lunes, 24 de diciembre de 2007

Voces griegas (y latinas) desde Castellón (X)


En nuestro último artículo de la serie dedicada a los autores griegos y latinos que hablaron sobre los caracteres de lo seres humanos, la relación interpersonal, la elección de amigos y, en general, dieron consejos o reflexionaron sobre la comunicación humana, nos referimos a Epicteto y sus Disertaciones.
Ofrecimos entonces una breve introducción a su figura y, enseguida, iniciamos el repaso de los fragmentos más significativos, o que mejor se ajustan a nuestra pretensión en esta serie, de la obra mencionada.
En este capítulo seguimos, pues, con el estoico y sus también llamadas Pláticas.
Muy bonito y profundo nos parece este fragmento del capítulo 4, en el que Epicteto establece en qué actitudes se basa el verdadero progreso.
En la segunda parte es curiosa la definición que hace de las tragedias. También nos parece gran consejo ése de quitar de nuestra vida las lamentaciones y los “ay de mí”. En efecto, en todas las situaciones los lamentos son siempre improductivos. Hay que actuar, bregar, esforzarse.
Libro I. Capítulo 4 (Sobre el progreso)
¿Qué dónde está entonces el progreso? Si alguno de vosotros se aparta de lo externo y centra el interés en su propio albedrío, en cultivarlo y modelarlo de modo que sea acorde con la naturaleza, elevado, libre, sin impedimentos, sin trabas, leal, respetuoso; si ha aprendido que el que desea o rehúye lo que no depende de él no puede ser ni leal ni libre, sino que por fuerza cambiará y se verá arrastrado a aquello y por fuerza él mismo se subordinará a otros, a los que pueden procurarle o impedirle aquello, y si entonces, al levantarse por la mañana, observa y guarda estos preceptos, se baña como persona leal, respetuosa, come del mismo modo, practicando en cualquier materia los principios que le guían, como se aplica el corredor a la carrera y el maestro de canto a cultivar la voz, ése es el que progresa de verdad y el que no ha salido de su casa (nota: tanto para la filosofía como para la retórica o las ciencias los mejores maestros seguían siendo griegos, y el griego seguía siendo conocimiento indispensable para poder ser llamado culto; de ahí la necesidad de los “viajes de estudios” que emprendía la mayor parte de los jóvenes romanos como parte de su educación) en vano. Pero si pretende la posesión del contenido de los libros, si se esfuerza por eso y por eso ha salido de su casa, yo le sugiero que se vuelva ahora mismo a casa y que no deje de ocuparse de lo de allí, porque aquello por lo que viajó no vale nada.
Lo que vale es esto otro: esforzarse en hacer desaparecer de la propia vida los padecimientos y las lamentaciones, y los “¡ay de mí!” y los “¡qué desdichado soy!” y la desdicha y el infortunio, y comprender qué es la muerte (
nota: se refiere a la de Sócrates), qué es el destierro, qué es la cárcel, qué es la cicuta, para que en la prisión pueda decir: “Querido Critón: si así les agrada a los dioses, que así sea” (nota: Platón, Critón, 43d). Y no aquello de “¡Pobre de mí, un anciano! ¡Para esto llegué a peinar canas!” ¿Qué quién habla así? ¿Os parece que voy a mencionar a alguien desconocido y humilde? ¿No habla así Príamo? ¿No habla así Edipo? ¡Cuántos reyes hablan así! ¿Qué otra cosa son las tragedias sino los padecimientos, contados en verso, de hombres que admiraban lo exterior?

(τί γάρ εἰσιν ἄλλο τραγῳδίαι ἢ ἀνθρώπων πάθη τεθαυμακότων τὰ ἐκτὸς διὰ μέτρου τοιοῦδ᾿ἐπιδεικνύμενα;) Y si hiciera falta estar engañado para aprender que lo exterior e independiente del albedrío no nos concierne, yo bien quisiera ese engaño, con el que podría vivir sereno e imperturbable; vosotros, ya veréis qué queréis.

En el capítulo 11 hallamos una idea también muy presente en Marco Aurelio: somos responsables de nuestras acciones y ellas se producen porque hemos decidido realizarlas. El exterior no es responsable de lo que hemos realizado, o dejado de realizar, por una decisión nuestra.

Libro I. Capítulo 11 (Sobre el cariño familiar)
Basta con que nos convenzamos de esto: de si es razonable lo que dicen los filósofos, que no hemos de buscar fuera la razón de que hagamos algo o no lo hagamos, de que digamos algo o no lo digamos, de que nos enardezcamos o nos reprimamos, de que rehuyamos algo o lo persigamos, sino que en todos los casos esa razón es la que precisamente ahora tenemos tú y yo, tú para venir a mí y estar ahora sentado escuchando y yo para decir esto. ¿Cuál es esa razón? ¿Hay alguna otra excepto que nos pareció bien?
- Ninguna…
- Tal y como son nuestras razones en cada cosa, así son los resultados. Por tanto, cuando hagamos algo inconveniente, a partir de ese día no echaremos la culpa a otra cosa más que a la opinión por la que lo hicimos, e intentaremos suprimir y extirpar eso más que los tumores y abscesos del cuerpo. Así también reconoceremos que eso mismo es la razón de lo que hacemos correctamente. Y no echaremos la culpa ni al siervo, ni al vecino, ni a la mujer ni a los hijos como responsables de los males que nos acontezcan, convencidos de que si no nos hubiera parecido de esa manera, no habríamos obrado en consecuencia. De lo que nos parece o no nos parece somos dueños nosotros, no el exterior
(τοῦ δόξαι δὲ ἢ μὴ δόξαι, ἡμεῖς κύριοι καὶ οὐ τὰ ἐκτός).

