragmentos de la introducción a la traducción en Gredos, a cargo de Carlos García Gual.
Como pensador, Marco Aurelio no es un filósofo original ni complicado. Como otros estoicos de la época imperial (es decir, la Estoa Nueva), como Séneca y Epicteto, su originalidad básica consiste en la reducción de la filosofía a la ética, dejando de lado otros aspectos teóricos, como la teoría física, o la gnoseología de la escuela. Tampoco pretende ser un maestro de virtud. Se propone, sí, un cierto ideal estoico del sabio como modelo; aunque es consciente, demasiado tal vez, de la distancia que le separa de este modelo. Lo más atractivo en él es la sinceridad con que intenta vivir según esas pautas éticas. Por eso su estoicismo tiene el atractivo de la doctrina vivida, y no de la predicada. Esa sobrecarga de “moralina” (según el término de Nietzsche) que edulcora la abstracta predicación escolar, queda anulada en sus apuntes por el latente dramatismo de su itinerario personal.
Como escritor, Marco Aurelio es más monótono y gris que el hábil Séneca, más dotado para el estilo elegante de confesor espiritual, sagaz “torero de la virtud”. Y es menos ágil que Epicteto, y menos optimista también. Diríase que el antiguo esclavo estaba menos recargado de deberes y era más libre que el solitario Emperador. Hay en Marco Aurelio una cierta tonalidad pascaliana en su intento, cerebral y cordial, por aferrarse a una explicación del mundo que le permita vivir con dignidad, con razón, frente al azar absurdo.
La ética estoica da sentido a su vida, y su experiencia cotidiana es confrontada a la doctrina. Practica la filosofía como un fármaco personal, al tiempo que cumple su deber. Marco Aurelio no era un intelectual al frente del Estado romano. Precisamente porque no lo era, desconfiaba de las fórmulas abstractas y no tenía un programa de reformas ideales, ni creía en las utopías. Ya Renan señaló bien que no era un filósofo dogmático. En efecto, tiende a simplificar para quedarse con lo esencial. Parte de unos principios de creencia que acepta como incuestionables. Así, por ejemplo, el de la composición tripartita del hombre en cuerpo (σῶμα, σάρξ), alma o principio vital (ψυχή, πνεῦμα) e inteligencia (νοῦς). De esas tres partes, la última es la específicamente humana, y se identifica con el elemento divino interior (δαίμων), que habita en nosotros y el principio director o guía de nuestra vida (el ἡγημονικόν). La conducta recta y racional exige que el νοῦς, como guía y divino, no se deje perturbar por las otras dos partes del ser humano. Es el modo más sencillo de superar las pasiones, y el dolor y el placer.
Otro segundo principio es el de saber qué cosas dependen de nosotros y qué cosas no, y cifrar la felicidad en las primeras. El papel mediador de la conciencia en cuanto único criterio de valor permite diferenciar entre bienes y males, que son aquellos que afectan al yo interior, y toda una larga serie de sucesos y cosas exteriores, calificadas como indiferentes. Marco Aurelio no llega a mantener el rigorismo originario sobre las cosas indiferentes; pero reitera tales consejos ascéticos, muy bien explicitados por Epicteto.
Un tercer dogma es el de la sumisión del individuo al conjunto, de la adaptación al cosmos, regido inmanentemente por un designio divino y racional. La racional providencia cósmica es uno de los dogmas básicos del estoicismo. Marco Aurelio lo adopta con una sentida y profunda adhesión personal.
Hasta aquí la selección que hemos hecho de la introducción, a cargo de Carlos García Gual, a la traducción que Ramón Bach Pellicer hiciera para Gredos en 1994.
Vamos ahora con los fragmentos escogidos de su obra. Entre ellos intercalamos nuestros comentarios, que no tienen ningún afán doctrinal, ni son obra de un especialista en filosofía, ni en estoicismo, ni en Marco Aurelio (en nada, nos atreveríamos a decir). Son simplemente pensamientos expresados en voz alta, mejor dicho, pasados al teclado del ordenador, impresiones a vuela pluma sacadas de esos fragmentos. Recordemos que a vuela pluma quiere decir muy de prisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo. Es decir, no nos hemos detenido concienzudamente a expresarlos, sino sólo a expresar lo que, a primera idea, nos sugerían.
En el capítulo 24 del libro VII encontramos un consejo, dado con una bella indirecta: evitar el rencor. Destruye las relaciones humanas. Tampoco vale no olvidar. Hay que perdonar. ¡Ahí le duele! ¿tragarnos nuestro orgullo? ¡Qué complicado y cuánta valentía y humildad necesita! Podemos no ser rencorosos, pero aplicar la frase: “No soy rencoroso, pero el que me la hace me la paga”. No, no se trata de eso.
En el capítulo 26 Marco Aurelio reitera una y otra vez la idea de la necesidad de comprender el que otros obren mal; si examinamos porqué ha obrado mal, puede que incluso le compadezcamos. Le han llevado a obrar así sus conceptos de bien y mal. Hemos de perdonarle, aunque no compartamos su concepto de bien y mal.
Libro VII.
24. El semblante rencoroso es demasiado contrario a la naturaleza. Cuando se afecta reiteradamente, su belleza muere y finalmente se extingue, de manera que resulta imposible reavivarla. Intenta, al menos, ser consciente de esto mismo, en la convicción de que es contrario a la razón. Porque si desaparece la comprensión del obrar mal, ¿qué motivo para seguir viviendo nos queda?
26. Cada vez que alguien cometa una falta contra ti, medita al punto qué concepto del mal o del bien tenía al cometer dicha falta. Porque, una vez que hayas examinado eso, tendrás compasión de él y ni te sorprenderás, ni te irritarás con él. Ya que comprenderás tú también el mismo concepto del bien que él, u otro similar. En consecuencia, es preciso que le perdones. Pero aun si no llegas a compartir su concepto del bien y del mal, serás más fácilmente benévolo con su extravío.

