martes, 18 de diciembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (IX)

Finalizados los capítulos dedicados a Aristóteles y centrados en la amistad, seguimos nuestro recorrido por las voces griegas y latinas antiguas en este repaso que hacemos a lo que dijeron sobre las relaciones interpersonales, la comunicación humana y nuestros caracteres.
Continuamos con Epicteto y una selección de fragmentos de sus Disertaciones.
Epicteto nació hacia el 50 d. C. en Hierápolis, gran ciudad de Frigia, en Asia Menor, provincia en aquella época del Imperio Romano. Parece que fue hijo de una esclava, siendo también él, por tanto, esclavo. Fue llevado a Roma, donde entró al servicio de Epafrodito, liberto y secretario de Nerón y Domiciano.
Parece falsa la versión de que la cojera de Epicteto se debía a una brutal paliza propinada por su amo; hoy se cree que se debía al reumatismo. Sea como fuere, esa cojera le impidió ejercer otra profesión, por lo que fue preceptor de los hijos de Epafrodito. Más tarde alcanzó la libertad, ya que su dueño lo manumitió.
Antes de esa manumisión, Epicteto acudió a la escuela filosófica de Musonio Rufo, el más famoso predicador de filosofía y religión estoica de la época. Epicteto recibió su libertad y enseñó en Roma hasta que el emperador Domiciano decretó la expulsión de todos los filósofos (89 ó 92); nuestro autor se retiró a Nicópolis, en el Epiro, donde abrió una escuela y enseñó hasta su muerte, acaecida en tiempos de Adriano, hacia el 135 d. C.
Sobresalió por ser un espíritu realista y práctico, considerando la filosofía como ciencia y normas de la correcta conducta. Existe una serie de principios primarios, claros y evidentes, que el hombre ha de seguir para lograr el bien y la felicidad.
Solía leer a Crisipo de Soli, seguidor de la doctrina estoica, fundada por Zenón de Citio, pero también las Memorabilia de Jenofonte, esos impresionantes recuerdos de Sócrates, y al igual que éste nada escribió, seguramente por parecerse a su modelo. Personaje extraño y admirable, generoso y desprendido, vivió pobre, sin mujer e hijos. Cuando un magistrado visitaba su escuela, Epicteto le preguntó si tenía mujer e hijos y el magistrado respondió afirmativamente, pero que le iba muy mal. Epicteto reflexionó: los hombres no se casan para ser desgraciados, sino para ser felices. El hombre ha nacido para ser libre y feliz. El magistrado siguió diciendo que, hallándose enferma una hija pequeña, se ausentó por no aguantar el dolor, y sólo volvió cuando la niña estaba sana. El magistrado dijo que tal actuación era conforme a la naturaleza, pero Epicteto replicó que el bien y la felicidad se hallan en el deber ser, en la conducta recta y no en una naturaleza indolente.
Se conserva una anécdota que retrata al personaje. Acostumbraba a leer de noche a la luz de una pequeña lámpara de hierro. Un día, escuchó un ruido, mientras dormía; salió corriendo y descubrió que le habían robado la lamparilla. ¿Qué hacer? Alguien la necesitaría. Al día siguiente, compró una de barro.
El contenido de su doctrina nos ha llegado a través de la relación taquigráfica de sus lecciones conservada por su discípulo Arriano de Nicomedia, Bitinia. Hombre de cultura y acción simultáneamente, Arriano fue cónsul y legado imperial (132) en Capadocia.
Las notas que tomó Arriano las redactó para un pequeño grupo de amigos, seguidores y admiradores de Epicteto. Pero, sin saber cómo, las notas trascendieron y se difundieron en lo hoy llamaríamos una edición pirata. Arriano las retocó para corregir alteraciones textuales.
De la enseñanza oral de Epicteto nos queda lo siguiente:
1. Cuatro libros de Διατριβαί, es decir Disertaciones (otros traducen por Pláticas, es decir, charlas para animar a cumplir la virtud), escritas por Arriano, de las que aquí ofreceremos fragmentos.
2. Un Manual o Catecismo, resumen más fácil de recordar de las Disertaciones, escrito también por Arriano, que llegó a ser famoso, siendo traducido al italiano por Leopardi.
3. Varios fragmentos, de los cuales 23 recogidos por Estobeo, 2 por Aulo Gelio y 3 por Marco Aurelio.
4. Otros fragmentos de dudosa autenticidad.
A pesar de entroncarse con la Stoa antigua, la exigencia mayor para Epicteto no es de carácter teorético y especulativo, sino moralista, como la de su época. La filosofía tiene por finalidad el logro de una vida que sea digna del sabio, del sabio estoico, autor de su propia perfección moral en la libertad interior que constituye la dignidad del hombre, y con un profundo sentimiento religioso hacia el dios del que todo viene y del que el hombre es “hijo”. Aunque esta religiosidad permanece siempre en un plano intelectual y filosófico, alcanza tales tonos místicos que ha hecho pensar, erróneamente, que el autor no ignoraba el cristianismo. Finalmente es notable el espíritu de filantropía (en actitud polémica con el ideal epicúreo del aislamiento del sabio) por el que el filósofo se inserta en la sociedad con profunda simpatía y a pesar de estar libre de ambiciones, no se sustrae a ninguno de sus deberes sociales y políticos.