También en el capítulo 18 hallamos doctrina ya comentada en Marco Aurelio (Libro IX, 42). No hay que enfurecerse con los que obran mal. Simplemente andan equivocados respecto al bien y el mal; hay, más bien, que compadecerlos, es más, mostrarles correctamente el buen camino.
La admiración puede llevarnos a la sobrevaloración de lo externo, y, por ende, al error.
La última frase del fragmento no tiene desperdicio.
Libro I. Capítulo 18 (Que no hay que enfurecerse con quienes se equivocan)
“Si es cierto lo que dicen los filósofos, …que es imposible juzgar conveniente una cosa y desear otra y juzgar debida una cosa y sentir impulso hacia otra, entonces, ¿por qué nos enfurecemos con el vulgo?
- Ladrones y descuideros es lo que son – dice uno-.
¿Qué es eso de ladrones y descuideros? Andan equivocados respecto a los bienes y los males. Por tanto, ¿hay que enfurecerse con ellos o compadecerlos? Muéstrales su equivocación y verás cómo se apartan de sus errores. Pero mientras no lo vean, no tienen nada más importante que su propio parecer.
- Entonces, ¿no habría que matar al ladrón este y al adultero aquel?
De ningún modo, que eso viene a ser más bien: “A ése que anda perdido y equivocado sobre lo más importante, y ciego no de la vista, que distingue lo blanco de lo negro, sino del entendimiento, que distingue los bienes y los males, ¿no hay que matarlo?” Si llegas a decirlo así, te darás cuenta de cuán inhumano es lo que dices y de que es parecido a aquello de “A ese ciego no hay que matarlo, ni al sordo?” Pues si el mayor daño es de lo más importante, y lo más importante en cada caso es un albedrío como se debe, y alguien está privado de ello, ¿por qué te sigues enfadando con él? Hombre, si es preciso que, contra naturaleza, te afecten las desdichas ajenas, mejor que odiarle, compadécele. Deja ese talante agresivo y lleno de odio. Pero, ¿tú quién eres, hombre, para decir esas palabras que acostumbra a decir el vulgo?
“¡A esos malditos asquerosos…! ¡Bien! ¿Acaso entonces te has hecho tú sabio de repente, que ahora te enfadas con los demás? Entonces, ¿por qué nos enfadamos? Porque nos admiramos con los objetos de los que nos privan. Así que no te admires con tus vestidos y no te enfurecerás con el ladrón. No te admires con la belleza de tu mujer y no te enfurecerás con el adúltero…
También yo el otro día, tenía una lamparilla de hierro junto a las imágenes de los dioses y al oír ruido en la ventana salí corriendo. Me encontré con que me habían robado la lamparilla. Anduve pensando que no era incomprensible lo que le había pasado al ladrón. Entonces, ¿qué? “Mañana – me dije –, hallarás una de barro”. Y es que uno pierde lo que tiene. “He perdido el manto”. Porque tenías manto. “Me duele la cabeza”. ¿Verdad que no te duelen los cuernos? Entonces, ¿por qué te enfadas? Las pérdidas y los desvelos son de los que tienen posesiones…
Por tanto, ¿quién es el invencible? Aquel a quien no saca de sus casillas nada ajeno al albedrío.
(Τίς οὖν ὁ ἀήττητος; ὃν οὐκ ἐξίστησιν οὐδὲν τῶν ἀπροαιρέτων)

No podemos terminar esta entrada de hoy, escrita a unas horas de la Noche de Navidad, sin desear a todos nuestros lectores una Feliz Navidad, vivida en un ambiente de paz, serenidad, armonía y esperanza, que se prolongue durante el año que va a empezar y que de esos valores se impregne este mundo en el que vivimos, donde, por desgracia, están ausentes muchas veces.

Δόξα ἐν ὑψίστοις Θεῷ καὶ ἐπὶ γῆς εἰρήνη ἐν ἀνθρώποις εὐδοκίας

Gloria in altissimis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis.

Para ellos va dedicado esto, que pretende ser también un homenaje a su intérprete en el año en que nos dejó:

2 comentarios:

Ana Ovando dijo...

Felices fiestas, amigo mío, y mis mejores deseos para el año que empezará dentro de poco.

bías dijo...

Gracias, Ana, fidelísima lectora y amiga, por tus deseos, que son correspondidos por mi parte. Salud, alegría, esperanza y armonía para tí y los tuyos. Καλὰ Χριστούγεννα. Felix fastumque Natale.