El siguiente párrafo no necesita comentario alguno.
59. Cava en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una fuente capaz de brotar continuamente, si no dejas de excavar.
Otro consejo muy valioso.
64. En cualquier caso de pesar acuda a ti esta reflexión: no es indecoroso ni tampoco deteriorará la inteligencia que me gobierna; pues no la destruye, ni en tanto que es racional, ni en tanto que es social. En los mayores pesares, sin embargo, válgate de ayuda la máxima de Epicuro: ni es insoportable el pesar, ni eterno, si recuerdas sus límites y no imaginas más de la cuenta.


Para nuestra profunda reflexión.
71. Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible y, en cambio, intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.
El capítulo 26 del Libro VIII nos indica dónde está la dicha del ser humano: hacer lo que es propio del ser humano (εὐφροσύνη ἀνθρώπου ποιεῖν τὰ ἴδια ἀνθρώπου). ¿Y qué es lo propio (τὰ ἴδια) del hombre? Marco Aurelio nos da la respuesta.
Libro VIII
26. La dicha del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre. Y es propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el menosprecio de los movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que inspiran crédito, la contemplación de la naturaleza del conjunto universal y de las cosas que se producen de acuerda con ella.

Otra idea repetida en nuestro autor. Lo exterior no debe afectarnos. Sólo lo que de nosotros depende, puede afligirnos, pero la solución está en nuestras manos. Podemos rectificar o cambiar el criterio. A veces puede ocurrir que no podamos poner en práctica una buena acción; si nos lo impide una causa superior, no es culpa nuestra y no debe afligirnos.
47. Si te afliges por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna, sino el juicio que tú haces de ella. Y borrar este juicio, de ti depende. Pero si te aflige algo que radica en tu disposición, ¿quién te impide rectificar tu criterio? Y dé igual modo, si te afliges por no ejecutar esta acción que te parece sana, ¿Por qué no la pones en práctica en vez de afligirte? «Me lo dificulta un obstáculo superior». No te aflijas, pues, dado que no es tuya la culpa de que no lo ejecutes.