Estas notas sobre Epicteto y su obra se han sacado de la introducción a la edición de Paloma Ortiz García en la colección Los clásicos de Grecia y Roma, de Planeta DeAgostini, edición de precio económico de traducciones de la editorial Gredos; también nos hemos servido de lo que dice de Epicteto Raffaele Cantarella, en su Literatura Griega de la época Helenística e Imperial.

Comenzamos nuestra selección por el capítulo 2 del Libro I en el que Epicteto reflexiona sobre la dignidad personal y de cómo ésta nos sirve para juzgar lo razonable y lo irracional. La educación sirve para aprender a adaptar de modo acorde con la naturaleza el concepto de razonable e irracional. Los ejemplos ofrecidos por Epicteto son extremos.
Sostener el orinal era propio de esclavos. Es una acción indigna, pero en la tesitura de un esclavo, no sostenerlo suponía golpes y malos tratos, cuando no algo más. Epicteto deja en manos de cada uno juzgar si las acciones son o no son dignas, porque, en la medida en que estimemos nuestra dignidad personal, juzgaremos razonables o irracionales las situaciones que se nos presenten.
La anécdota del atleta es un caso para discutir sobre la decisión, ética o no, del deportista, que pudiendo salvar su vida quedando mutilado, prefiere morir.
Libro I. Capítulo 2
(Cómo podría uno en cualquier situación salvaguardar su dignidad personal)
Lo único insoportable para el ser racional es lo irracional, pero lo razonable se puede soportar: los golpes no son insoportables por naturaleza. ¿De qué manera? Mira cómo: los lacedemonios son azotados porque han aprendido que es razonable. ¿No es insoportable ahorcarse? Pero cuando alguien siente que es razonable, va y se ahorca. Sencillamente, si nos fijamos, hallaremos que nada abruma tanto al ser racional como lo irracional y, a la vez, nada lo atrae tanto como lo razonable.
Mas cada uno experimenta de modo distinto lo razonable y lo irracional, igual que lo bueno y lo malo y que lo conveniente y lo inconveniente. Ésa es la razón principal de que necesitemos la educación, que aprendamos a adaptar de modo acorde con la naturaleza el concepto de razonable e irracional a los casos particulares (
διὰ τοῦτο μάλιστα παιδείας δεόμεθα, ὥστε μαθεῖν τοῦ εὐλόγου καὶ ἀλόγου πρόληψιν ταῖς ἐπὶ μέρους οὐσίας ἐφαρμόζειν συμφώνως τῇ φύσει).
Para juzgar lo razonable y lo irracional cada uno de nosotros nos servimos no sólo del valor de las cosas externas, sino también de nuestra propia dignidad personal (
εἰς δὲ τὴν τοῦ εὐλόγου καὶ ἀλόγου κρίσιν οὐ μόνον ταῖς τῶν ἐκτὸς ἀξίαις συγχρώμεθα, ἀλλὰ καὶ τῶν κατὰ τὸ πρόσωπον ἑαυτοῦ ἕκαστος); para uno será razonable sostener el orinal, teniendo en cuenta simplemente esto: que si no lo sostiene, recibirá golpes y no recibirá comida, mientras que si lo sostiene no padecerá crueldades y sufrimientos; pero a otro no sólo le parece intolerable el sostenerlo, sino también soportar que otro lo sostenga. Así que si me preguntas: “¿He de sostener el orinal o no?”, te diré que más vale recibir alimentos que no recibirlos y que menos vale recibir golpes que no recibirlos, de modo que si mides lo que te interesa con esos parámetros, ve y sosténselo.
- ¡Pero eso no sería digno de mí!
Eres tú quien ha de examinarlo, no yo. Eres tú quien te conoces a ti mismo, quien sabes cuánto vales para ti mismo y en cuánto te vendes: cada uno se vende a un precio…
Del mismo modo, también un atleta que corría el riesgo de morir si no lo castraban, cuando se le acercó su hermano – que era filósofo – y le dijo: “¡Ea, hermano! ¿Qué vas a hacer? ¿Amputamos el pene y seguimos yendo al gimnasio?”, no pudo soportarlo, sino que persistió en su postura y murió.
Alguien le preguntó: “¿Cómo hizo eso? ¿Como atleta o como filósofo?”
- Como hombre- respondió -, como hombre cuyo nombre fue proclamado en Olimpia y que luchó allí y que en tal tierra pasó su vida, y no yendo a perfumarse a Batón. Otro, en cambio, hasta el cuello se habría dejado cortar, si hubiera podido vivir sin cuello. Eso es la dignidad personal. Así de fuerte para los que acostumbran a tenerla en cuenta en sus decisiones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé si eran locos, o más cuerdos que nadie...
Estoy leyendo en estos días sus disertaciones, y me tienen enamorada...