Nuestro pensamiento debe ser puro, prudente, sensato, justo. ¡Casi nada! La comparación con la fuente que, pese a ser ensuciada y contaminada, es capaz de volver a dar agua cristalina, es preciosa. La última frase es antológica: conjuga las palabras libertad, benevolencia, sencillez y modestia.
51. Ni seas negligente en tus acciones, ni embrolles en tus conversaciones, ni en tus imaginaciones andes sin rumbo, ni, en suma, constriñas tu alma o te disperses, ni en el transcurso de la vida estés excesivamente ocupado. Te matan, despedazan, persiguen con maldiciones. ¿Qué importa esto para que tu pensamiento permanezca puro, prudente, sensato, justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y dulce, la insultara; no por ello deja de brotar potable. Aunque se arroje fango, estiércol, muy pronto lo dispersará, se liberará de ellos y de ningún modo quedará teñida. ¿Cómo, pues, conseguirás tener una fuente perenne [y no un simple pozo]? Progresa en todo momento hacia la libertad con benevolencia, sencillez y modestia.


En el capítulo 31 del Libro IX, se repite una idea fija en Marco Aurelio: lo que sucede por causas externas no debe afectarnos.
La otra idea clave: nuestro objetivo es obrar de acuerdo con el bien común, porque ello es acorde con nuestra naturaleza.
Libro IX:
31. Imperturbabilidad con respecto a lo que acontece como resultado de una causa exterior y justicia en las cosas que se producen por una causa que de ti proviene. Es decir, instintos y acciones que desembocan en el mismo objetivo: obrar de acuerdo con el bien común, en la convicción de que esta tarea es acorde con tu naturaleza.


El capítulo 32 del Libro IX es un frasquito lleno de esencias: liberar la mente de cosas superfluas (vacío interior, tan importante en la escucha activa, elemento clave de las relaciones humanas, como recordábamos en una anterior entrada de nuestro blog), abarcar con el pensamiento la totalidad del mundo, reflexionar sobre la infinitud del tiempo y observar, analizar y asumir que todo se muta y se transforma con celeridad.
32. Puedes acabar con muchas cosas superfluas, que se encuentran todas ellas en tu imaginación. Y conseguirás desde este momento un inmenso y amplio campo para ti, abarcando con el pensamiento todo el mundo, reflexionando sobre el tiempo infinito y pensando en la rápida transformación de cada cosa en particular, cuán breve es el tiempo que separa el nacimiento de la disolución, cuán inmenso el período anterior al nacimiento y cuán ilimitado igualmente el período que seguirá a la disolución.

El capítulo 42 lo deberíamos tener presente siempre que nos crucemos con personas desagradables, o, siguiendo las enseñanzas de Marco Aurelio, que no comparten con nosotros su visión del bien y el mal. En el mundo debe haber desvergonzados, malvados, desleales, delincuentes. Si nos convencemos de que forzosamente deben existir, tal vez con más benevolencia juzguemos el comportamiento de cada uno de ellos en particular. Contra cada “fallo” (ἁμάρτημα) hay un antídoto (ἀντιφάρμακον) o un remedio (δύναμις). Marco Aurelio deriva, incluso, una posibilidad de hacer el bien: encauzar con nuestras enseñanzas al descarriado. La expresión en griego es muy bonita: μεταδιδάσκειν τὸν πεπλανημένον (obsérvese la relación entre este participio de perfecto pasivo del verbo πλανάω, con el sustantivo “planeta” (que anda errante). Todo pecador (así traduce Bach Pellicer el término ὁ ἁμαρτάνων (que literalmente significa, el que yerra), se desvía, falla su objetivo y anda sin rumbo (πεπλάνηται).
Nos trae a la memoria este pasaje del emperador filósofo alguna de las catorce obras de misericordia, en especial, las siete espirituales, de la religión católica: la primera, enseñar al que no sabe, la tercera, corregir al que yerra, la cuarta, perdonar las injurias, y la sexta, sufrir con paciencia los defectos del prójimo.
Los errores proceden de la mala educación y nuestra razón debería haber previsto que alguien sin educación se comportara así. El final del capítulo es muy claro: el ser humano es “bienhechor por naturaleza” (ὁ ἄνθρωπος εὐεργετικὸς πεφυκώς).
42. Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, de inmediato pregúntate: «¿Puede realmente dejar de haber desvergonzados en el mundo?» No es posible. No pidas, pues, imposibles, porque ése es uno de aquellos desvergonzados que necesariamente debe existir en el mundo. Ten a mano también esta consideración respecto a un malvado, a una persona desleal y respecto a todo tipo de delincuente. Pues, en el preciso momento que recuerdes que la estirpe de gente así es imposible que no exista, serás más benévolo con cada uno en particular. Muy útil es también pensar en seguida qué virtud concedió la naturaleza al hombre para remediar esos fallos. Porque le concedió, como antídoto, contra el hombre ignorante, la mansedumbre, y contra otro defecto, otro remedio posible. Y, en suma, tienes posibilidad de encauzar con tus enseñanzas al descarriado, porque todo pecador se desvía y falla su objetivo y anda sin rumbo. ¿Y en qué has sido perjudicado? Porque a ninguno de esos con los que te exasperas, encontrarás, a ninguno que te haya hecho un daño tal que, por su culpa, tu inteligencia se haya deteriorado. Y tu mal y tu perjuicio tienen aquí toda su base. ¿Y qué tiene de malo o extraño que la persona sin educación haga cosas propias de un ineducado? Procura que no debas inculparte más a ti mismo por no haber previsto que ése cometería ese fallo, porque tú disponías de recursos suministrados por la razón para cerciorarte de que es natural que ése cometiera ese fallo; y a pesar de tu olvido, te sorprendes de su error. Y sobre todo, siempre que censures a alguien como desleal o ingrato, recógete en ti mismo. Porque obviamente tuyo es el fallo si has confiado que tenía tal disposición, que iba a guardarte fidelidad, o si, al otorgarle un favor, no se lo concediste de buena gana, ni de manera que pudiese obtener al punto de tu acción misma todo el fruto. Pues, ¿qué más quieres al beneficiar a un hombre? ¿No te basta con haber obrado conforme a tu naturaleza, sino que buscas una recompensa? Como si el ojo reclamase alguna recompensa porque ve, o los pies porque caminan. Porque, al igual que estos miembros han sido hechos para una función concreta, y al ejecutar ésta de acuerdo con su particular constitución, cumplen su misión peculiar, así también el hombre, bienhechor por naturaleza, siempre que haga una acción benéfica o simplemente coopere en cosas indiferentes, también obtiene su propio fin.


Del Libro IX y como final de nuestra selección, escogemos el capítulo 13. No debo preocuparme de que me desprecien u odien, sino de no ser sorprendido yo realizando tales acciones. Hay que ser benévolos, afables y corregir con sinceridad y amigablemente.
Libro XI:
13. ¿Me despreciará alguien? El verá. Yo, por mi parte, estaré a la expectativa para no ser sorprendido haciendo o diciendo algo merecedor de desprecio. ¿Me odiará? El verá. Pero yo seré benévolo y afable con todo el mundo, e incluso con ese mismo estaré dispuesto a demostrarle lo que menosprecia, sin insolencia, sin tampoco hacer alarde de mi tolerancia, sino sincera y amigablemente como el ilustre Foción, si es que él no lo hacía por alarde. Pues tales sentimientos deben ser profundos y los dioses deben ver a un hombre que no se indigna por nada y que nada lleva a mal. Porque, ¿qué mal te sobrevendrá si haces ahora lo que es propio de tu naturaleza, y aceptas lo que es oportuno ahora a la naturaleza del conjunto universal, tú, un hombre que aspiras a conseguir por el medio que sea lo que conviene a la comunidad?


Hasta aquí nuestra selección de fragmentos de Marco Aurelio. Se podría haber hecho otra, es cierto. Nuestra intención en esta entrada, como en toda esta serie de Voces griegas y latinas, es ofrecer ideas, consejos, actitudes, reflexiones y pensamientos sobre la condición humana y las relaciones humanas de filósofos, o escritores en general, griegos y latinos, que nos puedan servir para mejorar, o al menos reflexionar, sobre la forma en que nos relacionamos con nuestros semejantes, de manera que todo redunde en una mayor fluidez relacional y adquiramos destrezas comunicativas que hagan que nuestra relación interpersonal sea más provechosa, menos frustrante y descubramos, en definitiva, qué gran tesoro hay en la comunicación y la relación con otras personas.

No hay comentarios: